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80 Cuento de Telesforo de 1962




                 AFDA, n.º 2, junio de 1962




Nos remontamos al nacimiento de AFDA. A sus primeros borbollones de cuando se inició pujante como manantial del gran río de aquel Al Filo Del Amanecer, entonces curso 1962-1962.
El viento, que antaño no nos faltaba en Griñón, alta meseta, movía las aspas del molino de lo que llamábamos aprender a redactar.
Hacíamos blanca y buena harina triturando con fruición los trigos de Cela, Judíos, moros y cristianos; de Papini, su Historia de Cristo, y de Vicente Huidobro, Mío Cid Campeador.
Aprendíamos a redactar como Dios manda a sus mejores y a enseñar a redactar a nuestros futuros alumnos.
Esta página de Telesforo nos lo dice todo de golpe, si aun recordáis al caminante de Judíos, moros y cristianos.


EL PASTOR QUE SE ALOBÓ

Os voy a contar una historia que ocurrió en un pueblecito de Guadalajara. Vosotros sabéis que en Guadalajara hay corzos, hay zorros, hay jabalíes, hay tejones, hay ginetas, hay gatos monteses y, además, hay lobos, muchos lobos, incontables lobos.
Pues mirad. Había una vez un pastor que durante el día apacentaba sus ovejas y por las noches las encerraba en la taina. Luego volvía al pueblo con las últimas luces del sol y confiaba a tres soberbios mastines -en el cuello duras carlancas de material y hierros- el cuidado de sus tímidas reses.
Así se sucedieron muchos días y muchas noches, innumerables días e innumerables noches de otoño y de primavera. Deciros cuántas, me es imposible.
Ya estaba el invierno en los árboles sin hojas y en los dientes de las fieras sin carne. Los corzos y los zorros y los jabalíes y los lobos tenían el signo del hambre.
Nuestro pastor, como siempre, una tarde más, deja su ganado al recogimiento de la oscuridad, corta un haz de jaras y tomillo, se lo echa al hombro y emprende la bajada a la aldea. Pero, de improviso se le cae la noche en los ojos y en los pies. Avanza por la trocha solo, ciegamente, palpando con el cuerpo las distancias. Con sus toscos labios forma una imitación de flauta; silba para alargar la posesión de sí mismo; cambia de lado el zurrón… No, no pasa nada; no debe pasar nada.
El pastor anda, el pastor anda con las manos distraídas, con las pupilas aguzadas, con un aumento de sombra a su derecha, sencillamente. Ahora avanza a pasos de esperanza; el pastor llega a una barrancada y… “allí está el lobo”, un lobo “con los ojos como carbunclos”, recto, devorador, incandescente, con los pelos y los dientes en pie, incisivos.
Toni, el pastor, sigue, hace lo posible por resistir, por no juntar su mirada con la de la fiera, por armarse de valentía.
El camino es cada vez más largo, más oscuro; un vaho venenoso, casi imperceptible, hay en el ambiente.
El lobo va, vuelve, revuelve; se planta a brincos de susto ante el pastor. Toni mira hacia adelante, decididamente. Sabe, como el caminante de Cela, que “su papel es no dar la espalda”. Si esto ocurriera, el lobo se abalanzaría sobre su cuello para clavar en él sus dientes rápidos.
El pastor está sin fuego –el fuego ahuyentaría al lobo- y las fuerzas se derrumban como una fortaleza antigua. La aldea ya está cerca. Porfía, anda a pasos rápidos; casi corre. Se le enciende la cabeza de sangre y de terrores. Un poco, otro poco, la primera casa...
De pronto, dos perros, que han olfateado al lobo, ladrando atropelladamente persiguen a la fiera.
Toni, libre, amarillo, tienta la puerta de su choza; empuja fuerte, espantado, con fiebre; un cerrojo se corre y… entra. No cena; no puede cenar.
Toni está mudo. En la cabaña sueña; ¿qué sueña...?
A la mañana siguiente su pelo está blanco, muy blanco, blanco como de plata fina...

Esta es la historia del pastor que se alobó. Poco a poco nuestro hombre recobró el habla y el tiempo borró sus miedos. Ahora es un vecino más; es el vecino del pelo blanco. Ya no es pastor; está sentado en un banco de piedra bajo la frondosa morera que sombrea la pequeña plaza del pueblo. Se apoya en su viejo garrote mientras habla con sus amigos; sus viejos amigos de siempre.

Telesforo Moreno
alumno, entonces,
de la Escuela de Magisterio de La Salle,
Griñón, Madrid



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