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81 Falso feminismo

                      

EL FALSO FEMINISMO, UNA CUESTIÓN CANDENTE

No creo que el enfrentamiento entre hombres y mujeres solucione la cuestión del feminismo –y más si es mal entendido–; ni tan siquiera una ley –que pudiera haber nacido “injusta” desde un principio–, puede acabar con la lacra de comportamientos que están, la uno y lo otro, muy lejos del respeto y valoración de la persona humana; y especialmente si es mujer. El respeto no es otra cosa que ver en el otro ser humano, un ser igual a ti, en derechos y en dignidad. Sin embargo, no todas las opiniones son respetables, por más que se repita el tópico. Y quienes más lo repiten son, generalmente, quienes no respetan a las personas.

Las personas tienen derechos porque, a su vez, tienen deberes. El problema que surge en esta sociedad postmoderna es el siguiente: Se ha olvidado que los derechos se fundamentan en la naturaleza humana. El derecho natural regulaba y debería seguir siendo así–, la relación de las cosas según su naturaleza. Esto parece que se ha olvidado. Ahora son algunas clases sociales (quizás las que más se hacen notar, pero las menos entendidas y más ideologizadas políticamente, aunque lo nieguen, por no decir, más ignorantes) las que quieren imponer una serie de derechos que nada tienen que ver con la dignidad de la naturaleza humana, ni con los derechos humanos.

El derecho –además de tener su correlato en el deber–, debe tener su fundamento en los valores. Y valor es aquello que perfecciona al ser humano, como tal, y a la sociedad en que vive.

La vida de las mujeres no ha sido fácil en tiempos pretéritos, ni para muchas actualmente; las mujeres se han visto desamparadas, cuando no sometidas, por quienes debían tratarlas como a un igual, sea el esposo, el estado o las leyes; incluso otras mujeres. No haber reconocido, en la ley, que ellas son las que hacen, verdaderamente, el hogar, es una ceguera social, así como lo es no ayudarlas a ser madres cuando lo necesitan.

Pero en todos los tiempos ha habido mujeres que han sabido defender su dignidad, su capacidad intelectual, sus dotes para el mando y para dirigir empresas, y en tiempos difíciles. Y se han dado a conocer –no por sus manifestaciones, a veces vergonzosas y soeces, y otras necesarias–, sino por su ciencia y descubrimientos, su trabajo, por sus servicios a los demás, por ser madres y esposas ejemplares.

El feminismo no puede ser una revancha contra el hombre. La ley debe ser igual para todos (sea hombre, sea mujer) y si se reconoce este derecho en la constitución, ¿por qué no se cumple?

Los políticos se muestran satisfechos con la Ley del Cupo, que debería avergonzar a las mujeres. ¿No les parece que entrar la mujer en un puesto de responsabilidad en una empresa, en un partido, en una institución o gobierno –porque tiene que haber un número x de mujeres por ley–, es rebajarlas? Si, en una empresa, en la que abundan hombres, la más preparada es una mujer, esta debe ser la presidente, simplemente porque es la mejor preparada, la que más vale, no por un cupo absurdo.

Si la ley es igual para todos, si los empresarios pagan menos a las mujeres que a los hombres, por ejemplo, ellos son los que cometen esta injusticia. Pero ¿qué hace la ley? ¿Por qué no se legisla para que el salario sea el mismo para aquella persona que desempeñe la misma función, sea mujer o sea hombre?

He sido profesor de Filosofía, y el profesorado no tenía sueldo mayor por ser hombre. Sí –algo más, no mucho–, por desempeñar un cargo que podía ostentarlo tanto una mujer como un hombre. Son los políticos quienes tienen que legislar para que la ley sea justa y la justicia hacer cumplir lo regulado.

La lucha de las mujeres –el verdadero feminismo–, no debe ser contra los hombres, sin más. Hay mujeres que acosan más sutilmente, como hay hombres; hay mujeres que no ven en el otro un igual, como hay hombres. Hay mujeres y hombres que ven un derecho, en aquello que nunca podría serlo por estar fuera de la ética, que debería tratar de conservar todo aquello que merece la pena.
 
El verdadero feminismo es aquel, en que tanto mujeres como hombres, van de la mano y, en una misma dirección, para conseguir cambiar aquellas leyes que discriminen, para hacer cumplir las justas, para que la mujer tenga las mismas oportunidades si tiene las mismas capacidades y preparación. Y esto debe legislarse y hacer cumplir la ley.

La lacra de la “violencia de género” que se da hoy día (no solamente contra mujeres, sino en hombres, aunque sea menos) manifiesta el fracaso de la sociedad. Y, solo se acabará con ella, actuando desde la familia y desde la escuela, enseñando y adquiriendo valores que hagan al individuo un ser con principios, que le repugne la violencia. El hombre y la mujer se complementan. Y no debería haber ni machismo ni feminismo. El hombre debería tratar de adquirir esas cualidades (que son muchas) en las que las mujeres aventajan a los hombres, y estas algunas del hombre, aunque sean menos. Porque, como dice Lope de Vega: que de una mujer que es buena / mil cosas buenas se aprenden.


He dicho que es la mujer la que crea el hogar. Es la mujer la más intuitiva, la que antes advierte las preocupaciones de su hijo o hija adolescentes, la que más sufre sus fracasos. El hombre que maltrata es un monstruo y nunca ha sabido qué es amar. Una mujer buena hace un hombre bueno, a no ser que este no tenga remedio. Recuerdo que Fray Luis de León dijo de la mujer: “Y, a la verdad, si hay debajo de la luna cosa que merece ser estimada y apreciada, es la mujer buena; y, en comparación de ella, el sol mismo no luce y son oscuras las estrella”. (“La perfecta casada”. Introducción).

Y quiero terminar recordado a todas las mujeres que han sido madres, lo son o lo serán, dedicándoles un poema, sentido, y con mi mayor admiración.



                       
A ti, que fuiste madre

                                   
Cuando maduro el fruto de tu seno
clamaba por venir,
tú te sentías madre.
Cuando te dio aquella su sonrisa,
la primera de ángel,
fuiste madre.
Balbuceó mamá
y te sentiste madre.

Y te hizo mil reproches
porque no lo entendías…
y solo, con amor, le reprendías.
Y así te hiciste madre.
Y cuando te dijo: “¡Adiós”
y, cual quien vida estrena,
de ti, raudo, voló,
entonces fuiste madre.

Cuando la libertad le diste
y te dio aquel disgusto,
y aquel día bebiste
la agonía del fruto,
entonces, sí,
se sintió muy feliz,
te miró con ternura
y solo dijo: “¡Madre!”

                    Y, de tus ojos,
luceros de diamante–,
dos perlas de rocío,
surcando tu semblante,
abrigaron el corazón del hijo.
Y, entonces, más que nunca,
olvidaste quién eras
y solo fuiste madre.

ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Psicología






  

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