EL
ABEJARUCO
Encontré
al abejaruco en Viejas
historias de Castilla la Vieja.
Me habló. Me habló porque los pájaros que anidan en las obras de
Delibes, hablan. Y los pollinos y los perros de caza. Te hablan de
frente, sin rodeos, llamando pan al pan y vino al vino.
Los
abejarucos de Viejas
historias de Castilla la Vieja
aparecieron en primavera, en una de esas primaveras que apenas si
recordará ya mi padre, que roza los 91. Al pueblo acababa de llegar
el tendido de la luz y, con él, dice Delibes, llegaron los
abejarucos.
Un
científico los llamaría Merops
apaister, un pueblerino
de esta comarca bejaruco y
si el pueblerino viviese en las montañas cántabras milleruco.
Los que se quedarían sin
nombrarlo serían los adolescentes de Madrid o de Barcelona, que
tienen mucha habilidad con los móviles, pero que no suelen conocer
aves que se salgan de las archiconocidas paloma,
gorrión, águila, pato y gallina…
Se han perdido sus plumas de colores pero manejan Instagram a la
velocidad del diablo. No reconocerían su musical truiii,
truiii, aunque
sean capaces de cruzar la
calle sin levantar los ojos de su móvil, vengan coches o no. Están
a tiempo de conocer al abejaruco, una de esas maravillas que Dios nos
ha regalado.
Esta ave colorida, vivaz, con
un carácter migrador tan marcado que es parte del calendario anual,
la cita Delibes en Viejas historias de Castilla la Vieja, en
Diario de un cazador y en Las ratas.
En
la primera obra el autor se sitúa sobre un almorrón para ver a los
abejarucos. En su Diario, disfruta de un paseo contemplando el
revuelo de las aves sentado en un teso:
Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río (...)
Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río (...)
En
cualquiera de las dos situaciones, el maestro opta por nombrar los
pequeños accidentes del terreno con los términos que aún viven en
la parla de los hombres del campo, quienes no se resignan a un par de
palabras para señalar cada silueta, cada forma del horizonte.
Es
pájaro viajero el abejaruco, que tiene su propio paso del Estrecho,
pero después de que todos los magrebíes vuelvan a… Francia,
Bélgica, Alemania, España… después de haber pasado julio o
agosto con la familia entre té moruno, zocos y langostinos baratos
como los de Nador. El abejaruco, después de todo eso, se acercará a
África a pasar el invierno y regresará a España (eso que llaman
los hombres y mujeres del tiempo “el país”) al llegar la
primavera.
Con
sus 30 centímetros de longitud se dedica a capturar abejas en pleno
vuelo, que ya hay que tener habilidad. Y cuando escribo abejas bien
podría nombrar también a las libélulas, mariposas, escarabajos,
langostas y saltamontes... A los animales de aguijón venenoso los
atrapa con el pico y se posa en una rama para golpearlos hasta que
desprende el aguijón del cuerpo del insecto. Después de comerse la
abeja, desde el estómago devuelve hacia la boca los restos
indigestos en una bola, una egagrópila oscura. Al pie de las ramas
donde se posan durante la caza pueden encontrarse egagrópilas de sus
comidas.
Acabo
este artículo intentando poner paz entre abejarucos y apicultores:
los abejarucos comen abejas, es verdad, pero suelen ser las más
débiles y enfermas. Casi son una ayuda para los apicultores, que así
ven mejoradas sus colmenas.
No
hay de qué preocuparse, de momento, con el abejaruco. Solo en
Castilla y León existen unas 12.000 parejas. Casi les podríamos
aplicar, según es su colorido y su misión en el campo, el viejo
lema de la RAE: limpia, fija y da esplendor.
JORGE
URDIALES YUSTE
Doctor
en periodismo. Profesor
Especialista
en Miguel Delibes
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