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71. De re lasalliana



 
Semana Santa en Griñón

Hacía siglos -quizás desde mis años de formación- que no pisaba Griñón por Semana Santa y que no hacía allí el retiro anual, que antiguamente los Hermanos celebrábamos en verano. Este año se me brindó una oportunidad que no quise desperdiciar.
Desde hace más de medio siglo mis visitas a Griñón han sido casi siempre breves, de un día escaso. Esta vez no fue así; pude vivir en Griñón una semana entera, días y noches, y experimentar de nuevo, junto a la novedad del Griñón actual, el Griñón de antaño. El que sigue ahí, casi como una realidad intemporal... y el que vive en mí como una experiencia congelada por el tiempo pero que un fácil deshielo va mostrando la claridad viva de los recuerdos, la hondura de las experiencias, el sabor de las emociones pasadas... ¡No quiero renunciar a cierta nostalgia en esta evocación del pasado griñonés!

Evocando ciertos lugares menores
La Casa de Griñón, ese edificio de ladrillo rojo ya casi secular –el que cumplió un siglo ya no existe- perdura, a pesar del paso del tiempo, y sigue como testigo mudo de mil historias, de incontables batallas... El Griñón que se presenta de inmediato a ojos del viajero mantiene un aspecto invariable tal que le hace ser reconocido como algo suyo por varias generaciones, a pesar del tiempo y de las transformaciones de su espacio exterior. Sigue siendo el mismo, aunque haya sufrido también cambios decisivos... No obstante, esta vieja casa conserva en su interior algunos espacios que podrían ser llamados “lugares menores”, no perceptibles a veces a primera vista, por con traste con otros que se imponen por sí mismos.
Los llamo lugares menores por la escasa entidad de algunos de ellos en el conjunto, pero que, sin embargo, fueron para nosotros –y perdóneseme que pluralice- marco de nuestra vida, sencillas referencias que nos indicaban o que nos llevaban a lugares mayores... Recuerdo los pasillos con su embaldosado geométrico de colores sobrios; alguna puerta de los orígenes –vieja madera con elementales picaportes-; las viejas escaleras –testigos grises y jaspeados del paso del tiempo-; el final de estas escaleras, tanto a la subida como a la bajada, objeto casi siempre de cierto secreto o, incluso, misterio. Uno de esos lugares -el tramo de bajada a la bodega desde los comedores- sigue ofreciendo su semioscuridad y su olor indefinido-. Volví a experimentar las múltiples sensaciones de las galerías de los comedores, especialmente sus olores mezclados y el atractivo encanto de la vieja cocina. Todo esto está transformado –todo menos la galería- , pero mi memoria se ejercitaba en reconstruir, en recomponer, en resituar... Sobre todo la cocina de mis primeros días griñoneses...

Otros lugares no menores
Pero también tuve tiempo de evocar otros lugares no menores. Volví a rememorar figuras, rostros, nombres que llenaron aulas y pasillos, oratorios y patios. Recordé a los muchachos que fuimos, formados en filas en la estrecha galería de nuestro Noviciado Menor con un silencio casi siempre “roto” por la inesperada voz del H. Subdirector; y el paso del túnel que daba acceso al patio, ambos hoy inexistentes: el patio, convertido hoy en un hermoso bloque de viviendas, y el túnel, ya sin utilidad, bloqueado. Pero la imaginación volvió a contemplar las frías mañanas del juego de la bandera o las tardes apacibles en las que nos sobraba tiempo para dar cuenta de nuestra escasa merienda. El silencio real de las viviendas actuales contrastaba con el griterío de decenas de voces infantiles se antaño... Y luego, a la imaginada vuelta, la visión de la parte trasera de la capilla, el enladrillado rojo y artístico del camarín de la Inmaculada, de una casi majestuosa y serena presencia.
Y después... el interior de la capilla. No es que, mirada desde el antiguo coro, convertido ahora en un oratorio acristalado, fuera objeto de distracción; más bien lo fue de evocación religiosa, de mirada con cierto aire de nostalgia: volví a mirar y remirar no sólo a la Señora, que sigue presidiendo desde su camarín, sino aquellas vidrieras que nos ofrecían curiosas imágenes de santos, que llegaron a hacerse familiares para nosotros, aunque no fuera más que de tanto mirarlos. Santos antiguos y modernos, santos jóvenes y viejos, santos que se erigieron en compañía habitual en nuestros momentos de rezos, silencios y canciones. Volví a recordar los mismos bancos de madera, las mismas baldosas en el suelo, los mismos juegos de luces que creaba el sol a través de las vidrieras, las mismas figuras del viacrucis con sus gestos congelados para siempre...

Las ausencias
Pero al recordar la Iglesia de Griñón en Semana Santa no podía uno por menos de echar en falta “otras cosas”; sentí la ausencia –ya sé que después de más de medio siglo toda comparación es odiosa y carece de sentido- de todo aquello que llenaba nuestra Semana Santa: la serena música gregoriana o la polifonía clásica de las lamentaciones, la plenitud que ofrecía la capilla en los días grandes, la lentitud cargada de sentido de las ceremonias del oficio de tinieblas, la oscuridad y el silencio adaptados a ciertos momentos solemnes, pero también el estallido de la luz y del Alleluia de Händel en la Vigilia Pascual... Todo eso estaba y seguirá estando ausente. Pero revivió en mi alma, impregnada de luz, tocada de nostalgia. Como ha dicho un poeta:
No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya.
Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre...
Contigo vivirá mientras tú seas:
no en el recuerdo, sino en tu presente,
en el día continuo del sueño de tu vida
(E. Sánchez Rosillo)

Ah, y Griñón también es la noche. Una noche larga, de un silencio continuo, apenas interrumpido por el paso de algún tren que ya no para en Griñón, y sin las campanadas de un reloj, inflexible, monótono. En las noches, ahora cada uno en su habitación, yo evocaba los dormitorios corridos y la luz roja nocturna, que desfiguraba objetos y personas. La noche, en la que ya no se oyen los animales de la granja o el ladrar de los perros. Y luego, el amanecer en estos últimos días de marzo, sin el temprano aviso de la campana y vislumbrando ya el cielo rosado hacia el Levante…

Vida en Griñón hoy
Pero dejemos el pasado y echemos una mirada al Griñón vivo y actual. Una treintena de Hermanos iniciábamos unos días de retiro, casi todo el día en silencio, con el objetivo de recuperar esa capacidad de interiorización y de redescubrimiento personal. Una treintena de Hermanos que fuimos a Griñón, lugar del inicio de aquella imperfecta oración nuestra, para para descubrir –o redescubrir- el valor, la actualidad y el método de algo que ha sido descubierto y valorado en muchos ámbitos de la vida moderna: la meditación. Con una metodología sencilla realizábamos tres veces al día una “sentada” de media hora para meditar todos juntos y en silencio total... desde que el gong indicaba el primer minuto (presencia de Dios) hasta que volvía a sonar para el último (acción de gracias). Un método sencillo y absorbente, que nacido lejos de los primeros tiempos del Instituto, ofrecía no pocos puntos de contacto con el Método de Oración del Fundador, según nos indicaba el experto animador. Algunos volvimos a evocar el Griñón de nuestro Noviciado, tiempo en el que no fuimos iniciados en el Método tradicional en el Instituto... Nuestro Maestro de Novicios juzgó sabiamente que había otro método para orar, más acorde con la sensibilidad de los jóvenes de 17 años.


Final
En la evocación del Griñón de otro tiempo, pero presente en el fondo de nuestra memoria, he omitido, que no olvidado, otras muchas cosas. Pero termino evocando ahora a las personas. ¡Cuántas personas, con rostro y nombre, “aparecían” en las esquinas, en los pasillos, en las escaleras, en las galerías, en los comedores! ¡Cuántos nombres en las lápidas del cementerio, que visité en la mañana del Viernes Santo! ¡Cuántos educadores, -escultores de almas”- allí enterrados, que nos ayudaron a ser los hombres de hoy y que “brillaban como estrellas”! ¡Cuántos compañeros que nos dejaron tempranamente y que podrían estar ahora evocando con nosotros aquellos tiempos cargados de vida, que lo fueron y que aún lo son. Y luego, los Hermanos Mayores, compañeros de viaje que aún residen en Griñón: la evocación del ayer no puede olvidar la presencia hoy de estos Hermanos, entrañables iconos de la vida que fue y de la vida que se espera.
Semana Santa en Griñón: evocación de lo que ya fue y que aún es; descubrimiento de lo que todavía no es, pero esperamos que sea...
Teódulo GARCÍA REGIDOR
Maestro, profesor del Centro Universitario La Salle








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