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84 Leyenda colombiana

       

          EL NARRADOR DE LEYENDAS
  
    El Tarasca, La Muelona, Madre del Agua
(Voz en off)
En los termales de Santa Rosa de Cabal, en esa noche que comenzaba a tender su manto oscuro, un simpático abuelo entretendría a los niños, que ahora eran espíritus vivientes. El abuelo tenía una gran habilidad para narrar hermosas leyendas. Conocía prácticamente todas las de Colombia. Había nacido en Ibagué (Tolima) y era muy querido por los niños, a quienes entretenía en tantas ocasiones como lo necesitaran. Conservando lo fundamental de las leyendas colombianas, dejaba volar su imaginación y fantasía y les daba su particular toque interpretativo, versificándolas, en ocasiones. Había fallecido cuando estaba a punto de cumplir los cien años y nunca se vio un entierro con tanta gente y, muy especialmente, niños que le agradecían, de esta manera, y emocionados, las tardes de entretenimiento que el abuelo les había proporcionado. Y, esta vez porque así lo quiso el abuelo. o el destino, eran los espíritus vivientes-niños quienes le escucharían. Los espíritus adultos ocupaban un lugar secundario, aquellos que recordarían que habían sido niños una vez, y escuchado a los abuelos. Y, en deferencia a los niños, que vestían todos túnicas blancas, se adelantó la hora de la sesión. Así mismo, el lugar donde estaba el escenario se encontraba en un claro de la pequeña selva virgen situada en la margen derecha del río San Ramón. El escenario, iluminado por grandes focos, estaba adornado con vegetales y flores del lugar. A las ocho comenzó el acto. Y fue el abuelo quien saludó a los niños.
 
 Queridos niños y asistentes:
Santa Rosa de Cabal
Bienvenidos a este acto en el que ustedes van a ser los protagonistas. No se asusten ni de lo que vean, ni de mis palabras. Todo es un cuento. Son cuentos que los conocían aquí, en Colombia, los niños hacen cientos de años. Y ustedes también los tienen que conocer. Aunque les he dicho que son cuentos, tienen el nombre de leyendas. Espero que les gusten, pero antes he de cambiarme de vestimenta. Me acompaña una de las protagonistas que ya conocen. Es La Mamá del Agua, según la alegoría con la que la representan en Neiva (Huila). Ven que va desnuda. Tiene un color azulado y un niño a sus pies que coge su mano. Es muy linda. Ella será quien, al final, dirá si las leyendas de esta noche, formarán parte del libro que estamos escribiendo en este lugar maravilloso, que tiene un río encantado, el San Ramón; unos Termales que hacen las delicias de niños y mayores. En fin, un lugar, donde el dedo de Diosito ha escrito. Y también lo hizo un amigo mío, español, recordando su viaje a Colombia y su visita a este lugar:

Cuando el cielo de tu tierra amanecía,
lo hacía la belleza del paisaje:
colinas que parecen oleaje
en un mar tranquilo; y yo veía
blancas casas en crestas a porfía:
eran barcos varados; y el pasaje
genios y hadas que hacían ese viaje
sobre el verde esmeralda en que escribía.
Y he soñado dormido y despierto
con estos lugares que he contemplado,
y he estado a su hermosura abierto.
Gozo esa belleza y la he gozado;
y todo ese recuerdo en mí convierto
en un momento eterno idealizado.

(Salen todos del escenario. Los asistentes aplauden).

(Al cabo de unos mementos, el abuelo sale de nuevo al escenario. Viste como lo hacían los paisas hace muchos años, con su ruana, y no ha olvidado el sombrero alón. Y dijo a los niños):
Imaginen un monstruo que les infunda mucho miedo, pero que no les hace nada porque están conmigo y con sus papás. Cierren los ojos e imaginen.
(Salen cinco niñas y cinco niños al escenario y cada uno dice una estrofa del poema, jugando al corro. Al terminar, se van sentando en el fondo del escenario).

Una de las representaciones del Tarasca
En las profundas cavernas
de Tolima y Antioquia,
vive –dice esta historia–,
y no teme a las galernas,
ese monstruo que es Tarasca,
horrible, de color verde,
grandes dientes con que muerde,
cortan como fina lasca.
Dientes filudos, con punta,
en boca muy grande y ancha,
que, en momentos, desgarrancha
los huesos, y descoyunta.
Ibagué (Tolima)

Tiene, de reptil, su forma,
que infunde miedo y pavor.
Pero es más grande el dolor
porque no ha de ser la norma–,

que le producen los hijos,
Medellín (Antioquía)
a los padres, por glotones.
Comen como sabañones
y engordan como botijos.

Por eso hay dos Tarascas:
Una cabeza de pez,
Otra, de mujer, tal vez;
pero si tú mucho mascas,

le asustará este animal.
No coman, pues demasiado,
de engordar, tengan cuidado,
que Tarasca es muy real.

Y es tanta su fealdad,
que, de verla algún niño,
de este comer tan dañino,
para la salud, maldad–,

caerá al suelo desmayado,
a consecuencia del susto.
Debe comerse lo justo.
De engordar, tengan cuidado.

(Sale el abuelo y dice:)
Si les ha gustado pueden aplaudir. (Todos aplauden). Espero que todos los niños cumplan aquello que nos quiere trasmitir esta leyenda, El Tarasca. Hay que comer, pero no ser glotones.
Ahora voy a dialogar con una señora muy hermosa. Representa a una protagonista de una leyenda que se llama La Muelona. En realidad, la señora es La Muelona. Pero no se dejen engañar. No siempre es lo que parece. La Muelona aparece muy hermosa, pero tiene una dentadura descomunal. Es muy peligrosa, aunque parece que siempre se está riendo.

La Muelona

(Entra La Muelona. Comienza el diálogo).
ABUELO: –Dicen de usted que es muy bella.
MUELONA: –Abuelo, ¿usted lo niega?
Persona sería ciega
si, en usted, no hiciera mella,
buena –digo–, mi beldad.
¿Acaso alguien pone en duda
sea casada o viuda,
joven, vieja, o en mocedad,
mi juvenil hermosura?
Mire mis largos cabellos,
mis ojos, luceros bellos,
mis dientes…
ABUELO: –¡Qué cara dura!
MUELONA: –¿Decía usted, algo abuelo?
ABUELO: –No, nada. La dentadura…
(se dirige al público)
más parece una armadura.
Esta cree que soy lelo.
MUELONA: –¿Qué si decía usted algo?
(Al público)
ABUELO: –¿Qué he de decir? Lo que dicen
quienes la ven y maldicen
si es que me atrevo y valgo.
MUELONA: –¿Está usted sordo?
ABUELO: –¡Que no!
(al público)
¿Cómo le digo a la bella
que más que ser una estrella
porque lo he leído yo–,
es un cardo borriquero?
Una fiera que destroza
dentadura ha la moza–,
en un abrazo, un te quiero,
destrozaría a una vaca…
Y presume de los dientes
que, asustadas, ven las gentes.
Y, ¡qué carcajadas saca!
(Tiembla el orbe), destempladas,
estridentes, de demonio,
según dice el testimonio,
de almas, que atormentadas,
escaparon de sus garras.
NUELONA: –¡Abuelo me está enfadado!
ABUELO: –Su belleza he alabado
No se me cuadre, en jarras.
¿No será que está enfadada
porque hoy no salió, a su hora,
a los caminos, señora?
MUELONA: –¿Señora? Estoy extrañada.
ABUELO: –No se me extrañe y responda.
Desde las seis a la nueve,
usted todo lo remueve,
buscando a quien no se esconda:
caminantes del sendero,
o quien el bosque transita;
acude, pues, a la cita
como ave de mal agüero.
Se viste muy elegante,
y se esconde tras los troncos.
Y luego se vuelven broncos,
con el pobre caminante,
sus ademanes dañinos;
y tritura ferozmente,
en abrazo muy doliente
a quienes son como niños.
MUELONA: –Cierto es. Y no lo niego.
Yo castigo a jugadores,
alcohólicos, deudores,
y adúltero, que cual ciego,
abandona a su esposa,
a sus hijos, su familia;
el desgraciado se exilia
y en brazos de otra reposa.
Y respeto solamente
a aquellas casas que tienen
bebés y a ellos mantienen;
y obro, así, muy sabiamente.
Y respeto los hogares
de madres embarazadas,
por maridos respetadas,
y las libran de pesares.
ABUELO: –Pero engañar no está bien.
Y se aparece muy bella,
pero su maldad se estrella
con inocentes, también.
MUELONA: –Yo a nadie le obligo, abuelo.
Pueden huir, pues aviso.
Y aquel que viene sumiso
es que busca mi consuelo.
ABUELO: –En eso tiene razón.
Lo tiene bien merecido
quien de su deber ha huido
y olvida su obligación
MUELONA: –Si yo le contara, abuelo…
Yo tengo una larga historia.
Yo existía en la Colonia
cuando español era el suelo.
No todas aquellas damas
que vinieron desde España
tuvieron la fuerza y maña
de encauzar bien a sus almas.
Buenas hubo, es evidente.
Y de mala catadura
que les faltaba cordura
o conducta inteligente.
ABUELO: –¿Por qué, amiga, así se queja?
MUELONA: –Porque ellas fueron mi origen
y sus conductas me rigen.
Y fuera esa mala vieja
gitana, o de su estilo,
perversa y corruptora;
de maldad, instigadora,
del ovillo, el primer hilo.
Arruinaron a familias.
Y jóvenes inocentes
atendían a clientes
en prolongadas vigilias.
Hombres perdieron fortunas,
en las manos de la Maga.
quien comenzara mi saga.
Con artimañas oscuras
florecía su negocio:
Las consultas amorosas
venían a ser las fosas,
o quizás el mejor socio,
de acabar los matrimonios,
con los naipes tan inciertos,
de la cultura, desiertos,
y semejantes demonios.
Fue tanta su clientela,
y conoció a tanta gente,
que, con dolo inteligente,
el peso rápido vuela,
del cliente, a los bolsillos
de aquella Maga perversa,
que cambió su suerte adversa,
sacando a la plata brillo;
pero a aquella de altos cargos,
y de criollos solventes,
muy poco inteligentes,
que les dejaron amargos
recuerdos y resultados.
Incontables las maldades,
sin respetar las edades,
y caudales agotados,
y tantas ruinas de hogares,
enfermedades a cientos,
las esposas sin sustentos,
y males a centenares.
Enseñó a las jovencitas,
cómo evitar tener hijos.
en aquellos escondrijos,
de tantas oscuras citas.
ABUELO: Y, ¿acaso es usted la Maga?
MUELONA: –Eso dice una leyenda.
ABUELO: –Supongo, hay quien la defienda.
MUELONA: –Las Crónicas, y me halaga.
Verá usted lo que pasó.
Aquella mujer malvada,
disoluta, enajenada,
ya muy vieja, se murió.
Debió abandonar la casa
que la impregnó un olor
nauseabundo, y un hedor
que era peor que una brasa.
Y la abandonó enseguida;
y, con ella, las mujeres:
que son allí como enseres,
en aquella pobre vida.
Pero una se arriesgó,
Pasó la noche en la casa,
en la oliente mugre grasa
que aquella muerte dejó.
Pudieron mucho las joyas,
y los atrevidos trajes.
Quizás algunos brebajes,
que, con aquellas, enjoyas
el cuerpo embrutecido.
Cuando fue la oscuridad,
en ese antro de maldad,
se oyó, de vuelos, un ruido.
Eran negros pajarracos,
vampiros que, en negras cuevas,
como su historia, longevas,
de los vuelos, maniacos.
Y una voz oyó la Maga,
nítida en el dormitorio,
en el que hubiera jolgorio,
en camisones y braga,
anunciaba la venganza
contra hombres jugadores
y todos los malhechores,
sin denuedo y sin tardanza.
Contra mujeres livianas,
y cabezas alocadas…
en mi tierra, depravadas,
que arderán en llamas granas,
en el infierno conmigo:
Soy, desde ahora, La Muelona.
Que, en Tolima y en su zona,
encontraré enemigos.
Impidieron los vampiros
que la yesca del candil
se encendiera; y fueron mil,
las veces, que, entre suspiros,
lo intentó aquella mujer.
Gateó hasta la calle,
(tanto que lució su talle),
un reptil parece ser.
Estaba horrorizada,
y solo el fuego deshizo,
de la casa, el maleficio,
que fuera tan visitada,
entre escándalos y vicio.

(Voz en off)

Los niños como lo hacían aquellos que oyeron al abuelo en vida–, le aplaudieron y también a La Muelona. Ninguno se asustó. Más bien, muchos de ellos se compadecieron de ella. No entendieron algunas de las cosas de las que hablaba con el abuelo; pero, si algo les quedó claro, fue que La Muelona fue castigada por obrar mal. Y ahora ella perseguía y hacía sufrir a aquellos cuya conducta no era la que debía de ser. Como oyeron muchas veces en su vida, el miedo previene. Y eran los adultos quienes más temían a La Muelona.
El Sombrerón agradeció al abuelo y a La Muelona su narración. Los niños pidieron que le contase otra leyenda. Y tanto el uno como el otro aceptaron.
El Sombrerón preguntó a los niños:
Madre del agua (Huila)
¿Creen ustedes que las leyendas que ha narrado el abuelo son dignas de formar parte de un libro?
¡Síiiiiiiiiiii!



(Sale al escenario La Mamá del Agua y dice:)
Puesto que todos han dado ya su veredicto, y soy yo quien debe ratificarlo, firmaré el Acta en que conste que la leyenda narrada por el abuelo y La Muelona, tal como ha sido relatada esta noche aquí, merece el premio de ser incluida en el libro.
(Todos los presenten gritan:)
¡Bien, bien! ¡Viva el abuelo y La Muelona!
(voz en off)
El abuelo sonrió. Nunca había sido más feliz en su vida que cuando entretenía a los niños con la narración de leyendas. Lo hacía en las fiestas, en los colegios, en el patio de su casa, bajo un sietecueros, árbol que, en primavera, se vestía de rojo; o cuando un grupo de niños se lo pedía. Por eso, cuando murió aquel señor, a quien todos llamaban el abuelo y las personas mayores El narrador de leyendas, muchos lloraron.
                                                                   FIN
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, Profesor de Filosofía y Psicología

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