(meum y me ,universales)
Con excelente acierto, las
distintas horas del oficio divino empiezan con la súplica urgente, casi
exigente, del salmo 70 (69). Parece ser que este inicio lo introdujo San Benito
en el oficio monástico y que el papa San Gregorio I la extendió a todas las
iglesias romanas.
Deus, in adjutorium meum intende.
A lo que el coro responde:
Dómine, ad adjuvandum me
festina.
Es probable que muchos monjes y
los canónigos de antaño le pidieran con ese comienzo de las horas canónicas de
la Iglesia socorro para su propia alma o a lo sumo para las almas de su
monasterio, religión o diócesis.
Ganaríamos mucho, Santo Padre, si
tantos miles de orantes de nuestra Iglesia se unieran a esa avanzadilla de la
militancia monacal y, abriendo el compás,
pidieran para la Iglesia entera, que el meum
y el me del versillo del salmo fueran
en su mente y corazón la Iglesia universal que pide ayuda y mete prisa a Dios.
Necesidad hay de pedirle a Dios apremiante ayuda al ver cómo anda el mundo: en
un extremo se crucifica a los cristianos
y en el otro los cristianos estamos a unos pasos del relativismo e incluso del
ateísmo.
Sugerimos a Su Santidad, con todo
respeto, que nos recomiende a los fieles del mundo entero el rezo de este
versículo, en el que, cuando nos levantemos por las mañanas de cada día, el meum
y el me
sean en nuestros labios toda la Iglesia universal.
RAMIRO DUQUE DE AZA
Maestro. Profesor de Teoría del
conocimiento
Bachillerato Internacional
NB.
La versión de Alonso Schökel:
Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en
socorrerme.
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