CERCA Y LEJOS, NOS ESPERA EL MISTERIO QUE NOS AHONDA
Amurallados
tras nuestras propias bardas, si no nos asomamos por encima de ellas
a otros horizontes, es normal que nos abrume y paralice el
abatimiento. Razones nos sobran en palacio.
Ya
San Juan nos abrió una ventana al infinito mundo de Dios que ni en
milenios de Historia nadie había ni imaginado tan dilatado: “Dios
es más grande que nuestro corazón”
(1Jn 3,20).
Y en otro pasaje: Dios
consiste en caridad, es caridad
(1 Jn 4,8).
El
universo se pobló,
con estas declaraciones de quien sabía bien lo que decía, de
sentido sagrado.
De Dios viene todo y Dios ama apasionadamente cuanto creó. Nos
envuelve un enorme misterio.
Cuando
los hombres de ciencia se pusieron en el siglo XIV y XV a diseccionar
cadáveres y una oleada de clasicismo nos volvió a su casa de Europa
a los clásicos griegos y romanos, empezamos con el Humanismo a tocar
nuevas fronteras del hombre. La ciencia nos descubría los
fantásticos secretos del ser humano y dilataba el orbe añadiéndole
un Nuevo Mundo. Ni retrocedió la teología, ni se enfrió la fe por
ello: se mostraron nuevas maravillas del cuerpo humano y se le puso
alas al espíritu del hombre y a la historia. Se
agrandaba la ciencia y el misterio.
Un
día, ya no tan lejano, nuestros científicos podrán explicar las
millones de conexiones del cerebro humano y mejorar al hombre con sus
hallazgos. No se habrá desvanecido ningún misterio, se habrá
agrandado su maravilla y encanto. El
progreso le grita y busca a Dios,
se dilata y nos dilata.
En
este verano, en Madrid, por celebrarse los 150 años de relaciones
diplomáticas entre España y Japón, se han representado varias
obras de kabuki, teatro japonés. Un mundo que nos es lejano. En el
mundo nipón que nos presentaba hemos descubierto elementos que nos
pertenecen por cristianos y que hemos descuidado o no les hemos hecho
caso. Así, la nipona aceptación de la Naturaleza, de sus formas
amables y de las adversas, nos impulsaría al equilibrio por sus
bondades y a una “bella resignación” por sus bravuras.
Ven los nipones lo sagrado por doquier en la Naturaleza,
las cosas, las personas y los hechos. Descubierta la razón y el cómo
de una y otros, continúan para ellos siendo un inefable misterio. No
descuartizan su realidad, la respetan y hasta la veneran en sus
muestras menores.
No
es cuestión de hacer turismo y geografía, cosa que ayuda. Es
cuestión de asomarse por encima de las bardas del convento. El mundo
es muy grande y todo él, cristiano de raíz, si bueno y hermoso. En
buena parte por hacer nuestro, siéndolo de suyo. La ciencia nos abre
camino. El misterio con
ella se ahonda y agranda
y nos ahonda y agranda. Nos
da alas y nos eleva sobre la prosa de la vida a la contemplación de
su realidad misteriosa, la descubierta ya y la por descubrir todavía.
CARLOS
URDIALES RECIO
Maestro.
Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis
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