(Sale
una niña al escenario. Viste una túnica blanca y un lazo azul en la
cintura).
NIÑA:
–Era el 16 de agosto de 1711. Y…
En
Torcoroma de Ocaña,
la
familia campesina
que
la maldad abomina,
cultivadores
de caña,
con
la que los dulces hacen…
De
fe profunda y cristiana,
así,
su vida se gana,
y
a otros, sus gustos complacen…
(Salen
cuatro personas al escenario: madre, padre y dos hijos protagonistas
de la leyenda).
PADRE: –Me llamo Cristóbal Melo.
MADRE: –Y yo, su mujer, Pascuala.
Y
este lugar nos regala
lo
mejor de nuestro suelo.
JOSÉ: –Yo
soy su hijo, José
FELIPE: –Y yo Felipe me llamo.
y
la belleza proclamo
de
este lugar, y mi fe.
PADRE: –Somos humildes cristianos
quizás,
por eso, la suerte
tuvimos
de conocerte,
Virgen
de los colombianos.
mi
hermano Felipe y yo
porque
papá lo ordenó.
Aquí,
el bosque nos regala
árboles
de troncos rectos,
con
los que hacer la canoa
–no
la de popa y de proa–,
si
no utensilios perfectos
donde
amasar el melero,
para
los dulces de caña
que,
con destreza y con maña,
con
paciencia y con esmero,
hacemos
cada mañana.
Y
ese día, en la montaña,
que,
a veces peligro entraña,
era
la luz muy diáfana,
los
robles los adecuados
para
el duramen vaciar,
y,
fácilmente, amasar
los
dulces edulcorados.
JOSÉ:
–Era el tiempo de verano,
pero
un árbol florecía
y
un aroma expandía
que
llegaba hasta el llano.
Eran
muy rojas sus flores.
El
árbol el adecuado,
pero,
una vez, talado,
nuestras
fuerzas inferiores
eran
para levantarlo.
En
el barranco cayó
y
ni mi hermano ni yo
pudimos
ni menearlo.
Volvimos.
Atardecía.
Y
contamos a papá,
y
escuchaba la mamá,
qué
nos sucedió ese día.
PADRE:
– Mañana iremos todos.
No
es normal que en el verano
y,
con el tiempo secano,
florezca.
De todos modos,
iremos
a ver qué ocurre.
Quizás
sea algún prodigio
que
dé a Ocaña prestigio.
Y
si otro hecho concurre…
La
pesadez, los aromas
y
las flores en verano…
Nada,
hijo, ocurre en vano,
en
la fe no hay axiomas.
Entrada
al templo (Torcoroma)
JOSÉ: –¿Usted cree en los milagros?
PADRE: – ¿Por qué no? Somos cristianos.
Cristo
curó con sus manos.
JOSÉ: –Pero era Dios y, en los agros,
solo
hay rocas, tierras, plantas…
PADRE: Que
es el milagro mayor
que
hicieron sus manos santas,
y
nos regaló el Señor.
Vamos,
pues, necesitamos
un
tronco recto y grueso,
mas
que no sea en exceso.
Los
que valgan, señalamos.
NIÑA: –La madre se quedó en casa.
El
melero
la esperaba
y
la mañana avanzaba.
Ella
preparó la masa.
NARRADOR:
–El padre y los hijos vieron algunas decenas de árboles. Ninguno
parecía adecuado. El que era grueso estaba muy torcido, y el recto
tenía poco duramen. Llevaban varias horas en la montaña.
JOSÉ:
–Esto no es normal. No hemos encontrado ningún árbol que sirva,
papá. Vamos a ver el que talamos ayer. Ese era el adecuado.
PADRE:
–Vamos, pues.
NARRADOR:
–Y el padre y sus hijos llegaron a donde estaba el árbol.
Intentaron levantarlo, pero fue imposible. Ni siendo de plomo,
hubiera pesado tanto. Y don Cristóbal Melo pensó que aquel árbol
tenía algo especial. Y no tardaría en comprobarlo.
JOSÉ:
–Este es, papá.
FELIPE:
–Sí. Podríamos, tallarlo aquí mismo porque llevarlo a casa es
imposible.
PADRE:
–Aquí está el hacha, el mazo y las gubias.
NARRADOR:
–Fue Felipe el primero que comenzó la tarea. Apenas había sacado
las primeras astillas al árbol… Felipe iba a dar un nuevo hachazo,
pero el padre le advirtió y puso la mano, evitando que diera el
hacha en el árbol. Del mismo corazón del tronco salía una luz muy
brillante que iluminaba totalmente una parte del bosque. Se
intensificó el aroma y se obró el milagro. Cristóbal Melo no se
había equivocado.
(Entra
varias niñas en el escenario. Llevan en sus cabezas una corona de
flores y visten una túnica blanca con una cinta azul a la cintura.
Van descalza).
NIÑA
1: –Y, en el mismo corazón,
el
árbol atesoraba
una
imagen que asomaba,
y
esa era la razón
de
aquella luz tan brillante
que
hizo al bosque claro día.
NINA
2: –Era la Virgen María,
en
el corazón, sus manos,
su
mirada, en oración,
al
cielo, eleva sus ojos.
Los
tres cayeron de hinojos,
rezando
con devoción.
NIÑA
3: –El padre cogió en sus manos
aquella
imagen tan bella
que
luce como una estrella
y
bendice a los humanos.
Vuelven,
con la estatua, a casa.
La
madre escucha el milagro
y
rezaron el rosario,
la
imagen sobre una basa.
NIÑA
4: –La noticia se extendió
por
Ocaña y su comarca.
Y,
en aquel lugar, se marca
la
ermita, que originó
un
sencillo santuario.
La
imagen examinada,
en
privado es venerada
NIÑA
5: –Y muy pronto, el Prelado,
tras
escuchar testimonios,
fueron
tan satisfactorios,
que
permiso ha otorgado
para
venerarla en público,
en
la iglesia catedral.
NIÑA
6: –Y fue la devoción tal,
antes
que aquel templo rústico,
ermita
en aquel lugar,
fuera
Santa Ana, de Ocaña,
(y
nadie allí se extraña),
lugar
donde venerar
la
imagen aparecida
por
ocañeros, muy querida,
y
de otro cualquier lugar.
NARRADOR: –Hoy día el Santuario se llama de Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma, también conocido como Santuario del Agua de la Virgen.
Resalta el sencillo edificio entre la arboleda, con sus arcos de medio punto. Hay un espacio, con sencilla balaustrada, desde donde se contempla una blanca estatua de la Virgen, con las manos juntas, como dice la leyenda se apareció. Ante ella, las plantas florecidas parecen arrodillarse. Y los colombianos –y también turistas extranjeros–, frecuentan ese lugar de veneración de Nuestra Señora de las Gracias.
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Psicología
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