A LA VEJEZ,
CALIENTO MIS MANOS
EN EL SALTERIO
Las arrimamos al fuego del Salterio, llama que mantiene viva la Escritura desde el Antiguo Testamento a través del Nuevo y de mil monasterios cristianos dispersos por el mundo. Como la zarza de Moisés en el monte Horeb, arde su llama de continuo, quema ramajes y no los consume. El Salterio no envejece. Siempre es nuevo. Sus salmos siempre se dicen por primera vez, uno a uno.
El haberlos recitado y cantado largo tiempo atrás, desde la adolescencia y en la juventud, nos facilita la inmersión en ellos a la vejez. Nos caldean la tarde de la vida del todo.
Ahora, de mayores, los recitamos con frecuencia mientras la casa se nos hace vieja y se va cayendo. Cada salmo es un puntal para nosotros. El poeta dice que todo es vano artificio, que en la vejez presto han de faltar los puntales y allanarse el edificio. Pero no nos pillará su derrumbe con las manos frías, sino caldeadas, porque las arrimamos a los salmos, 150 para calentarnos los sarmentosos dedos y las palmas de las manos del espíritu.
Los salmos son un misterio, uno a uno, realidades entrañables. Quien vive en ellos, quien deja que sus lenguas de fuego lamen sus manos sarmentosas no morirá de frío. Manos, corazón, mente y cuerpo entero, de la cabeza a los pies, le mantendrán caldeado los salmos. A diario lo comprobamos.
Carlos Urdiales Recio
Maestro, profesor de Teoría del conocimiento
Emérito UCJC
Emérito UCJC
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios