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65. Por tierras de Colombia (IV)



LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA Y COCUY
 
Las montañas nevadas siempre han impresionado al viajero. Son hermosas, desafiantes. Quizás hayan sido sus experiencias de joven las que le han influido. Su belleza es extraordinaria, pero también ha de decir que le infunden respeto y, a veces, miedo.
La Montaña Nevada de Santa Marta (5775 m.)
Ha vivido en la ciudad de Granada (España) –en Colombia, existe una población del mismo nombre Granada-Meta, en plena selva, dominada hasta hace poco tiempo por la Guerrilla–, y algunas veces estuvo a los pies del Veleta, ascendiendo laderas nevadas (con setenta centímetros de nieve) hasta llegar a divisar esa pared inaccesible, después de coronar la ultima cima, desde el lugar llamado Los Cahorros. Tanto sus compañeros de estudio como él, lo hacían sin la vestimenta ni el calzado apropiados. Se bañaban en los estanques diminutos de riego que recogían el agua procedente de la nieve, al grito de “¡cobarde el último”! Los que tenían hambre (porque aún no habían desayunado, y así ser los primeros en llegar) comían patatas crudas que encontraban en pequeños pozos tapados con madera. Ahora piensa en la verdad del dicho francés: La folie est attachée au cou de la jeunesse. (La locura está colgada al cuello de la juventud). Y locuras eran las cosas que hacían en esos momentos unos jóvenes llenos de vida.
 
Montaña Nevada de Santa Marta.
Bastidas –Adelantado y conquistador español, sevillano–, fundó la ciudad de Santa Marta y Guiral Verón derrotó a los indios que vivían en esos lugares. Fue atroz la muerte de los caciques. Cuchacique de Jeriboca, atado a potros cerreros, murió descuartizado y su cabeza mostrada en una jaula para ejemplo de todos los demás. Y fueron condenados a muerte más de setenta caciques.
Nada tiene que ver aquella experiencia de su Granada española con la contemplación de los Nevados colombianos que elevan sus cumbres hasta los 5.775 metros de altitud y su altura media (más de 4.000 metros), es superior a la del Teide, el pico más alto de España, situado en las Islas Canarias.

  Construcciones indias en Santa Marta.

La joven princesa mutana, de piel blanca, que encontraron los soldados españoles y tanto les admiró, sería, quizás, el más hermoso  testigo de la muerte atroz de Cuchacique.


Los dos habitaron con sus pueblos estos lares de la triangular montaña de Sierra Nevada de Santa Marta que sus dioses les legaron y tan visitada es en estos tiempos. El lugar de nacimiento de tantos ríos y quebradas que regaban sus tierras. Y se imaginó el viajero a aquel indio, alto y fuerte, de tez bronceada y musculoso, hombre hecho para la guerra. Sabe que habitaba la montaña litoral más alta de Colombia y del mundo, desde cuya cumbre se divisa treinta kilómetros mar adentro.

Laguna La Plaza (Sierra Nevada de Cocuy).
Pero no se atrevería a preguntarle qué pensaba de la barbaridad que cometieron con él los conquistadores. Su delito fue defender su tierra y su cultura.
Parecía que una voz le decía:
–No te atormentes– adivinando sus pensamientos. Eran otros tiempos y, si es verdad, que exterminaron a mi pueblo y destruyeron nuestra cultura, nos trajeron la suya.
–Pero contigo fueron crueles– respondió el viajero.
–Nuestras flechas envenenadas también mataban.
–Te defendías de sus ataques.
Era demasiado bueno y comprensivo.
–Todas las guerras son una barbarie. Y todos los españoles no actuaron así. Pero yo quiero que contemples la naturaleza que nunca comete injusticias. Esta montaña “cálida” que fue nuestra morada durante siglos y donde viven ahora mis descendientes.”
Y calló la voz.

La montaña intertropical más alta del mundo y, para el alpinismo de hoy, la cumbre más alta para ser escalada, que comienza desde la bases, tiene una visión impresionante. Montaña solitaria, brillante, altiva, luminosa, cautiva a quien la contempla.
Sin embargo, en tiempos de Cucacique y la princesa de piel blanca–aún adolescente–, era mucho más: la casa ceremonial que concentraba la responsabilidad con el resto del universo, el lugar desde donde custodiaban lo sagrado y lo vital para todo la tierra, fundamento y unión con lo espiritual, unidad del origen y el presente, lo espiritual y lo material, la unión con la Madre– ha podido leer el viajero.

Eso significan sus impresionantes sierras de picos superiores a los cinco mil metros de altura: El Bolívar, El Colón, picos gemelos, ambos tienen 5775 metros de altura; El Ojeda, el Tayrona y el Guardián, que llaman ahora, majestuosas crestas que besan las nubes. Ante ellos, el ser humano  es  consciente del poder de la naturaleza.

Eso es lo que han escrito algunos estudiosos de la cultura actual. Y por eso, la naturaleza les dio este macizo único en el mundo, que posee todos los pisos térmicos, y en él pueden cultivarse los productos agrícolas de todos los climas: algodón, plátano, cacao, papa, café y árboles frutales.

Nabusimaque.
Y no se olvida de las bellas lagunas, que eran sagradas para  los indios, principalmente la Naboba. En esta sierra nacen treinta y seis ríos, que riegan la zona bananera del occidente de hoy; dan agua a la zona turística del norte y del Caribe; y Riochacha, del oriente, tan cambiadas hoy día, acogedoras de un turismo ansioso de ver estas maravillas que son siempre la expresión más genuina de la belleza del paisaje.
 Todos los ríos tienen nombres  desconocidos hasta ese momento para el viajero. El Aracataca –que debiera ser importante por regar la patria de García Márquez, el autor del Amor en los tiempos del cólera, hijo predilecto de estas tierras, nacido en Aracataca, donde también nació el fotógrafo y caricaturista Leo Matiz Espinosa. Y se enteró el viajero de algo que nunca hubiera pensado. Fue allí donde tuvo origen la canción –que él cantaba de niño–, al son de los acordeones: Santa Marta, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía, del maestro Bolañito; el Tucurinca, el Frío, el Guachaca, el Buritaca, el Palomino, el Ancho, el Cañas, el Ranchería, el Cesar, son los más importantes. Ríos que hacen deslizar diez mil metros cúbicos de agua. Y, sin embargo, uno de los problemas que puede tener Colombia –si no se pone remedio a tiempo, de hecho, algunos Departamentos del Llano ya lo tienen–, va a ser el del agua, por falta de infraestructuras.
Esta montaña, que habitaban los indios, vadeaban los muchos torrentes que atraviesan la sierra mediante “una ingeniosa obra de bejucos y troncos”. A la llegada de los españoles era habitada por los tayrones. Desde el 1525 hasta el 1600 hubo una reducción de indios de esta sierra, una de la más sanguinaria del Nuevo Mundo. Y destruyeron, así mismo, una red de caminos importantes.

Hoy quedan sus descendientes que quizás lleven la misma sangre: los koguis, al norte; los arhuacos y los arsarios, al sur. Sus poblados, levantados a orilla de los ríos que descienden de las altas cumbres –según la opinión de algunos entendidos– son los más bellos del mundo. Sus casas son humildes chozas circulares con tejados de paja construidas en claros del bosque, rodeadas de árboles, que parecen protegerlas, dispuestas en un orden armónico.
 
Mamos o sacerdotes arhuacos.
Nabusímaque, llamada por los misioneros San Sebastián de Rábago, en la cara sur del macizo, es la capital de los arhuacos, que junto con los Koguis tienen dos tradiciones sagradas y venerables: los mamos y la coca.
Los mamos son sacerdotes, hombres sabios, que presiden toda la vida de la comunidad, desde el nacimiento de los individuos hasta la muerte. La coca (hayu) forma parte de los ritos ceremoniales. La obtienen, al cocinar conchas marinas que mezclan con la saliva en la boca, al masticarla. (En el Museo del Oro, de Bogotá, pudo contemplar el viajero utensilios y pequeños vasos, cucharillas, recipientes de oro, empleados para el proceso de elaboración y custodia de la coca; incluso, restos de la droga. Todo era desconocido para el viajero. Y, por mucha que fuera su fantasía, nunca lo hubiera imaginado. Eran tal cantidad de objetos y de vitrinas que sus ojos eran incapaces de detenerse en cada uno de los detalles por mucha atención que pusiera. Era traspasar el umbral del tiempo).
 
Nabusimaque, una de sus calles.
Pero si algo llama la atención es la vista del mar a treinta kilómetros de distancia. Es una de las emociones más profundas que puede vivir un ser humano. No es extraño que el viajero se enamorara de Colombia.
 
Y, para terminar este recorrido por la belleza natural de las rocas que alimentaron la imaginación del viajero, se referirá al lugar donde el cielo y la tierra se confunden: la Sierra Nevada de Cocuy, en el Parque Nacional del mismo nombre. Treinta kilómetros de longitud y veintidós picos nevados. La masa continental más grande de Sudamérica y el más bello conjunto de montañas nevadas de Colombia, de lagunas de espectacular belleza que alimentan ochenta y ocho ríos y quebradas.
Vistas de la sierra Nevada de Cocuy.

 
Es admirable contemplar los tres enormes picos Reticubas: El Blanco (5.330), el Negro, una espectacular aguja granítica, y el Norte. Pavorosas verticalidades, entre 300 y 700 metros (la pared más alta de Colombia) y la laguna de la Plaza que se tarda en bordearla un día, si la recorres andando, así como las cascadas, hacen del lugar un espectáculo nunca visto.

 
                                    
El cerro del Diamante y su cascada de desagüe a la laguna La Plaza son la última visión que guarda su retina. Y recordó el viajero que en los Pirineos hay un pico con el mismo nombre.
 
Impresiona al viajero el recuerdo de los indígenas Tunebos o U’wa que, ante las vejaciones de los conquistadores, se arrojaron al abismo, antes que perder su libertad. Así lo conmemora el Peñón Gloria de los Tunebos.
 

Laguna La Plaza,
       Sierra Nevada de Cocuy,
                      situada a 4.300 m.

Y esta vez no fue ningún sueño. Bastó su imaginación porque le gusta secundar su fantasía, y porque la ficción no es siempre falsedad, y sus recuerdos y conocimientos son quienes le hicieron escribir sobre los Nevados con la admiración que despertaron en el viajero.
 
                         ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
                         Maestro, profesor de Filosofía y Psicología
 
 
 
 
 
 

 

 

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