Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944)
Sólo un año
después de que se publicara ‘Pabellón de reposo’ sale a la luz esta tercera
novela de don Camilo, recreación del género picaresco y réplica en cierto modo
de la que la precediera cuatro siglos atrás. El protagonista en la obra de
Cela, Lázaro de Tormes, confiesa tener raíces familiares con el que lo fuera de
aquella otra: El libro –comenta- es breve como el de mi abuelo. Y sus
características personales y el ambiente en que se desenvuelve –salvadas las
distancias-, muy parecidas, y podrían resumirse en las que don José María de
Cossío apunta en su prólogo a la 11ª edición (1976): seres procedentes de las más bajas escalas sociales, y los más, nacidos
fuera de toda legalidad, viven su infancia entre infamias, inmoralidades y
malos ejemplos. Una necesidad ineludible en el hombre, la de comer, y una
tendencia inseparable de nuestra naturaleza, la de holgar. Circunstancias
que se cumplen en este nuevo Lázaro, nacido junto al Tormes, aunque no en
Tejares sino en Ledesma, siguiendo algunos kilómetros contra corriente las
márgenes del río.
Es
cierto que las
circunstancias que determinan la
vida de Pascual desde un principio y parecen no querer abandonarlo van
acompañadas de permanente mala fortuna. Pero los acontecimientos que en
‘Pascual Duarte’ se suceden de manera trágica y violenta distan bastante de lo
que en la novela de corte picaresco tradicional solemos encontrar.
Algunas
características del género resultan claramente perceptibles en el nuevo
Lazarillo son el que las acciones las comienza
el pícaro en su
primera edad, pero las escribe en sus últimos años, generalmente
desengañados, y su infrarrealismo, muy diferente del idealismo o sobrerrealismo
en que se mueven otro tipos de novela, como la pastoril o la morisca.
El nuevo
Lazarillo, que comienza sus andanzas extremadamente joven, en su encuentro con
los pastores: Tenía entonces un servidor
unos ocho años cumplidos, más que acuciado por el hambre, que también, se
ve impelido al permanente cambio; y aunque -como el Lázaro original- sirve a
varios señores, necesita como el aire volar en libertad. De modo que cuando
ésta le es arrebatada, tras su incorporación
a filas y
su ingreso en
el cuartel, el
pícaro que fue desde su
nacimiento resulta acabado: Me encontraba
al principio como pienso que han de encontrarse los mirlos y los
jilgueros al llegar a
la jaula […] Cuando al cabo del tiempo me licenciaron, tenía todo: documentación,
una cartilla, un certificado de buena
conducta… Lo único que me faltaba eran las ganas de seguir caminando sin
ton ni son por los empolvados caminos, las frescas laderas de las montañas y
las rumorosas orillas de los ríos. Lázaro siente nostalgia de los años
vividos y del hombre libre que fue y para quien la inserción en la sociedad
significó el certificado de defunción.
La estructura de la obra es, como corresponde a las novelas de su
género, plana y sencilla. Los relatos siguen en su cronología el desarrollo del
protagonista; y aunque no exista continuidad entre unos y otros, su seguimiento
nos permite asistir a la evolución de aquél. Los lances que hube de pasar –comenta el protagonista- a más de
uno servirá de provecho conocerlos si los entiende con calma y tal y como sucedieron: los unos detrás de los otros.
Por lo que se refiere al lenguaje, el requerido en este tipo de
novela: sencillo y popular, dentro de una excelente pulcritud de estilo. El
propio autor hace referencia a esa aproximación al lenguaje del pueblo que
logró sin aparente
esfuerzo en esta y en muchas otras creaciones: En el tiempo en que escribí estos nuevos
lances de Lázaro […] fue cuando me
planteé, con plena conciencia de lo que intentaba, mi propósito
de conseguir un castellano de
raíz popular que, apoyándose en la
lengua hablada y no en la escrita, pudiera servir de herramienta a mis
fines. En esta línea se
entiende la frecuencia con que Cela incorpora a cada momento dichos y refranes
populares. Y el mismo protagonista echa mano de ellos, o los acomoda, para
expresar con claridad sus reflexiones, que constituyen verdaderas sentencias: En esta vida –por cierto lo tengo- más vale
topar que balar y preferible es cabrear que ovejear. El que sin apuro esquilmare a sus amigos, por mal nacido deberá tenerse.
Tomar las cosas demasiado a lo serio
nunca me trajo buena cuenta. Las
cosas son como están hechas, y así y no de otra forma hay que tomarlas. Por cierto tuve siempre que el cielo ampara
a los desvalidos y protege a los hombres de buena voluntad.
Lenguaje popular no exento de crudeza y aun de brutalidad, que Cela
sabe manejar con magistral sutileza.
En cuanto a Lázaro, veamos cuáles son algunas de sus características,
morales más que
físicas, pues de
éstas apenas se da
constancia.
Es un hombre
sano, y de salud consistente a pesar de las penalidades que ha de soportar,
aunque a veces trate de ahogar en vino sus desdichas: Las enfermedades, si hemos de quitar dos o tres sin importancia,
siempre me respetaron. Las borracheras ya no me tuvieron tanto despego. Es
un muchacho sufrido, buen encajador y con la necesaria tolerancia a la
frustración que se le exige para sobrevivir. Así, del tiempo en que pasó junto
a los tres músicos franceses, recuerda que en
general la vida que me daban era aperreada, pero se podía soportar. Con
aquellos músicos, cuyo negocio estaba en
robar a unos contrabandistas para vender a otros –robar a un ladrón tiene cien años de
perdón-, y que más tenían de alocadas
cigarras que de industriosas abejas o de previsoras hormigas, adquirí el hábito de no guardar para el mañana.
Lázaro es persona sensible, tierna, compasiva, pronta a empatizar con
el dolor ajeno y dispuesta siempre a poner de su parte lo que sus escasos
recursos le permitan, para tratar de aliviarlos. No duda en exponerse al enfado
de los pastores y al consiguiente castigo, cuando de auxiliar a un pobre
tísico, por otra parte desconocido, se trata: …una gorra de visera que me regaló un
tísico porque le dejara colgarse de la teta de una cabra hasta hartarse
de mamar, faena que consentí no por la gorra, sino porque pensé que hacía una
obra de caridad. Pastores a los que se muestra profundamente agradecido por
haberle dado de comer, aunque cariño, lo
que se dice cariño, jamás llegó a cobrarles. Ante la agonía del penitente
Felipe, y ante el sentimiento que daban sus palabras, confiesa: se me caían las lágrimas de los ojos y un
nudo que
me subía del corazón se me
cerraba en la garganta. Aquella noche
la pasé en vela, agarrado a su cuerpo y llorando como una Magdalena.
Su corazón es en verdad generoso, capaz de renuncia y sacrificio en
favor de quien lo necesita. Generosidad de la que se siente orgulloso y que
espera sirva para compensar sus errores: Si
aquel día fui noble –se refiere al
día en que puso a la señorita Marie al amparo del altruista don
Federico-, que el diablo me perdone. Que
Dios me perdone, a cambio, las muchas veces que en mi vida fui ruin y vicioso.
Vaya lo uno por lo otro.
Aunque la generosidad de Lázaro no nace de la ingenuidad o la
inconsciencia. La vida le ha enseñado lo suficiente para saber que sus buenas
obras no siempre alcanzarán reconocimiento y que la virtud y la justicia entre
los humanos es ciertamente escasa: cuando
uno es tierno como era yo entonces, comete con frecuencia las más necias
imprevisiones, y una de ellas –que lloré en Lumbrales- fue la de creer honrados
y cumplidores a los hombres
hechos y derechos, cuando la experiencia
viene después a aconsejar que la
honradez y el buen cumplimiento no son cosas de la edad ni de estado
alguno del alma o del cuerpo y sí virtudes tan escasas como deben ser ya los
leones en nuestros montes.
Volviendo de nuevo a la novela, hay que decir que esta obra,
magistralmente escrita, dentro de su ligereza y brevedad, no tuvo el eco que
cabía esperar.
Finalmente, un interrogante: ¿pensó Cela en escribir una segunda
parte? Tal parece desprenderse del título con que introduce el tratado noveno y
último: Donde relato cómo llegué a la
corte y con qué compañía y pongo punto a esta
primera parte del cuento de mi trotar. Segunda parte que, para
desgracia sus potenciales lectores, nunca llegó a aparecer.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y
estudioso de Cela
Emérito UCJC
Emérito UCJC
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