EL
TUNJO DE ORO
LEYENDA
COLOMBIANA (1)
(El
escenario representa un largo camino que le bordea un tupido bosque.
Entran un abuelo y el nieto. Visten como lo han hecho en otras
ocasiones, es decir: el abuelo con pantalón y ruana y sombrero alón.
El niño, camisa blanca, pantalón azul, zapatos y calcetines
azules).
NIETO:
–Abuelo, ¿qué leyenda me va a contar hoy? Hace días que no me
dice ninguna.
ABUELO:
–Es verdad, pero he estado muy atareado. Como sabe y le dije, debía
hacer un viaje, pues.
NIETO:
–Sí abuelo. Me dijo que otros niños querían oírle narrar las
leyendas.
ABUELO:
–Sí. He estado en santa Rosa de Cabal. ¿Te acuerdas del lugar?
NIETO:
–Sí, abuelo. Y me acuerdo de Pata
Sola.
ABUELO:
–Allí he estado. Yo también he visto a Pata
Sola
y a otros muchos personajes de leyendas.
NIETO:
–¡Qué suerte! ¿No se ha asustado?
ABUELO:
–Solo actuaban relatando sus leyendas. No me he asustado.
NIETO:
–¿Había muchos, abuelo?
ABUELO:
–Muchos. Noventa.
NIETO:
–¡Qué suerte ha tenido! La próxima vez…
ABUELO:
–¿Qué? ¿Le gustaría ir?
NIETO:
–Sí, abuelo.
ABUELO:
–No se preocupe. Podrá leer todas las leyendas y le gustarán.
Pero es un secreto, del que se enterará en su momento.
NIETO:
–Sea pues, abuelo.
ABUELO:
–Ahora escuche.
A
la vera del camino,
apartado
y solitario
–aunque
sea extraordinario–,
puede
tener el buen sino
de
encontrar el Tunjo
de oro.
Es
pequeño, regordete;
nadie
hay a quien no rete
con
desaforado lloro.
–Papá
yo ya tengo dientes–
eso
dice al que lo coge,
y
en sus brazos lo recoge,
según
dicen muchas gentes.
NIETO: –¿Él
es un muñeco, abuelo?
ABUELO:
–Sí y no. Ahora verá.
Jamás
allí volverá
a
quien asuste el chicuelo.
NIETO: –¿Por
qué si es tan pequeñito?
ABUELO:
–Si le coge y no le gusta,
una
llamarada asusta,
de
su boca; y ahíto
de
miedo el que lo tiene
en
sus brazos; y un castigo
llevará
entonces consigo
–y
nada hay que lo frene–
si
no lo coge, da palos.
Si,
a caballo, va montado,
no
parará ese endiablado.
y
con ademanes malos,
del
caballo derribar,
a
quien lo dejó en el suelo
y
no tuvo ningún celo,
de,
como un padre, actuar.
NIETO:
–¿Qué solución tiene, abuelo,
si
haga una u otra cosa,
será,
sin culpa, alevosa
e
injustamente, un lelo
que
se deja castigar?
¿El
Tunjo qué quiere, pues?
ABUELO:
–¿No has visto a los bebés?
NIETO: –Sí.
ABUELO:
–Así lo han de cuidar.
Pero,
antes de todo eso,
para
salir de él, ileso,
allí
lo han de bautizar
con
saliva, en un dedo
–si
agua no tiene al lado–,
y
decir el recitado.
a
continuación, sin miedo:
Yo
te bautizo… Y
así
Podrán
llevarlo a su casa.
Y,
con esto, nada pasa.
Una
maravilla vi.
NIETO:
– ¿Cuál, abuelo?
ABUELO:
–Ahora le cuento.
Un
matrimonio audaz
que
pasa necesidad,
salió
al bosque en su busca.
Su
llanto no les asusta
Y
el Tunjo fue bautizado,
según
antes le he contado.
El
hombre lleva en sus brazos,
lo
arropa con su ruana
al
Tunjo, aquella mañana;
cálidos
son sus abrazos
para
librarle del frío.
La
mujer iba a su lado.
El
Tunjo, en brazos, callado.
Es
el lugar muy sombrío.
NIETO:
–El Tunjo es de oro, abuelo
y
dice deben cuidar.
¿Me
lo puede aclarar?
¿Con
qué tendrá él consuelo?
ABUELO:
–Es solo una leyenda.
NIETO:
–Lo
que debe ser leído,
Lo
sé abuelo. Y es debido
para
que el hombre aprenda.
ABUELO:
–Eso es, lo ha comprendido.
¿Le
gustaría saber
qué
es con el Tunjo, han de hacer,
para
su deber cumplido,
aquel,
a cambio, le diera
tanto
oro como pudiera
–y nunca hubiera creído–,
el
matrimonio gastar,
por
larga fuera su vida?
Y
con aquella venida
el
Tunjo a su pobre hogar,
cuanta
fuera la pobreza
que sufriera el matrimonio,
(queda
de ello testimonio),
fuera
mayor su riqueza.
NIETO:
–Sí, abuelo, tengo interés;
dígamelo,
abuelo, pues,
qué
hizo el Tunjo en esa casa
que,
siendo en fortuna escasa,
llegará
a ser al revés
ABUELO:
–Así fue, como lo digo,
al
Tunjo cuidar debían
(y
ellos muy bien lo sabían)
y
tratarlo como amigo:
más
digo, como a un hijo.
NIETO: –Y,
¿lo hicieron así, abuelo?
ABUELO:
–Con devoción y con celo;
con
riqueza, les bendijo
el
Tunjo, si no fue el cielo.
NIETO:
–Abuelo, ¿un muñeco de oro?
ABUELO:
–Muñeco con hambre y lloro.
Fueron
de él, su consuelo.
En
un lugar destacado,
de
su lujoso salón,
en
un amplio y bello arcón,
cerrado
y bien aireado
lo
pusieron y cuidaron
y,
con mimo, alimentaron,
en
su hogar acobijado.
NIETO: –¡Que
eran pobres!, usted dijo.
ABUELO:
–Lo dije porque lo eran.
Pero
pronto consiguieran,
de
riquezas, un alijo.
El
Tunjo era alimentado
por
sus dueños; bien cebado
con
diminutas semillas
que
obraron las maravillas
de
que él defecara oro.
Y,
así cuanto más comía,
más
oro les producía
y
era mayor su tesoro.
NIETO:
–Sin trabajar eran ricos.
ABUELO:
–Durante un tiempo, lo fueron.
pero
todo lo perdieron
porque
fueron malos “chicos”.
NIETO:
–Malos, abuelo. ¿Por qué?
ABUELO: –Se olvidaron. Y ya ve…
ABUELO: –Se olvidaron. Y ya ve…
Se
fueron a un largo viaje
la
mujer con aquel guaje.
El
Tunjo en casa quedó
Y
una borrasca estalló.
Y
su millonaria casa,
sus
muebles y todo el oro
que
era un enorme tesoro,
en
la riada, traspasa
los
muros, puertas, terraza;
y,
entre barros, se desplaza;
todo
agua y barro amasa,
aquel
inmenso caudal.
Y
una campal batalla
en
esa corriente estalla
y
el Tunjo acabó muy mal.
El
arcón, donde vivía,
Se
rompió y dejó escapar
al
Tunjo, que ahora espera,
alguien
que lo encuentre y quiera
de
la pobreza escapar.
NIETO:
–Y, ¿qué pasó con los dueños?
ABUELO:
–Que se acabaron sus sueños.
Y
fueron pobres como antes,
vagando
siempre errantes,
sin
ser, de nada, los dueños.
Porque
la Fortuna vende,
y
de un hilo siempre pende
lo
que, libremente, da.
Y
aquello que fuera un sueño
con
mala suerte, se va
porque
de ella no eres dueño.
FIN
-
Del libro que acabo de terminar Y rieron y lloraron las leyendas en Santa Rosa de Cabal, donde he dramatizado algo más de cuarenta leyendas colombianas.
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de
filosofía y psicología
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