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78 El Tunjo



          

EL TUNJO DE ORO

 
LEYENDA COLOMBIANA  (1)

(El escenario representa un largo camino que le bordea un tupido bosque. Entran un abuelo y el nieto. Visten como lo han hecho en otras ocasiones, es decir: el abuelo con pantalón y ruana y sombrero alón. El niño, camisa blanca, pantalón azul, zapatos y calcetines azules).

NIETO: –Abuelo, ¿qué leyenda me va a contar hoy? Hace días que no me dice ninguna.
ABUELO: –Es verdad, pero he estado muy atareado. Como sabe y le dije, debía hacer un viaje, pues.
NIETO: –Sí abuelo. Me dijo que otros niños querían oírle narrar las leyendas.
ABUELO: –Sí. He estado en santa Rosa de Cabal. ¿Te acuerdas del lugar?
NIETO: –Sí, abuelo. Y me acuerdo de Pata Sola.
ABUELO: –Allí he estado. Yo también he visto a Pata Sola y a otros muchos personajes de leyendas.
NIETO: –¡Qué suerte! ¿No se ha asustado?
ABUELO: –Solo actuaban relatando sus leyendas. No me he asustado.
NIETO: –¿Había muchos, abuelo?
ABUELO: –Muchos. Noventa.
NIETO: –¡Qué suerte ha tenido! La próxima vez…
ABUELO: –¿Qué? ¿Le gustaría ir?
NIETO: –Sí, abuelo.
ABUELO: –No se preocupe. Podrá leer todas las leyendas y le gustarán. Pero es un secreto, del que se enterará en su momento.
NIETO: –Sea pues, abuelo.
ABUELO: –Ahora escuche.
 
                                  
A la vera del camino,
apartado y solitario
–aunque sea extraordinario–,
puede tener el buen sino
de encontrar el Tunjo de oro.
Es pequeño, regordete;
nadie hay a quien no rete
con desaforado lloro.
Papá yo ya tengo dientes
eso dice al que lo coge,
y en sus brazos lo recoge,
según dicen muchas gentes.
NIETO: –¿Él es un muñeco, abuelo?
ABUELO: –Sí y no. Ahora verá.
Jamás allí volverá
a quien asuste el chicuelo.

NIETO: –¿Por qué si es tan pequeñito?
ABUELO: –Si le coge y no le gusta,
una llamarada asusta,
de su boca; y ahíto
de miedo el que lo tiene
en sus brazos; y un castigo
llevará entonces consigo
 
y nada hay que lo frene–
 
si no lo coge, da palos.
 
Si, a caballo, va montado,
 
no parará ese endiablado.
 
y con ademanes malos,
 
del caballo derribar,
 
a quien lo dejó en el suelo
 
y no tuvo ningún celo,
 
de, como un padre, actuar.
NIETO: –¿Qué solución tiene, abuelo,
si haga una u otra cosa,
será, sin culpa, alevosa
e injustamente, un lelo
que se deja castigar?
¿El Tunjo qué quiere, pues?
ABUELO: –¿No has visto a los bebés?
NIETO: –Sí.
ABUELO: –Así lo han de cuidar.
Pero, antes de todo eso,
para salir de él, ileso,
allí lo han de bautizar
con saliva, en un dedo
–si agua no tiene al lado–,
y decir el recitado.
 
a continuación, sin miedo:
 
Yo te bautizo… Y así
 
Podrán llevarlo a su casa.
 
Y, con esto, nada pasa.
 
Una maravilla vi. 
NIETO: – ¿Cuál, abuelo?
ABUELO: –Ahora le cuento.
Un matrimonio audaz
que pasa necesidad,
salió al bosque en su busca.
Su llanto no les asusta
Y el Tunjo fue bautizado,
según antes le he contado.
El hombre lleva en sus brazos,
lo arropa con su ruana
al Tunjo, aquella mañana;
cálidos son sus abrazos
para librarle del frío.
La mujer iba a su lado.
El Tunjo, en brazos, callado.
Es el lugar muy sombrío.
NIETO: –El Tunjo es de oro, abuelo
y dice deben cuidar.
¿Me lo puede aclarar?
¿Con qué tendrá él consuelo?
ABUELO: –Es solo una leyenda.
NIETO: –Lo que debe ser leído,
Lo sé abuelo. Y es debido
                                                       
para que el hombre aprenda.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ABUELO: –Eso es, lo ha comprendido.
¿Le gustaría saber
qué es con el Tunjo, han de hacer,
para su deber cumplido,
aquel, a cambio, le diera
tanto oro como pudiera
–y nunca hubiera creído–,
el matrimonio gastar,
por larga fuera su vida?
Y con aquella venida
el Tunjo a su pobre hogar,
cuanta fuera la pobreza
que sufriera el matrimonio,
(queda de ello testimonio),
fuera mayor su riqueza.
NIETO: –Sí, abuelo, tengo interés;
dígamelo, abuelo, pues,
qué hizo el Tunjo en esa casa
que, siendo en fortuna escasa,
llegará a ser al revés
ABUELO: –Así fue, como lo digo,
al Tunjo cuidar debían
(y ellos muy bien lo sabían)
y tratarlo como amigo:
más digo, como a un hijo.
NIETO: –Y, ¿lo hicieron así, abuelo?
ABUELO: –Con devoción y con celo;
con riqueza, les bendijo
el Tunjo, si no fue el cielo.
NIETO: –Abuelo, ¿un muñeco de oro?
ABUELO: –Muñeco con hambre y lloro.
Fueron de él, su consuelo.
En un lugar destacado,
de su lujoso salón,
en un amplio y bello arcón,
cerrado y bien aireado
lo pusieron y cuidaron
y, con mimo, alimentaron,
en su hogar acobijado.
NIETO: –¡Que eran pobres!, usted dijo.
ABUELO: –Lo dije porque lo eran.
Pero pronto consiguieran,
de riquezas, un alijo.
El Tunjo era alimentado
por sus dueños; bien cebado
 
con diminutas semillas
 
que obraron las maravillas
 
de que él defecara oro.
 
Y, así cuanto más comía,
 
más oro les producía
 
y era mayor su tesoro. 
NIETO: –Sin trabajar eran ricos.
ABUELO: –Durante un tiempo, lo fueron.
pero todo lo perdieron
porque fueron malos “chicos”.
NIETO: –Malos, abuelo. ¿Por qué?

    ABUELO: –Se olvidaron. Y ya ve…
Se fueron a un largo viaje
la mujer con aquel guaje.
El Tunjo en casa quedó
Y una borrasca estalló. 
 
Y su millonaria casa,
 
sus muebles y todo el oro
 
que era un enorme tesoro,
 
en la riada, traspasa
 
los muros, puertas, terraza;
 
y, entre barros, se desplaza;
 
todo agua y barro amasa,
 
aquel inmenso caudal.
 
Y una campal batalla
 
en esa corriente estalla
 
y el Tunjo acabó muy mal.
 
El arcón, donde vivía,
 
Se rompió y dejó escapar
 
al Tunjo, que ahora espera,
 
alguien que lo encuentre y quiera
 
de la pobreza escapar.
NIETO: –Y, ¿qué pasó con los dueños?
ABUELO: –Que se acabaron sus sueños.
Y fueron pobres como antes,
vagando siempre errantes,
sin ser, de nada, los dueños.
Porque la Fortuna vende,
y de un hilo siempre pende
lo que, libremente, da.
Y aquello que fuera un sueño
con mala suerte, se va
porque de ella no eres dueño.
FIN
  1. Del libro que acabo de terminar Y rieron y lloraron las leyendas en Santa Rosa de Cabal, donde he dramatizado algo más de cuarenta leyendas colombianas.
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de filosofía y psicología



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