(...) el Azarías colgaba la percha de la gruesa viga del zaguán y, tan pronto anochecía, acuclillado en los guijos del patio, a la blanca luz del aladino, desplumaba un ratonero (...)
Los
santos inocentes, p. 14.
No se cansa Delibes de nombrarnos aves en sus novelas. El ratonero, que por poco conocido no es menos visto en los campos de España (ahora llamado “país”). Su nombre científico es Buteo buteo y, aparte de ratonero, también recibe otros nombres como águila ratonera, águila ratera, ratonero común, mileón, buzo común. Le podemos oír en el campo con un sonido similar a este: “miiiiiiaaa, miiiiaaa”.
En
cuanto al texto que comenzaba el artículo, no se excede Delibes en
detalles. Nos relata con sobriedad la estancia en la que el Azarías
despluma al ratonero. La sobriedad en Miguel Delibes es uno de los
ejemplos en los que el maestro se muestra como un clásico.
Si
recordamos a don José, el cura del pueblo en El
camino, dicen de él que
es “un santo”, sin más. No les hace falta alargarse más en
alabanzas ni elogios. Miguel Delibes, fiel a su sobriedad, le hace
aparecer como tal. No divaga sobre su santidad.
En
Diario de un jubilado
uno de sus personajes “ve crecer la hierba”, expresión que se
emplea cuando se pondera la viveza de entendimiento de una persona:
¡Anda
y que si el angelito llega a ser normal! Pero si
ve crecer la hierba.
No
se precisan más explicaciones sobre su inteligencia o su manera de
actuar.
Volviendo
al busardo o ratonero es una de las rapaces más comunes de la
Península debido a su capacidad de adaptarse a numerosos hábitats y
de una
dieta muy variada.
Es
de tamaño mediano y presenta coloraciones variadas, desde individuos
pálidos hasta otros muy oscuros. El plumaje más habitual es el de
color pardo en la parte dorsal, muy uniforme y algo más claro en el
vientre, con un barrado más claro en la zona del pecho. En vuelo,
desde abajo, el cuerpo y los hombros son más oscuros mientras la
mitad de las alas hacia los extremos son grises. En todo el contorno
de alas y cola tiene una banda oscura.
Los
jóvenes son más oscuros en el dorso y más barrados en el vientre y
al volar no muestran aún la banda oscura en el borde.
En
España es una rapaz sedentaria, pero en invierno llegan algunas del
norte de Europa (aunque la mayor parte se queda a pasar los meses
fríos en Francia). Al acabar el otoño, algunos ejemplares
sedentarios pueden descender de sus lugares de campeo de verano,
cercanos a la media montaña (hasta los 1.500 o 1.600 metros de
altitud) a zonas más bajas, más cálidas, pero cercanas a sus
laderas de verano.
Es
común verle ascender aprovechando las corrientes térmicas o verlo
posado en postes aislados de la luz, señales de tráfico junto a
caminos o autovías y atalayas cercanas a ambientes humanos. Su
paisaje preferido es el de bosques y bosquetes combinados con
espacios abiertos, praderas y campos de cultivo con cercas, manchas
de arbusto y bosques de galería. En resumen, un paisaje variado,
con diferentes hábitats donde viven las presas que busca desde sus
atalayas o en sus vuelos de planeo, de reconocimiento.
Acabo
con esta historia que me contó mi amigo Francisco Sánchez de las
Brozas:
Ver
águilas ratoneras en mi pueblo es sencillo. No hay más que salir
fuera de las cuatro calles que lo conforman. Es más, si te sientas
en la plaza del caño, al extremo sur del pueblo, junto a la
carretera provincial, y miras el horizonte, también las puedes ver.
Yo
soy un hombre de bici y pedaleo lento. Me gusta subir las cuestas que
acercan los bajos al monte y creo que ese es el mejor modo de verlas.
Cuando subes una cuesta, el águila ratonera sabe que tu bici lleva
un ritmo pausado, que tus piernas dan lo que dan, que no te vas a
bajar de improviso y te vas a liar a pedradas con el animal. Por eso,
la ratonera espera, te observa, parece que estuviese contando las
gotas de sudor que te caen por el rostro. Te observa con la
parsimonia con la que lo hacen los viejos junto al banco de la plaza
cuando la atraviesas para ir a la tienda. Ellos ya saben donde vas,
igual que la ratonera. Si uno atraviesa la plaza a media mañana, va
a la tienda, a la única del pueblo, ¿a dónde ir si no? Si el
ciclista sube la cuesta del fraile hacia el monte al atardecer, la
ratonera sabe que el ciclista rodeará la laguna y volverá al pueblo
por el camino de las viñas. Ella seguirá allí, sobre su poste de
la luz y el ciclista habrá podido observarla con detenimiento, entre
pedalada y pedalada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios