el
CoheleT A VUELO DE PÁRAJO
8
La Sabiduría fuera de juego
Reconocer
el don de Dios en cada instante no resuelve el problema del mal.
Job
ya había observado que la realidad es misteriosa y no obedece a las
leyes de nuestra mente. En consecuencia, la Sabiduría es una
extranjera, está fuera de juego entre nosotros.
Lo
torcido no puede enderezarse y lo que falta no se cuenta.
(1,15)
El
desorden del mundo es un hecho desolador.
Si
ves que en una provincia se oprime al pobre y se conculca el derecho
y la justicia, no te sorprendas.
(5,7)
El
sabio no juega un papel decisivo en la sociedad en que vive. Si
levanta la voz, pronto será acallada. No hay futuro para él:
“Vale
más la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo fallo echa a
perder muchos bienes. Una mosca muerta echa a perder un perfume, una
pizca de necedad cuenta más que mucha sabiduría”.
(9,18-19)
Dios
¿no interviene? ¿Para todos es la misma suerte, para el justo como
para el pecador? Cohelet, no obstante, afirma con fuerza su fe en la
solicitud divina.
“Los
justos y los sabios con sus obras están en manos de Dios”.
(9,1)
El
Eclesiastés está pidiendo a gritos otro espacio para el hombre que
no sea el de la desesperación. Es quimérico para Israel el que se
entregue a la conquista de un futuro puramente temporal. De la acción
de Dios sobre el hombre Cohelet retiene el don inestimable del
“instante presente”. El resto, escapa aun al sabio, y se pierde
en el misterio de Dios.
La
desorientación del Cohelet prepara directamente una metamorfosis de
actitud, que iniciará la literatura apocalíptica y coronará la
Buena Nueva de los Evangelios.
El
Hijo de Dios será en la Tierra la misma Sabiduría.
Dios
ha puesto el olam
(olam
= deseo de eternidad) en el corazón del hombre. Es la sed de
inmortalidad de que hablaba seguramente Unamuno. Lástima que el
rector de Salamanca no se detuviera en estos pasajes del Cohelet.
Vilchez traduce “ha puesto la eternidad en su corazón”. Alonso
Schökel, en la Nueva Biblia Española, escribe: “dio al hombre el
mundo para que pensara”. En al fondo, las dos versiones apuntan en
la misma dirección y entrañables.
Zereutes
Ancien
élève de Évode Beaucamp
y
de Francesco Spadafora
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