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69. Las aves en Delibes


      
                       
                  LA CODORNIZ



"20 de agosto, miércoles. El perdigón sigue subiendo. Nos lo han cobrado a 22. Menos mal que para la codorniz ponemos media carga.”


Este texto que acabo de escribir es de un cazador: Miguel Delibes. Aparece en las primeras páginas de su Diario de un cazador. Años 50. Eran tiempos en los que todavía los cazadores se hacían sus propios cartuchos. Los precios iban subiendo, pero al personaje del libro que nos cuenta esto le queda el alivio de que, para la codorniz, con media carga de perdigones por cartucho es suficiente.

La codorniz, la coturnix coturnix, ha venido a menos en los campos de Castilla. Su débil grito y una posterior repetición “agá, twíturí, twíturí, twíturí”, una y otra vez, se oye ya de Pascuas a Ramos en nuestros páramos.
En Miguel Delibes, uno se encuentra con decenas de alusiones sobre la codorniz. Veamos un ejemplo:


(27 agosto 1972)

La temporada de codorniz se abrió este año tarde y en un clima enrarecido debido a la profusión de cotos privados (…)

Hoy día la codorniz, en la jornada de apertura, despierta un hervor multitudinario que hasta el momento sólo lo provocaba el fútbol, por señalar un competidor caracterizado.”

Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, pp. 78-79. 



A la codorniz, a pesar de ser un ave común en toda España, propia de zonas abiertas, cerealistas, praderas y zonas despejadas entre bosques caducifolios o mediterráneos, no es fácil verla en libertad. Además, su comportamiento es tímido, con tendencia a mantenerse quieta cuando hay peligros y pretende pasar desapercibida. Cierto es que machos y hembras son muy parecidos en el plumaje y se les distingue por el “ancla”, la mancha negra que tienen los machos en el cuello. De todas formas, tiene mucha variación de tonos en el plumaje, entre individuos y entre poblaciones diferentes. En algunos casos se habla, incluso, de variedades distintas en una misma comarca.
 
A comienzos de abril –con una dependencia muy grande de las lluvias que hayan podido hacer crecer más o menos el cereal– las hembras buscan una zona de matorral o hierbas altas y depositan hasta 8 huevos en un nido tosco, apenas un hoyo de la tierra, forrado de hierbas secas y algunas plumas propias. Sólo incuba la hembra y, al cabo de 10 días, los huevos eclosionan y los pollos son capaces de moverse detrás de su madre una hora después de su nacimiento. 10 días más tarde corretean con toda libertad de movimientos y en otras 10 jornadas vuelan y son capaces de migrar hacia el sur con los adultos (a zonas cerealistas del sur de la Península o a los países del norte de África).
Desde antiguo ha sido una pieza cinegética muy importante. Su abundancia, hace cientos de años, llevaba a verdaderos abusos por parte de los humanos, que la capturaban sin medida: hay citas de cazadores que, a su paso por Gibraltar, llegaron a matar, a escopeta, hasta 1.000 aves en un solo año. A estos hay que sumar la captura de codornices con red y reclamo: varios miles más. A día de hoy se cree que en España podría haber entre 320.000 y 435.000 parejas y casi la mitad de este censo podría vivir en Castilla y León.


Acabemos estas líneas con un poema de Samaniego:

Presa en estrecho lazo / la codorniz sencilla, / daba quejas al aire, / ya tarde arrepentida./ «¡Ay de mí miserable / infeliz avecilla, / que antes cantaba libre, / y ya lloro cautiva! / Perdí mi nido amado, / perdí en él mis delicias, / al fin perdilo todo, / pues que perdí la vida. / ¿Por qué desgracia tanta? / ¿Por qué tanta desdicha? / ¡Por un grano de trigo! / ¡oh cara golosina!» / El apetito ciego / ¡a cuántos precipita, / que por lograr un nada, / un todo sacrifican!”



JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor. Especialista en Miguel Delibes

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