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84 Didajé 3

                                                       
             - Didajé ton dódeka ápostólon -  



                              
                

Doctrina del señor  a las naciones

Por medio de los doce apóstoles





3 ª CLASE


                                                        Capítulos I,II,III 



                   DOCTRINA DE LOS DOS CAMINOS

(Continuación)


I 3-4
El nuevo estilo, el de las bienaventuranzas
1,3 He aquí la doctrina de estas palabras:
Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos, ayunad por los que os persiguen.
Si amáis a los que os aman, ¿qué gratitud mereceréis?
Lo mismo hacen los paganos.
Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos.

La doctrina de Jesús, la doctrina de estas palabras, tiene un estilo, el evangélico. El catequista conoce bien las palabras del Maestro. Se sirve de ellas para expresar el talante del nuevo Reino de Dios sobre la Tierra.
Apunta a lo más difícil, a lo más alto: al perdón sin límites, enormemente generoso. Recoge, de las enseñanzas evangélicas, lo más exigente.

Quizá el árbol de la pedagogía moderna es tan mermado en frutos por exceso de cautela, por adecuarse a una medida de escaseces y limitaciones que previamente se ha fabricado sobre el sujeto de la educación. Se ha creado del niño una idea rara, recortada y manejable. 
No cree a Émerson cuando dice que “el niño concuerda con las estrellas”, ni a Aristóteles cuando afirma que “la juventud está llena de deseos y es capaz de realizar cuanto llegue a desear”, ni a los grandes educadores de la primera mitad del siglo XX que creían que la juventud sólo tiene suficiente ambición cuando tiene demasiada.


I 5-6
Todo de todos. La limosna
1,5 Debes dar a cualquiera que te pida, y no reclamar nada,
puesto que el Padre quiere
que los bienes recibidos de su propia gracia,
sean distribuidos entre todos.


Todo de todos. Nada ha de considerar el cristiano como propio. Vuelve sobre ello más adelante: “de nada dirás que es tuyo propio” (4,8). Todo es de todos.
La limosna. De ahí el precepto universal de la limosna: precepto bíblico, (Tb 4,10; 1Pe 4,8) oriental, islámico... Limosna de los dones propios para bien de los demás.
Aquí, el autor de la Didajé nos transmite un precepto de Jesús, que no recogen los Evangelios: Que tu limosna sude en tus manos, hasta que sepas a quién das” (1,6). Nos recuerda el proverbio hebreo que mentó Jesús en una ocasión: “No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos...” (Mt 7,6) y, también, la discreción de los primeros cristianos que ocultaban los misterios a los paganos. Esta parte secreta de la doctrina se llamó siglos más tarde la doctrina del arcano (por esta razón, los catecúmenos no asistían a la parte de la misa que empieza en el ofertorio; la eucaristía y el bautismo eran para ellos un secreto misterio, al que –¡sabia pedagogía graduada!- se les introduciría progresivamente).
II 1-7
Mandamientos ante el panorama del paganismo circundante
El año 41 escribe Horacio su épodo 16, en el que pide a sus conciudadanos que rompan por completo con el presente, que abandonen Roma, que funden una nueva ciudad de paz, de orden y de costumbres puras en remotas islas espirituales (Cfr. El mundo de San PabloJosef Holzner, Patmos, Rialp, Madrid, 105, p. 217). En la enumeración de los mandamientos bíblicos el catequista desciende a lo que sería prácticamente más urgente en el mundo pagano en que vivían los seguidores de la doctrina de los Apóstoles.
2,2 No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir.
2,3 No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás, ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso;
2,4 no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte.
2,5 Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas.
2,6 No seas raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia.

Más que a sí mismo. Era difícil, en un mundo hostil a los cristianos como el mundo romano, no aborrecer a nadie. El catequista va más allá y pide al discípulo una solicitud a medida del receptor, incluso, mayor por los demás que la que tiene por sí mismo. El maestro les estaba diciendo a sus discípulos la medida de la propia solicitud que gastaba con ellos.
2,7 No aborrezcas a nadie; reprende a unos,
ora por los otros,
y a los demás guíales con más solicitud
que a tu propia alma.
III 1-6

3,1 Hijo mío, huye de todo mal
y de cuanto se asemeje al mal.
No seas iracundo...

La raíz de los vicios
El catequista quiere a su discípulo y la voz se le vuelve entrañable, de padre, le encarece: “Hijo mío, huye de todo mal...” Va a la raíz del mal, a lo que luego llamaremos pecados capitales, cabeza de los demás: la ira, la envidia, la codicia, la lujuria, la soberbia...
3,2 No seas iracundo...Ni envidioso... no seas codicioso... ni deshonesto... no consultes a los agoreros... no seas mentiroso... ni seas avaro, ni ames la vanagloria... no murmures... ni seas arrogante ni malévolo...
III 7-9
3,7 Sé en cambio manso, pues los mansos  
poseerán la tierra.
Sé paciente y compasivo…


El sermón de la montaña
Tertuliano sintetizará las bienaventuranzas en la humildad. El autor de la Didajé pone sus ojos en la mansedumbre, “los mansos heredarán la tierra” y enseguida glosa y matiza: la paciencia, la compasión, la sinceridad cristiana a la que le basta decir sí o decir no (àkakos, inocencia, sin maldad), la tranquilidad, la bondad -agazós-, el temor de la doctrina, en definitiva, la humildad (9).
Y un consejo práctico, de educador experimentado, concreto, realista: no vayas con los altivos, frecuenta a los humildes.
3,9 No se juntará tu alma con los altivos,
sino que conversarás con los justos y los humildes.

III 10
3,10 ... sin la disposición de Dios nada sucede.

Ley de oro: el espíritu de fe
Lo que te ocurra viene de Dios. Es un bien, aunque no lo parezca. Míralo con los ojos de la fe. La razón es clara: No hay nada en que la voluntad de Dios no se cumpla.
El catequista se detendría aquí, seguramente, y recordaría el libro de Job: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Como agradó al Señor, así ha ocurrido”.

Para el cristiano, el espíritu de fe le lleva a
  • A mirar todo con los ojos de la fe, es decir, a ver las cosas como las ve la Sagrada Escritura y la Tradición de los Apóstoles.
  • A hacerlo todo con la mira puesta en Dios, y
  • A atribuirlo todo a disposición de Dios, como apunta aquí la Didajé.

CARLOS URDIALES RECIO
 Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis 
Emérito UCJC 

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