Entre los rasgos de carácter que a lo largo de las diferentes novelas de Cela se aprecian en sus personajes femeninos, destacan el ser temperamental, moderna, emprendedora y reivindicativa, y se valora muy especialmente la sensibilidad. Veamos algunos de estos valores que, a juicio del autor, adornan a la mujer.
Se
aprecia especialmente el carácter temperamental, apasionado.
Así se muestran Saludable de Lenomand, rumbera de oficio, mujer
de entusiasmos concretos, morenaza de arrestos y de buena casta,
gorda de temperamento; Loliña Moscoso, la de Afouto, guapa a
lo bravo y que cuando se cabrea está más guapa aún, o
Betty Boop, capaz de reñir y forcejear con una señora y una pareja
de municipales. Temperamento que se acentúa cuando una mujer se
enamora: ¡válgame Dios!, lo mejor –entonces- es salir
zumbando en dirección contraria, créame. Ése, al menos, es el
dictado de la experiencia.
No menos
valorada aparece la sensibilidad. Como la que manifiesta
Pipía, la
catira, a pesar de su aparente dureza de carácter. Así, aparece llorando ante don Filiberto, al sentirse desdeñada por éste: No quería llorá, ¿sabes?, peo, ¡ya ves! Si no me quiés en Potreritos, no me ha e faltá un zambo que me abra el tranquero. Y la reacción de don Filiberto, a quien se le apiadó la voz: catira, ¡qué preciosura! O la negra Cándida José, quien se dejaba mimar por el hijo Cleofa, aunque procuraba disimularlo. No necesitó misas ni sufragios Marianita, pues fue siempre buena y dulce, como el bienmesabe de las monjas.
catira, a pesar de su aparente dureza de carácter. Así, aparece llorando ante don Filiberto, al sentirse desdeñada por éste: No quería llorá, ¿sabes?, peo, ¡ya ves! Si no me quiés en Potreritos, no me ha e faltá un zambo que me abra el tranquero. Y la reacción de don Filiberto, a quien se le apiadó la voz: catira, ¡qué preciosura! O la negra Cándida José, quien se dejaba mimar por el hijo Cleofa, aunque procuraba disimularlo. No necesitó misas ni sufragios Marianita, pues fue siempre buena y dulce, como el bienmesabe de las monjas.
Toisha
es muy delicada de sentimientos. Y aunque disfruta haciendo
muy precisos proyectos para el futuro, mejor es no decírselo
cuando está desnuda, pues puede que se eche a llorar.
Dorothy,
la mujer de Dick, nunca quiso escuchar la música de un violín de
madera de boj porque la emoción le dolía. Sensible se
muestra Nati ante la situación de precariedad en que encuentra a
Martín, su antiguo novio. Lo mira con una ternura infinita, con
una ternura que por nada del mundo hubiera querido que se la notasen.
Tierna y sensible, Marie, volcando su cariño en uno de los trillizos
de Violette, al que ésta no quiso porque era cieguecito. La
señorita Marie parecía un ángel lleno de tristeza. Ante tal
gesto de generosidad, Lazarillo reconoce: Tuve que cubrirme la
cara con las manos. Se me habían humedecido los ojos, no pude
evitarlo. Y Mrs. Caldwell hubiera querido para su hijo Eliacim a
Miriam, la tañedora de lira, sesentona, más bien feúcha, con un
ojo de cristal, débil de salud, pero con un alma exquisita, de seres
que viven con una mariposa de colores tatuada en el entrecejo.
Sensibilidad
que conduce a la compasión y puede resultar molesta para quien es
objeto de ella, como le ocurre al paciente B de ‘Pabellón de
Reposo’, que desprecia a la señorita del 40 porque le
compadece; que se manifiesta frecuentemente en actitudes
románticas y de acercamiento al arte, como le sucede a Leo, la joven
de larga y rubia melena, y que no está en absoluto reñida
con la fortaleza física. Como ejemplo, Belencita Catarroja
Trainera, quien no obstante ser profesora de cultura
física, tiene muy tiernos sentimientos y, a veces, hasta muy
femeninas aptitudes. Sensible y comprensiva es doña Pepita, de
natural nada vengativo y que para todo sabe encontrar
disculpa.
Sensibilidad
que no ha de entenderse como sensiblería o exceso de
sentimentalismo. Curiosa la reflexión que acerca de ello hace en
tono sarcástico el autor en “Tobogán de hambrientos”: Las
mozas suelen ser de dos clases: sentimentales y precavidas. A las
mozas sentimentales les pasa como a la miel: que se la comen las
moscas o, subsidiariamente, el señorito.
La
actitud emprendedora y reivindicativa se considera un valor
positivo siempre encomiable. Es esta una actitud manifiesta en la
catira. De ella comenta don Job a don Juan Evangelista que donde
no llegó el jierro miguelero va a llegá el de la catira.
Siempre bien dispuesta, no le gustaba repasar las páginas que se
iban quedando atrás. Emprendedora es la hurgamandera Nicolasa,
que cuando se retire piensa abrir un supermercado con sus
ahorrros. Parecida actitud manifiesta Soledad Paterna, la
Marquesona, que mejoró notablemente su posición social porque se
lio la manta a la cabeza, y como tenía condiciones y arrestos entró
en el arte por la puerta grande y llegó a lucir piedras
preciosas como garbanzos. Betty Boop demuestra también una
evidente decisión para, en contra de lo que en su contexto se daría
por prudente y juicioso, irse en bicicleta hasta el puente del Burgo
y parar un camión: ¿Me lleva? Estoy cansada de pedalear. Y
es que hay mujeres, aunque pocas a decir de Sam W. Lindo, que
cuentan con esa fuerza magnética necesaria para, apoyarse en
la sabiduría y salir adelante. Mujeres optimistas, como doña Visi,
siempre con el ánimo dispuesto para ver en todo felices
presagios, dichosos augurios, seguros signos de bienaventuranza y de
felicidad. Mujeres modernas, trabajadoras, llenas de
fortaleza y en muchos casos adelantadas a su tiempo. Así se dice
de La Tiburcia, ‘Fifí’, mujer muy temperamental y rubicunda,
muy mujer de su tiempo y sin prejuicios; de Adela Vaquero, la
novia de Andrés, campeona de natación y muy guapa, profesora de
idiomas… y que cree en el control de la natalidad y en los koljoses
de campesinos; de la señorita Ramona, la única mujer del
contorno que tiene carnet de conducir; de Dolorinhas, la
portuguesa que era medio enfermera y que sabía poner inyecciones y
lavativas; de Petra Mandioca y Natalia Luxemburgo, que embebidas
en el hábito revolucionario no tenían tiempo ni para
menstruar con el debido sosiego; de Celia, la primera mujer
de España que tuvo carné de conducir camiones y ómnibus, o de
Visi, un encanto de chica, moderna, con muy buen aire,
inteligente, guapa, en fin, todo.
La
decisión y el espíritu emprendedor –ayudados seguramente por el
encanto natural- conducen a la prosperidad. Así, Nati, aquella
muchacha sufragista, con zapato bajo y sin pintar, de la época de la
facultad, era ahora, en su reencuentro con Martin Marco, una
señorita esbelta, elegante, bien vestida y bien calzada, compuesta
con coquetería e incluso con arte. O Marujita, que en diez años
fuera del barrio se había convertido en una mujer espléndida,
pletórica, rebosante, llena de salud, de poderío… una rica de
pueblo bien casada, bien vestida y bien comida, y acostumbrada a
mandar en jefe y a hacer siempre su santa voluntad.
El
espíritu inconformista se pone en ocasiones de manifiesto. En
España -comenta Valentina, mujer insignificante y hacendosa pero
valiente y decidida- está muy extendida la idea de que las
mujeres no servimos más que para tener hijos y zurcir calcetines.
Y suspira: ¡Si fuera en Francia! Las mujeres -avisa el
autor en “Madera de Boj”- creen que la vida y la felicidad o
la desgracia sólo las gobierna el hombre con sus resortes y luchan
por destruir la careta de la conformidad, el antifaz de la paciencia.
Si el
espíritu inconformista supone una actitud positiva, también lo son
–paradójicamente- la discreción y la paciente conformidad.
Discreta es Felipa, en “Tobogán de hambrientos”, a quien su
marido deja salir tan arreglada, pues nada malo tiene que una,
sin menoscabo de su discreción, quiera cuidarse y andar un poco
curiosa. Aunque hay mujeres que se pasan la vida incordiando
al prójimo y metiéndose donde nadie les llama, doña Benita
Guadalén Mogón, según demostró la experiencia, no era de ésas.
Discreción y pudor: algunas señoras -se comenta en “San
Camilo 1936”- cuando se les suelta la liga también se meten en
el portal (como los curas para vestirse), pues es más
discreto. A la señora Eulampia, cuando se le acerca el trance
de narrar desgracias, se le baja la color y le invade una palidez
mortal y muy ad hoc, como suele decirse. Y a propósito de doña
Onofre, con su pinta de beata antigua y su asomo de bigote
vergonzosa y misteriosamente lascivo, se asegura en “Madera de
boj” que no midió nunca los terrenos y libró el escándalo que
suelen acarrear los trances lujuriosos porque Dios es grande y
discreto. Y se añade: La gran barricada de la honra es
la discreción, es su más firme parapeto. De Felícula de
Valois se asegura en “El asesinato del perdedor” que aunque
tenía almorranas como higos, era tan discreta que no lo sabía
nadie o casi nadie. Discreta se mostraba igualmente Mrs.
Caldwell, que hubiera deseado amar a Eliacim con descoco, pero
no me atreví –confiesa- por miedo a las paredes que
nos cobijaban, y que las gentes pudieran mirarnos e incluso
fotografiarnos para nuestro vilipendio y orgullo. Y por lo que se
refiere a la conformidad ante las dificultades, el mejor adorno de
la mujer cristiana -leemos en “Tobogán de hambrientos”- es
la resignación.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela
Emérito UCJC
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