¡DIOS,
DIOS, DIOS! (III)
Sin
duda que los salmos dicen más de lo que parecen decir cuando afirman
que “todo cuanto existe
alaba al Señor”.
En
el sanctus de la misa cantamos que “llenos
están Cielo y Tierra de tu gloria”.
No
se trata de un mero deseo del salmista ni de
la aspiración del fiel que
canta el sanctus.
Es
la constatación de que cuanto existe marcha hacia su Creador, su
centro de gravedad. Un misterioso impulso divino mantiene todo en su
ser de criatura pensada por Dios y firme en su presencia, como las
montañas; impulso recitador
de salmos de agua y sal en el caso de las olas del mar, y anuncio de
la infinita esencia y existencia de Dios en la cascada de estrellas
que en silencioso estruendo marchan a velocidades de vértigo por
espacios que se miden por años, siglos y milenios de milenios de
años luz…
Miramos
al cielo, nos fijamos en la tierra: todo guarda sobre la superficie
de su piel el calor de las yemas de los dedos de Dios. Todo es una
participación de su gloria. Si no se ve así, no es porque no
desprenda ese calor. Está presente.
Es cuestión de descubrirlo. Es el misterio lo que le da su
estructura metálica, que hace de columna vertebral de su entidad. De
la ameba al dinosaurio, del niño por nacer al Aristóteles hecho y
derecho, del escolar que pregunta al maestro que le enseña a volar,
del masón al caballero cristiano.
CARLOS
URDIALES RECIO
Maestro.
Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios