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76 Lo sagrado a mano





La bóveda celeste, en las noches rasas del invierno y en las cálidas del verano, contemplada sobre la cima de una montaña, tras la salida de la caverna en la que se refugia el hombre primitivo, en la meseta silenciosa y dilatadísima… despertó en el hombre la conciencia de una transcendencia. Realmente fue así.
La apariencia de lo que el hombre veía tenía un más allá o un más adentro de lo que estaba viendo, una Realidad que sobrepasaba la inmensa piel del cosmos, tan deslumbrante.
Todo era más que lo que parecía: las estrellas, las infinitas motitas de luz quietas, la luna creciendo y menguando, el espacio dilatado sin cercos que lo limitasen.

Y es que lo real no se posee del todo hasta que no se alcanza su sentido, su razón de ser, su condición de singular y divina vasija de barro hecha por el divino Alfarero.
Sin este corazón de las cosas del Universo, sin su transcendencia, las realidades son meras apariencias, no son realidades del todo.

Nos asomamos a la noche estrellada de fray Luis esta misma noche y le gritamos al inmenso vacío del cielo, desde el fondo de vuestra persona, y le llamamos a Dios por su nombre inefable, ¡Dios! 

Nos quedamos a escuchar su respuesta.


CUR
















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