LOS SALMOS, LLUVIA DE DIOS
El
salterio es un precioso libro sagrado de alabanzas de los 72 que
integran la Sagrada Escritura. Su lenguaje sigue sonando como una
cascada de truenos bíblicos. No pueden recitarse como meros cantos
de preces compuestos por voces del lenguaje al día. Son densos como
siglos de historia heroica. Los hondos anhelos del pueblo elegido de
Dios, a través del desierto y de los tiempos de Tierra Prometida, a
los que añadir veinte siglos de Cristianismo resuenan en sus
versículos. Cada uno de ellos porta honda y fresca el agua de
cangilones de anhelos profundos, que no sabríamos formular y lo son.
Recitándolos y cantándolos, recitamos y cantamos muchos más de lo
que pretendemos. Todo un pueblo, toda una Humanidad, se expresa por
nosotros cuando los recitamos. Se articulan en palabras, pero cada
una es mucho más que una voz, la pieza de un símbolo o un complejo
de símbolos. El alma religiosa de la Humanidad, en lo que tiene de
no mutilada por la culpa, le habla a Dios por los Salmos. Las más
inefables experiencias, las más hondas y profundas, están dichas
para siempre en los salmos.
Al
pasar por los labios y el corazón de Cristo, también al cantarlos
con su voz de plata su Santa Madre, subieron en su condición de
oraciones sagradas.
Siendo
palabra de Dios, desde tan lejos, lo son también con mayor densidad
al repetirse milenariamente en santos lugares: en los coros
catedralicios, en los mil monasterios de la Cristiandad y en las
modestas iglesias domésticas, las familias cristianas.
Aquí
viene que ni pintada la parábola de Santa Teresa de los cuatro
labriegos: el primero riega su huerta con el agua que saca a baldes y
soga del pozo, el segundo la riega haciendo funcionar una noria, el
tercero aprovecha las aguas del río que marcha hacia la mar y el
cuarto tiene a tiempo el agua que le dan las nubes del cielo.
Y
es que en los salmos, para sintetizar, Dios se hace lluvia.
CUR
No en vano los monjes del Medievo acunaron sus sueños de eternidad zambullidos en el recitado del Salterio (salmodia que recita), algo que tiene de nana mística. Vivían inmersos en la Sagrada Escritura, palabra de Dios y de los hombres que le claman con un “de profundis” que ni ellos saben su hondura.
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