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82 Aves en Delibes. Abejaruco




                   



          EL ABEJARUCO



Encontré al abejaruco en Viejas historias de Castilla la Vieja. Me habló. Me habló porque los pájaros que anidan en las obras de Delibes, hablan. Y los pollinos y los perros de caza. Te hablan de frente, sin rodeos, llamando pan al pan y vino al vino.

Los abejarucos de Viejas historias de Castilla la Vieja aparecieron en primavera, en una de esas primaveras que apenas si recordará ya mi padre, que roza los 91. Al pueblo acababa de llegar el tendido de la luz y, con él, dice Delibes, llegaron los abejarucos.

Un científico los llamaría Merops apaister, un pueblerino de esta comarca bejaruco y si el pueblerino viviese en las montañas cántabras milleruco. Los que se quedarían sin nombrarlo serían los adolescentes de Madrid o de Barcelona, que tienen mucha habilidad con los móviles, pero que no suelen conocer aves que se salgan de las archiconocidas paloma, gorrión, águila, pato y gallina… Se han perdido sus plumas de colores pero manejan Instagram a la velocidad del diablo. No reconocerían su musical truiii, truiii, aunque sean capaces de cruzar la calle sin levantar los ojos de su móvil, vengan coches o no. Están a tiempo de conocer al abejaruco, una de esas maravillas que Dios nos ha regalado.

Esta ave colorida, vivaz, con un carácter migrador tan marcado que es parte del calendario anual, la cita Delibes en Viejas historias de Castilla la Vieja, en Diario de un cazador y en Las ratas.

En la primera obra el autor se sitúa sobre un almorrón para ver a los abejarucos. En su Diario, disfruta de un paseo contemplando el revuelo de las aves sentado en un teso: 

          Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río (...)

En cualquiera de las dos situaciones, el maestro opta por nombrar los pequeños accidentes del terreno con los términos que aún viven en la parla de los hombres del campo, quienes no se resignan a un par de palabras para señalar cada silueta, cada forma del horizonte.
Es pájaro viajero el abejaruco, que tiene su propio paso del Estrecho, pero después de que todos los magrebíes vuelvan a… Francia, Bélgica, Alemania, España… después de haber pasado julio o agosto con la familia entre té moruno, zocos y langostinos baratos como los de Nador. El abejaruco, después de todo eso, se acercará a África a pasar el invierno y regresará a España (eso que llaman los hombres y mujeres del tiempo “el país”) al llegar la primavera.

Con sus 30 centímetros de longitud se dedica a capturar abejas en pleno vuelo, que ya hay que tener habilidad. Y cuando escribo abejas bien podría nombrar también a las libélulas, mariposas, escarabajos, langostas y saltamontes... A los animales de aguijón venenoso los atrapa con el pico y se posa en una rama para golpearlos hasta que desprende el aguijón del cuerpo del insecto. Después de comerse la abeja, desde el estómago devuelve hacia la boca los restos indigestos en una bola, una egagrópila oscura. Al pie de las ramas donde se posan durante la caza pueden encontrarse egagrópilas de sus comidas.

Acabo este artículo intentando poner paz entre abejarucos y apicultores: los abejarucos comen abejas, es verdad, pero suelen ser las más débiles y enfermas. Casi son una ayuda para los apicultores, que así ven mejoradas sus colmenas.

No hay de qué preocuparse, de momento, con el abejaruco. Solo en Castilla y León existen unas 12.000 parejas. Casi les podríamos aplicar, según es su colorido y su misión en el campo, el viejo lema de la RAE: limpia, fija y da esplendor.

JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes


                                                                                                                                  

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