Semana Santa en Griñón
Hacía siglos -quizás desde mis años de formación- que no pisaba Griñón por Semana Santa y que no hacía allí el retiro anual, que antiguamente los Hermanos celebrábamos en verano. Este año se me brindó una oportunidad que no quise desperdiciar.
Desde hace más de medio siglo
mis visitas a Griñón han sido casi siempre breves, de un día
escaso. Esta vez no fue así; pude vivir en Griñón una semana
entera, días y noches, y experimentar
de nuevo, junto a la novedad del Griñón actual, el Griñón de
antaño. El que sigue ahí, casi como una realidad intemporal... y el
que vive en mí
como una experiencia congelada por el tiempo pero que un fácil
deshielo va mostrando
la claridad viva de los recuerdos, la hondura de las experiencias,
el sabor de las
emociones pasadas... ¡No quiero renunciar a cierta nostalgia en esta
evocación del pasado griñonés!
La Casa de Griñón, ese
edificio de ladrillo rojo ya casi secular –el que cumplió un siglo
ya no existe- perdura, a pesar del paso del tiempo, y sigue como
testigo mudo de mil historias, de incontables batallas... El Griñón
que se presenta de inmediato a ojos del viajero mantiene un aspecto
invariable tal que le hace ser reconocido como algo suyo por varias
generaciones, a pesar del tiempo y de las transformaciones de su
espacio exterior. Sigue siendo el mismo, aunque haya sufrido también
cambios decisivos... No obstante, esta vieja casa conserva en su
interior algunos espacios que podrían ser llamados “lugares
menores”, no perceptibles a veces a primera vista, por con traste
con otros que se imponen por sí mismos.
Los llamo lugares
menores por la
escasa entidad de algunos de ellos en el conjunto, pero que, sin
embargo, fueron para nosotros –y perdóneseme que pluralice- marco
de nuestra vida, sencillas referencias que nos indicaban o que nos
llevaban a lugares
mayores... Recuerdo
los pasillos con su embaldosado geométrico de colores sobrios;
alguna puerta de los orígenes –vieja madera con elementales
picaportes-; las viejas escaleras –testigos grises y jaspeados del
paso del tiempo-; el final de estas escaleras, tanto a la subida como
a la bajada, objeto casi siempre de cierto secreto o, incluso,
misterio. Uno de esos lugares -el tramo de bajada a la bodega desde
los comedores- sigue ofreciendo su semioscuridad y su olor
indefinido-. Volví a experimentar las múltiples sensaciones de las
galerías de los comedores, especialmente sus olores mezclados y el
atractivo encanto de la vieja cocina. Todo esto está transformado
–todo menos la galería- , pero mi memoria se ejercitaba en
reconstruir, en recomponer, en resituar... Sobre todo la cocina de
mis primeros días griñoneses...
Otros lugares no menores
Pero también tuve tiempo de
evocar otros lugares no menores. Volví a rememorar figuras, rostros,
nombres que llenaron aulas y pasillos, oratorios y patios. Recordé a
los muchachos que
fuimos, formados en
filas en la estrecha galería de nuestro Noviciado Menor con un
silencio casi siempre “roto” por la inesperada voz del H.
Subdirector; y el paso del túnel que daba acceso al patio, ambos hoy
inexistentes: el patio, convertido hoy en un hermoso bloque de
viviendas, y el túnel, ya sin utilidad, bloqueado. Pero la
imaginación volvió a contemplar las frías mañanas del juego de la
bandera
o las tardes apacibles en las que nos sobraba tiempo para dar cuenta
de nuestra escasa merienda. El silencio real de las viviendas
actuales contrastaba con el griterío de decenas de voces infantiles
se antaño... Y luego, a la imaginada vuelta, la visión de la parte
trasera de la capilla, el enladrillado rojo y artístico del camarín
de la Inmaculada, de una casi majestuosa y serena presencia.
Y después... el interior de
la capilla. No es que, mirada desde el antiguo coro, convertido ahora
en un oratorio acristalado, fuera objeto de distracción; más bien
lo fue de evocación religiosa, de mirada con cierto aire de
nostalgia: volví a mirar y remirar no sólo a la Señora, que
sigue presidiendo desde su camarín, sino aquellas vidrieras que nos
ofrecían curiosas imágenes de santos, que llegaron a hacerse
familiares para nosotros, aunque no fuera más que de tanto
mirarlos. Santos antiguos y modernos, santos jóvenes y viejos,
santos que se erigieron en compañía habitual en nuestros momentos
de rezos, silencios y canciones. Volví a recordar los mismos bancos
de madera, las mismas baldosas en el suelo, los mismos juegos de
luces que creaba el sol a través de las vidrieras, las mismas
figuras del viacrucis con sus gestos congelados para siempre...
Las ausencias
Pero al recordar la Iglesia
de Griñón en Semana Santa no podía uno por menos de echar en
falta “otras cosas”; sentí la ausencia –ya sé que después
de más de medio siglo toda comparación es odiosa y carece de
sentido- de todo aquello que llenaba nuestra Semana Santa: la serena
música gregoriana o la polifonía clásica de las lamentaciones,
la plenitud que ofrecía la capilla en los días grandes, la
lentitud cargada de sentido de las ceremonias del oficio de
tinieblas, la oscuridad y el silencio adaptados a ciertos momentos
solemnes, pero también el estallido de la luz y del Alleluia
de Händel en la Vigilia Pascual... Todo eso estaba y seguirá
estando ausente. Pero revivió en mi alma, impregnada de luz, tocada
de nostalgia. Como ha dicho un poeta:
“No, la luz no se acaba,
si de verdad fue tuya.
Jamás se extingue. Está
ocurriendo siempre...
Contigo vivirá mientras tú
seas:
no en el recuerdo, sino en
tu presente,
en el día continuo del
sueño de tu vida”
(E.
Sánchez Rosillo)
Ah, y Griñón también es la
noche. Una noche larga, de un silencio continuo, apenas interrumpido
por el paso de algún tren que ya no para en Griñón, y sin las
campanadas de un reloj, inflexible, monótono. En las noches, ahora
cada uno en su habitación, yo evocaba los dormitorios corridos y la
luz roja nocturna, que desfiguraba objetos y personas. La noche, en
la que ya no se oyen los animales de la granja o el ladrar de los
perros. Y luego, el amanecer en estos últimos días de marzo, sin el
temprano aviso de la campana y vislumbrando ya el cielo rosado hacia
el Levante…
Vida en Griñón hoy
Pero dejemos el pasado y
echemos una mirada al Griñón vivo y actual. Una treintena de
Hermanos iniciábamos unos días de retiro, casi todo el día en
silencio, con el objetivo de recuperar esa capacidad de
interiorización y de redescubrimiento personal. Una treintena de
Hermanos que fuimos a Griñón, lugar del inicio de aquella
imperfecta oración nuestra, para para descubrir –o redescubrir- el
valor, la actualidad y el método de algo que ha sido descubierto y
valorado en muchos ámbitos de la vida moderna: la
meditación. Con
una metodología sencilla realizábamos tres veces al día una
“sentada” de media hora para meditar todos juntos y en silencio
total... desde que el gong indicaba el primer minuto (presencia de
Dios) hasta que volvía a sonar para el último (acción de gracias).
Un método sencillo y absorbente, que nacido lejos de los primeros
tiempos del Instituto, ofrecía no pocos puntos de contacto con el
Método de Oración
del Fundador, según nos indicaba el experto animador. Algunos
volvimos a evocar el Griñón de nuestro Noviciado, tiempo en el que
no fuimos iniciados en el Método
tradicional en el Instituto... Nuestro Maestro de Novicios juzgó
sabiamente que había otro método para orar, más acorde con la
sensibilidad de los jóvenes de 17 años.
Final
En la evocación del Griñón
de otro tiempo, pero presente en el fondo de nuestra memoria, he
omitido, que no olvidado, otras muchas cosas. Pero termino evocando
ahora a las personas. ¡Cuántas personas, con rostro y nombre,
“aparecían” en las esquinas, en los pasillos, en las escaleras,
en las galerías, en los comedores! ¡Cuántos nombres en las lápidas
del cementerio, que visité en la mañana del Viernes Santo! ¡Cuántos
educadores, -escultores de almas”- allí enterrados, que nos
ayudaron a ser los hombres de hoy y que “brillaban como estrellas”!
¡Cuántos compañeros que nos dejaron tempranamente y que podrían
estar ahora evocando con nosotros aquellos tiempos cargados de vida,
que lo fueron y que aún lo son. Y luego, los Hermanos Mayores,
compañeros de viaje que aún residen en Griñón: la evocación del
ayer no puede olvidar la presencia hoy de estos Hermanos, entrañables
iconos de la vida que fue y de la vida que se espera.
Semana Santa en Griñón:
evocación de lo que ya fue y que aún es; descubrimiento de lo que
todavía no es, pero esperamos que sea...
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