Madrid 1940
Aún era un astro la luna,
poblado de aves y flores,
irradiaba sus fulgores
más linda que estrella alguna.
Viéndola tan pura y bella,
el sol requirió su amor;
quiso envolverla en su ardor,
El astro rey enojado
su rostro de plata huyó,
y la luna se envolvió
en su manto inmaculado.
Un día calló el trinar
de sus aves, otro día
enmudeció la armonía
de aguas de plata al bajar.
Y se secaron las flores,
y su jardín fue un desierto;
la luna se había muerto
entre pálidos fulgores.
la siguieron en la noche,
mientras que llevan su coche
negros caballos ligeros.
Rueda y rueda, muerta ya,
y el sol su enojo no olvida:
“Le ofrecí mi beso vida,
y no amó; bien muerta está”.
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