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84 Las aves en Delibes: el ratonero

      

    


       EL RATONERO



(...) el Azarías colgaba la percha de la gruesa viga del zaguán y, tan pronto anochecía, acuclillado en los guijos del patio, a la blanca luz del aladino, desplumaba un ratonero (...)
Los santos inocentes, p. 14.



No se cansa Delibes de nombrarnos aves en sus novelas. El ratonero, que por poco conocido no es menos visto en los campos de España (ahora llamado “país”). Su nombre científico es Buteo buteo y, aparte de ratonero, también recibe otros nombres como águila ratonera, águila ratera, ratonero común, mileón, buzo común. Le podemos oír en el campo con un sonido similar a este: “miiiiiiaaa, miiiiaaa”.

En cuanto al texto que comenzaba el artículo, no se excede Delibes en detalles. Nos relata con sobriedad la estancia en la que el Azarías despluma al ratonero. La sobriedad en Miguel Delibes es uno de los ejemplos en los que el maestro se muestra como un clásico.

Si recordamos a don José, el cura del pueblo en El camino, dicen de él que es “un santo”, sin más. No les hace falta alargarse más en alabanzas ni elogios. Miguel Delibes, fiel a su sobriedad, le hace aparecer como tal. No divaga sobre su santidad.

En Diario de un jubilado uno de sus personajes “ve crecer la hierba”, expresión que se emplea cuando se pondera la viveza de entendimiento de una persona:

¡Anda y que si el angelito llega a ser normal! Pero si ve crecer la hierba.

No se precisan más explicaciones sobre su inteligencia o su manera de actuar.
Toda su narrativa es un modelo de sobriedad.

Volviendo al busardo o ratonero es una de las rapaces más comunes de la Península debido a su capacidad de adaptarse a numerosos hábitats y de una dieta muy variada.

Es de tamaño mediano y presenta coloraciones variadas, desde individuos pálidos hasta otros muy oscuros. El plumaje más habitual es el de color pardo en la parte dorsal, muy uniforme y algo más claro en el vientre, con un barrado más claro en la zona del pecho. En vuelo, desde abajo, el cuerpo y los hombros son más oscuros mientras la mitad de las alas hacia los extremos son grises. En todo el contorno de alas y cola tiene una banda oscura.

Los jóvenes son más oscuros en el dorso y más barrados en el vientre y al volar no muestran aún la banda oscura en el borde.

En España es una rapaz sedentaria, pero en invierno llegan algunas del norte de Europa (aunque la mayor parte se queda a pasar los meses fríos en Francia). Al acabar el otoño, algunos ejemplares sedentarios pueden descender de sus lugares de campeo de verano, cercanos a la media montaña (hasta los 1.500 o 1.600 metros de altitud) a zonas más bajas, más cálidas, pero cercanas a sus laderas de verano.

Es común verle ascender aprovechando las corrientes térmicas o verlo posado en postes aislados de la luz, señales de tráfico junto a caminos o autovías y atalayas cercanas a ambientes humanos. Su paisaje preferido es el de bosques y bosquetes combinados con espacios abiertos, praderas y campos de cultivo con cercas, manchas de arbusto y bosques de galería. En resumen, un paisaje variado, con diferentes hábitats donde viven las presas que busca desde sus atalayas o en sus vuelos de planeo, de reconocimiento.

Acabo con esta historia que me contó mi amigo Francisco Sánchez de las Brozas:

Ver águilas ratoneras en mi pueblo es sencillo. No hay más que salir fuera de las cuatro calles que lo conforman. Es más, si te sientas en la plaza del caño, al extremo sur del pueblo, junto a la carretera provincial, y miras el horizonte, también las puedes ver.

Yo soy un hombre de bici y pedaleo lento. Me gusta subir las cuestas que acercan los bajos al monte y creo que ese es el mejor modo de verlas. Cuando subes una cuesta, el águila ratonera sabe que tu bici lleva un ritmo pausado, que tus piernas dan lo que dan, que no te vas a bajar de improviso y te vas a liar a pedradas con el animal. Por eso, la ratonera espera, te observa, parece que estuviese contando las gotas de sudor que te caen por el rostro. Te observa con la parsimonia con la que lo hacen los viejos junto al banco de la plaza cuando la atraviesas para ir a la tienda. Ellos ya saben donde vas, igual que la ratonera. Si uno atraviesa la plaza a media mañana, va a la tienda, a la única del pueblo, ¿a dónde ir si no? Si el ciclista sube la cuesta del fraile hacia el monte al atardecer, la ratonera sabe que el ciclista rodeará la laguna y volverá al pueblo por el camino de las viñas. Ella seguirá allí, sobre su poste de la luz y el ciclista habrá podido observarla con detenimiento, entre pedalada y pedalada.

JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes





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