LO
SAGRADO A MANO Y SU MAGISTERIO
No
hay nada en el Universo que no destile misterio. Un ininterrumpido
aliento sagrado palpita en cuanto existe.
En
el libro que cuenta el martirio del H. Joaquín Rodríguez Bueno (No
esperéis otra recompensa,
Carlos Urdiales Recio, Bruño, 1999) el autor ha podido anotar en
su biografía otros magisterios reales y adolescentes que no eran ni
la familia ni la escuela.
En
ellos lo que se percibe es el avance del misterio sobre un muchacho,
misterio que envuelve de encanto sagrado y recrea su persona, sin que
el adolescente apenas se dé cuenta.
Dice
el biógrafo:
“Otros
magisterios
“Hay
otros magisterios distintos de los cuales aprende Joaquín, que no se
notan. Se diría que ni existen. Son como el aire limpio y seco de su
tierra. De puro transparente, ni se advierte su presencia, excepto
cuando sopla "el regañón", viento de noroeste. ¿Qué
puede enseñar al pequeño Joaquín, "inteligencia normalita",
la fuente del pueblo a la que van las mujeres con orondos cántaros
de barro?
¿Algo más que saber que aquella agua es muy gruesa y es
fría, apaga la sed y con ella se limpia en casa? Mejor es la de
algunos manantiales que hay en el propio término de Mazuelo, fuera
de poblado. ¿Qué puede aprender de los caminos de herradura y del
polvo que en él levantan a su paso las caballerías, el camino que
va a Burgos, el que lleva a Pampliega...? ¿El canto de las perdices
y el de la codorniz enseña y dice algo más que no sea el lírico
grito de su alegría sobre el normal oleaje de los trigos? Del arroyo
del Mazuelo, que lleva sus aguas frías al Arlanzón y tiene hermosos
cangrejos, del manso y grave paso de los bueyes que aran los campos,
del espectáculo de los rebaños de ovejas que avanzan juntas por los
rastrojos y el de las cabras que vuelven de pastar con las ubres
listas para el ordeñe, ¿qué se puede aprender a primera vista más
allá de lo que ofrecen a primeras?
Mazuelo de Muñó. Burgos |
“Pero,
tras esa cortina de transparencias de
cosas tan sencillas
en la vida de un pueblo sencillo, en que una a una no son más que
eso que son, ¡cuánto aprendizaje profundo, que ni se nota!
“Otra
cosa es el
cielo de Mazuelo
de Muñó que, en las noches de verano, es particularmente hermoso.
Parece que hay en él más estrellas de las que caben en tan inmenso
espacio, todas claras, altas y metálicas. Joaquín las observa, se
detiene a mirarlas, ¡lejanísimas!, hasta que le sobrecoge una
especie de explosión de vértigo de inmensidad. Contemplándolas,
¡cómo se le alarga la mirada y se le dilata el alma! El magisterio
de la bóveda del firmamento poblado de estrellas sí que es claro y
gran magisterio. Le hace pensar en la grandeza de su Creador. ¡Qué
poderoso! "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y
de la tierra!".
“Nuestro
pequeño Joaquín, sentado sobre este otro banco de escuela que es el
suelo de Mazuelo, techado con un cielo espléndido, va llenándose de
la opaca y silenciosa luz de las cosas que le rodean. Crece y grana,
sin advertirlo, como los trigos que maduran en aquellos campos con la
llegada del verano. No cabe duda de que es un
buen alumno de tanta maravilla.
Joaquín paseará y regalará esa sabiduría aprendida sin esfuerzo
muy lejos de allí, por Madrid y por la bahía de Cádiz. Cuantos le
traten, pero, sobre todo, sus alumnos, sin analizarla, se la
advertirán en la luz de sus ojos claros, en el porte entero de niño
mayor, que va de paso hacia otro mundo más alto, y hasta en el
temblor de la voz”.
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