LA SIERRA NEVADA
DE SANTA MARTA Y COCUY
Las montañas nevadas siempre han
impresionado al viajero. Son hermosas, desafiantes. Quizás hayan sido sus
experiencias de joven las que le han influido. Su belleza es extraordinaria, pero
también ha de decir que le infunden respeto y, a veces, miedo.
La Montaña Nevada de Santa Marta (5775 m.)
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Montaña Nevada de Santa Marta. |
Nada tiene que ver aquella experiencia
de su Granada española con la contemplación de los Nevados colombianos que
elevan sus cumbres hasta los 5.775 metros de altitud y su altura media (más de
4.000 metros), es superior a la del Teide, el pico más alto de España, situado
en las Islas Canarias.
La joven princesa mutana, de piel
blanca, que encontraron los soldados españoles y tanto les admiró, sería,
quizás, el más hermoso testigo de la
muerte atroz de Cuchacique.
Los dos habitaron con sus pueblos
estos lares de la triangular montaña de Sierra Nevada de Santa Marta que sus
dioses les legaron y tan visitada es en estos tiempos. El lugar de nacimiento
de tantos ríos y quebradas que regaban sus tierras. Y se imaginó el viajero a
aquel indio, alto y fuerte, de tez bronceada y musculoso, hombre hecho para la
guerra. Sabe que habitaba la montaña litoral más alta de Colombia y del mundo,
desde cuya cumbre se divisa treinta kilómetros mar adentro.
Pero no se atrevería a preguntarle qué
pensaba de la barbaridad que cometieron con él los conquistadores. Su delito
fue defender su tierra y su cultura.
Laguna La Plaza (Sierra Nevada de Cocuy).
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Parecía que una voz le decía:
–No te atormentes– adivinando sus
pensamientos. Eran otros tiempos y, si es verdad, que exterminaron a mi pueblo
y destruyeron nuestra cultura, nos trajeron la suya.
–Pero contigo fueron crueles–
respondió el viajero.
–Nuestras flechas envenenadas también mataban.
–Te defendías de sus ataques.
Era demasiado bueno y comprensivo.
–Todas las guerras son una barbarie. Y
todos los españoles no actuaron así. Pero yo quiero que contemples la
naturaleza que nunca comete injusticias. Esta montaña “cálida” que fue nuestra
morada durante siglos y donde viven ahora mis descendientes.”
Y calló la voz.
La montaña intertropical más alta del
mundo y, para el alpinismo de hoy, la cumbre más alta para ser escalada, que comienza
desde la bases, tiene una visión impresionante. Montaña solitaria, brillante,
altiva, luminosa, cautiva a quien la contempla.
Sin embargo, en tiempos de Cucacique y
la princesa de piel blanca–aún adolescente–, era mucho más: la casa ceremonial
que concentraba la responsabilidad con el resto del universo, el lugar desde
donde custodiaban lo sagrado y lo vital para todo la tierra, fundamento y unión
con lo espiritual, unidad del origen y el presente, lo espiritual y lo material,
la unión con la Madre– ha podido leer el viajero.
Eso significan sus impresionantes
sierras de picos superiores a los cinco mil metros de altura: El Bolívar, El
Colón, picos gemelos, ambos tienen 5775 metros de altura; El Ojeda, el Tayrona
y el Guardián, que llaman ahora, majestuosas crestas que besan las nubes. Ante
ellos, el ser humano es consciente del poder de la naturaleza.
Eso es lo que han escrito algunos
estudiosos de la cultura actual. Y por eso, la naturaleza les dio este macizo
único en el mundo, que posee todos los pisos térmicos, y en él pueden
cultivarse los productos agrícolas de todos los climas: algodón, plátano,
cacao, papa, café y árboles frutales.
Y no se olvida de las bellas lagunas,
que eran sagradas para los indios,
principalmente la Naboba. En esta sierra nacen treinta y seis ríos, que riegan
la zona bananera del occidente de hoy; dan agua a la zona turística del norte y
del Caribe; y Riochacha, del oriente, tan cambiadas hoy día, acogedoras de un
turismo ansioso de ver estas maravillas que son siempre la expresión más
genuina de la belleza del paisaje.
Esta montaña, que habitaban los
indios, vadeaban los muchos torrentes que atraviesan la sierra mediante “una
ingeniosa obra de bejucos y troncos”. A la llegada de los españoles era
habitada por los tayrones. Desde el 1525 hasta el 1600 hubo una reducción de
indios de esta sierra, una de la más sanguinaria del Nuevo Mundo. Y destruyeron,
así mismo, una red de caminos importantes.
Hoy quedan sus descendientes que
quizás lleven la misma sangre: los koguis, al norte; los arhuacos y los
arsarios, al sur. Sus poblados, levantados a orilla de los ríos que descienden
de las altas cumbres –según la opinión de algunos entendidos– son los más bellos
del mundo. Sus casas son humildes chozas circulares con tejados de paja construidas
en claros del bosque, rodeadas de árboles, que parecen protegerlas, dispuestas
en un orden armónico.
Mamos o sacerdotes arhuacos. |
Los mamos son sacerdotes, hombres sabios, que presiden toda la vida de
la comunidad, desde el nacimiento de los individuos hasta la muerte. La coca (hayu) forma parte de los ritos ceremoniales. La obtienen, al cocinar
conchas marinas que mezclan con la saliva en la boca, al masticarla. (En el
Museo del Oro, de Bogotá, pudo contemplar el viajero utensilios y pequeños
vasos, cucharillas, recipientes de oro, empleados para el proceso de
elaboración y custodia de la coca; incluso, restos de la droga. Todo era desconocido
para el viajero. Y, por mucha que fuera su fantasía, nunca lo hubiera imaginado.
Eran tal cantidad de objetos y de vitrinas que sus ojos eran incapaces de
detenerse en cada uno de los detalles por mucha atención que pusiera. Era
traspasar el umbral del tiempo).
Pero si algo llama la atención es la
vista del mar a treinta kilómetros de distancia. Es una de las emociones más
profundas que puede vivir un ser humano. No es extraño que el viajero se enamorara
de Colombia.
Vistas de la sierra Nevada de Cocuy. |
Es admirable contemplar los tres
enormes picos Reticubas: El Blanco (5.330), el Negro, una espectacular aguja
granítica, y el Norte. Pavorosas verticalidades, entre 300 y 700 metros (la
pared más alta de Colombia) y la laguna de la Plaza que se tarda en bordearla
un día, si la recorres andando, así como las cascadas, hacen del lugar un espectáculo
nunca visto.
El cerro del Diamante y su cascada de
desagüe a la laguna La Plaza son la última visión que guarda su retina. Y
recordó el viajero que en los Pirineos hay un pico con el mismo nombre.
Impresiona al viajero el recuerdo de
los indígenas Tunebos o U’wa que, ante las vejaciones de los
conquistadores, se arrojaron al abismo, antes que perder su libertad. Así lo
conmemora el Peñón Gloria de los Tunebos.
Y esta vez no fue ningún sueño. Bastó su imaginación porque le gusta secundar su fantasía, y porque la ficción no es siempre falsedad, y sus recuerdos y conocimientos son quienes le hicieron escribir sobre los Nevados con la admiración que despertaron en el viajero.
Laguna La Plaza,
Sierra Nevada de Cocuy,
situada a 4.300 m.
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Y esta vez no fue ningún sueño. Bastó su imaginación porque le gusta secundar su fantasía, y porque la ficción no es siempre falsedad, y sus recuerdos y conocimientos son quienes le hicieron escribir sobre los Nevados con la admiración que despertaron en el viajero.
ANTONIO
MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de
Filosofía y Psicología
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