EL
NARRADOR
DE LEYENDAS
El
Tarasca, La Muelona, Madre del Agua
(Voz
en off)
En
los termales de Santa Rosa de Cabal, en esa noche que comenzaba a
tender su manto oscuro, un simpático abuelo entretendría a los
niños, que ahora eran espíritus vivientes. El abuelo tenía una
gran habilidad para narrar hermosas leyendas. Conocía prácticamente
todas las de Colombia. Había nacido en Ibagué (Tolima) y era muy
querido por los niños, a quienes entretenía en tantas ocasiones
como lo necesitaran. Conservando lo fundamental de las leyendas
colombianas, dejaba volar su imaginación y fantasía y les daba su
particular toque interpretativo, versificándolas, en ocasiones.
Había fallecido cuando estaba a punto de cumplir los cien años y
nunca se vio un entierro con tanta gente y, muy especialmente, niños
que le agradecían, de esta manera, y emocionados, las tardes de
entretenimiento que el abuelo les había proporcionado. Y, esta vez
–porque
así lo quiso el abuelo. o el destino–,
eran los espíritus vivientes-niños quienes le escucharían. Los
espíritus adultos ocupaban un lugar secundario, aquellos que
recordarían que habían sido niños una vez, y escuchado a los
abuelos. Y, en deferencia a los niños, que vestían todos túnicas
blancas, se adelantó la hora de la sesión. Así mismo, el lugar
donde estaba el escenario se encontraba en un claro de la pequeña
selva virgen situada en la margen derecha del río San Ramón. El
escenario, iluminado por grandes focos, estaba adornado con vegetales
y flores del lugar. A las ocho comenzó el acto. Y fue el abuelo
quien saludó a los niños.
Queridos
niños y asistentes:
Santa Rosa de Cabal |
colinas
que parecen oleaje
en
un mar tranquilo; y yo veía
blancas
casas en crestas a porfía:
eran
barcos varados; y el pasaje
genios
y hadas que hacían ese viaje
sobre
el verde esmeralda en que escribía.
Y
he soñado dormido y despierto
con
estos lugares que he contemplado,
y
he estado a su hermosura abierto.
Gozo
esa belleza y la he gozado;
y
todo ese recuerdo en mí convierto
en
un momento eterno idealizado.
(Salen
todos del escenario. Los asistentes aplauden).
(Al
cabo de unos mementos, el abuelo sale de nuevo al escenario. Viste
como lo hacían los paisas hace muchos años, con su ruana, y no ha
olvidado el sombrero alón. Y dijo a los niños):
–Imaginen
un monstruo que les infunda mucho miedo, pero que no les hace nada
porque están conmigo y con sus papás. Cierren los ojos e imaginen.
(Salen
cinco niñas y cinco niños al escenario y cada uno dice una estrofa
del poema, jugando al corro. Al terminar, se van sentando en el fondo
del escenario).
Una de las representaciones del Tarasca |
En
las profundas cavernas
de
Tolima y Antioquia,
vive
–dice esta historia–,
y
no teme a las galernas,
ese
monstruo que es Tarasca,
horrible,
de color verde,
grandes
dientes con que muerde,
cortan
como fina lasca.
Dientes
filudos, con punta,
en
boca muy grande y ancha,
que,
en momentos, desgarrancha
los
huesos, y descoyunta.
Ibagué
(Tolima)
|
Tiene,
de reptil, su forma,
que
infunde miedo y pavor.
Pero
es más grande el dolor
–porque
no ha de ser la norma–,
a
los padres, por glotones.
Comen
como sabañones
y
engordan como botijos.
Por
eso hay dos Tarascas:
Una
cabeza de pez,
Otra,
de mujer, tal vez;
pero
si tú mucho mascas,
le
asustará este animal.
No
coman, pues demasiado,
de
engordar, tengan cuidado,
que
Tarasca es
muy real.
Y
es tanta su fealdad,
que,
de verla algún niño,
–de
este comer tan dañino,
para
la salud, maldad–,
caerá
al suelo desmayado,
a
consecuencia del susto.
Debe
comerse lo justo.
De
engordar, tengan cuidado.
(Sale
el abuelo y dice:)
Si
les ha gustado pueden aplaudir.
(Todos aplauden). Espero que
todos los niños cumplan aquello que nos quiere trasmitir esta
leyenda, El Tarasca.
Hay que comer, pero no ser glotones.
Ahora
voy a dialogar con una señora muy hermosa. Representa a una
protagonista de una leyenda que se llama La
Muelona. En realidad, la
señora es La Muelona. Pero no se dejen engañar. No siempre es lo
que parece. La Muelona aparece muy hermosa, pero tiene una dentadura
descomunal. Es muy peligrosa, aunque parece que siempre se está
riendo.
La Muelona |
(Entra
La Muelona. Comienza el diálogo).
ABUELO:
–Dicen de usted que es muy bella.
MUELONA:
–Abuelo, ¿usted lo niega?
Persona
sería ciega
si,
en usted, no hiciera mella,
buena
–digo–, mi beldad.
¿Acaso
alguien pone en duda
sea
casada o viuda,
joven,
vieja, o en mocedad,
mi
juvenil hermosura?
Mire
mis largos cabellos,
mis
ojos, luceros bellos,
mis
dientes…
ABUELO:
–¡Qué cara dura!
MUELONA:
–¿Decía usted, algo abuelo?
ABUELO:
–No, nada. La dentadura…
(se
dirige al público)
más
parece una armadura.
Esta
cree que soy lelo.
MUELONA:
–¿Qué si decía usted algo?
(Al
público)
ABUELO:
–¿Qué he de decir? Lo que dicen
quienes
la ven y maldicen
si
es que me atrevo y valgo.
MUELONA:
–¿Está usted sordo?
ABUELO: –¡Que
no!
(al
público)
¿Cómo
le digo a la bella
que
más que ser una estrella
–porque
lo he leído yo–,
es
un cardo borriquero?
Una
fiera que destroza
–dentadura
ha la moza–,
en
un abrazo, un te quiero,
destrozaría
a una vaca…
Y
presume de los dientes
que,
asustadas, ven las gentes.
Y,
¡qué carcajadas saca!
(Tiembla
el orbe), destempladas,
estridentes,
de demonio,
según
dice el testimonio,
de
almas, que atormentadas,
escaparon
de sus garras.
NUELONA:
–¡Abuelo me está enfadado!
ABUELO:
–Su belleza he alabado
No
se me cuadre, en jarras.
¿No
será que está enfadada
porque
hoy no salió, a su hora,
a
los caminos, señora?
MUELONA:
–¿Señora? Estoy extrañada.
ABUELO:
–No se me extrañe y responda.
Desde
las seis a la nueve,
usted
todo lo remueve,
buscando
a quien no se esconda:
caminantes
del sendero,
o
quien el bosque transita;
acude,
pues, a la cita
como
ave de mal agüero.
Se
viste muy elegante,
y
se esconde tras los troncos.
Y
luego se vuelven broncos,
con
el pobre caminante,
sus
ademanes dañinos;
y
tritura ferozmente,
en
abrazo muy doliente
a
quienes son como niños.
MUELONA:
–Cierto es. Y no lo niego.
Yo
castigo a jugadores,
alcohólicos,
deudores,
y
adúltero, que cual ciego,
abandona
a su esposa,
a
sus hijos, su familia;
el
desgraciado se exilia
y
en brazos de otra reposa.
Y
respeto solamente
a
aquellas casas que tienen
bebés
y a ellos mantienen;
y
obro, así, muy sabiamente.
Y
respeto los hogares
de
madres embarazadas,
por
maridos respetadas,
y
las libran de pesares.
ABUELO:
–Pero engañar no está bien.
Y
se aparece muy bella,
pero
su maldad se estrella
con
inocentes, también.
MUELONA:
–Yo a nadie le obligo, abuelo.
Pueden
huir, pues aviso.
Y
aquel que viene sumiso
es
que busca mi consuelo.
ABUELO:
–En eso tiene razón.
Lo
tiene bien merecido
quien
de su deber ha huido
y
olvida su obligación
MUELONA:
–Si yo le contara, abuelo…
Yo
tengo una larga historia.
Yo
existía en la Colonia
cuando
español era el suelo.
No
todas aquellas damas
que
vinieron desde España
tuvieron
la fuerza y maña
de
encauzar bien a sus almas.
Buenas
hubo, es evidente.
Y
de mala catadura
que
les faltaba cordura
o
conducta inteligente.
ABUELO:
–¿Por qué, amiga, así se queja?
MUELONA:
–Porque ellas fueron mi origen
y
sus conductas me rigen.
Y
fuera esa mala vieja
gitana,
o de su estilo,
perversa
y corruptora;
de
maldad, instigadora,
del
ovillo, el primer hilo.
Arruinaron
a familias.
Y
jóvenes inocentes
atendían
a clientes
en
prolongadas vigilias.
Hombres
perdieron fortunas,
en
las manos de la Maga.
quien
comenzara mi saga.
Con
artimañas oscuras
florecía
su negocio:
Las
consultas amorosas
venían
a ser las fosas,
o
quizás el mejor socio,
de
acabar los matrimonios,
con
los naipes tan inciertos,
de
la cultura, desiertos,
y
semejantes demonios.
Fue
tanta su clientela,
y
conoció a tanta gente,
que,
con dolo inteligente,
el
peso rápido vuela,
del
cliente, a los bolsillos
de
aquella Maga perversa,
que
cambió su suerte adversa,
sacando
a la plata brillo;
pero
a aquella de altos cargos,
y
de criollos solventes,
muy
poco inteligentes,
que
les dejaron amargos
recuerdos
y resultados.
Incontables
las maldades,
sin
respetar las edades,
y
caudales agotados,
y
tantas ruinas de hogares,
enfermedades
a cientos,
las
esposas sin sustentos,
y
males a centenares.
Enseñó
a las jovencitas,
cómo
evitar tener hijos.
en
aquellos escondrijos,
de
tantas oscuras citas.
ABUELO: –Y,
¿acaso es usted la Maga?
MUELONA:
–Eso dice una leyenda.
ABUELO:
–Supongo, hay quien la defienda.
MUELONA:
–Las Crónicas, y me halaga.
Verá
usted lo que pasó.
Aquella
mujer malvada,
disoluta,
enajenada,
ya
muy vieja, se murió.
Debió
abandonar la casa
que
la impregnó un olor
nauseabundo,
y un hedor
que
era peor que una brasa.
Y
la abandonó enseguida;
y,
con ella, las mujeres:
que
son allí como enseres,
en
aquella pobre vida.
Pero
una se arriesgó,
Pasó
la noche en la casa,
en
la oliente mugre grasa
que
aquella muerte dejó.
Pudieron
mucho las joyas,
y
los atrevidos trajes.
Quizás
algunos brebajes,
que,
con aquellas, enjoyas
el
cuerpo embrutecido.
Cuando
fue la oscuridad,
en
ese antro de maldad,
se
oyó, de vuelos, un ruido.
Eran
negros pajarracos,
vampiros
que, en negras cuevas,
como
su historia, longevas,
de
los vuelos, maniacos.
Y
una voz oyó la Maga,
nítida
en el dormitorio,
en
el que hubiera jolgorio,
en
camisones y braga,
anunciaba
la venganza
contra
hombres jugadores
y
todos los malhechores,
sin
denuedo y sin tardanza.
Contra
mujeres livianas,
y
cabezas alocadas…
en
mi tierra, depravadas,
que
arderán en llamas granas,
en
el infierno conmigo:
Soy,
desde ahora, La Muelona.
Que,
en Tolima y en su zona,
encontraré
enemigos.
Impidieron
los vampiros
que
la yesca del candil
se
encendiera; y fueron mil,
las
veces, que, entre suspiros,
lo
intentó aquella mujer.
Gateó
hasta la calle,
(tanto
que lució su talle),
un
reptil parece ser.
Estaba
horrorizada,
y
solo el fuego deshizo,
de
la casa, el maleficio,
que
fuera tan visitada,
entre
escándalos y vicio.
(Voz
en off)
Los
niños –como
lo hacían aquellos que oyeron al abuelo en vida–,
le aplaudieron y también a La
Muelona. Ninguno se asustó. Más
bien, muchos de ellos se compadecieron de ella. No entendieron
algunas de las cosas de las que hablaba con el abuelo; pero, si algo
les quedó claro, fue que La
Muelona fue castigada por obrar
mal. Y ahora ella perseguía y hacía sufrir a aquellos cuya conducta
no era la que debía de ser. Como oyeron muchas veces en su vida, el
miedo previene. Y eran los
adultos quienes más temían a La
Muelona.
El
Sombrerón agradeció al abuelo
y a La Muelona
su narración. Los niños pidieron que le contase otra leyenda. Y
tanto el uno como el otro aceptaron.
El
Sombrerón preguntó a los
niños:
Madre del agua (Huila) |
–¡Síiiiiiiiiiii!
–Puesto
que todos han dado ya su veredicto, y soy yo quien debe ratificarlo,
firmaré el Acta en que conste que la leyenda narrada por el abuelo y
La Muelona,
tal como ha sido relatada esta noche aquí, merece el premio de ser
incluida en el libro.
(Todos
los presenten gritan:)
–¡Bien,
bien! ¡Viva el abuelo y La
Muelona!
(voz
en off)
–El
abuelo sonrió. Nunca había sido más feliz en su vida que cuando
entretenía a los niños con la narración de leyendas. Lo hacía en
las fiestas, en los colegios, en el patio de su casa, bajo un
sietecueros, árbol que, en primavera, se vestía de rojo; o cuando
un grupo de niños se lo pedía. Por eso, cuando murió aquel señor,
a quien todos llamaban el abuelo
y las personas mayores El
narrador de leyendas, muchos
lloraron.
FIN
ANTONIO
MONTERO SÁNCHEZ
Maestro,
Profesor de Filosofía y Psicología
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