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84 Now. A la vejez (III)



  

A LA VEJEZ,
  
  CALIENTO MIS MANOS 


EN EL SALTERIO
                           


Con los años, las manos se nos van haciendo sarmentosas. Con frecuencia se nos quedan frías. Las arrimamos al fuego.

¿Con qué caldearemos las manos del espíritu cargado ya de lustros, igualmente sarmentosas de tanto remar con ellas?
Las arrimamos al fuego del Salterio, llama que mantiene viva la Escritura desde el Antiguo Testamento a través del Nuevo y de mil monasterios cristianos dispersos por el mundo. Como la zarza de Moisés en el monte Horeb, arde su llama de continuo, quema ramajes y no los consume. El Salterio no envejece. Siempre es nuevo. Sus salmos siempre se dicen por primera vez, uno a uno.

El haberlos recitado y cantado largo tiempo atrás, desde la adolescencia y en la juventud, nos facilita la inmersión en ellos a la vejez. Nos caldean la tarde de la vida del todo.


Ahora, de mayores, los recitamos con frecuencia mientras la casa se nos hace vieja y se va cayendo. Cada salmo es un puntal para nosotros. El poeta dice que todo es vano artificio, que en la vejez presto han de faltar los puntales y allanarse el edificio. Pero no nos pillará su derrumbe con las manos frías, sino caldeadas, porque las arrimamos a los salmos, 150 para calentarnos los sarmentosos dedos y las palmas de las manos del espíritu.


Los salmos s
on un misterio, uno a uno, realidades entrañables. Quien vive en ellos, quien deja que sus lenguas de fuego lamen sus manos sarmentosas no morirá de frío. Manos, corazón, mente y cuerpo entero, de la cabeza a los pies, le mantendrán caldeado los salmos. A diario lo comprobamos.

Carlos Urdiales Recio
 Maestro, profesor de Teoría del conocimiento
Emérito UCJC
        

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