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81 Leyenda de Venezuela


                   
LEYENDA DEL HOMBRE CAIMÁN




Esto ocurrió en Barranquilla. Río Magdalena

NARRADOR: –A la noche siguiente, 2 de junio y a las doce en punto, El hombre caimán, con El cazador (vestido de tal guisa) de acompañante, y tres niñas, escenificarían la leyenda del primero, ante la presencia de los noventa congresistas.

El escenario se iluminó; y como si fuera un truco de magia, podía contemplarse una vista espectacular del río Magdalena, en el fondo; y, en un lateral, un bar. Sentados en una mesa, estaban El hombre caimán y El cazador compartiendo un plato de arroz y queso y una botella de aguardiente. El cazador tenía el aspecto de un viejito de Magangué que narraba muy bien las leyendas y que narraría allí El hombre caimán, suplantando al protagonista. En realidad, existió un señor llamado Saúl Montenegro que se entretenía viendo a las bañistas. Un científico –dicen– descubrió unas pócimas (roja y blanca) que tenían las propiedades de convertirlo en caimán, la primera; en humano, la segunda. Pero un día, un señor diferente, al echarle la pócima, vio al caimán que creía era el verdadero y derramó la pócima blanca y solo le cayó unas gotas en la cabeza. El verdadero científico había muerto. Y el hombre se quedó con la cabeza de hombre y el cuerpo de caimán. Esto ocurrió en Barranquilla.

Se hizo el silencio y comenzó la leyenda.


(Salen al escenario tres niñas).

NIÑAS (cantan): “Este es el caimán
que dice toda la gente.
Este es un caimán,
un caimán inteligente”.

(Se ocultan en un lateral. El viejito de Magangué actúa como hombre caimán).

HOMRE CAIMÁN: Sí, queridísimo amigo,

esta historia que relato,
ahí donde está dispuesto
el ron y queso en el plato,
miraba yo a la otra orilla
porque alguien, al otro lado,
su presencia me alertaba;
y escuche que va despacio.
Yo, apurado el arroz,
deslizándome debajo
de la corriente del río,
desaparezco verraco.


CAZADOR: –Y ¿por qué hacía eso?
H. CAIMÁN: –Termine, señor, el ron
y escuche. Yo se lo cuento.
Es una historia de amor.
Si va a tomar otro trago,
hágalo ya, buen amigo,
que comienza mi relato.
(Beben)

                  –Es una historia de amor
Pinillos


y salí mejor librado
aquel día, sí señor,
y ya hasta el final no paro.
Era un hombre muy alegre
y también despreocupado.
Viajaba constantemente,
siempre muy atareado,
de Pinillos –Santa Bárbara–,
a Magangué, que es llamado
Capital de los Dos Ríos”.
Y cuanto había comprado
vendía: fuera alimentos
o fruta; y pregonando
a grandes voces decía:
Vengan acá ciudadanos
que, aunque parezcan leyendas
absurdas que, de mis labios
pregono, son la verdad.

Que todos los días viajo;
quien me compre, no lo dude…,
señora, hágame caso,
que se lleva maravillas
Magangüé
con las frutas; y, si acaso,
estas naranjas le ofrezco,
llévelas en su capazo:
tendrá usted amor eterno.
¿Le va, Señora, este cargo
que son sus esencias mil
y a los dioses las encargo?

NIÑA 1: –Pero, hete aquí que unos ojos
más que la alborada bellos
mulata era la joven–,
y son de luz dos luceros,
le atraen con tanta fuerza
que quiere perderse en ellos.
Y la joven extasiada...
También sus ojos dijeron
que suspiraban por él,
por su boca y por sus besos.

NIÑA 2: –Se llamaba Roque Lina,
hija de un hombre severo,
comerciante inabordable.
Y jugaban, en secreto,
el papel de vigilantes
que siempre guardia le dieron–,
sus hermanos que defienden,
de aquel incipiente vuelo
Barranquilla
sin conseguirlo–, a su hermana,
aunque a su padre advirtieron:
HIJO: –Padre, Roque Lina tiene
el corazón prisionero.
         H. CAIMÁN: –Así pues, amigo mío,
yo el feliz pregonero,
más que gritos, alaridos,
daba por vender mi género.
NIÑA 3: –Quiso a su querida Roque 
                Lina ofrecer sus requiebros.
Sin quererlo, se encontró
con el aguerrido suegro.

(Sale el suegro)

SUEGRO: –¡Aquí el que vende soy yo!
¿Se entera usted, majadero?
¡Que mi hija no es arroz!
¡Ya está levantando el vuelo!
NIÑA 1: –Casi a su hija arrastró
del brazo, que no del pelo.
Pero aquel pobre señor
que era, en la calle, tendero
Barranquilla
de alimentos y de frutas
con lenguaje culebrero,
iba, a diario, a la tienda
por el mismo ron y queso,
y el mismo arroz con coco
y a mirar al río atento.
¿Cómo le parece, pues?
CAZADOR: – Y ¿por qué hacía eso?
NIÑA 1: –Los hombres, en una orilla,
todos se bañan; por eso,
en la otra, las mujeres
que hay remolino en el centro.
Por irse la gente al agua,
no cobra un peso, ¿cierto?
Y aquel vendedor de frutas
se había puesto de acuerdo
con la joven Roque Lina.


H. CAIMÁN: (Dirigiéndose al cazador)

– Que no era un hombre muy cuerdo,
podría pensar usted–,
hay remolino en el centro.
Pero esto es, querido amigo,
de esta historia, mi secreto.



Pues terminado el arroz,
a las aguas me lanzaba.
Se iba el cuerpo corrugando,
también mis brazos menguaban
y patitas me crecían
y una cola me aumentaba
al unirse mis dos piernas.
Y el arroz se transformaba
en dos hileras de dientes
filudísimos; nadaba,
y era así El hombre caimán
que el río yo atravesaba
y, ágilmente, el remolino
vencía, nada que nada.
Y, tras fuertes chapoteos,
hasta Lina me acercaba.
Yo el pequeño hombre caimán
descubrir así esperaba
profundidades secretas
en los brazos de su amada.

NIÑA 3: –Alertó a los pescadores
por esa costumbre rara.
Bebía y comía arroz
y, al agua, nada que nada.
Los hermanos de la Lina
vieron aquella mañana
al hombre caimán, rompiendo,
su cola desenfrenada,
aquel feroz remolino
y dieron la voz de alarma.
Río Magdalena



NIÑA 1: –¡Pobre aquel hombre caimán!
Todos quieren darle caza.
Sus esfuerzos son inútiles
aunque todos lo intentaran
un día y tantos más...
pues su agilidad probada
vencía a los pescadores,
y a Roque Linda llegaba.

H. CAIMÁN: –Tómese un roncito, amigo,
que la leyenda termina.
Prepárese a lo que viene
que es canela de la fina,
del hombre caimán, la historia
con la joven Roque Lina.
(Beben)
El padre, hombre ostentoso,
y sediento de venganza,
lleno de orgullo, se fue
aquella clara mañana.
Con exactitud el sitio
con hijos y camaradas–,
fijó en el río bravío,
donde él creía nadaba.
Pero el cerco no sirvió.
Los pescadores buscaban,
sin dejar rincón del río,
pero no encontraban nada.

Mientras esto sucedía,
yo el hombre caimán que llaman,
donde usted sentado está,
sin hacer caso de nada,
mi ron, mi queso, mi arroz,
comía de buena gana.
¿Hacia dónde iba, si todos,
con tanta saña, buscaban?
Yo lo supe, sí señor,
que así yo los despistaba
y esa vez fue para siempre.

CAZADOR: –El muy vivo se echó al agua,
mientras en búsqueda estaba,
nadó frenéticamente
hacia el barco, en que su amada
dormía tranquilamente.
Todo el arroz que encontraba
devoró el hombre caimán.
A hombros se llevó a Lina,
sin que ella se despertara,
y con ella se alejó
en silencio, sin que nada
se supiese más de ellos
ni en el río, ni en las casas.
Mas los hombres, por si acaso,
a sus mujeres amadas
encierran pronto, sin más;
apuran arroz que haya,
como sobras en las ollas,
porque, para su desgracia,
temen al hombre caimán.
Y no quieren que, en el alba,
les rapte a sus mujeres,
como, en aquella mañana,
se llevó a Roque Lina
que iba durmiendo en su espalda.
Y los hombres de Los Llanos
este merengue le cantan:

NIÑAS: – “Esta mañana temprano
cuando bien me fui a bañar,
vi un caimán muy singular
con cara de ser humano”. 



NARRADOR: Pero hay otra versión de El hombre caimán. El abuelo de Ibagué la narrará, dialogando con el nieto. Hay algunas diferencias con la primera, como podrán comprobar.

(Salen al escenario un abuelo y nieto)

ABUELO: –Hay otra versión de El hombre caimán. Habla de un pescador amante de contemplar a las mujeres que se bañaban en el río Magdalena. Y, para no ser visto, el pescador se escondía detrás de los arbustos.
NIETO: –Y, ¿por qué tenía miedo?
ABUELO: –Por si los maridos y novios lo descubrían, y le zurraban. Así que pensó una estrategia. No fue un científico quien descubrió las pócimas para que Saúl –así se llamaba el pescador–, se convirtiera en caimán-. Se fue a la montaña.
NIETO: –Seguramente, iba buscando un brujo, ¿cierto, abuelo?
ABUELO: –En efecto. Se entrevistó con un brujo que fue quien le dio las dos pócimas.


NIETO: –La roja y la blanca.
ABUELO: –Sí. Quería convertirse en caimán, pero no para siempre. Por eso, la roja la convertía en caimán y la blanca, le volvía a hacer hombre. Y, dicen, que se fue a la Alta Guajira, que no sé si sabrás que pertenece…
NIETO: –Lo sé: a Colombia y a Venezuela.
ABUELO: –Así es. Y si se la observa desde muy alto (por ejemplo, desde un avión), una parte de ella, tiene la forma del tronco humano y la cabeza de un hombre. Y allí se fue Saúl Montenegro para, convertido en caimán, poder disfrutar, sin ser visto, de las bellas bañistas.
NIETO: –No fue, pues, un científico quien descubrió la pócima, sino un brujo aborigen.
ABUELO: –Efectivamente. Los científicos no se ocupan en esas cosas, sino en cosas más serias. Aunque, hace mucho tiempo, eran los brujos los más sabios.
NIETO: –Y, abuelo, ¿también las pócimas del brujo convertían en caimán a Saúl y, le devolvía la forma humana?
ABUELO: –Sí. Tenían la misma virtud. Y después ocurrió lo mismo que contó el viejo de Iguagué, y que no es preciso recordar otra vez. Siempre a Saúl, le acompañaba un amigo. Y el día que fue otro, derramó la pócima. Y se quedó para siempre con cuerpo de caimán y cabeza de hombre.
NIETO: –Y, ¿no ocurrió nada nuevo?
ABUELO: –Sí. Hay algo que no cuenta la otra leyenda. Que las mujeres tuvieron terror al caimán, y que no volvieron a bañarse.
NIETO: –¿Nadie ayudó al hombre caimán, abuelo?
ABUELO: –Sí. La única que se atrevió a sumergirse en el Magdalena fue su pobre madre.
NIETO: –¿Supo lo que le pasaba su madre, abuelo?
ABUELO: –Sí. Iba todas las noches.
NIETO: –¿Le llevaba comida?
ABUELO: –Ella sabía cuál era su comida preferida.
NIETO: –Si tenía el cuerpo de caimán, ¿no comería alimentos humanos?
ABUELO: –Pues, aunque parezca mentira según dicen, le gustaba “la yuca, queso, y pan mojado en ron”. La madre recorrió la Alta Guajira, buscando al brujo de las pócimas. Había muerto. Y ella se murió de pena.
NIETO: –¿Se quedó solo el hombre caimán?
ABUELO: –Se quedó solo, sin nadie que lo cuidara. Y, por eso, quizás abrumado por la soledad, se dejó arrastrar por la corriente del río Magdalena.
NIETO: –Entonces, ¿se ahogó en el mar?
ABUELO: –Es muy probable. Sabes que desemboca muy cerca de Barranquilla.
NIETO: –Sí, abuelo. En Bocas de Ceniza.
ABUELO: –Pero quizás desconozcas su historia. El nombre de Cenizas proviene del color de las aguas del mar cuando reciben al río: color ceniciento. Y, además, las descubrió el español Rodrigo de Bastidas, un buen hombre, en 1501. Y. así mismo, descubrió el río Magdalena.
Gracias, abuelo.
Y, hoy día, los pescadores se afanan por encontrar al hombre caimán sin que ninguno lo haya conseguido.

                      

Todos los presentes aplaudieron la leyenda con inusitado fervor y entusiasmo. Y comentaban entre ellos: 

–“No es posible que una leyenda tan hermosa pueda olvidarse. Cualquier niño se admiraría, como lo hacen con los cuentos, porque ellos los viven y, en ellos, aprenden”.


ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Psicología

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