PASTRANA Y LA PRINCESA DE ÉBOLI (II)
El Concejo de Pastrana
y el Procurador Calvete (8)
–Juan de nombre–, que
promete,
con alma sincera y sana,
cuando llegue la mañana,
llevar oficios al rey.
Y, respetando la ley,
si conviniera a la corte...
Es Calvete de buen porte
y buen amigo del rey.
Felipe II |
Treinta, los ricos vecinos
de la Villa de Pastrana,
aquella misma mañana,
preocupados por sus sinos,
hacia Madrid los caminos
recorren buscando paz.
Quieren comprar la ciudad.
Y llegaron a la corte
sin que nadie reconforte
su negra necesidad.
El dieciséis va mediado.
Ana de la Cerda (9) adquiere
–no hay nada que más
doliere–,
Pastrana, después ducado,
que el emperador le ha dado.
Como condesa llegó,
de Mélito se llamó.
Era su marido hijo
(a quien su padre bendijo)
del Gran Cardenal (10) que amó
El Gran Cardenal Mendoza |
Pero fuera Doña Ana
quien adquiriera Pastrana
y, por la Historia, sabemos
y, con verdad, conocemos,
que fue condesa y nació
de La Cerda; y esposó
con Hurtado de Mendoza,
siendo ella bella moza,
que, aún joven, enviudó.
Y este era su estado
de Mélito, la Condesa,
Mencía de Lemos |
cuando Pastrana, ¡oh
sorpresa!
adquirió; este bien preciado
y otros pagos ha cobrado:
Escopete y Sayatón,
rentas y Jurisdicción,
en más de trece millones;
y cinco más como dones
por rentas: el colofón.
Un millón por la muralla,
según la moneda de uso:
maravedíes propuso
la Condesa que se calla;
y contra el pueblo estalla.
Y Ángelo Spínola (12) fue
quien pagó; y de ello dio fe
el receptor del dinero:
Pantaleón, el Tesorero (13),
que firmó el acta y se fue.
Era Spínola aquel día
administrador de Ana
y, en su nombre, de mañana
a su encuentro acudiría.
Triste la villa nacía...
El tesorero real,
un caballero leal,
de nombre Alonso Baeza (14),
a la Corte, con presteza,
llevó todo aquel caudal.
Ante Álvarez Jurado (15)
–en nombre de la Condesa
y el pueblo aún en sorpresa–,
actúa de licenciado
en un acto complicado,
–más que de condes, real–,
por el gusto medieval,
Antonio Álvarez –dije–.
Que el pueblo en memoria fije
el día que empezó el mal.
Era un once de enero.
Corría el año de gracia
–para el pueblo gran
desgracia–.
porque fue este mes, primero,
y, por hechos, traicionero
(mil quinientos cuarenta y
dos)
que, en la justicia de Dios,
tomó posesión Doña Ana
–viuda desde edad temprana–,
de ácido carácter sois.
Ana y Gascón de la Cerda
–el hijo de la Condensa–,
que en las insidias no cesa
y al mal Señor les recuerda,
a los vecinos encuerda
con palabras de ladrón
y afrentas las de un bribón...
Y concejiles –que llaman–,
y justicias de Pastrana
sufren esa maldición.
Palacio de ducal de Pastrana que mandó construir Doña Ana,
abuela de la Princesa de Éboli, causa de enfrentamiento con el pueblo
|
Es la villa un señorío.
Y Gascón está cansado;
de pleitos, atribulado...
En las orillas del río,
Gascón –su rostro sombrío–,
decide una solución (16).
Al Tajo mira burlón.
Aceptará la propuesta
y pronto tendrá respuesta
Ruy Gómez, gran corazón.
Y adquiriría Pastrana
Ruy Gómez Silva, el amable;
por acciones, admirable...
Y aquella alegre mañana,
sería dueña otra Ana,
junto a su esposo y señor,
magnánimo, no deudor...
Y en ese tiempo florece
Pastrana que siempre crece
como la más bella flor.
Era Ruy Gómez de Silva
de familia portuguesa
y en su empeño nunca cesa.
Cara agradable y gilva
goza del prestigio Silva
y es gran amigo del rey,
–que es felipista de ley–,
experto en alta política...
La situación tan crítica
–acción digna de un
virrey–,
Zorita |
con Silva, entonces, revierte.
Había adquirido Zorita.
El pueblo ¡viva! le grita.
A Pastrana la convierte
en ciudad –el pueblo
advierte–.
Que cuando Gascón murió
y Ruy Gómez la compró,
pasó a depender la villa
de nobles (¡qué maravilla!)
que, con sus dones, cambió.
Y los Silva y Mendoza
apoyaron a vecinos;
los malos aires dañinos
los detuvo aquella moza
que –como de Sèvres–,
loza
tan hermosa ella nació.
Y su ojo oscureció
con triángulos de tela.
Pero por amores cela
cuando a Pérez conoció.
Tuvo el matrimonio tantos
Títulos en noble vida
–su historia es bien
conocida–.
Y enjugaron tantos llantos
–y en aquellos tiempos,
plantos–,
que otra vida amaneció;
y la angustia se llevó
de tantos villanos buenos;
tiempos llegaron serenos
y el progreso floreció (17).
Antonio Pérez, amante de la Princesa de Éboli |
(8) Juan
Cristóbal Calvete de Estrella, acompañó y redactó el
viaje de Felipe II desde España a Alemania (1552), con descripciones
de Flandes, Brabante..., 4 libros. (9) Ana de la Cerda,
abuela de la Princesa de Éboli. (10) Gran Cardenal,
Don Pedro González de Mendoza. Fue eclesiástico, político,
militar, perteneciente a la alta Nobleza y quinto hijo del Marqués
de Santillana, el iniciador del Palacio del Infantado (Guadalajara) y
de Doña Catalina Suárez de Figueroa. Era tan influyente por su
alcurnia y formación universitaria, que, en tiempos de los Reyes
Católicos, se le llamó “El Tercer Papa”. Su influencia fue
mayor durante el reinado de Enrique IV de Castilla y con el papa
Sixto IV. Fue Consejero de Castilla, agente diplomático y
obispo-guerrero. Su política: capacidad para adaptarse, permanecer
junto al triunfador y el nepotismo. (11) Doña Mencía de
Lemos, dama portuguesa: Tuvo relación con el gran
Cardenal, cuando este era Obispo de Calahorra. Con la portuguesa tuvo
dos hijos, y otro con Inés de Tovar. Isabel la Católica los
llamaba “los tres bellos pecados del Cardenal”. Fueron
legitimados por el segundo Conde de Tendilla, su sobrino favorito.
Durante dos años estuvo periodos en el castillo de Manzanares con
Mencía. (12) Angelo Spínola: Carlos V
necesitaba dinero para las guerras que mantenía. La venta de villas
y de señoríos le proporcionaban las riquezas
necesarias. Normalmente, las adquirían los nobles y el rey, a
cambio, les daba títulos sobre las mismas: condes, duques, etc. En
este caso, Spínola representaba los intereses de la condesa. (13)
Pantaleón, fue el representante del rey y su
tesorero. (14) Alonso Baeza,
depositario del dinero que debía llevar a la Corte. (15) Álvarez
Jurado, representante legal de la Condesa, abuela de la
Princesa de Éboli. No se comportó bien con Pastrana. (16) Gascón
es el hijo de la Condesa. Ambos han tenido problemas con los vecinos
de la villa a los que han tratado con desprecio e insultos. No
respetaron la ley de la muralla. Al construir el palacio lo hicieron
pegado a la misma e incluso derribando una parte. La ley exigía
dejar un espacio de 400 m. Tras una serie de litigios, el rey les
concedió licencia para continuar. (17) En lo que se refiere a la
villa todo cambió. Ruy de Silva y la princesa de Éboli se
preocuparon por el desarrollo de Pastrana. En cuanto a la princesa,
conoció a Antonio Pérez, Secretario de Felipe II y protegido del
marido de la princesa (algunos decían que era su hijo). Habían
nacido los dos el mismo año. Sus posteriores amores no tuvieron buen
final.
ANTONIO MONTERO
SÁNCHEZ
Maestro, profesor de
Filosofía y Psicología
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