Estás tendido, inerte, tu cuerpo se ha rendido;
lo
han vencido el cansancio, el tedio, la fatiga
cuando
ensaya el momento de abandonar el tiempo.
Yaces
sobre tu lecho, reposado, sereno;
tus
ojos se cerraron, los brazos se extendieron inertes,
y
tu pecho, al ritmo acompasado del fuelle que mantiene
humeante
el rescoldo de un fuego amortiguado,
se
alza imperceptible,
apenas
un segundo parece detenerse,
y
se desinfla luego con un tenue silbido,
al
tiempo que en tus sienes se acompasa el latido
que
sigue, consciente o inconsciente, obediente a la vida:
la
llama que un buen día la concepción enciende
y
que en todo momento, luminosa y ardiente,
velada
y temblorosa, serena o agitada, alerta se mantiene.
Y
entonces, poco a poco, puede que de repente,
mas
sin que del letargo al exterior despiertes,
con
la ligera brisa que las hojas remueve
o
agitado de pronto por la ráfaga inmensa
que
la rama estremece,
sueñas:
cerrados,
en su interior se mueven;
a
tus labios asoma una tímida mueca, inexpresiva, ausente,
e
imágenes confusas acuden a tu mente:
deseos
incumplidos, temores, frustraciones,
anhelos
largamente perseguidos…
La
fiera que te acosa, mas nunca hasta ti llega,
aunque
apenas avanzas por mucho que te esfuerces;
o
el cielo que se acerca, que al alcance parece,
pero
al que nunca tocas,
pues
tus brazos pesados, lentos, desobedientes,
torpes,
se niegan a elevarse; y observas impotente
cómo
tras de las nubes se recoge, se esconde, retrocede…
Y
en el momento cumbre,
cuando
es mayor el riesgo y el peligro inminente,
o
cuando ya muy cerca el goce se te ofrece,
despiertas:
Un
chasquido de dedos invisibles ha venido a salvarte,
o
ha frustrado, sin miramiento alguno, esa ilusión de siempre.
Te
descubres de nuevo despierto, sudoroso,
intranquilo,
inseguro, nervioso, jadeante…
Y
sientes el alivio de haber salido indemne.
Son
sueños, solo sueños, te dices.
o
lamentas el ruido inoportuno.
Y
gozas tu fortuna por volver a la vida
que
te dejó a dos pasos de la meta soñada
o
maldices la suerte que de nuevo,
y,
cual si de raposa nocturna se tratara,
tras
poner en tus labios el dulzor de las mieles,
arrebató
con saña la presa que tu mano alcanzaba,
así
te abandonaba.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación.
Emérito UCJC
RECUERDOS PERDIDOS
Cuando
se acerca uno a la vejez,
todo
es volver a recordar
los
paisajes de la niñez
que
nos hicieron reír y llorar.
Yo
volví ayer
a
mi casa natal
y
el pueblo que me vio nacer
ya
no es igual.
Lo
que creí que era un vergel
ahora
es cemento nada más;
no
queda sitio en él
para
jugar.
Los
malvarreales que planté
pegados
a la casa en el umbral
se
marchitaron sin oler
y
sin abejas de miel dar.
al
que mi padre uncía al barandal
del
carro en que pintó un amanecer
en
el toldo abombado, saliendo del corral.
Ni
estaban la colodra ni el fardel
para
nos alimentar
cuando
al campo de trigos y cebadas a granel
nos
entregábamos para segar.
¿Y
adónde el niño fue,
el
niño azul de aquel hogar,
en
el que alpineaba carricoches de papel
desde
su tierna y corta edad?
No
lo sé, no lo sé;
no
lo logré encontrar.
Si
es que aún existe, le digo: “Ven,
entra
en mi casa sin llamar”.
APULEYO SOTO PAJARES
Maestro, poeta, periodista, juglar
RECUÉRDAME,
SEÑOR
Recuérdame, Señor,
que
el mundo de mañana será tuyo;
en
el hoy, hay dolor
-
de la experiencia arguyo -,
y,
solo en Ti, lo bueno restituyo.
Con
frecuencia, me olvido
que
solamente en Ti la paz encuentro
y,
en ella, he vivido
el
feliz reencuentro
con
la Bondad, Tú la fuente y el centro.
Recuérdame
que tengo,
en
Ti, Señor, la única esperanza
y
que solo en Ti obtengo
la
fuerza y la pujanza
y,
en locos desvaríos, la templanza.
Recuérdame,
Señor,
que,
por mucho que viva, todo pasa…
y
vivir sin amor,
es
de bondad escasa
la
vida que, ausente de amor, fracasa.
Y
no es tuya la culpa
si
el bien recibido lo olvidamos
-
y no cabe disculpa -,
si
a Ti te ignoramos
y
el poder y la vanagloria amamos.
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro. Profesor de Filosofía y de Psicología
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios