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72. Con mera calderilla


         CON MERA CALDERILLA…



8 BESAR EL PAN y BESAR LA BIBLIA


Besas el pan que se cayó al suelo y tus nietos te preguntan a coro que por qué lo besas.

- El pan, mis nietos, es de Dios. Lo da Dios. Se lo agradecemos a Dios cuando lo besamos. 

- Os diré más. Si besáis el pan que se cae al suelo, como lo hacían vuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos…, en ese mismo momento de besarlo porque es de Dios, los huesos de vuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, hasta perder la cuenta de siglos atrás, se estremecen de alegría en sus tumbas. Les damos una alegría también a ellos, que son nuestros antepasados. 

- Y esto ocurre porque el pan es de Dios y Dios sonríe cuando lo besamos pensando en que el dueño del pan es Él. 

- Besad vosotros el pan nuestro de cada día, aunque no se os caiga al suelo. Le haréis sonreír a Dios, cosa magna.

 

De cuando en cuando, en las noches un poco más largas que otras, les cuento a mis nietos las historias sagradas del Antiguo y del Nuevo Testamento que les contaba a mis hijos: la creación del mundo, el diluvio universal, la salida de Egipto, el profeta Daniel en el foso de los leones… las parábolas del santo Evangelio, la pesca milagrosa, la llegada de los RR. MM., la Resurrección… 
 Al final, nos ponemos en pie, tomo la Biblia y leemos un fragmento del relato que les acabo de contar. Terminada la breve lectura, cierro el libro y beso la Biblia. La besan mis nietos con veneración porque besan algo sagrado. Es ya una costumbre. Saben –se lo tengo dicho- que es palabra de Dios. Y el libro vuelve al puesto de honor que tiene en casa.

- En la iglesia se inciensa el libro de la Sagrada Escritura. Un humo blanco perfumado lo envuelve. En casa besamos el pan y la Biblia: nuestro beso es nuestro incienso oloroso.
CUR


            

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