El aseo personal, importante en cualquiera que se respete y quiera respetar a los demás, parece particularmente exigible en la mujer, que nunca habrá de bajar la guardia, aun cuando no represente ya condición necesaria para la seducción y la conquista. Parecía tenerlo muy en cuenta Leocadia Criado, y por ello andaba siempre muy curiosa y aseada y hasta se lavaba los pies y los sobacos de vez en cuando; ella no era como otras que, en cuanto se casan, se abandonan y se presentan hechas unas zarrapastrosas. También la limpieza es digna de valoración, y así se reconoce en la Carlotita, de quien se afirma que no es limpia, sino relimpia, y se pasa el día sacándole brillo a algo y explicando a las vecinas que otra cosa, no, pero que limpia, es más limpia que nadie y está dispuesta a demostrarlo. E idéntica cualidad tiene doña Fe: es muy relimpia y hacendosa, de su casa podrán decir lo que quieran menos que no está limpia y con cada cosa en su sitio y todo en orden.
En la
narrativa de Cela se valora a la mujer hacendosa. La señora
de don Ibrahim hacía calceta, sentada al brasero, mientras su
marido peroraba. Cuando don Filiberto baja a la cuadra y se
encuentra a Lancero con las crines trenzadas y con un ramito de
rosas sabaneras en la chocontana, no puede menos que reconocer el
esmerado trabajo de Pipía y exclamar: ¡Guá, la catira! ¡Qué
ángel! La botiquinera Margarita Blanca, negra, retinta,
potente y pechugona, mujer de rompe y rasga, fustán y medio y ojo
pelao, se muestra igualmente dispuesta y despacha cachiquel,
vende chimó, trafica en bestias, contrata maraqueros, alquila mozas
y casa voluntades. La Balbina, fea como todas pero buena
muchacha, atiende a Sebastián, le regala manzanas, le da café
con leche y le fríe torreznos. A Balbina no le faltan
condiciones ni buena voluntad. En la misma obra, Purificación,
hermana de Visitación, está cargada de hijos y tiene que arrimar
el hombro ganándose el jornal en el matadero, donde lava tripas a
destajo y, eso sí, con tanta habilidad como prontitud. Con ello
contribuye a la economía familiar, pues su marido está delicado
de salud y no puede hacer horas extraordinarias. En otros
personajes femeninos se reconocen méritos semejantes. De la
Aurorita, por ejemplo, se dice que es muy dispuesta y hacendosa y
en su casa reinan el buen sentido y el orden; que si el señor
Wencesalo Colomeco Sánchez, el tío del Ustazanes, lleva las
camisas limpias y zurcidas es gracias a sus cuidados, y que a
fuerza de trabajos y privaciones pudo hacer frente a la vida y
levantar la cabeza. Y Pepita, de ‘”San Camilo 1936”, da
clases particulares; no pagan mucho pero como tiene pocas
necesidades se va arreglando bien y hasta puede dar algo en su casa.
Hacendosa
y bien dispuesta es la secretaria que siempre viaja con don Teófilo,
una chica mona y modosita, que toma cartas en taquigrafía
y las pone después a máquina con mucho cuidado y con el margen de
la izquierda siempre en el mismo sitio; las vendedoras que
madrugan para levantar sus puestecillos de frutas en la calle del
General Porlier; Esperancita, la novia de Agustín Rodríguez, la
mujer que puede acompañarle en su trabajo y ayudarle a ser feliz, un
auténtico ángel, buena y hacendosa y tan lucida como honrada;
Evelina, mujer que si supiera leer y escribir hasta podría hacer
carrera, pues tiene mucho instinto, mucha vocación, y a
quien lo que más le gusta es oír la radio y si pudiera oiría hasta
las noticias, lo que pasa es que su señorita no le deja.
¿Y la
Valentina? Como ella no hay dos. ¡Si usted viera el punto que da
al arroz con leche! O doña Petra Duque, ‘Vaquilla’, dama
prolija y dilatoria, patrona de pensión pobre, que a pesar de
sus esfuerzos no consigue -¡y bien que lo siente!- hacer realidad
el consolador milagro de los peces y los panes.
En
“Cristo versus Arizona” aparece la figura de Violet, viuda de
Augustus Jonatás, que tras la repentina muerte de su esposo vive
todavía y sigue linda y brava, compra y vende y cambia caballos.
Tiene una cantina en Bisbee, y va de látigo, porque en la cantina
es necesario mantener el orden. Y en “El asesinato del
perdedor”, Soledad Navares, novia de Mateo Ruecas, alegre por
lo discreto y prudentemente hacendosa. En “Madera de boj”
se cuenta cómo las mujeres de los pescadores bajaban a
hacerles una caldeirada caliente cuando volvían de la mar;
se vierten elogios sobre sus condiciones culinarias, su arte
de escabechar perdices y codornices, sardinas y atún.
Y en “Cristo versus Arizona” se alaba la buena disposición de
Lupe Sentinela, que miraba por la hacienda y procuraba ahorrar y
no malgastar.
Mujeres
esforzadas, volcadas en su trabajo. Como La Paca, mesonera
infatigable, que repartía improperios mientras trajinaba de un
lado para otro; Pipía Sánchez, la catira, que en Potreritos
trabajaba de la mañana a la noche; la señora Jacinta, esposa de
Florenciano Guadalén Mogón, alias Chaqueta, mujer que con eso de
que lleva ya tantos años preocupándose por la provisión del
puchero –su marido vale para poco- ha adquirido tal
práctica en lo de fregar despachos, que friega ya despachos como
nadie, trabaja demasiado, siempre tiene sueño y mientras
su marido sueña en alto y, en sueños, siempre discursea con
verdadera brillantez, ella ni se despierta siquiera; la verdad es que
la pobre trabaja como una burra, suele caer rendida al fin de la
jornada; Doña Sacramento, mujer trabajadora y amante del
orden; Cloe, mujer dura que supo tener compasión de sí misma
–cuando Pierre la dejó en la miseria- y seguir trabajando con
ahínco; o la prima Etelvina, que trabajaba por horas como
asistenta, como mujer de la limpieza, señora de la limpieza, donde
la llamaban, y de quien sus señoritas estaban muy contentas
porque era incansable.
Decisión,
fortaleza, tenacidad, capacidad de sufrimiento,
dureza de carácter, virtudes que aportan a la mujer la
necesaria seguridad en sí misma y que tienen como fruto la
mayor eficacia. Decididas eran, sin duda, la mejicana
Margarita, mujer muy caraja a la que no se le ponía nada por
delante; la catira, Pipía Sánchez, que tras meterle seis balas
en el cuerpo a don Froilán se volvió por el pisao a Potreritos y no
iba llorando, porque sabía estar en su papel; la Engracia,
miliciana que viste de mono y gorrito de cuartelero y que
sobre el hierro gris del tanque pinta dos siglas UHP-JSU, o
las mozas valientes y decididas que cuando murió uno de los
aviadores lo enterraron, unas hermanas que se enfrentaban con la
vida a cuerpo limpio, a cuerpo descubierto, que es como hay que
plantarle cara a las circunstancias.
La
tenacidad se pone claramente de manifiesto en mujeres como Belencita
Catarroja, de quien se asegura es inasequible al desaliento.
La misma dureza de carácter atribuye don Job a Pipía Sánchez:
No es hembra pa andá e broma, pues le pegó muy dura la vía y se ha
endurecío. Como dice el autor en “Tobogán de hambrientos”,
las mujeres, según demuestra la experiencia, son más duras de lo
que suelen parecer a primera vista.
Fortaleza
de espíritu demuestra tener la señorita del 37, en “Pabellón de
reposo”, al saber tragarse las lágrimas cuando cuenta los
vaivenes, las intermitencias de su salud. Porque suele estar
triste, a veces muy triste, pero no llora. El llanto
–comenta el narrador- es sabido, es para las noches, y por el
día, a pesar de su pena, sonríe siempre con su graciosa sonrisa de
florecilla silvestre.
La mujer
autoritaria, dominadora, se deja ver también con relativa
frecuencia en la obra de Cela. El más claro ejemplo está en Pipía
Sánchez, la catira. Tenía firme –y quizás un poco cruel- el
pulso de gobernar. Cuando en Potreritos daba una orden,
invocaba siempre al patrón. […] Cuando en el Pedernal daba
una orden, no invocaba a nadie. Su actitud era tal que,
tartamudeando de solo pensarlo, decía Dorindito a Zorobabel Agüero:
si mi mi se se señora se pone brava, lo me me mejó es juí.
La catira -comenta don Job a don Juan Evangelista- va
camino e llegá a reina e toos estos horizontes. Es mujé templá,
don, usted lo ha visto, y tiene ya muchas leguas de tierra. Otra
mujer de talante claramente autoritario es Transfiguración Culebras
Calamocha. Asomada al mostrador de su prendería, semeja un
emperador romano dando órdenes desde su palco de circo: a este
que lo dejen vivo, a este otro que se lo coman las fieras y que se
aguante. Actitud que parece debería estar reservada al varón:
La Transfiguración Culebras, según es sabido, era un tanto
virago, tiene un aire ecuánime de hombre de acción: de corsario, de capitán negrero o de
agitador fascista. En definitiva, se concluye, la
Transfiguración Culebras es todo un carácter. Y no perdamos de
vista a Consolación Madrigal, alias Gas-oil, viuda de Giménez, de
voz tonante y autoritaria; a doña Belén trainera de Catarroja,
alias Jarandilla, quien no obstante sus pijamas morados y rameados
es una patrona como Dios manda y gobierna con férrea mano la
fonda ‘La Luminosidad’; a doña Teresa, la viuda de un
capitán de artillería muerto en África, que gobierna la fonda
con mano dura y no permite que nadie se desmande; a la
Eusebia, que tras la prolongada enfermedad de doña
Matilde fue cobrando poder, cada día más poder; a Chuchita, a
quien aunque era bravo no podía sujetar el calvo Fidel, o a
la mujer de traje sastre que mandaba la instrucción como un
sargento de caballería.
Si en
“Historias de Venezuela” es la catira quien se muestra
autoritaria, y no admite réplica, no se queda atrás doña Rosa, en
“La colmena”. Quien manda aquí –dice bien a las claras
y para cualquiera de sus empleados que quiera oírla- soy yo, ¡mal
que os pese! Si quiero me echo otra copa y no tengo que dar cuenta a
nadie. Y si me da la gana, tiro la botella contra un espejo. No lo
hago porque no quiero. Y si quiero echo el cierre para siempre y aquí
no se despacha un café ni a Dios. Y acaba esgrimiendo la que
considera razón inapelable: Todo esto es mío, mi trabajo me
costó levantarlo.
La
descripción del autor sobre las evoluciones de doña Rosa en su ir y
venir repartiendo órdenes, no puede resultar más expresiva: doña
Rosa respira y vuelve a la carga. Respira como una máquina,
jadeante, precipitada: todo el cuerpo en sobresalto y un silbido
roncándole por el pecho. Como expresiva es la exclamación de
Martín al observar tamaña excitación: ¡A ver qué se le ocurre
ahora a ese jabalí!
La
reacción de Mauricio Segovia, cliente bondadoso y que como todos
los pelirrojos no puede aguantar las injusticias, es la de
levantarse y marcharse del café, mientras comenta para sus adentros:
Yo no sé quién será más miserable, si esa foca sucia y
enlutada o toda esa caterva de gaznápiros. ¡Si un día le dieran
entre todos una buena tunda! Y a renglón seguido, el
autor justifica la indignación de don Mauricio: si él
preconiza –comenta- que lo mejor que podían hacer
los camareros era darle una somanta a doña Rosa, es porque ha
visto que los trataba mal.
En otro
orden de cosas, dejando a un lado las condiciones externas en que el
sentido ético se manifiesta, hemos de fijarnos en el mundo
interior que subyace bajo cualquiera de esas manifestaciones. Una
forma de belleza seguramente menos perceptible, pero sin duda
enormemente valiosa. La catira –dice don Job- no enamora
po lo que tié sino po lo que es, ¿sabe? Vestiíta siempre con el
mesmo tigüín, la catira seguiría siendo la mesma.
Porque
–reconoce el autor- dentro de una mujer desgraciada, honda y
tímidamente desgraciada, puede habitar, sin que nadie, ni aun ella
misma lo sepa, la temblorosa sombra de una mujer feliz, de una mujer
cruel e ignoradamente feliz. Ya en el comienzo de la obra el
autor hace de la catira este sentido elogio: La catira Pipía
Sánchez llevaba en el alma ese sosiego sin linde, esa paz infinita,
ese inmenso y poético estupor que sólo encuentran, tímido como la
última florecilla que miran, los paladines de romance, los santos
mártires y los grandes criminales. Conciencia serena, alma
blanca, como la de doña Lolita, ¡qué bendición de señora!,
que tiene el alma pintada de manso albayalde, de violentísimo e
inmaculado blanco de España. ¡Así da gusto! Alma delicada
también la de Julita, muy artista, mucho más artista, sin duda,
que la de su novio.
Aunque
-como comprobaremos más adelante- la obra de Cela está sembrada de
alusiones, descripciones, justificaciones y juicios sobre la mujer
abierta y sin prejuicios, disoluta, provocadora incluso, promiscua en
ocasiones y frecuentemente profesional del sexo, existen también
referencias de todo lo contrario: mujeres modestas,
recatadas y juiciosas, que preservan con celo su
dignidad. La
señorita para quien trabaja la Juliana, en “Tobogán de
hambrientos”, adopta un aire muy comedido y prócer, muy de
mujer cristiana y española. La señora Carlota, personaje de la
misma obra, siempre fue muy recatada y decente. Pepita, de
“San Camilo 1936”, es muy modosa en el vestir, no se pinta y
va siempre de manga larga; Toisha no se dejaría retratar en
cueros aunque se lo pidieses de rodillas, hasta ahí podíamos
llegar, una cosa es meterse en la cama con un hombre, con un solo
hombre y siempre el mismo, y otra muy diferente es dejarse retratar
en pelota y apoyada en una palmera, eso es indecencia. Y doña
Eduvigis no acompaña al teatro a don Vicente, porque el teatro es
una permanente incitación al pecado. Mrs. Caldwell está
enamorada del granjero Dickinson, pero no se lo quise decir
–confiesa-, por temor a obrar mal. Maruja Bodelón, en
“Mazurca para dos muertos”, se bajó el dobladillo de la manga
y se dejó el pelo a su color porque, decía, no hay que andar
provocando, las autoridades tienen razón, las españolas en algo
nos tenemos que distinguir de las francesas o las inglesas, en la
decencia sin ir más lejos. En “Madera de boj” encontramos a
Dorothy, la mujer de Dick, a la que le espantaban las emociones y
no se desnudó nunca delante de ningún hombre, y asistía a
los oficios con los ojos cerrados y la cabeza horra de pensamientos.
Y de misia Marisela y misia Flor de Oro, alguien comenta que eran
tan virtuositas que San Pedro les regaló un cojín de raso pal
mecedó e el cielo.
Recato
que lleva a la dama a preservar su intimidad y a no compartir con
cualquiera lo mejor de sí misma. La señorita del 37, en
“Pabellón de reposo”, no se pinta y sufre en silencio,
sin insinuarse y caer sobre el ánimo enamoradizo del paciente
del 14. Misia Marisela y misia Flor de Oro tenían el alma
muy aprensiva y muy escrupulosa. De ellas decía Mister
Match que se comprometía a curarles el flato
metiéndolas en la cama. Incluso mujeres que habitualmente
comercian con su cuerpo, no están dispuestas a aceptar porque sí
cualquier cliente. La Caobita no se dejaba invitar por cualquiera:
los cuartos te los guardas para comprarle un par de medias a tu
señora, que buena falta le hacen; de la Espontánea dice Sara
Topete que si tuviera padrinos barrería a todas las demás, lo
que le pasa es que es decente y no quiere repartir los cuartos con
nadie, y menos dejarse chulear por el primer pardillo que la
encandile; y María la Portuguesa, pupila de la Parrocha,
prefería pasar hambre que ir al catre con Cirolas; se negó a
ir con él simplemente porque no quiso tocar la mazurca ‘Ma
petite Marianne’.
Orgullo
y humildad se hacen también presentes: frente a Mimí Ortiz
de Amoedo, arcaicamente orgullosa, su orgullo hiede a
imperio romano, la figura de Cecilia, mujer vital y simpática,
síntesis de Buda y San Francisco, pero perfeccionados, en ella
se experimenta la nobilísima belleza del amor y la vida
sosteniendo como dos firmes columnas a la humildad y la bondad.
Y el
valor. El que demostró Pipía Sánchez cuando con el pecho
jadeante y el mirar del tigre, hermosa como nunca, le metió
una bala de plomo en el hígado a ño Perico; o cuando
llevando dentro las desatadas fuerzas de una
loba, a caballo sobre el potro Chumito, semejaba un doncel heroico dispuesto al más gallardo y al más inútil de los sacrificios. Que a la catira no hay que jopeala pa que haga su oficio, porque es mujé con más reaños, pues, que to un persogo e licenciaos. La Valentina, a pesar de lo delgadita que es, tiene tanto valor como presencia de ánimo. Mujer valerosa a la que nada se pone por delante demuestra ser Mimí, tía de Guillermo Zabalegui, cuando tras reconocer en el depósito a su sobrino dirige una mirada de desprecio al miliciano de la puerta y se marcha. Lleva contraída la mandíbula, pero no se le escapa una sola lágrima. El miliciano está pasmado: ¡hay que joderse, qué mujer! Doña Sacra, a consecuencia de la guerra, olvida al yerno, quema a la nieta y entierra a la hija, es mujer valerosa. Con mujeres así hubiera podido escribirse la historia sin ideas madrugadoras. Doña Sacra no se entrega al dolor, se cura el dolor con dolor, y al volver a casa se encierra en su alcoba y se sienta en el sofá, si pudiera llorar seguramente se encontraría mejor, pero no quiere llorar. De Consuelo Barrera dicen Manene Chico que es muy valiente, que sabe el terreno que pisa y que si fuera hombre llegaría muy lejos.
loba, a caballo sobre el potro Chumito, semejaba un doncel heroico dispuesto al más gallardo y al más inútil de los sacrificios. Que a la catira no hay que jopeala pa que haga su oficio, porque es mujé con más reaños, pues, que to un persogo e licenciaos. La Valentina, a pesar de lo delgadita que es, tiene tanto valor como presencia de ánimo. Mujer valerosa a la que nada se pone por delante demuestra ser Mimí, tía de Guillermo Zabalegui, cuando tras reconocer en el depósito a su sobrino dirige una mirada de desprecio al miliciano de la puerta y se marcha. Lleva contraída la mandíbula, pero no se le escapa una sola lágrima. El miliciano está pasmado: ¡hay que joderse, qué mujer! Doña Sacra, a consecuencia de la guerra, olvida al yerno, quema a la nieta y entierra a la hija, es mujer valerosa. Con mujeres así hubiera podido escribirse la historia sin ideas madrugadoras. Doña Sacra no se entrega al dolor, se cura el dolor con dolor, y al volver a casa se encierra en su alcoba y se sienta en el sofá, si pudiera llorar seguramente se encontraría mejor, pero no quiere llorar. De Consuelo Barrera dicen Manene Chico que es muy valiente, que sabe el terreno que pisa y que si fuera hombre llegaría muy lejos.
A la
mujer fisterrá hay que darle de comer aparte, pues es dama
de mucho temperamento y presencia de ánimo, es ágil y
valiente y tiene serenidad y aplomo. Mujeres igualmente decididas
y valerosas, aunque con aire más violento son la viuda de
Tachito Smith, que lleva el revólver que fue de su marido
siempre colgado del cinturón y no se lo quita sino para dormir
y entonces lo pone debajo de la almohada; Big Minnie,
mujer recia y valerosa que si había que poner orden entre
bronquistas en la casa de putas o entre alborotadores en el
teatro intervenía para restablecer la paz a golpes y a zurriagazos;
sabía cuidar de sus intereses y con ella no eran posibles los
embarques porque pegaba duro; Florinda, la mujer del droguero
Ángel Macabeo, a la que no se ponía nada por delante y que
parecía la hermana mayor de Juana de Arco, tenía la voz ronca y las
tetas y los pies grandes y era alta y fuerte, decidida, templada
y arriesgada, solo le faltaba la armadura de hierro con su flor de
lis de plata; la negra Vicky Farley, muy rápida con el
revólver y que va siempre armada, o Violet, la cantinera,
que cuando cierra la puerta de la cantina se queda sola con su
cuchillo y su látigo. Las mujeres son muy valientes –se
comenta en “Madera de boj”- parecen cobardes pero son muy
valientes, su valor puede rozar la temeridad y a veces ni reparan
siquiera en el peligro, hasta parece como si lo buscasen.
Y mujer
que se hace respetar. Ningún hombre, salvo Catalino Borrego,
podía sentarse delante de la catira sin pedir permiso; la
negra Vicky era mujer seria y respetable; Belinda descalabró
de un botellazo al Padre Octavio Lagares un día que, medio
borracho, la llamó zorra; y Rosalía a Tranqueira se deja
invitar a churros y a chocolate, pero no deja pagar a nadie si ella
no quiere.
Mujer
decente y mujer fiel. Decencia, honradez, fidelidad,
virtudes que han de acompañar cualquier relación para que ésta
llegue a feliz término, y que se evidencian como joyas que
en la mujer alcanzan su mayor lucimiento. Doña Teodosia no
está dispuesta a admitir regalos que no vengan de su esposo.
¡Hasta ahí podíamos llegar! Ahora está todo revuelto
–argumenta- y manga por hombro, pero la decencia, lo que yo
digo, no conoce modas. ¡Pues estaría bueno! Doña
Tránsito, aunque guste de gastar bromas a su marido, es mujer
decente y seria. Dulcenombre Gazapo, alias Cuquita, separada de
su esposo don Ildefonso Galindo, es dama –aunque teñida de
rubio- rebosante de resignación y de decencia. La señora
Carlota es muy mirada y dice que no se vende por dinero.
¡Eso es honradez! La joven Marta, una chica bien
educada y presentable, va casi sin pintar y representa su papel de
recién casada con mucha naturalidad y aplomo.
Finalmente,
mujer piadosa. Aunque, a decir verdad, es condición esta de
la que apenas hemos encontrado referencias; sí, como veremos en su
momento, alusiones a actitudes de beatería o mojigatería que,
evidentemente, no podemos interpretar como rasgos positivos.
Doña
Monserrat se despide de doña Visitación con prisas, porque no
quiere perderse la reserva, ceremonia litúrgica que consiste en
guardar en el sagrario la Sagrada Forma. Ante lo que doña Visitación
no puede por menos que reconocer para sus adentros: Estoy hecha
una laica. En fin, ¡que Dios no me castigue!. La señorita
Elvira, desazonada sobre la cama –seguramente consecuencia de la
cena copiosa-, se pone a rezar el credo hasta que se duerme; hay
noches –en las que la situación es más pertinaz- que
llega a rezar hasta ciento cincuenta o doscientos credos seguidos.
Conchita,
doncella en casa de Maripi, y de la que se comenta que es medio
pavisosa, aunque nadie dice que sea muy decente, sí es
religiosa y respetuosa ¡no hay que confundir!. Y encontramos, en
un signo de maternal religiosidad, a la señorita Marie, que con el
niño ciego en su regazo rezaba en francés la triste oración de
todas las noches.
Cuando
a una mujer –leemos en “La cruz de San Andrés”- le
falta el horizonte se refugia en la cama o en la oración.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela
Emérito UCJC
Emérito UCJC
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