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62. Por tierras de Colombia (II)



        UNA MUJER QUE SE HACE NOTAR POR SU BONDAD


  El viajero llevaba  dos días en Colombia. Conocía a pocas personas y lugares de este país. Había contemplado muy de mañana, desde la terraza, el panorama que se extendía ante sus ojos y el círculo de montañas y pequeños bosques, campos de guaduas y cafetales,  que arropaban Sevilla. Había paseado por sus calles y rezado en su Basílica. Algunas calles vencían el pequeño valle trazando una gran comba. Si un muchacho se lanzaba desde un extremo en monopatín podía recorrer casi dos veces la larga y pendiente trayectoria sin ningún esfuerzo.   

Recordaba el viajero la terraza de la casa de la mamá de Nancy y la pequeña escalera que conducía al apartamento de Mary, su hija, y al jardín. Y –por ese caprichoso juego de la mente y de la ley de asociación de ideas–, se acordó de uno de los arriacenses, quizás el más importante de la larga historia reciente de Guadalajara: Buero Vallejo, que decía: Yo escribo acorde con mi sensibilidad y mis preocupaciones. Y una pena era –Buero tenía una cierta predilección por la ceguera–, ser ciego en Colombia como también serlo en Granada y en tantos otros lugares. La escalera conducía al jardín de Doña Tulia –una botica viva–. Nada tenía que ver con aquella de La historia de una  escalera. Pero no le importaría al viajero –todo lo contrario–, fabular con ella. Y se acordó de un hecho que le relató Nancy, él sentado en uno de los peldaños de la escalera y ella apoyada en la baranda de madera que se asomaba al jardín. En la obra  de Buero Vallejo Irene o el Tesoro, el viajero sabe que son importantes los duendes y las hadas en ese mundo de ensoñación que creó la fantasía del dramaturgo. Nancy contó al viajero que un duende raptó a su hermana Sandra cuando vivían en el Corregimiento de Cumbarco: entonces, de una sola calle,  que termina en el río Barragán, rodeado el lugar de bosques y vigilado por la Madreselva, bello nombre que tiene el pico más alto que cuida al valle. (En Colombia, hay Veredas, Corregimientos, Pueblos y Ciudades, atendiendo a la importancia y número de habitantes).  Le dijo Nancy que buscaron a Sandra durante toda la noche. Los policías –que eran amigos–, rastrearon el bosque y orillas del río sin resultado alguno. Al día siguiente, apareció la niña, con una corona de flores en la cabeza, sonriente y cantando una canción que le había enseñado el duende. Y a todas las preguntas que le hacían sobre dónde había pasado la noche, respondía: “–He estado con el duende. Me hizo la corona de flores y me enseñó canciones. Es muy bueno”. Y el viajero fantaseó. La noche anterior a dejar el pueblo la familia de Nancy para residir en Sevilla-Valle, imaginó las palabras que dijo el duende a Sandra para que las trasmitiera a sus hermanas.
Corregimiento de Cumbarco, donde Nancy pasó su infancia.


Las niñas,  que jugaban en el prado  –donde veían el cine en otras ocasiones–, en una noche cálida y estrellada, escuchaban atentamente y muy extrañadas por lo que Sandra decía. Era muy difícil que una niña tan pequeña –apenas de cinco años–, hubiera aprendido tantos versos. Pero era el duende el que hablaba a través de ella...



“Peregrinarán los recuerdos por el tiempo
y las cosas que os llamaron la atención,
así como hicieron aflorar los sentimientos...
Todo vivirá en vuestro corazón.

Escucharéis, con frecuencia, el eco de los valles.
Recordaréis que las horas vividas fueron bellas;
dibujaréis la sencillez de aquellas calles
y soñaréis, como niños, con estrellas.

Alzaréis los ojos para mirar al cielo
y tendréis la tranquilidad de recordar;
y, cuanto amasteis, debéis siempre añorar
como la noche se enamora del lucero.

Tendréis recuerdo de aquellas casas familiares,
edificios seréis de memorias y esperanzas,
jardín seréis de estrellas y cantares,
tranquila vuestra vida en mares de bonanzas.
Llevaréis en el alma sonrisas de pinares,
estrofas de plata que el río allí rimaba;
llevaréis la alegría de bailes y cantares
y el recuerdo de inocencia en la mirada.

Será vuestro recuerdo de valles y de sierra,
de colinas, de montes y de claras quebradas;
y de cielos azules que la bóveda cierra,
recuerdos de amaneceres  y de albas doradas.

Sera vuestra memoria caricia de los prados
y será la frescura de aguas cristalinas.
De juegos inocentes, de tiempos añorados,
de bello amanecer detrás de las colinas”.

Así se despedía el duende. Y escuchaba
solamente Sandra que alegre sonreía,
su emocionado adiós que en versos recitaba
cuando el agua del río tranquila discurría.

Era la noche anterior, una noche de estrella,
y los niños jugaban sentados en el prado.
Dejarían Cumbarco, la Madreselva bella
y el claro cielo azul del pueblo enamorado.

“¡Adiós amados niños! ¡Adiós Sandra querida!
Yo soy el duende bueno que te enseñó canciones,
que  adornó  tu cabello, al alba amanecida.
Soy el duende que quiere alegrar corazones”.

(Y como se celebra el centenario de Buero este año, sean estas líneas, el humilde homenaje que rinde el viajero a este insigne guadalajareño. Pero no es una fantasía lo narrado. Fue real, aunque difícil de creer.)

Feria de las Flores (Medellín)  
El biorritmo del viajero no se había adaptado aún a esa nueva situación, como demostraba que la noche anterior había dormido muy poco. Y, además, no sabía si era el frío –como pensaba doña Tulia–, pero tuvo que levantarme varias veces para ir al baño. Se  acordó del protagonista de la obra “El amor en los tiempos del cólera”, – su autor es hijo predilecto de estas tierras, nacido en Aracataca, donde también nació el fotógrafo y caricaturista Leo Matiz Espinosa. Y se enteró el viajero de algo que nunca  hubiera pensado. Fue allí donde nació la canción –que él cantaba de niño–, al son de los acordeones: Santa Marta, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía, del maestro Bolañito–. El protagonista de El amor en los tiempos del cólera –escribía el viajero, antes de su distracción–, sufría el tributo que el hombre casi siempre  paga a su naturaleza cuando el vigor disminuye. El viajero tenía que atravesar la terraza;  pero el tiempo era agradable,  aunque fuera la una y media, las cuatro y las siete de la mañana, hora en que el agua fría de la ducha terminó con sus cavilaciones.
      
    Guatapé
Nancy durmió casi toda la noche. El viajero estuvo, entre soliloquio y soliloquio, sufriendo una noche toledana, pero sin diversión alguna. En ocasiones así, se tiene mucho tiempo para pensar...

                                          Mientras el viajero escribe –era el domingo, día 22 de junio, el Día del Padre en Colombia–, la radio transmite un sentido homenaje a todos ellos, salpicado de una emoción profunda en las letras de las canciones dedicadas. Desde ese momento, el viajero no se cansaría de escuchar esa música. Llega a la fibra más íntima del corazón. Y se pregunta: ¿Qué papel habrá jugado esta canción sentida –en la que los intérpretes ponen su alma–,  en la forma de ser de estas buenas gentes? Seguro que mucha. El mundo necesita humanidad y, en la música que escuchaba, hablaban los más profundos  sentimientos humanos. El viajero se había  enamorado de Colombia sin conocerla aún. También de su música. Y se alegró de que su experiencia contradijera las palabras de Pío Baroja cuando afirma que “los aficionados a la música son, por lo general, gente un poco vil, sometidos y amargados”. Desconoce el viajero cuál fue su experiencia para hacer tal afirmación. La Sevilla colombiana es música que inunda las calles desde las puertas y ventanas de las casas y ríe porque no quiere que ningún día sea perdido. Es así. Y el viajero sabe que cuando uno ríe –o se ríe de las cosas que le hacen mal–, olvida. Y el olvido es siempre una buena higiene mental necesaria, como lo es la de la boca o la del cuerpo. La mente necesita el lavado del olvido de muchas cosas; sobre todo, de las negativas.  

La mamá de Nancy, Doña Tulia, no se  olvidó de felicitar al viajero. Es una señora muy amable. Sus hijos, sus nietos y biznietos llenan su vida. La veía, frecuentemente, entre los fogones, donde –según Santa Teresa, la gran santa andariega de Ávila–, también se encontraba a Dios, a quien Doña Tulia llamaba "mi Diosito", como es costumbre por esa tierra. En su casa, tienen todos muy buen apetito –entonces tendría que decir el viajero menos Diana, hermana de Nancy–. Pero si hace caso a Byron, que llama al hombre “pecador hambriento”, y dice de él que, desde que Eva comió la manzana, gran parte de su felicidad depende de la comida, Duber –por citar solo uno de los familiares–, hace suyas las palabras del alemán. 

Nancy  servía el desayuno al viajero. Doña Tulia se sentó  frente  a él  y, como estaba muy pensativa, le preguntó:
–¿En qué piensa?
Nancy dijo:
–Mi vieja, es que le gusta hacer esa pregunta cuando alguien está abstraído.
Y alzando las manos y los ojos al cielo, dijo doña Tulia:
–En mi esposo, en mis seres queridos.

Y a continuación, como impelida por un deseo incontrolado, su memoria prodigiosa recordó uno de los viajes a la costa. Los lugares donde estuvo eran desconocidos entonces para el viajero. Pero siguió, con atención, su relato. Doña Tulia se expresaba correctamente y sus ojos se iluminaban con la viveza del recuerdo, que había sido un perpetuo sueño en su oído. Pero tenía un pesar.
–¿Cómo le parece que no pudimos ver las fotos porque la cámara de video se estropeó?
Lo afirmó como si hubiera perdido algo muy importante.

Vista de Medellín y el río del mismo nombre que cruza la ciudad. El metro cable
sigue su curso. El primer puente que unió las dos partes de la ciudad fue el Guayaquil.

–En Medellín –continuó–  viajamos en el Metro Cable que va por el aire y después en el metro (un bus) y fuimos al Peñón de Guatapé, (donde las casas se visten de colores –como sabe el viajero–. Es una sinfonía que envidiaría la misma primavera.  Y cree que sería el mejor escenario que podría encontrarse para escuchar  la Primavera de Vivaldi; por algo el municipio es conocido como “el paraíso turístico de Colombia”, “pueblo de zócalos” o  “Mar Interior de Antioquia”, entre otros).  Nos acompañó en la comida la música de cuerda. Estuvimos en la isla de Múcura –lugar para soñar y olvidarse de todo–, y en la turística Santa Marta (Playa Blanca) donde el agua del mar es un cristal azul. En esta ciudad murió Simón Bolívar, el Libertador, “hastiado de mujeres y de gloria” –escribió Pedro Moreno Garzón–. No hay pueblo o ciudad que no tenga una estatua o alegoría de Bolívar.


El Peñón de Guatapé. Para aquellos que no tengan                     
vértigo, 220 m y más de 700  peldaños de escalera.
Y parecía alegrarse, recordando las numerosas risas de las olas, en esos momentos, tan lejanas. Doña Tulia entornó los ojos y su recuerdo se fue al mar tranquilo, un ensueño de aguas azules, donde la belleza tiene nombre de santa. Y continuó:

–Atravesamos el río Magdalena en un planchón. (Ahora el viajero sabe que uno de sus brazos da nombre a Mompox –así se llamaba el Cacique–, una ciudad hermosa, a orillas del azul del río que se mezcla con el mar).  En Cartagena, no pudimos subir en la Chiva –dice con pesar–;  (la Chiva es un autocar pintado con gusto y colorido, como si en él, naciera cada día la primavera); pero vimos el castillo de San Felipe y Santa Catalina... En Valle Dupar, donde la música es el vallenato, el sancocho –probablemente hecho con agua del río–, me produjo un malestar tan grande que tuve que ir a la clínica.

(El viajero sabe que uno de los fundadores de Valle Dupar  fue el español Juan de Castellanos, nacido en Alanís (Sevilla). Fue explorador, descubridor, conquistador, poeta y sacerdote. Ostenta el récord del poema más largo de la lengua castellana: Elegías de varones ilustres de las Indias, en las que imita a Alonso de Ercilla. Consta la obra de 113. 609 versos endecasílabos, agrupados en octavas reales. La obra se divide en cuatro partes).
 
 Eres ciudad romántica,
atrapada en el tiempo y en el río;
tienes el alma clásica
y fue tu poderío,
fuerte como tu río es bravío.


Procesión en Mompox   












Mompox y brazo del Magdalena del mismo nombre            

Eres Semana Santa,
eres arte, eres mar, eres historia;
tanta belleza, tanta,
no cabe en mi memoria
ni encuentro, en mí, palabra laudatoria.

Oyendo a Doña Tulia, el viajero comprendió que, ante  tanta belleza de la naturaleza, la gente de Colombia se sienta orgullosa del paisaje de la misma y respeten y admiren la enorme cantidad de árboles que tienen, sus ríos, valles, montañas y numerosas lagunas. El viajero leyó a un poeta, llamado  Enrique Álvarez Henao (apellido este que llevara nuestro Calderón de la Barca, que aprendió el viajero, siendo un niño, en Griñón. El hermano Bernardo era muy exigente;  él memorizaba todo. Calderón se llamaba Don Pedro Calderón de la Barca Henao de la Barrera y Riaño. No es de extrañar que con tantos apellidos fuera tan gran poeta).  El poeta lírico colombiano, al que se refiere el viajero, de elevada inspiración,  nació y murió en Bogotá muchos años después que el español, en el siglo XX. Álvarez  Henao tiene un poema que titula Oración del árbol, inspirada en un autor portugués desconocido, digna de ser leída. El viajero desea  que tú, que esto lees, también la conozcas porque a él le llamó mucho la atención y le ayudó a comprender muchas cosas que se han perdido:

Tú que pasas a mi lado y  levantas contra mí tu mano,
antes de hacerme daño escucha mi plegaria:
Soy el fuego de tu lumbre y el calor de tu hogar
en las noches frías de invierno;
soy la sombra amiga que te protege contra los ardores del sol,
mis frutos calman tu sed y alegran tu marcha en la jornada;
soy medicina para tus enfermedades;


Plaza (Valle Dupar) que recuerda algunas plazas españolas. El estilo clásico sevillano es abundante en esta zona y, sobre todo, en la ciudad de Mompox.

soy flor de belleza que adorna tu vivienda
y para obsequiar a tus seres queridos;
de mi cuerpo se fabrica el juguete de tus niños.
 Soy la viga sobre la cual se levanta tu casa
y que sostiene tu techo, la tabla de la mesa en       que comes,
la silla en que descansas y la cama que  recibe tu sueño;
soy la cerca de tu heredad y el mango
de tus herramientas de trabajo;
defiendo tus cosechas de la falta de lluvia
y de las inclemencias del viento;
cuando naces, te recibo en una cuna; y, cuando mueres,
en forma de ataúd y de una cruz,
te acompaño en el seno de la tierra.
Si me amas, como merezco, no me hagas daño
y defiéndeme de los vándalos y desalmados
que me hieren.
Soy el árbol.

Isla de Múcura, un paraíso natural que cautiva

Y es aún más curioso. Con letra de Alfredo Gómez-Jaime y música de Daniel Samudio, el Ministerio de Educación Nacional de la República, en 1945, adoptó, como himno oficial de las escuelas y colegios, unas estrofas dedicadas al árbol. En ellas se les dice a maestros y a niños que amen al árbol porque es "nuestro magno abrigo”, "la primera barca sobre el río y el mar", "puente", "atalaya", "pasto del horno ardiente y lumbre del hogar"; "fuerza y armonía". "Es un bello gigante que ríe bajo el sol"...

"Compasión para el árbol: proteged al coloso
que es la gloria y el alma de la muda extensión.
Es torpe quien profane su ser maravilloso,
es malo quien destroza su noble corazón"...

Es una verdadera lección de respeto a la naturaleza representada en el árbol. Sin olvidar que el cristiano habla del "árbol de la cruz".

"Y de su propia entraña,/ cual áncora sublime,/ formó divina mano/
la redentora cruz.”

Quizás los niños de hoy hayan olvidado todo esto porque nadie se lo ha enseñado...

Sin embargo, si de algo se acordaba doña Tulia era de la gente. Buena gente: franceses, argentinos, colombianos, que tenían mucha plata y le hicieron probar, por  primera vez, la langosta y comió peces que no cabían en una gran bandeja. Y sabe el viajero –porque  se le decía la expresión de su rostro–, que Doña Tulia fue feliz; y que la “platita” –como ella decía–, que le envió su reina (así llamaba a Nancy) le había permitido conocer un mundo diferente – que también conoció el viajero–. Recordó este haber leído algo aplicable a Doña Tulia. Era dichosa porque, como Ulises, había terminado un bello viaje.

Plaza de Alfonso López, Presidente que fue de Colombia (Valle Dupar).
Uno de sus fundadores fue el sevillano Juan de Castellanos.
Leyó el viajero a Doña Tulia lo que había escrito hasta ese momento. Se emocionó. Él le dijo:
–No llore.
–No, si no lloro. Es que todo es muy hermoso

Y, dado el día que era, recordó, emocionada, a cantantes que habían muerto: Diomedes Díaz, Celia Cruz, Fani Nike, y otros. Y una profunda nostalgia recorrió su alma cuando recordó a Gardel, nacido en Argentina, pero criado en Medellín –ciudad que debería ser más famosa por la Feria de las Flores y su belleza que por su Cártel–. Allí, el argentino-colombiano  tiene un museo.

Son los sentimientos los que hacen buenas o malas a las personas, sin olvidar las acciones. Son ellos los que mueven los afectos del alma, como lo hacen los pies con el cuerpo. Doña Tulia es buena. Y dijo al viajero, con pesar, que algunos que tienen mucha plata no se hablan con los pobres o parece que los desprecian. Y sentenció con toda razón: “Pobre o rico, tapado en el dinero, le está esperando la misma tierra”. Y llevaba razón Doña Tulia. Ella no era muy rica, pero sabía que valía menos procurarse riqueza que felicidad, que también es un privilegio de quienes la buscan en las cosas más sencillas. Parecía seguir el consejo: Sed sencillos y os haréis notar. Doña Tulia se hacía notar por su bondad y por su dedicación a la familia. Son las personas las que hacen el hogar; ese del que el poeta colombiano José María Samper escribió:

                     ...Más del naufragio, todo el tesoro
                     de mi esperanza pude salvar
                     y hallé el secreto del bien que adoro
                     bajo el misterio del dulce hogar...

                     ...¡Oh dulces horas de mi contento
                     quien os pudiera multiplicar
                      si es un encanto cada momento
                          que se desliza bajo mi hogar...


           ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
           Maestro, profesor de Filosofía y Psicología

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