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83 La mujer en Cela (II)







             LA MUJER EN CELA (II)


Entre los rasgos de carácter que a lo largo de las diferentes novelas de Cela se aprecian en sus personajes femeninos, destacan el ser temperamental, moderna, emprendedora y reivindicativa, y se valora muy especialmente la sensibilidad. Veamos algunos de estos valores que, a juicio del autor, adornan a la mujer.

Se aprecia especialmente el carácter temperamental, apasionado. Así se muestran Saludable de Lenomand, rumbera de oficio, mujer de entusiasmos concretos, morenaza de arrestos y de buena casta, gorda de temperamento; Loliña Moscoso, la de Afouto, guapa a lo bravo y que cuando se cabrea está más guapa aún, o Betty Boop, capaz de reñir y forcejear con una señora y una pareja de municipales. Temperamento que se acentúa cuando una mujer se enamora: ¡válgame Dios!, lo mejor –entonces- es salir zumbando en dirección contraria, créame. Ése, al menos, es el dictado de la experiencia.

No menos valorada aparece la sensibilidad. Como la que manifiesta Pipía, la
catira, a pesar de su aparente dureza de carácter. Así, aparece llorando ante don Filiberto, al sentirse desdeñada por éste: No quería llorá, ¿sabes?, peo, ¡ya ves! Si no me quiés en Potreritos, no me ha e faltá un zambo que me abra el tranquero. Y la reacción de don Filiberto, a quien se le apiadó la voz: catira, ¡qué preciosura! O la negra Cándida José, quien se dejaba mimar por el hijo Cleofa, aunque procuraba disimularlo. No necesitó misas ni sufragios Marianita, pues fue siempre buena y dulce, como el bienmesabe de las monjas.

Toisha es muy delicada de sentimientos. Y aunque disfruta haciendo muy precisos proyectos para el futuro, mejor es no decírselo cuando está desnuda, pues puede que se eche a llorar.

Dorothy, la mujer de Dick, nunca quiso escuchar la música de un violín de madera de boj porque la emoción le dolía. Sensible se muestra Nati ante la situación de precariedad en que encuentra a Martín, su antiguo novio. Lo mira con una ternura infinita, con una ternura que por nada del mundo hubiera querido que se la notasen. Tierna y sensible, Marie, volcando su cariño en uno de los trillizos de Violette, al que ésta no quiso porque era cieguecito. La señorita Marie parecía un ángel lleno de tristeza. Ante tal gesto de generosidad, Lazarillo reconoce: Tuve que cubrirme la cara con las manos. Se me habían humedecido los ojos, no pude evitarlo. Y Mrs. Caldwell hubiera querido para su hijo Eliacim a Miriam, la tañedora de lira, sesentona, más bien feúcha, con un ojo de cristal, débil de salud, pero con un alma exquisita, de seres que viven con una mariposa de colores tatuada en el entrecejo.

Sensibilidad que conduce a la compasión y puede resultar molesta para quien es objeto de ella, como le ocurre al paciente B de ‘Pabellón de Reposo’, que desprecia a la señorita del 40 porque le compadece; que se manifiesta frecuentemente en actitudes románticas y de acercamiento al arte, como le sucede a Leo, la joven de larga y rubia melena, y que no está en absoluto reñida con la fortaleza física. Como ejemplo, Belencita Catarroja Trainera, quien no obstante ser profesora de cultura física, tiene muy tiernos sentimientos y, a veces, hasta muy femeninas aptitudes. Sensible y comprensiva es doña Pepita, de natural nada vengativo y que para todo sabe encontrar disculpa.

Sensibilidad que no ha de entenderse como sensiblería o exceso de sentimentalismo. Curiosa la reflexión que acerca de ello hace en tono sarcástico el autor en “Tobogán de hambrientos”: Las mozas suelen ser de dos clases: sentimentales y precavidas. A las mozas sentimentales les pasa como a la miel: que se la comen las moscas o, subsidiariamente, el señorito.

La actitud emprendedora y reivindicativa se considera un valor positivo siempre encomiable. Es esta una actitud manifiesta en la catira. De ella comenta don Job a don Juan Evangelista que donde no llegó el jierro miguelero va a llegá el de la catira. Siempre bien dispuesta, no le gustaba repasar las páginas que se iban quedando atrás. Emprendedora es la hurgamandera Nicolasa, que cuando se retire piensa abrir un supermercado con sus ahorrros. Parecida actitud manifiesta Soledad Paterna, la Marquesona, que mejoró notablemente su posición social porque se lio la manta a la cabeza, y como tenía condiciones y arrestos entró en el arte por la puerta grande y llegó a lucir piedras preciosas como garbanzos. Betty Boop demuestra también una evidente decisión para, en contra de lo que en su contexto se daría por prudente y juicioso, irse en bicicleta hasta el puente del Burgo y parar un camión: ¿Me lleva? Estoy cansada de pedalear. Y es que hay mujeres, aunque pocas a decir de Sam W. Lindo, que cuentan con esa fuerza magnética necesaria para, apoyarse en la sabiduría y salir adelante. Mujeres optimistas, como doña Visi, siempre con el ánimo dispuesto para ver en todo felices presagios, dichosos augurios, seguros signos de bienaventuranza y de felicidad. Mujeres modernas, trabajadoras, llenas de fortaleza y en muchos casos adelantadas a su tiempo. Así se dice de La Tiburcia, ‘Fifí’, mujer muy temperamental y rubicunda, muy mujer de su tiempo y sin prejuicios; de Adela Vaquero, la novia de Andrés, campeona de natación y muy guapa, profesora de idiomas… y que cree en el control de la natalidad y en los koljoses de campesinos; de la señorita Ramona, la única mujer del contorno que tiene carnet de conducir; de Dolorinhas, la portuguesa que era medio enfermera y que sabía poner inyecciones y lavativas; de Petra Mandioca y Natalia Luxemburgo, que embebidas en el hábito revolucionario no tenían tiempo ni para menstruar con el debido sosiego; de Celia, la primera mujer de España que tuvo carné de conducir camiones y ómnibus, o de Visi, un encanto de chica, moderna, con muy buen aire, inteligente, guapa, en fin, todo.

La decisión y el espíritu emprendedor –ayudados seguramente por el encanto natural- conducen a la prosperidad. Así, Nati, aquella muchacha sufragista, con zapato bajo y sin pintar, de la época de la facultad, era ahora, en su reencuentro con Martin Marco, una señorita esbelta, elegante, bien vestida y bien calzada, compuesta con coquetería e incluso con arte. O Marujita, que en diez años fuera del barrio se había convertido en una mujer espléndida, pletórica, rebosante, llena de salud, de poderío… una rica de pueblo bien casada, bien vestida y bien comida, y acostumbrada a mandar en jefe y a hacer siempre su santa voluntad.

El espíritu inconformista se pone en ocasiones de manifiesto. En España -comenta Valentina, mujer insignificante y hacendosa pero valiente y decidida- está muy extendida la idea de que las mujeres no servimos más que para tener hijos y zurcir calcetines. Y suspira: ¡Si fuera en Francia! Las mujeres -avisa el autor en “Madera de Boj”- creen que la vida y la felicidad o la desgracia sólo las gobierna el hombre con sus resortes y luchan por destruir la careta de la conformidad, el antifaz de la paciencia.

Si el espíritu inconformista supone una actitud positiva, también lo son –paradójicamente- la discreción y la paciente conformidad. Discreta es Felipa, en “Tobogán de hambrientos”, a quien su marido deja salir tan arreglada, pues nada malo tiene que una, sin menoscabo de su discreción, quiera cuidarse y andar un poco curiosa. Aunque hay mujeres que se pasan la vida incordiando al prójimo y metiéndose donde nadie les llama, doña Benita Guadalén Mogón, según demostró la experiencia, no era de ésas. Discreción y pudor: algunas señoras -se comenta en “San Camilo 1936”- cuando se les suelta la liga también se meten en el portal (como los curas para vestirse), pues es más discreto. A la señora Eulampia, cuando se le acerca el trance de narrar desgracias, se le baja la color y le invade una palidez mortal y muy ad hoc, como suele decirse. Y a propósito de doña Onofre, con su pinta de beata antigua y su asomo de bigote vergonzosa y misteriosamente lascivo, se asegura en “Madera de boj” que no midió nunca los terrenos y libró el escándalo que suelen acarrear los trances lujuriosos porque Dios es grande y discreto. Y se añade: La gran barricada de la honra es la discreción, es su más firme parapeto. De Felícula de Valois se asegura en “El asesinato del perdedor” que aunque tenía almorranas como higos, era tan discreta que no lo sabía nadie o casi nadie. Discreta se mostraba igualmente Mrs. Caldwell, que hubiera deseado amar a Eliacim con descoco, pero no me atreví –confiesa- por miedo a las paredes que nos cobijaban, y que las gentes pudieran mirarnos e incluso fotografiarnos para nuestro vilipendio y orgullo. Y por lo que se refiere a la conformidad ante las dificultades, el mejor adorno de la mujer cristiana -leemos en “Tobogán de hambrientos”- es la resignación.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela
Emérito UCJC




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