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57. Centenario de Cela



       

Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944)



Sólo un año después de que se publicara ‘Pabellón de reposo’ sale a la luz esta tercera novela de don Camilo, recreación del género picaresco y réplica en cierto modo de la que la precediera cuatro siglos atrás. El protagonista en la obra de Cela, Lázaro de Tormes, confiesa tener raíces familiares con el que lo fuera de aquella otra: El libro –comenta- es breve como el de mi abuelo. Y sus características personales y el ambiente en que se desenvuelve –salvadas las distancias-, muy parecidas, y podrían resumirse en las que don José María de Cossío apunta en su prólogo a la 11ª edición (1976): seres procedentes de las más bajas escalas sociales, y los más, nacidos fuera de toda legalidad, viven su infancia entre infamias, inmoralidades y malos ejemplos. Una necesidad ineludible en el hombre, la de comer, y una tendencia inseparable de nuestra naturaleza, la de holgar. Circunstancias que se cumplen en este nuevo Lázaro, nacido junto al Tormes, aunque no en Tejares sino en Ledesma, siguiendo algunos kilómetros contra corriente las márgenes del río.


Es cierto  que  las  circunstancias que  determinan la vida de Pascual desde un principio y parecen no querer abandonarlo van acompañadas de permanente mala fortuna. Pero los acontecimientos que en ‘Pascual Duarte’ se suceden de manera trágica y violenta distan bastante de lo que en la novela de corte picaresco tradicional solemos encontrar.
Algunas características del género resultan claramente perceptibles en el nuevo Lazarillo son el que  las acciones  las comienza  el  pícaro  en su  primera edad, pero las escribe en sus últimos años, generalmente desengañados, y su infrarrealismo, muy diferente del idealismo o sobrerrealismo en que se mueven otro tipos de novela, como la pastoril o la morisca.

El nuevo Lazarillo, que comienza sus andanzas extremadamente joven, en su encuentro con los pastores: Tenía entonces un servidor unos ocho años cumplidos, más que acuciado por el hambre, que también, se ve impelido al permanente cambio; y aunque -como el Lázaro original- sirve a varios señores, necesita como el aire volar en libertad. De modo que cuando ésta le es arrebatada, tras su incorporación  a  filas  y  su   ingreso   en  el  cuartel, el  pícaro  que fue  desde su  nacimiento  resulta  acabado: Me  encontraba  al principio como pienso que han de encontrarse los mirlos y los jilgueros al llegar a la jaula […] Cuando al cabo del tiempo me licenciaron, tenía todo: documentación, una cartilla, un certificado de buena  conducta… Lo único que me faltaba eran las ganas de seguir caminando sin ton ni son por los empolvados caminos, las frescas laderas de las montañas y las rumorosas orillas de los ríos. Lázaro siente nostalgia de los años vividos y del hombre libre que fue y para quien la inserción en la sociedad significó el  certificado de defunción.


La estructura de la obra es, como corresponde a las novelas de su género, plana y sencilla. Los relatos siguen en su cronología el desarrollo del protagonista; y aunque no exista continuidad entre unos y otros, su seguimiento nos permite asistir a la evolución de aquél. Los lances que hube de pasar –comenta el protagonista- a más de uno servirá de provecho conocerlos si los entiende con calma y tal y  como sucedieron: los unos detrás de los otros.
Por lo que se refiere al lenguaje, el requerido en este tipo de novela: sencillo y popular, dentro de una excelente pulcritud de estilo. El propio autor hace referencia a esa aproximación al lenguaje del pueblo  que  logró  sin  aparente  esfuerzo  en  esta  y  en muchas otras creaciones: En el tiempo en que escribí estos nuevos lances de Lázaro […] fue cuando me planteé, con  plena conciencia de  lo que intentaba, mi  propósito  de conseguir un castellano de raíz popular que, apoyándose en la  lengua hablada y no en la escrita, pudiera servir de herramienta a mis fines. En esta línea se entiende la frecuencia con que Cela incorpora a cada momento dichos y refranes populares. Y el mismo protagonista echa mano de ellos, o los acomoda, para expresar con claridad sus reflexiones, que constituyen verdaderas sentencias: En esta vida –por cierto lo tengo- más vale topar que balar y preferible es cabrear que ovejear. El que sin apuro esquilmare a sus amigos, por mal nacido deberá tenerse. Tomar las cosas demasiado a lo serio nunca me trajo buena cuenta. Las cosas son como están hechas, y así y no de otra forma hay que tomarlas. Por cierto tuve siempre que el cielo ampara a los desvalidos y protege a los hombres de buena voluntad.

Lenguaje popular no exento de crudeza y aun de brutalidad, que Cela sabe manejar con magistral sutileza.
En cuanto a Lázaro, veamos cuáles son algunas de sus características, morales  más  que  físicas,  pues  de  éstas  apenas  se  da constancia.  
Es un hombre sano, y de salud consistente a pesar de las penalidades que ha de soportar, aunque a veces trate de ahogar en vino sus desdichas: Las enfermedades, si hemos de quitar dos o tres sin importancia, siempre me respetaron. Las borracheras ya no me tuvieron tanto despego. Es un muchacho sufrido, buen encajador y con la necesaria tolerancia a la frustración que se le exige para sobrevivir. Así, del tiempo en que pasó junto a los tres músicos franceses, recuerda que en general la vida que me daban era aperreada, pero se podía soportar. Con aquellos músicos, cuyo negocio estaba en robar a unos contrabandistas para vender a otros  –robar a un ladrón tiene cien años de perdón-, y que más tenían de alocadas cigarras que de industriosas abejas o de previsoras hormigas, adquirí el hábito de no guardar para el mañana.

Lázaro es persona sensible, tierna, compasiva, pronta a empatizar con el dolor ajeno y dispuesta siempre a poner de su parte lo que sus escasos recursos le permitan, para tratar de aliviarlos. No duda en exponerse al enfado de los pastores y al consiguiente castigo, cuando de auxiliar a un pobre tísico, por otra parte desconocido, se trata: …una gorra de visera que me regaló un  tísico porque le dejara colgarse de la teta de una cabra hasta hartarse de mamar, faena que consentí no por la gorra, sino porque pensé que hacía una obra de caridad. Pastores a los que se muestra profundamente agradecido por haberle dado de comer, aunque cariño, lo que se dice cariño, jamás llegó a cobrarles. Ante la agonía del penitente Felipe, y ante el sentimiento que daban sus palabras, confiesa: se me caían las lágrimas de los ojos y un nudo  que  me subía  del corazón se me cerraba en la garganta. Aquella noche la pasé en vela, agarrado a su cuerpo y llorando como una Magdalena.
Su corazón es en verdad generoso, capaz de renuncia y sacrificio en favor de quien lo necesita. Generosidad de la que se siente orgulloso y que espera sirva para compensar sus errores: Si aquel día fui noble –se refiere al  día en que puso a la señorita Marie al amparo del altruista don Federico-, que el diablo me perdone. Que Dios me perdone, a cambio, las muchas veces que en mi vida fui ruin y vicioso. Vaya lo uno por lo otro.
Aunque la generosidad de Lázaro no nace de la ingenuidad o la inconsciencia. La vida le ha enseñado lo suficiente para saber que sus buenas obras no siempre alcanzarán reconocimiento y que la virtud y la justicia entre los humanos es ciertamente escasa: cuando uno es tierno como era yo entonces, comete con frecuencia las más necias imprevisiones, y una de ellas –que lloré en Lumbrales- fue la de creer honrados y  cumplidores  a los hombres  hechos y derechos, cuando la experiencia viene después a aconsejar que la  honradez y el buen cumplimiento no son cosas de la edad ni de estado alguno del alma o del cuerpo y sí virtudes tan escasas como deben ser ya los leones en nuestros montes.

Volviendo de nuevo a la novela, hay que decir que esta obra, magistralmente escrita, dentro de su ligereza y brevedad, no tuvo el eco que cabía esperar.
Finalmente, un interrogante: ¿pensó Cela en escribir una segunda parte? Tal parece desprenderse del título con que introduce el tratado noveno y último: Donde relato cómo llegué a la corte y con qué compañía y pongo punto a esta  primera parte del cuento de mi trotar. Segunda parte que, para desgracia sus potenciales lectores, nunca llegó a aparecer.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela
Emérito UCJC





























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