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55. Del ocio

     
 DEL OCIO Y OTRAS HIERBAS

Un soneto me manda hacer Violante (el lector entienda)
que en mi vida me he visto en tanto aprieto…”

A diferencia de Lope de Vega, a mí la inspiración no me alcanza -no digo para componer un soneto- sino para nada que supere a dar los buenos días.
Será que como estoy jubilado y “la inspiración ha de sorprenderle a uno trabajando”,  será por eso que a mí no me llega.
Porque el caso es que trabajar, lo que se entiende por trabajar en el sentido “laboral” del término, no trabajo; pero es que -si me propusiera trabajar en el sentido convencional del término y tuviera la fortuna de encontrarlo-, no tendría tiempo para ello. Admito que ésta es una proposición cínica, pero la utilizo para enfatizar dos aspectos (cualitativamente) antitéticos: el del trabajador activo vs. del jubilado.
¿Qué me ha pasado para que cuando estaba en edad de merecer, sí tenía tiempo para trabajar y ahora no? La cuestión es muy sencilla; se está ante la expresión (trivial, por otra parte), válida para cualquier situación del agente:
tiempo dedicado a la actividad laboral +tiempo libre = Cte.
Y la variable relevante para cada situación (trabajador activo vs jubilado) bascula entre el primer y segundo término del primer miembro de la igualdad. Como mi caso está entre los jubilados, me propongo focalizar lo que sigue, en “el tiempo libre” que es la variable preponderante por lo general de estos últimos.
¿A qué dedica “el tiempo libre”? (preguntaba la letra de aquella agradable canción de José Luis Perales por los 80 : “¿Y quién es él, …/…,/De dónde es,
a qué dedica el tiempo libre?)

No hay que confundir tiempo libre con el ocio (otium). Ocio es el “contenido activo” (se supone que lisonjero) del tiempo libre; ocupa una fracción del tiempo libre.
En resumidas cuentas; las aficiones (ocio propiamente dicho) se cultivan en el jardín del tiempo libre, pero no crecen solas; crecen acompañadas de otras hierbas de distinto pelaje; unas buenas y otras menos buenas, cuando no malas. (El demonio se embosca entre la pereza, oímos de pequeños).
El elenco de las actividades de ocio propiamente dichas es personalísimo, como por ejemplo; jugar al tenis, pescar, practicar pilates, tocar el piano, leer, escribir, asistir a conciertos, formación continua, ciclos de conferencias, etc., etc.
Así planteadas las cosas, el principal rasgo diferenciador entre un “activo” entendido como lo hace la EPA (Encuesta de Población Activa) y un jubilado, es que éste último dispone abrumadoramente en apariencia, de mayor tiempo libre que el activo, pero de ahí no se sigue –mecánicamente- que tenga más ocio que el activo. Esto último depende ya del perfil personal (y contextual) de cada uno. Imaginemos un jubilado que  dedique por libre elección una parte de su tiempo a una labor altruista (voluntariado). Su paso del status de activo a jubilado, habría supuesto cambiar parte del tiempo de actividad laboral por la actividad asistencial. Su auténtico “tiempo libre” de su nuevo status sería el que le dejaran disponible las aludidas ocupaciones, que distribuiría parte en actividades de “ocio propiamente dicho” y parte en “tiempo libre de segundo orden” sin preasignar, para actividades residuales, tales como ir a “comprar el pan”, o a “recoger las gafas de la óptica”, o simplemente dejar pasar el tiempo sentado en el sofá viendo la TV, pongo por caso. Estaríamos ahora hablando de actividades de ocio propiamente dicho y de ocio de relleno o pasivo. Acaso de activo, practicara más sus aficiones que ahora, si viera menos la TV; en definitiva; tendría más ocio.

No es raro que en algunos jubilados el ocio de relleno crezca y crezca y se vayan  relegando las auténticas tareas de ocio que uno se marcó “para cuando me jubile”, por ejemplo:
· Encargos de la esposa: “esto no funciona”; mira de arreglarlo o busca quien lo haga; “organiza los libros” que te van a sepultar;
· autoencargos que se crea el propio jubilado del tipo “tengo que…”: clasificar las fotos; romper muchos papeles que ya no me sirven para nada si no es para la melancolía… etc.,etc.
Yo tengo como testigo mudo de mi disfunción (atentos Antonios), una cola de libros deseados para leer en primer plano de una balda de la estantería (como señalándome con dedo acusador), para cuando se me aclare el panorama [ventilarme las actividades de ocio de relleno a las que doy prioridad (mi mujer está detrás)] para hincarles, con deleite finalmente, el diente.

Frente a ellos, pues, una larga retahíla de actividades programadas de ocio espúreo (o de segundo orden o de relleno que ya no sé cómo llamarles) que nunca se acaba pues parece realimentarse continuamente como a los lagartos la cola por más que se les corte, pugnando con las del ocio propiamente dicho en singular batalla,  disputándose entrambas mi tiempo libre.
Volviendo a Lope:
“…Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho”.

Y hasta aquí hemos llegado, ¡Oh Violante! (que el lector entienda)
Uf!
BRAULIO VIVAS MORENO
Ingeniero Industrial y Ldo. CC Económicas y Empresariales
Director de Programas EOI Escuela de Negocios. Jubilado

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