LEYENDA
DEL HOMBRE CAIMÁN
Esto ocurrió en Barranquilla. Río Magdalena |
NARRADOR:
–A la noche siguiente, 2 de junio y a las doce en punto, El
hombre caimán, con El cazador (vestido de tal guisa)
de acompañante, y tres niñas, escenificarían la leyenda del
primero, ante la presencia de los noventa congresistas.
El
escenario se iluminó; y como si fuera un truco de magia, podía
contemplarse una vista espectacular del río Magdalena, en el fondo;
y, en un lateral, un bar. Sentados en una mesa, estaban El hombre
caimán y El cazador compartiendo un plato de arroz y
queso y una botella de aguardiente. El cazador tenía el
aspecto de un viejito de Magangué que narraba muy bien las leyendas
y que narraría allí El hombre caimán, suplantando al
protagonista. En realidad, existió un señor llamado Saúl
Montenegro que se entretenía viendo a las bañistas. Un científico
–dicen– descubrió unas pócimas (roja y blanca) que tenían las
propiedades de convertirlo en caimán, la primera; en humano, la
segunda. Pero un día, un señor diferente, al echarle la pócima,
vio al caimán que creía era el verdadero y derramó la pócima
blanca y solo le cayó unas gotas en la cabeza. El verdadero
científico había muerto. Y el hombre se quedó con la cabeza de
hombre y el cuerpo de caimán. Esto ocurrió en Barranquilla.
Se
hizo el silencio y comenzó la leyenda.
(Salen
al escenario tres niñas).
NIÑAS
(cantan): “Este es el caimán
que
dice toda la gente.
Este
es un caimán,
un
caimán inteligente”.
(Se
ocultan en un lateral. El viejito de Magangué actúa como hombre
caimán).
HOMRE
CAIMÁN: Sí, queridísimo amigo,
esta
historia que relato,
ahí
donde está dispuesto
el
ron y queso en el plato,
miraba
yo a la otra orilla
porque
alguien, al otro lado,
su
presencia me alertaba;
y
escuche que va despacio.
Yo,
apurado el arroz,
deslizándome
debajo
de
la corriente del río,
desaparezco
verraco.
CAZADOR:
–Y ¿por qué hacía eso?
H.
CAIMÁN: –Termine, señor, el ron
y
escuche. Yo se lo cuento.
Es
una historia de amor.
Si
va a tomar otro trago,
hágalo
ya, buen amigo,
que
comienza mi relato.
(Beben)
y
salí mejor librado
aquel
día, sí señor,
y
ya hasta el final no paro.
Era
un hombre muy alegre
y
también despreocupado.
Viajaba
constantemente,
siempre
muy atareado,
de
Pinillos –Santa Bárbara–,
a
Magangué, que es llamado
“Capital
de los Dos Ríos”.
Y
cuanto había comprado
vendía:
fuera alimentos
o
fruta; y pregonando
a
grandes voces decía:
–Vengan
acá ciudadanos
que,
aunque parezcan leyendas
absurdas
que, de mis labios
pregono,
son la verdad.
Que
todos los días viajo;
quien
me compre, no lo dude…,
señora,
hágame caso,
que
se lleva maravillas
estas
naranjas le ofrezco,
llévelas
en su capazo:
tendrá
usted amor eterno.
¿Le
va, Señora, este cargo
que
son sus esencias mil
y
a los dioses las encargo?
NIÑA
1: –Pero, hete aquí que unos ojos
más
que la alborada bellos
–mulata
era la joven–,
y
son de luz dos luceros,
le
atraen con tanta fuerza
que
quiere perderse en ellos.
Y
la joven extasiada...
También
sus ojos dijeron
que
suspiraban por él,
por
su boca y por sus besos.
NIÑA
2: –Se llamaba Roque Lina,
hija
de un hombre severo,
comerciante
inabordable.
Y
jugaban, en secreto,
el
papel de vigilantes
–que
siempre guardia le dieron–,
sus
hermanos que defienden,
de
aquel incipiente vuelo
aunque
a su padre advirtieron:
HIJO:
–Padre, Roque Lina tiene
el
corazón prisionero.
H.
CAIMÁN: –Así pues, amigo mío,
yo
el feliz pregonero,
más
que gritos, alaridos,
daba
por vender mi género.
NIÑA
3: –Quiso a su querida Roque
Lina ofrecer sus requiebros.
Lina ofrecer sus requiebros.
Sin
quererlo, se encontró
con
el aguerrido suegro.
(Sale
el suegro)
SUEGRO:
–¡Aquí el que vende soy yo!
¿Se
entera usted, majadero?
¡Que
mi hija no es arroz!
¡Ya
está levantando el vuelo!
NIÑA
1: –Casi a su hija arrastró
del
brazo, que no del pelo.
Pero
aquel pobre señor
que
era, en la calle, tendero
con
lenguaje culebrero,
iba,
a diario, a la tienda
por
el mismo ron y queso,
y
el mismo arroz con coco
y
a mirar al río atento.
¿Cómo
le parece, pues?
CAZADOR:
– Y ¿por qué hacía eso?
NIÑA
1: –Los hombres, en una orilla,
todos
se bañan; por eso,
en
la otra, las mujeres
que
hay remolino en el centro.
Por
irse la gente al agua,
no
cobra un peso, ¿cierto?
Y
aquel vendedor de frutas
se
había puesto de acuerdo
con
la joven Roque Lina.
H.
CAIMÁN: (Dirigiéndose al
cazador)
– Que
no era un hombre muy cuerdo,
podría
pensar usted–,
hay
remolino en el centro.
Pero
esto es, querido amigo,
de
esta historia, mi secreto.
Pues
terminado el arroz,
a
las aguas me lanzaba.
Se
iba el cuerpo corrugando,
también
mis brazos menguaban
y
patitas me crecían
y
una cola me aumentaba
al
unirse mis dos piernas.
Y
el arroz se transformaba
en
dos hileras de dientes
filudísimos;
nadaba,
y
era así El hombre caimán
que
el río yo atravesaba
y,
ágilmente, el remolino
vencía,
nada que nada.
Y,
tras fuertes chapoteos,
hasta
Lina me acercaba.
Yo
el pequeño hombre caimán
descubrir
así esperaba
profundidades
secretas
en
los brazos de su amada.
NIÑA
3: –Alertó a los pescadores
por
esa costumbre rara.
Bebía
y comía arroz
y,
al agua, nada que nada.
Los
hermanos de la Lina
vieron
aquella mañana
al
hombre caimán, rompiendo,
su
cola desenfrenada,
aquel
feroz remolino
NIÑA
1: –¡Pobre aquel hombre caimán!
Todos
quieren darle caza.
Sus
esfuerzos son inútiles
aunque
todos lo intentaran
un
día y tantos más...
pues
su agilidad probada
vencía
a los pescadores,
y
a Roque Linda llegaba.
H.
CAIMÁN: –Tómese un roncito, amigo,
que
la leyenda termina.
Prepárese
a lo que viene
que
es canela de la fina,
del
hombre caimán,
la historia
con
la joven Roque Lina.
(Beben)
El
padre, hombre ostentoso,
y
sediento de venganza,
lleno
de orgullo, se fue
aquella
clara mañana.
Con
exactitud el sitio
–con
hijos y camaradas–,
fijó
en el río bravío,
donde
él creía nadaba.
Pero
el cerco no sirvió.
Los
pescadores buscaban,
sin
dejar rincón del río,
pero
no encontraban nada.
Mientras
esto sucedía,
yo
el hombre caimán
que llaman,
donde
usted sentado está,
sin
hacer caso de nada,
mi
ron, mi queso, mi arroz,
comía
de buena gana.
¿Hacia
dónde iba, si todos,
con
tanta saña, buscaban?
Yo
lo supe, sí señor,
que
así yo los despistaba
y
esa vez fue para siempre.
CAZADOR:
–El muy vivo se echó al agua,
mientras
en búsqueda estaba,
nadó
frenéticamente
hacia
el barco, en que su amada
dormía
tranquilamente.
Todo
el arroz que encontraba
devoró
el hombre caimán.
A
hombros se llevó a Lina,
sin
que ella se despertara,
y
con ella se alejó
en
silencio, sin que nada
se
supiese más de ellos
ni
en el río, ni en las casas.
Mas
los hombres, por si acaso,
a
sus mujeres amadas
encierran
pronto, sin más;
apuran
arroz que haya,
como
sobras en las ollas,
porque,
para su desgracia,
temen
al hombre caimán.
Y
no quieren que, en el alba,
les
rapte a sus mujeres,
como,
en aquella mañana,
se
llevó a Roque Lina
que
iba durmiendo en su espalda.
Y
los hombres de Los Llanos
este
merengue le cantan:
NIÑAS:
– “Esta mañana temprano
cuando
bien me fui a bañar,
vi
un caimán muy singular
con
cara de ser humano”.
NARRADOR:
Pero hay otra versión de El
hombre caimán. El abuelo de
Ibagué la narrará, dialogando con el nieto. Hay algunas diferencias
con la primera, como podrán comprobar.
(Salen
al escenario un abuelo y nieto)
ABUELO:
–Hay otra versión de El
hombre caimán. Habla de un
pescador amante de contemplar a las mujeres que se bañaban en el río
Magdalena. Y, para no ser visto, el pescador se escondía detrás de
los arbustos.
NIETO:
–Y, ¿por qué tenía miedo?
ABUELO:
–Por si los maridos y novios lo descubrían, y le zurraban. Así
que pensó una estrategia. No fue un científico quien descubrió las
pócimas para que Saúl –así se llamaba el pescador–, se
convirtiera en caimán-. Se fue a la montaña.
NIETO:
–Seguramente, iba buscando un brujo, ¿cierto, abuelo?
ABUELO:
–En efecto. Se entrevistó con un brujo que fue quien le dio las
dos pócimas.
NIETO:
–La roja y la blanca.
ABUELO:
–Sí. Quería convertirse en caimán, pero no para siempre. Por
eso, la roja la convertía en caimán y la blanca, le volvía a hacer
hombre. Y, dicen, que se fue a la Alta Guajira, que no sé si sabrás
que pertenece…
NIETO:
–Lo sé: a Colombia y a Venezuela.
ABUELO:
–Así es. Y si se la observa desde muy alto (por ejemplo, desde un
avión), una parte de ella, tiene la forma del tronco humano y la
cabeza de un hombre. Y allí se fue Saúl Montenegro para, convertido
en caimán, poder disfrutar, sin ser visto, de las bellas bañistas.
NIETO:
–No fue, pues, un científico quien descubrió la pócima, sino un
brujo aborigen.
ABUELO:
–Efectivamente. Los científicos no se ocupan en esas cosas, sino
en cosas más serias. Aunque, hace mucho tiempo, eran los brujos los
más sabios.
NIETO:
–Y, abuelo, ¿también las pócimas del brujo convertían en caimán
a Saúl y, le devolvía la forma humana?
ABUELO:
–Sí. Tenían la misma virtud. Y después ocurrió lo mismo que
contó el viejo de Iguagué, y que no es preciso recordar otra vez.
Siempre a Saúl, le acompañaba un amigo. Y el día que fue otro,
derramó la pócima. Y se quedó para siempre con cuerpo de caimán y
cabeza de hombre.
NIETO:
–Y, ¿no ocurrió nada nuevo?
ABUELO:
–Sí. Hay algo que no cuenta la otra leyenda. Que las mujeres
tuvieron terror al caimán, y que no volvieron a bañarse.
NIETO:
–¿Nadie ayudó al hombre caimán, abuelo?
ABUELO:
–Sí. La única que se atrevió a sumergirse en el Magdalena fue su
pobre madre.
NIETO:
–¿Supo lo que le pasaba su madre, abuelo?
ABUELO:
–Sí. Iba todas las noches.
NIETO:
–¿Le llevaba comida?
ABUELO:
–Ella sabía cuál era su comida preferida.
NIETO:
–Si tenía el cuerpo de caimán, ¿no comería alimentos humanos?
ABUELO:
–Pues, aunque parezca mentira –según
dicen–,
le gustaba “la yuca, queso, y pan mojado en ron”. La madre
recorrió la Alta Guajira, buscando al brujo de las pócimas. Había
muerto. Y ella se murió de pena.
NIETO:
–¿Se quedó solo el hombre
caimán?
ABUELO:
–Se quedó solo, sin nadie que lo cuidara. Y, por eso, quizás
abrumado por la soledad, se dejó arrastrar por la corriente del río
Magdalena.
NIETO:
–Entonces, ¿se ahogó en el mar?
ABUELO:
–Es muy probable. Sabes que desemboca muy cerca de Barranquilla.
NIETO:
–Sí, abuelo. En Bocas de Ceniza.
ABUELO:
–Pero quizás desconozcas su historia. El nombre de Cenizas
proviene del color de las aguas del mar cuando reciben al río: color
ceniciento. Y, además, las descubrió el español Rodrigo de
Bastidas, un buen hombre, en 1501. Y. así mismo, descubrió el río
Magdalena.
–Gracias,
abuelo.
–Y,
hoy día, los pescadores se afanan por encontrar al hombre
caimán sin que ninguno lo
haya conseguido.
Todos
los presentes aplaudieron la leyenda con inusitado fervor y
entusiasmo. Y comentaban entre ellos:
–“No es posible que una leyenda tan hermosa pueda olvidarse. Cualquier niño se admiraría, como lo hacen con los cuentos, porque ellos los viven y, en ellos, aprenden”.
–“No es posible que una leyenda tan hermosa pueda olvidarse. Cualquier niño se admiraría, como lo hacen con los cuentos, porque ellos los viven y, en ellos, aprenden”.
ANTONIO
MONTERO SÁNCHEZ
Maestro,
profesor de Filosofía y Psicología
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios