PREGUNTAS AL AIRE VI
La
pregunta al aire se nos dispara a veces a etapas de plenitud de
nuestra infancia.
Todo en la infancia no es balbuceo o mera vida solo
apuntada.
Hay plenitudes.
De
entonces me queda la certeza de que Jesús es para mí un buen amigo.
Buenos amigos hay muy pocos. Este, para mí, es el mejor de todos. Es
mi amigo más seguro y, además, poderoso. Me lo presentaron en
casa. Luego, en el Colegio de Santa Susana, al que fui después de la
Guerra, en Las Ventas de Madrid. Allí teníamos clase diaria de
religión, media hora. Eran 30 minutos felices, que empezábamos
cantando algo alegre. Y mira que el profesor, el Hermano Julián, era
hueso. Su disciplina era de “quietecito, majo”. Nadie rechistaba
con él. Mal genio, pero explicaba que no era él. Te entraban los
milagros y los dichos de Jesucristo que parecía que vivías en este
mundo, pero cambiado. Como que las parábolas nos daba la impresión
de que se estaban diciendo por primera vez en aquellos preciosos
momentos. Aquello era verdad del todo y también muy hermoso.
Seguíamos siendo nosotros, estaba claro, pero nos parecía ser
nuevos por momentos.
Todo
eso hacía que luego, unos cuantos, nos pasáramos con gusto un
ratillo a la iglesia y nos quedáramos como pasmados ante el
sagrario, digo yo, que ese era mi caso, y hablo por mí, que me liaba
a rezar tres padrenuestros, que ni sabía lo que decía, pero que
estaba allí por lo de las parábolas y el que se las había
inventado, genial, hombre y Dios a la vez, mi amigo, Jesús.
De
mayor, esto se me ha quedado un tanto lejos. Sigue siendo Jesucristo
mi amigo, que eso no se pierde, le sigo queriendo tras muchos años y
le pido, cuando hablo con él, que ahora es menos, que por qué no
tiene en todas partes profesores de religión como el Hermano Julián
de Santa Susana. Me hace el mismo caso que entonces, pero no sé lo
que hará, porque la idea no es mala, digo yo...
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