Los tiempos
que corremos los señorea la imagen más que el concepto, la sabrosa pincelada
del recuerdo más que la sólidas columnas de su arquitectura, la anécdota más
que la categoría, la mariposa más que la abeja… Son otros tiempos. Distintos.
Quizá ni mejores ni peores que sus inmediatos.
El caso es
que para la intervención del 22 de abril que se me encargó en esta ocasión yo
preparé lo que sigue, que iba decidido a pronunciar despacio y arrastrando las
palabras para que, ya que me salían del alma, se viera que efectivamente era de
su fondo.
No hubo
lugar. Me preguntaron por qué Griñón fue Griñón y algo dije de lo que tenía
escrito. Prometí dar aquí el texto entero. Es el que sigue:
En la escaleta de esta sesión del
Centenario de Griñón se me señalaba como un representante entre numerosos, uno
de tantos, de los formadores de esta Santa Casa, para que diera testimonio de
la dirección formativa que aquí nos proponíamos sus formadores.
De acuerdo. Apuntaré, por sintetizar,
con tres paradigmas las entrañas de nuestra instancia lasallana: de dónde
partíamos y hacia dónde pretendíamos ir.
·
Primer paradigma. Para sintetizar lo que era para
nosotros el Griñón ideal de casa de formación permitidme que haga míos los
versos de don Miguel de Unamuno, cuando el futuro rector de la universidad de Salamanca
le hablaba al Cielo “En la basílica del señor Santiago de Bilbao”.
(Apunto al Griñón escrito con caligrafía de ángel en el Libro
de la Vida, el más real y verdadero Griñón).
Decía Unamuno: Aquí soñé mis sueños de la infancia, / de santidad y de ambición
tejidos, / el trono y el altar, el yermo austero, / la plaza pública.
Primera instancia. Antes de ser
formador, yo, aquí, en Griñón, 1942-1949, siete años, número bíblico, soñé como
formando los sueños de mi infancia que había iniciado en una escuelita de los
HH. en Madrid, Santa Susana, con un gran lasallano, el H. Julián, que en gloria
está (Venía de La Salle a La Salle). Sueños de
santidad y de ambición tejidos, ni más ni menos que los unamunianos; el trono y el altar, en el caso de
Griñón, el magisterio y el más vigoroso estilo cristiano de la pasión
religiosa; el yermo austero, que eso
era Griñón, a la letra, yermo y ascética austeridad; la plaza pública, la vida hacia una sociedad sin fronteras, la gran
plaza de la educación, abierta a todo horizonte.
A aquel Griñón había que venir, y no a otra cosa, a soñar los sueños de
la infancia, la adolescencia y la juventud de santidad y de ambición tejidos,
el magisterio y el estilo, el yermo austero y la plaza pública, es decir, la
misión apostólica de la educación.
Seguía Unamuno:
Aquí lloré las lágrimas más dulces / más limpias y fecundas, las que
brotan / del corazón que cuando en sí no coge / revienta en lágrimas.
Aquí anhelé el anhelo que se ignora, / aquí el hambre de Dios sentí
primero, / aquí bajo tus piedras confidentes / alas brotáronme.
Aquí, en Griñón, habría de anhelarse,
mi don Miguel, el anhelo que se sabe y el anhelo que se ignora. Aquí surgió
poderosa el hambre de Dios, que en mi caso traía de Santa Susana. Y si allí fue
hambre primera en asaltarme-, aquí fue, además, sed de ciervo herido y hambre de
menesteroso a quien le está sabiendo el pan a pan y la manzana a paraíso. Y eso
mismo habría de ser para quienes venían de los pueblos, con la garantía rural de
las mejores raíces ancestrales.
Aquí ceñido, no por piedras
confidentes, sino por sus ladrillos rojos, como el mar Rojo de la hebreos en su
marcha a la Tierra Prometida, nos habrían de brotar las alas que nos tenía
destinado el Cielo. No se veían ni se ven. Aquí a todos nos iban a poner alas
los ángeles custodios de Griñón.
Vuelve a hablar Unamuno: Aquí el misterio me envolvió del mundo
/cuando a la luz eterna abrí mis ojos / y aquí es donde primero me he sentido /
sólo en el páramo.
El misterio del Cielo y el misterio
del mundo, aquí habría de envolvernos y venirnos
a visitar. El mundo espiritual y el sagrado mundo de la Patria y del cosmos, el
Renacimiento, la Cultura y el Arte, las Ciencias, la Música y las Letras…
¡Ah, Orizana, el Cervantes lasallano
que aquí nos echó a cabalgar sobre el campo de la Mancha del mejor quijotismo
humanista y religioso!
·
Segundo paradigma. Yo no podía ya como formador prescindir
de la imagen del Griñón ideal de mis años de Escolasticado. Otros formadores,
piénsese, tampoco podrían prescindir de los mejores años suyos. Alguno me ha
repetido, en mi caso concreto, a cuenta de mis entusiasmos por La Salle que he
vivido, empezando por Griñón, que he sido un privilegiado, por no decirme que
he vivido en un mundo que no fue el real desde que puse el pie en Griñón un 5
de enero de 1942 hasta hoy.
Privilegiado porque tuve la
providente fortuna de pasar por un Griñón con alturas de cordillera. Otros
podrán mentarnos otras vigorosas y propias cimas. Una de las mías y la más alta,
sirva de ejemplar y paradigma, se llamaba cordillera Orizana.
Este sería un ideal que me precedería
en mi tarea de formador.
¿Cuál? Estudiábamos magisterio en mis
años de Escolasticado y de golpe nos encontramos inmersos en los más
entrañables “estudios generales”, universitarios. Orizana, como el padre Feijoo
en su tiempo o Menéndez Pelayo en el suyo, él solo era una universidad. Aquella
escuela de magisterio era, como él pretendía para todo centro docente, un
alegre y serio “centro de estudios” y “un foco de cultura”. Las egregias
figuras, ¡enorme talla!, de Velandia y de Mencía –profesores en su tiempo- a su
lado eran meros acólitos. Lo había traído de fuera el H. Guillermo Félix,
clarividente. Mirábamos a Orizana y tenía la mirada del águila enjulada, venida
de otro cielo, (recortada no en su instancia, aunque sí en su circunstancia,
terminología suya). Agitaba sus enormes alas en aquella jaula de oro que era entonces
Griñón, y lo desentumecía todo y nos mostraba un dilatadísimo horizonte
religioso, de ciencia y de cultura profana que se ponía en pie al servicio nada
menos que del Reino de Dios. Cuanto tocaba lo dilataba con su mirada aguileña
de lumbre y de luz. Le venía que ni pintado el lema de su vida: tot lumina, tot
limina. Detrás de su persona avanzaba en formación el
Antiguo Testamento, Jesús y el Nuevo, Platón y el mundo griego, Quintiliano y
España, el Renacimiento y Fray Luis, La Salle y La Salle… Nos anegó tanto
caudal. Salimos de aquella navegación hacia los altamares de la Cultura, el
Arte, las didácticas creativas, el estilo. Lo que navegáramos en esa dirección
nos llevaba al gran Puerto de nuestro destino en el mundo: instaurar y dilatar
el auténtico Reino de Dios.
Y si Griñón dio a luz tan feliz parto, todo un paradigna,
como fue Orizana, deducidlo con todo
rigor lógico y de forma sencilla, era porque Griñón tenía entrañas para
alumbrarlo.
Tercer paradigma. Brevemente.
Poniendo ya pie más concreto en mis breves años de formador, 1961-1963, Escuela
de Magisterio La Salle, Escolasticado, promoción de La Borrasca y contiguas, una
mera mención, tras lo dicho. Yo era un recién llegado del Iesus Magister, de
Roma, más cargado de ilusiones que de realidades, así que no os apuntaré de
este momento– en gracia a la brevedad- más que la creación de la revista AFDA y
de ella nuestro concepto de la piedad. Sirva de cifra. Decía el pregón de su
número cuatro, que apuntaba a un propósito que entonces hacíamos nuestro y
sigue urgiéndonos hoy:
Nuestra
pasión radical de hombres es Cristo. Todas nuestras demás pasiones están
flageladas por ella.
Cristo
es nuestra gran ilusión, nuestro aliento en la marcha por la vida, nuestro pan
y nuestra sal.
No
pensamos sin pensar en Él. No proyectamos sin verle a Él inmortal, sobre el
horizonte. No nos alegramos sin que él sea el cogollo de nuestra alegría. No
rezamos sin juntar nuestras manos sobre sus rodillas. No hablamos sin sentir
que Él nos escucha. No abrazamos a nadie sin abrazarle a Él. No se encienden
nuestros ojos sin que le tengamos presente. Con Él a la vera caminamos, con su
silencio dormimos, con su viático comemos el pan que nos hace fuertes.
Cuando
los hombres nos recortan las alas, Él nos da las suyas inmensas y nos da el
vuelo largo. Cuando nos envidian y nos zancadillean, Él nos hace recios. Cuando
nos roban, Él es nuestra riqueza. Cuando nos nublan la alegría, Él es en
nosotros, desde dentro, un fuego creador.
¿Queréis
cima más alta que la que apunto con en este paradigma tercero?
Un ruego, para terminar. No echéis de menos esto o lo
otro en el Griñón de estos cien años. Ni lo mentéis. El logro fue tan magno que
os empequeñecerá el mencionar lo que como carencia o defecto no pasaría de mero
tamo de la era o de inevitable polvo del camino. Lo demás, lo que celebramos: grandeza,
la grandeza que os he intentado apuntar con tres muestras o paradigmas.
CARLOS URDIALES RECIO
Maestro, exsubdirector
de la Escuela de Magisterio La Salle
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