CON MERA CALDERILLA...
3 PARA EMPEZAR EL DÍA,
EL DEUS IN ADJUTORIUM MEUM INTENDE
Despertamos.
Es la hora de dejar el descanso de la noche. En el nuevo amanecer, nuestra mente vuela al Cielo, al trono de
Dios, al que asisten los veinticuatro ancianos de que habla el Apocalipsis.
Cantan, retumban y se pierden sus voces
por el Universo de años luz. Las milicias celestiales: ángeles, arcángeles,
querubines, serafines…. custodian la Creación.
De la Tierra sube la primera oración, espiral de incienso, que hace siglos
que eleva la Cristiandad en monasterios, coros catedralicios, conventos…. y, en
el Viejo Testamento, desde el Salterio (Sal 70,1): Deus, in adjutorium meum intende! Domine, ad adjuvandum
me festina! Señor, ven en mi ayuda; date prisa en socorrerme.
Donde
dice “meum”, mentamos el plural “nostrum”
Al despertar, unimos nuestra súplica a la
súplica de siglos atrás: ¡Señor, ven en mi ayuda!, y nuestra plegaria a
su secular plegaria de urgencia: ¡Date prisa en salvarme!
La oración es
preciosa y muy evangélica. Lleva siglos subiendo y
clamando al Cielo. Recoge y cumple con el “pedid y recibiréis, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá” de la parábola del de los tres panes, el
amigo recién llegado y la media noche (Mt 7,7ss).
Un pequeño
viraje –si lo precisamos- para darle su sentido católico, universal. No canta
el monje ni suplica el fiel en solitario. Canta y pide la Iglesia entera –de ahí el meum- ayuda a su Señor, al que mete prisa para que la salve.
Rompemos a orar al filo del amanecer con estas
diez palabras. No es personal la petición, no pedimos en exclusiva por
nosotros. El meum y el me no son el nosotros reducido ni mi yo
pequeño, sino el de la Cristiandad
entera, el meum y el me del Reino de Dios en la Tierra, la
Iglesia Santa de Dios. Nuestros labios le hablan a Dios Todopoderoso y le
hablan suplicándole ayuda y salvación para todos nosotros, criaturas que Dios
hizo con tanto mimo, al hombre de ayer,
al de hoy, al de mañana y el Cosmos sin fronteras.
CUR
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