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LAS GRANDES VICTORIAS
CAMINO DE LA LEYENDA, I
SAN QUINTÍN (10 de agosto de 1557)
9.1 Abdicación de
Carlos V
El 16 de enero de 1556, Carlos V, abdicó
en favor de su hijo Felipe II, España y todos sus reinos no vinculados con los territorios alemanes.
Poco después, el 5 de febrero del mismo
año, se firmaba la Paz de Vaucelle entre
Enrique II de Francia y Felipe II de España, en la que se estipulaba, entre
otros apartados, el mutuo compromiso de guardar 5 años de paz entre los dos
reinos que llevaban ya diez años de guerras en la llamada Décima Guerra de
Italia, (1547-15569).
De esta forma, el Emperador desde su
retiro, buscaba el sosiego necesario para que en la corte española pudiera hacerse
el traspaso de poderes con el debido sosiego y tranquilidad.
Alegoría de la abdicación del
emperador Carlos V en Bruselas.
(Óleo de 1620 de Frans Francken II)
Pero la paz duró muy poco: apenas cinco
meses.
El Papa Paulo IV, napolitano de origen,
se propuso expulsar a los españoles del reino de Nápoles y para ello se alió
con Enrique II de Francia que acababa de suceder a Francisco I y cuya ambición política
máxima era, de nuevo, reemplazar a los españoles en el tablero político de Italia.
9.2
Ataque francés al Reino de Nápoles
Y así comenzó una nueva guerra por parte de los dos aliados: el papa
Paulo IV y el rey francés Enrique II, que habían pactado apoderarse del reino
de Nápoles, propiedad de la corona española.
Un ejército francés muy bien equipado,
tras cruzar los Alpes en pleno invierno a las órdenes del duque de Guisa,
invadió el milanesado.
Los tercios españoles de Italia al mando
del III duque de Alba, D. Fernando Álvarez de Toledo, Virrey de Nápoles desde
1556, contratacaron rápidamente al Papa, su aliado, llegando a las mismas puertas
de Roma, que no quiso conquistar. Puso asedio a la ciudad y dio al Papa una tregua de cuarenta días
para rendirse.
El duque de Guisa aprovechó dicha tregua
para afianzarse en el milanesado y continuar su camino hacia el sur de Italia. Enterado
el duque de Alba, levantó el sitio de Roma, como era obligado y acudió a la
defensa de Nápoles.
Envalentonado el duque Guisa con la
marcha del Duque de Alba, entró triunfalmente en Roma con su flamante ejército,
donde Paulo IV le hizo un grandioso recibimiento.
Pero cuando se acercó a Nápoles, objeto
de la incursión, se encontró con una brava resistencia. Sin avances y hostigado
constantemente por las tropas del duque de Alba que, estratégicamente rehuía presentarle
batalla campal, se vio obligado a retirarse, desgastado y moralmente derrotado.
El duque de Guisa había fracasado totalmente en su campaña y su brillante
ejército volvía a casa sin haber conseguido ningún triunfo.
Mientras tanto, Felipe II preparaba su
estrategia para atacar directamente a Francia en su propio territorio.
La resolución se había tomado en
Bruselas el 4 de julio de 1557, en un Consejo de Estado, poco después de que
Enrique II rompiera la Paz de Vaucelles. La victoria de España, esta vez,
debería ser, aplastante y definitiva para forzar una paz duradera.
En 1554, Felipe II, una vez contraído su
segundo matrimonio con la reina de Inglaterra María I Tudor, prima de su padre,
ostentaba el título de rey consorte de Inglaterra.
Para asegurarse el éxito de su ataque a
Francia, solicitó y obtuvo fácilmente la
ayuda de Inglaterra. Los ingleses, secularmente enemigos de Francia, se comprometieron a enviar como aliados de
Felipe II, 4.000 infantes, 2.000 unidades de caballería pesada y contribuir a
los gastos de la guerra con 9.000 libras.
Mediante otros acuerdos consiguió también
el apoyo de flamencos, valones, borgoñones, alemanes e italianos hasta conformar un formidable
ejército de 35.000 soldados de
infantería, 17.311 de caballería y 11.500 de artillería, minadores y
gastadores. En total, unos 64.000 hombres.
Por su parte el rey francés, alarmado
por los preparativos españoles, reunía apresuradamente un nuevo ejército al
mando de Anne de Montmorency, Condestable de Francia y de Luis Gonzaga, duque
de Nevers.
Enrique II, lamentó entonces haber
enviado a Italia lo más florido de su ejército a las órdenes del duque de
Guisa, ya en camino de vuelta, moralmente derrotado en su aventura italiana.
El ejército francés, reclutado
apresuradamente y reunido en Rocroix, al mando de Montmorency, lo componían
22.000 hombres de infantería, 8.000 de caballería, 18 cañones y esperaban con
ansia la llegada de los expedicionarios italianos, en camino de vuelta desde
Italia.
9.3 Asedio de la ciudad de San Quintín (10 de agosto
de 1557)
La fortaleza de S. Quintín sitiada por
los tercios españolas de Filiberto de Saboya. El río Somme y los espacios
lagunosos creados por él, dificultaba
más que favorecía, el asedio de la ciudad.
Manuel Filiberto, duque de Saboya,
Maestre general de los tercios españoles, fue nombrado por Felipe II jefe
supremo del ejército español.
Manuel Filiberto se puso en marcha con
sus tropas y simuló dirigirse a la fortaleza de Rocroix para ponerla sitio, si bien en realidad, lo
que pretendía era atraer al grueso del ejército francés hacia aquella ciudad
fortaleza y comprobar de paso si estaba tan bien fortificada y defendida,
como le decían sus espías infiltrados.
Cuando comprobó que, en efecto, el
enemigo le seguía, se desvió hacia la
Picardía francesa y para despistar más a Montmorency se dirigió sucesivamente hacia varias ciudades enemigas fortificadas
como posibles objetivos de asedio, hasta llegar, finalmente, a San Quintín a la
que puso sitio el día 3 de agosto de 1557.
Los tercios, con todos sus hombres,
repuestos y bagajes, habían recorrido y obligado a recorrer detrás de ellos a
su enemigo, en pocos días, unos 200 kilómetros, adentrándose en Francia y
eligiendo caminos difíciles de transitar y a veces avanzando durante la noche.
El ejército francés le seguía a
distancia y con desorientación en sus movimientos, ignorando cuál sería el verdadero
objetivo final de su enemigo.
La fortaleza de San Quintín, defendida
por el almirante Odet de Colligny, era un enclave importante en el cruce de caminos entre París
y su comunicación con la costa oeste y con el sur. Al mismo tiempo, por su
geografía peculiar era el cebo ideal para atraer y vencer al grueso del
ejército francés.
Contaba la ciudad sitiada con una guarnición
de unos 1.000 hombres. El duque de Saboya, tal como lo había diseñado en sus
planes, al elegir a San Quintín, contaba con que la plaza no estaría
suficientemente preparada para resistir un asedio inmediato, pues en el lado
francés nunca habrían imaginado que fuera precisamente esa ciudad fuerte, la elegida
para el primer ataque del ejército español.
Tanto más que la media circunvalación
del río Somme y la zona lagunosa creada
en sus alrededores, suponía una dificultad añadida en caso de un hipotético asedio.
Por otra parte, al ejército francés le
importaba mucho que el asedio de la ciudad se prolongara el mayor tiempo
posible, entre otras razones para dar tiempo a que el cuerpo de ejército que
venía medio derrotado de Italia a las órdenes del duque de Guisa, pudiera reposar y unirse a sus tropas.
Los sitiados en San Quintín enviaban
correo tras otro, pidiendo con toda urgencia
más hombres, pertrechos, municiones y comida. Algunos de estos correos cayeron
en manos de los espías españoles.
El empeño prioritario de Montmorency se
convirtió pues, desde el primer momento, en organizar nuevos intentos para
socorrer a la ciudad antes de que el sitio, una vez completado y consolidado,
acabara con todas las posibilidades de ayuda.
El 4 de agosto, organizó un nuevo
intento a plena luz del día y con despliegue de un gran número de soldados de caballería
e infantería, pero fracasó y sufrió muchas bajas.
Días después, preparó un segundo intento,
esta vez nocturno, aprovechando las tinieblas de la noche, pero el plan fue
conocido a tiempo por los espías españoles
y las tropas del duque de Saboya les prepararon una emboscada a medio camino que
acabó en una gran mortandad y desbandada para los franceses.
El duque de Saboya empleó la mitad de sus 62.000 soldados, unos
33.000, en el cerco de San Quintín. La otra mitad se ocupaba de la vigilancia y
control del ejército francés que les seguía, empeñado en romper el cerco español
y abastecer la ciudad.
Las escaramuzas, emboscadas y pequeños
ataques se sucedían casi diariamente.
9.4
Batalla de San Quintín, 1557
Finalmente el día 10 de agosto de 1557,
a las 10 de la mañana, los franceses iniciaron un nuevo movimiento; esta vez
con gran participación de infantería y caballería a las órdenes del príncipe de Condé. Se
empeñaron tanto y con tantos soldados que, en efecto, consiguieron introducir
unos 300 infantes en la fortaleza sitiada, pero cayeron en la trampa esperada
por el duque de Saboya para acabar de una vez por todas con el ejército francés.
Lo que para los franceses era una escaramuza más y exitosa,
fue el principio de su perdición. El duque de Saboya vio la mala posición
ocupada por los cuerpos del ejército enemigo y ordenó inmediatamente al conde
de Ermog atacarle con su caballería ligera, compuesta por 2.000 caballeros
españoles y borgoñones. Casi al mismo tiempo entraban en combate otros 2.800
caballeros al mando de los condes de
Mansfeld y Bruswick y poco después, por otro costado, 1.000 caballos pesados más, a las órdenes
del conde de Horn y otros 1.000 a las de Aremberg.
Montmorency no había planeado su batalla
campal para ese día, 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, sino que solo
pretendía proteger con el despliegue parcial de sus tropas el intento de introducir en la ciudad
cercada, hombres, armas y bagajes. Había colocado el grueso de sus tropas tras
el escudo del río Somme.
Su gran sorpresa fue ver cómo los españoles
atravesaban las aguas del Somme con increíble
ímpetu y rapidez sorprendente para caer sobre ellos sin darles tiempo a posicionarse.
El ataque inesperado y masivo de la caballería
española desbordó completamente sus
filas y tras una reñida lucha inicial, Montmorency
ordenó un tímido retroceso de reagrupamiento sobre su propia retaguardia, a la que, a su vez, desordenó por completo.
El duque de Saboya puso entonces en
marcha a su infantería, unos 15.000 tercios que, tras la propia caballería,
emprendieron su avance sobre el enemigo.
Batalla campal en San Quintín, 10 de
agosto de 1557, en la que los tercios españoles del duque de Saboya, Maestre de
campo general del ejército imperial
español, destrozó al ejército francés de Montmorency, consiguiendo en el propio
territorio francés, una de sus más grandes victorias.
Pronto sobrepasaron y conquistaron la
retaguardia enemiga. Los tercios arcabuceros parapetados entonces tras los carromatos y bagajes del enemigo, causaron una verdadera matanza a los franceses, a los que diezmaron por la
rapidez de su caballería y la efectividad de sus arcabuceros.
A las cuatro horas de combate, el ejército
francés, iniciaba una creciente desbandada que pronto se convirtió en sálvese
quien pueda, perseguido muy de cerca por la caballería y los tercios del duque
de Saboya.
La derrota francesa fue total. 5.000
soldados alemanes mercenarios del ejército de Montmorency se entregaron
voluntariamente prisioneros a cambio de salvar la vida. Más de 4.000 infantes franceses yacían muertos en el
campo de batalla, entre ellos, 2.000 jinetes y unos 300 nobles, la flor y nata
del reino francés. Todas sus armas, artillería y pertrechos cayeron en poder
del ejército español.
Los prisioneros sobrepasaron los 7.000,
entre ellos su general en jefe, Anne de Montmorency, condestable de Francia, 10
coroneles y 30 capitanes. Así mismo fueron recogidas 52
banderas, 18 estandartes y 16 de las 18 piezas de artillería con que
contaban, además de cuantiosos
pertrechos de todo tipo.
Del lado español las bajas fueron
mínimas: unos 1.000 soldados, la mayor parte del arma de caballería. La
caballería, cuerpo tradicionalmente medieval, fue quien más y mejor contribuyó
a esta victoria y no la infantería, al contrario de lo que ocurriría en casi
todos los triunfos posteriores a éste.
La victoria fue comunicada inmediatamente
al rey Felipe II que seguía de cerca, desde Cambray, el periplo de su ejército.
Todas las iglesias de la ciudad lanzaron al vuelo sus campanas durante horas. Los
cañones celebraron gozosos con sus salvas el triunfo español y el monarca
asistió a un solemne Tedeum en la iglesia mayor de la ciudad.
Felipe II, a su vez, se apresuró a comunicar tan fausta noticia a
su padre, retirado ya en Yuste.
Pero la ciudad fortificada seguía sin
rendirse.
9.5
Conquista de la ciudad fortaleza de San Quintín
Los sitiados en la ciudad fortificada, a
pesar de que habían presenciado de lejos la derrota de su propio ejército,
continuaron con renovado afán la defensa de su ciudad.
El asedio de la ciudad fortaleza de San
Quintín, duró del 3 de agosto de 1557 al 27 del mismo mes y año, es decir, 24
días.
Tras enconadas luchas por una y otra
parte, el 27 de agosto, a las 2 de la tarde, Manuel Filiberto daba la orden de
asalto final a sus tercios y a media
tarde conseguían penetrar en la ciudad los primeros soldados españoles.
La ciudad, en castigo por su enconada
resistencia, fue sometida a un pavoroso
saqueo en busca de oro, joyas y dinero.
Se
salvaron las monjas de santa Clara que
fueron llevadas con respeto a la tienda del duque de Feria y unas 3.000 mujeres y niños refugiados en la
iglesia principal.
Las bajas españolas del asedio de la
ciudad sumaron unos 300 tercios. Los franceses sitiados, perecieron en su mayor
parte.
El gozo de Felipe II
fue tan grande que a poco concibió la idea de construir un gran monasterio en
la sierra del Guadarrama, en El Escorial, no lejos de Madrid, para celebrar y conmemorar
semejante triunfo sobre su enemigo, en su propio territorio: la victoria de San Quintín.
Esquema del Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Ambicioso proyecto, (arriba) y bella
realidad, (abajo), del real Monasterio
de S. Lorenzo del Escorial en plena sierra del Guadarrama: Basílica, Palacio
Real, Monasterio, Biblioteca y Panteón Real.
En un mismo espacio arquitectónico,
armoniza una grandiosa iglesia, un convento de monjes Jerónimos, un palacio
real para Felipe II, una biblioteca regia y
un panteón para la dinastía reinante.
Cuatro años más tarde, a partir de 1561,
la villa de Madrid, entre otras razones por la proximidad a este grandioso monumento,
pasaría a ser, de hecho, la residencia estable
de la corte y gobierno de todo el Reino.
La victoria fue tanto más grande cuanto
que el número de contendientes en la batalla de San Quintín fue muy
equilibrado, pues aunque los tercios españoles eran superiores en el total de
efectivos, en la batalla solo lucharon la mitad de ellos, ya que en el cerco permanente
de la ciudad sitiada había dispuesto el duque de Saboya de la otra mitad, unos
30.000 hombres que no intervinieron para nada en el combate.
Fueron, de hecho, como una retaguardia importantísima
sin utilizar, a expensas del desenlace de la lucha.
La victoria de San Quintín se consiguió,
en gran parte, por la táctica de su Maestre de campo Filiberto de Saboya y por
la preparación y superioridad técnica y profesional de los tercios españoles.
Conocida la victoria en la batalla
campal, Felipe II se determinó rápidamente a seguir de cerca el cerco de San
Quintín y el 13 de agosto llegaba al campamento español acompañado de un vistoso
séquito, siendo recibido en él con
grandes muestras de alegría y alborozo.
Continuará
José Manuel Gutiérrez Bravo
Maestro
Nacional. Doctor en Historia
Exdirector
de la Universidad Laboral de Toledo
Villanueva de la Peña, 30 de
octubre de 2017
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