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48. Viejas cosas... III


 

        VIEJAS Cosas QUE SE CUENTAN EN CastrillO (iii)
 
·           El señor Menas, de Castrillo. El señor Menas era barbero, vago y rápido como los galgos a la hora de correr. De esto último presumía. Su clientela era más bien de víspera de fiesta o de domingo, de afeitado una vez a la semana. Con las pieles de la cara curtidas de sol y flácidas de sus paisanos, el hombre echaba mano del recurso de meterle en la boca al cliente una nuez que tersara la piel y facilitara el afeitado. El barbero de arriba del pueblo, de la familia de los Santeros, por su parte, no echaba mano de ninguna nuez, introducía en la boca de su cliente uno de sus dedos libres para el mismo fin.
 


·           Las mariposas de colores del señor Menas. El señor Menas se llevaba bien con los niños del pueblo mientras no se metieran con su boina ni le faltasen a cierto respeto que él se tenía bien ganado. Les entretenía contándoles historias fantásticas o enseñándoles a hacer cosas difíciles que él hacía con toda facilidad, como el cogerse por detrás del cuello la oreja izquierda con la mano izquierda.
 
Nosotros, Paco, Jaime y yo, ya no nos prestábamos a hacerle algunos encargos, ni él nos los proponía tampoco. Pero a chicos más pequeños sí que les encargaba que le cogieran mariposas blancas, amarillas, rojas, verdes… un día unas y otro otras. Prometía una perra chica por mariposa. Yo no sé si alguna vez tuvo que soltar alguna perra por el encargo hecho con el requisito previo cumplido. Puede que en ocasiones la mariposa en cuestión pedida blanca era blanca y que entonces el señor Menas, muy grave, asegurase que lo que ese día él quería eran mariposas amarillas, por ejemplo. Así, uno y otro día, por una temporada, y vuelta a empezar al día siguiente con toda la buena fe del mundo.

·           Siempre tocado. El señor Menas estaba calvo, cosa que llevaba muy mal. Jamás se quitaba la boina. Nadie se atrevería a bromear arrebatándosela. Se dispararía su furor, porque el disgusto hubiera sido imperial. El hombre hubiera ido a la iglesia los domingos y fiestas, como todo cristiano, que lo era, pero no entraba en el templo por no quitarse la boina. No sabemos si don José, el sacerdote de Castrillo, o, luego, don Octavio intentaron o no que entrara aunque fuera tocado con su boina. Quizá él pensaba que ante Dios de ninguna de las maneras debería estarse con la cabeza cubierta.

Madrileño del Puente de Vallecas
Mochil en Castrillo en el verano de 1939


                                                         

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