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78 El poeta. Apuleyo

      
                 
 
 
 
 
 
 
EL POETA 2019

Apuleyo Soto




Escribe mucho,
Escribe mucho...


todo el día está escribiendo

en libretas de hule o polipiel

que guarda en los bolsillos camiseros

junto al ardido corazón

como aquel borrachuzo de Bukowski,

aunque sin su ingenio ni su mala leche.


No importa,

da fe de vida,

cuenta lo que le pasa,

canta lo que le gusta,

se enoja ante los malos tragos,

se ríe de sí mismo

y pone a caldo a los políticos, los banqueros y los giliprogres.


No tiene pelos en la lengua,
Ni perro que le ladre

ni flores en el pelo

ni abuela que le alabe;

por no tener no tiene

ni perro que le ladre o le haga pis en los zapatos.


Anda solo a menudo

pero se fija en todo:

en la acera bacheada y descompuesta,

en la alambrada del jardín vecino,

en la escuela de música,

en la cigüeña de la iglesia

y en los cigoñinos del paseo de los chopos y los fresnos.


Cuando va por el río

tira piedras al agua

y se moja en sus ondas

y se pincha los dedos

auscultando los ramos

de las zarzamoras.
 

Si pisa un hormiguero le sugiere una fábula,

si relincha un caballo se entretiene observándolo,

si ve un huerto se pone verde,

si encuentra un banco, siéntase a imaginar.


La pluma no le falta,

el sombrero tampoco,

la pipa humea

con elegancia y discreción.
 


Bebe cuanto le place:

whisky, anís, cocacola,

cointreau, chartreuse, pipermint,

vodka, tequila,

cognac, brandy, cerveza,

cava, champán,

limoneno, vermut,

orujo finas hierbas de Galicia,

aguardiente tomellosino,

café irlandés, Martini…

y licores a mansalva.
Le obsesionan los peces
 


Le gustan las montañas y los valles,

las subidas y las bajadas,

 
los puertos marítimos y las olas tempestuosas,

el sol y la luna,

la noche y el día,

la línea recta y la línea curva…,

ama los girasoles y las violetas:

es contradictorio, claro,

y tuvo amores, cómo no,

muchos de ellos de papel fracturable

o platónicos, simplemente.

Usa la cabeza, los pies y el corazón

y no se para en barras ni cerrojos

cuando de hablar de libertad se trata.



Le obsesionan los peces

por su resbaladiza ubicuidad,

y asimismo los cangrejos atrasados,

las elásticas ranas saltarinas,

los topos de tunelado terciopelo,

las mariposas de vuelo efímero,

los gatos, los leones y los linces.

Detesta sin embargo a las serpientes

ondulantes y sinuosas

y a los mosquitos traidorzuelos

y a los sapos babosos.
Los agujeros de las puertas



Mira por los agujeros de las puertas

y mira por los espejos enmarcados,

mira por todas partes, con los ojos

cargados de lagrimones desde niño;

mira detrás de sí, pero también delante y de lado a lado.



Le sientan superiores los abrigos, los pantalones y los sombreros,

cada vez más grandes,

ya que su cuerpo mengua

y apenas le obedecen

los músculos rosados…,

mas se mantiene erguido,

bien alzada la frente,

alisados los pómulos

y la barba esparcida en la mamola.


Conoció a grandes hombres,

charló con ellos

y aprendió a escuchar.

Umbral, Gerardo y Dámaso

fueron algunos de sus maestros más conspicuos,

y luego él

fue también un gran maestro

pero solo de letras, las primeras letras:

las que enseñan a enderezar la adolescencia.


Buero Vallejo
Buero Vallejo le regaló...

le regaló un prólogo a sus farsas

y se lo leyó en su casa humilde de Hermanos Miralles

antes de imprimirlo en Espiral Fundamentos.

Nada vale la pena”, piensa a veces,

y no obstante, sigue escribiendo y escribiendo.


En los bares de pueblo

ha consumido muchas horas

oyendo las leyendas de amor de los viejos

antes de que se eclipsaran

en la boca de lobo del alzheimer

con los dientes corroídos del color del azufre.

Sabe que no es Shakespeare ni Dante,

ni Calderón ni Lope,

ni Lorca ni Machado,

ni San Juan ni Teresa

y ni siquiera Campoamor;

tampoco Lawrence Durrell,

Baudelaire o Flaubert,

William Saroyan o Hemingway,

Pero qué lo vamos a hacer.
 

Hojas de hierba” son sus hojas en todo caso

y se adapta a la vida más corriente:

baja la basura,

saluda a los amigos,

canta de cuando en cuando,

llora a mares…

es puntual y ordenado,

se atiene a lo que le echen por la espalda sin rechistar.

Un pájaro rojo

le revolotea en la cabeza,

un urogallo se le empina,

un unicornio sueña en él persiguiendo a Utopía

en las noches felices.
Un pájaro rojo
 


Dejó colgado un candil en el sobrao

que aún le alumbra

con el aceite de Baena

de su amada Ana.

Orilló en el trastero

sus máquinas de escribir

(unas veinte de distintas marcas),

sus álbumes de fotos

(otros veinte o aún más)

y toda la ferralla de la ferretería del corral de sus padres,

en el que el ocio entretenía en los veranos juguetones:

martillos, puntas,

tornillos, alicates,

sierras y palas y azadones,

azadas y azagayas…

con los que componía un carricoche

con ruedas de madera traverseras

que siempre tropezaban en el barro

y en cualesquiera piedras,

llevando solo heno.

También llevó al trastero de los útiles viejos

los lápices de Alpino,

las gomas de borrar Milán no sé qué numero

y los comics de fieras

que entre naranjas y castañas y peroperas de don guindo

le traía de Cuéllar

en el carro del burro Ocicomono,

totalmente obediente

y más manso que el Buche.


Aquí para el poeta,
Caminos inciertos


aquí detiene sus recuerdos.

Aquí se planta.


La vida le llevó siempre adelante

por caminos inciertos y dudosos,

pero supo arriesgarse y triunfar.



Ahora goza —escribiendo todavía—

de una píngüe pensión,

con Dios mediante y el gobierno de turno.

Nadie le niegue un óbolo

para embarcar a la inmortalidad.

¿Digo su nombre?

Lo adivinasteis ya.

¡Qué poeta que fue,

qué poeta será!


 


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