Le venimos a saludar cada mes, a la salida del oficio litúrgico de nuestro blog. Con cristiano atrevimiento le proponemos lo que, desde nuestra trinchera de voluntarios de primera línea, pueden parecer cosas pequeñas, pero que de hecho son de gran sentido y palanca para mayores: el respeto hecho gestos debidos a la Divinidad en la Eucaristía, la lectura de los Evangelios como recién acuñados, las ropas litúrgicas apropiadas, el credo y el paternóster en latín por la universalidad…
Hoy,
tras su precioso documento sobre la Misericordia, le traemos un versillo de la
carta de San Pablo a los Filipenses. Le pedimos un charquito de luz sobre él.
Lo llevamos clavado los cristianos –los grandes también, desde San Agustín al
protestante Sören Kierkegard- a fuego sobre nuestras conciencias: aquel que en latín dice
“Cum metu
et tremore vestram salutem operamini”, que traduce Alonso Schökel por “escrupulosamente”:
“Por tanto, amigos míos, igual que en
toda ocasión habéis obedecido, seguir
realizando vuestra salvación escrupulosamente, no solo cuando esté yo
presente, sino mucho más ahora, en mi ausencia (Fil 2,12-13)”.
Entendemos
el temor
de Dios de que habla San Pablo como veneración, acatamiento, sometimiento,
conciencia de la absoluta necesidad de Dios y reconocimiento de nuestra
condición de contingentes.
Nos
creó Dios y Dios nos señaló una misión.
Nos ha traído de la nada a trabajar a su viña. Muchos de nosotros somos de la
hora de prima, venerables en años, pues, y la casa se nos va cayendo por más
puntales que le pongamos. Ningún joven, hora undécima, sabe su fecha de
caducidad… aquí es donde nos escuece el temor de la carta a los
filipenses: ¿Habremos sido obedientes a su voluntad?, ¿habremos hecho bien
nuestro trabajo? Pronto daremos cuenta de la misión recibida.
No
vemos por qué camino nos lleva Dios a su Casa, la casa de nuestro primero y
último Padre. Sabemos que nos lleva de la mano, pero ni le vemos a Él ni
siquiera vemos su mano.
Su
Santidad tiene la fortuna única de tener al lado a un papa suplente, lumbrera Benedicto
XVI. ¿Por qué no le encarga que nos dé luz sobre estas tres palabras a los
filipenses: metu et tremore?
Queremos
saber si lo que hemos de hacer es cerrar los ojos, adorar a Dios, dedicarnos a
su alabanza y abandonarnos en el versillo de los trenos de Jeremías: “Bueno es esperar en silencio la salud de
Dios, bonum est praestolari cum silentio salutare Dei”(Lm 3,26). Y que Él
nos salve, que es Padre, olvidándonos nosotros del metu et tremore paulinos.
RAMIRO DUQUE DE AZA
Maestro. Profesor de Teoría del
conocimiento
Bachillerato Internacional
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