LA
CODORNIZ
"20
de agosto, miércoles. El perdigón sigue subiendo. Nos lo han
cobrado a 22. Menos mal que para la codorniz ponemos media carga.”
“
Este
texto que acabo de escribir es de un cazador: Miguel Delibes. Aparece
en las primeras páginas de su Diario
de un cazador.
Años 50. Eran tiempos en los que todavía los cazadores se hacían
sus propios cartuchos. Los precios iban subiendo, pero al personaje
del libro que nos cuenta esto le queda el alivio de que, para la
codorniz, con media carga de perdigones por cartucho es suficiente.
La
codorniz, la coturnix
coturnix,
ha venido a menos en los campos de Castilla. Su
débil grito y una posterior repetición “agá,
twíturí, twíturí, twíturí”,
una y otra vez, se oye ya de Pascuas a Ramos en nuestros páramos.
En
Miguel Delibes, uno se encuentra con decenas de alusiones sobre la
codorniz. Veamos un ejemplo:
(27
agosto 1972)
“La
temporada de codorniz se abrió este año tarde y en un clima
enrarecido debido a la profusión de cotos privados (…)
“Hoy
día la codorniz, en la jornada de apertura, despierta un hervor
multitudinario que hasta el momento sólo lo provocaba el fútbol,
por señalar un competidor caracterizado.”
Aventuras,
venturas y desventuras de un cazador a rabo, pp.
78-79.
A
la codorniz, a pesar de ser un ave común en toda España, propia de
zonas abiertas, cerealistas, praderas y zonas despejadas entre
bosques caducifolios o mediterráneos, no es fácil verla en
libertad. Además, su comportamiento es tímido, con tendencia a
mantenerse quieta cuando hay peligros y pretende pasar desapercibida.
Cierto es que machos y hembras son muy parecidos en el plumaje y se
les distingue por el “ancla”, la mancha negra que tienen los
machos en el cuello. De todas formas, tiene mucha variación de tonos
en el plumaje, entre individuos y entre poblaciones diferentes. En
algunos casos se habla, incluso, de variedades distintas en una misma
comarca.
A
comienzos de abril –con una dependencia muy grande de las lluvias
que hayan podido hacer crecer más o menos el cereal– las hembras
buscan una zona de matorral o hierbas altas y depositan hasta 8
huevos en un nido tosco, apenas un hoyo de la tierra, forrado de
hierbas secas y algunas plumas propias. Sólo incuba la hembra y, al
cabo de 10 días, los huevos eclosionan y los pollos son capaces de
moverse detrás de su madre una hora después de su nacimiento. 10
días más tarde corretean con toda libertad de movimientos y en
otras 10 jornadas vuelan y son capaces de migrar hacia el sur con los
adultos (a zonas cerealistas del sur de la Península o a los países
del norte de África).
Desde
antiguo ha sido una pieza cinegética muy importante. Su abundancia,
hace cientos de años, llevaba a verdaderos abusos por parte de los
humanos, que la capturaban sin medida: hay citas de cazadores que, a
su paso por Gibraltar, llegaron a matar, a escopeta, hasta 1.000 aves
en un solo año. A estos hay que sumar la captura de codornices con
red y reclamo: varios miles más. A día de hoy se cree que en España
podría haber entre 320.000 y 435.000 parejas y casi la mitad de este
censo podría vivir en Castilla y León.
Acabemos estas líneas con un poema
de Samaniego:
“Presa en
estrecho lazo / la codorniz sencilla, / daba quejas al aire, / ya
tarde arrepentida./ «¡Ay de mí miserable / infeliz avecilla, / que
antes cantaba libre, / y ya lloro cautiva! / Perdí mi nido amado, /
perdí en él mis delicias, / al fin perdilo todo, / pues que perdí
la vida. / ¿Por qué desgracia tanta? / ¿Por qué tanta desdicha? /
¡Por un grano de trigo! / ¡oh cara golosina!» / El apetito ciego /
¡a cuántos precipita, / que por lograr un nada, / un todo
sacrifican!”
JORGE
URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor.
Especialista en Miguel Delibes
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