A
MUCHA DISTANCIA YA DEL MAGISTERIO,
VUELVO
A NUESTRO POBRE SIGLO XVIII,
CON
RECUERDOS SUELTOS
Me
encantaría charlar –para seguir recordando-
con
algún colega o alumno o con muchos sobre
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Samaniego e Iriarte
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Subimos a La Guardia, al templete en hierro que le dedicó a su hijo
y vecino ilustre Félix María Samaniego. Estamos ante un monumento a la
Didáctica, tan cara al XVIII neoclásico francés. Fuimos y somos maestros. Estudiamos a Samaniego. En él se escucha a Esopo, a Fedro, a La Fontaine.. y más lejanos,
los relatos que primero se escribieron en sánscrito...
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La próxima semana, enterita, en clase, la dedicamos a las
“Fábulas morales” de
Samaniego: «La
lechera», «La zorra y las uvas», «El zagal y las ovejas», «La
gallina de los huevos de oro», «El panal de rica miel» …
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En su Carta
apologética al señor Masson afirma que las fábulas de su amigo
Iriarte bastarían para acreditar la alta cultura de España. Ya es
decir...
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Perdidas en un rincón de la Historia de la Literatura española
tanto la Academia
del Buen Gusto
(nótese bien: “buen gusto”) como la Fonda
de San Sebastián
fueron decisivas para elevar el tono de la poesía española en el
XVIII. Muchas otras veces pasó así, hicieron más los segundones
que las primeras figuras. Lo pensábamos antaño.
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Del académico Tomás de Iriarte, lo que queráis, galgos o podencos,
de sus “enteramente originales” ”Fábulas literarias”.
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Sus Fábulas
literarias,
un catecismo de ética literaria.
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Traducidas al portugués, al francés, al inglés, al alemán. Nunca
nos dijeron en filosofía que Schopenhauer las cita con elogio.
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