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20191229

85 AFDA

Enero, 2020
ÍNDICE PRINCIPAL

Pregón: Prioridad de los valores
Cuadros sobre el más allá (IV): La Ascensión. William Blake. E. Malvido
Páginas recuperadas (4): La Guía de las Escuelas. Teódulo G.R.
Alta política con estilo. Más sobre la excelencia. R. Duque de Aza
Casi cuento: Olivia y Eugenio. Á. H.
Soneto desde el sentimiento: Año nuevo ¿vida nueva? Á.H.
Rincón de Apuleyo: Villancico de los Reyes Magos
Afderías, 4 : El cisne y a paloma. CUR
Educación física: El aspecto educativo.  F. Sáez
Epifanía. Romanzuelo navideño. Á.H.


 
PRIORIDAD DE LOS VALORES


La pedagogía al día se equivoca al retirar al maestro a la retaguardia de la educación para dar prioridad al alumno de quien se pretende que sea, él casi solito, decisivo y certero en su formación. Qué duda cabe de que el alumno es el que ha de crecer hacia el cielo de valores desde él mismo, pero lo hará, como lo hacen las plantas al sol, de las que no tira ninguna mano para hacerlas crecer. Que el profesor no tire malamente del alumno, pero que le exponga al pleno sol de los valores.
El educando necesita sol a cielo abierto, ni estufas ni calefacciones, valores a fondo, zambullirse en ellos, no en su mera noticia o concepto, raya o piel de arañazo en su formación.
Y eso es posible en toda edad, de acuerdo con la psicología evolutiva: en un primer momento, la leche materna; en el siguiente, las papillas debidas y, más adelante, la carne para el diente que ya ha salido. Todo a su momento, pero en él.
Por ejemplo. Como venimos diciendo en este blog, no basta con que el alumno alcance el concepto de persona, cuando estudie filosofía, ni siquiera que el profesor le entregue ese concepto nítido y claro, para hacerlo suyo, precisa haber buceado, con el filósofo a fondo con el que le nacieron, en la realidad viva de la persona o no pasará de arañar una realidad que debería marcarle de por vida.
Otro ejemplo. No basta con que el alumno defina con el Diccionario de la Real Academia la realidad a la que apunta la palabra clásico. Ni siquiera que sepa comentarlo con las certeras palabras de don Manuel García Morente:Predominio de la atención a lo diverso y diferencial sobre la atención a lo común y general. Intuición de las jerarquías dominantes en las distintas formas de realidad. Respeto a la objetividad”. Es preciso que haya resonado la realidad de lo clásico en el mismo centro de su ser, que la haya intuido, visto, leído o escuchado por dentro, ante el Partenón de Grecia, en los versos de Fray Luis de León, en una pintura de Andrea Mantegna o en la música de algún renacentista.

Tercer ejemplo. Aprenderá a redactar, no redactando, sin más, dale que le das, sino calcando con detalle y mimo a los grandes autores. Solo imitándoles, plagiándoles, robándoles a fondo el estilo, se soltará a escribir y encontrará su estilo propio. 

Un método de aprendizaje de la redacción eficaz es el que hace plantilla de escritores como Cela, Miguel Delibes, Ramón Gómez de la Serna, Giovanni Papini… Plantilla creativa -sol de la didáctica- el mismo que lleva con buen garbo el “Método Redacta” de nuestra Escuela. 



        CUADROS SOBRE EL MÁS ALLÁ



(IV)



William Blake (1757-1827), The Ascension, 1805-1806, 
acuarela y tinta sobre papel, 31 cms x 43 cms, 
inscripción: inferior derecha Acts I c. 9-10 v

Sobre el tema escatológico de la Ascensión del Señor, andaba revisando las obras pictóricas que Google ofrece sobre el dogma cristiano de la subida de Jesús en cuerpo y alma al cielo, cuando quedé deslumbrado al toparme con la “Ascensión”, de William Blake.
Me pareció una representación del acontecimiento escatológico de la exaltación de Jesús a la gloria del Padre enteramente original en comparación con las obras más celebradas sobre dicho acontecimiento de pintores como: Giotto, Mantegna, Rembrandt, Benjamin West… (ver en Google las aludidas Ascensiones del Señor).
Lo que más me impactó fue la iluminación de toda la lámina, el trazado fino y delicado de las figuras, el gesto ascensional no solo de Jesucristo, sino también de los Apóstoles, la claridad polícroma y la transparencia de la vestimenta de modo que se dibujan los cuerpos como ingrávidos en consonancia con las túnicas… Y me encantó la centralidad y el protagonismo de la figura de Jesús de Nazaret, el que había sido crucificado las finas heridas de las manos lo identifican, entrando solo en el espacio dorado y rojizo de la gloria celestial.
Yo, como creyente cristiano, al ver bajar a dos ángeles adonde los Apóstoles, reproduje mentalmente el pasaje de Lucas en los Hechos de los Apóstoles:
Como ellos estuvieran mirando fijamente al cielo mientras él se iba, se les presentaron de pronto dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo? Este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo habéis visto marchar” (Hech 1,10-11).
Después, al contemplar sobre todo la claridad y el impulso vertical del cuerpo del Señor, recordé las dotes que el Catecismo de Trento (capítulo XI: “Creo en la resurrección de la carne”) asigna a los cuerpos resucitados: impasibilidad, claridad, agilidad y sutileza. Está claro que las tres primeras dotes se reflejan nítidamente en la pintura de la ascensión de Jesús, de W. Blake.
Más tarde, apaciguados los primeros momentos de emoción y fascinación, comencé a mirar la lámina con ojos críticos. Pronto noté que en ella no aparecían las dos zonas que suelen figurar en las pinturas clásicas sobre la Ascensión del Señor (véase en Google el cuadro de Rembrandt): la franja luminosa que corresponde a Jesús entrando en la gloria y la franja oscura o semioscura donde se quedan los Apóstoles.
Por el contrario, en la escena pictórica de William Blake se observa un solo espacio luminoso, si bien es más esplendoroso el espacio ocupado por Jesús que el cubierto por los Once Apóstoles. Si nos fijamos en sus miradas, en las posturas tensionadas de sus cuerpos y en los talones de sus pies un tanto alzados, así como en el borde inferior de sus túnicas, se diría que la Ascensión del Señor afecta de alguna manera también a los Apóstoles.
Vuelvo a mi espontánea interpretación cristiana ante la pintura del Artista que encabeza este comentario. Dejando de lado mi sorpresa y asombro despertados en mí por la lámina de William Blake, la “rareza” que he hecho notar en ella desde el punto de vista de la pintura tradicional cristiana me lleva a preguntar si mi interpretación responde a la del Autor inglés.
Pero antes de realizar esa confrontación entre la lectura de William Blake y mi lectura de su representación de la ascensión de Jesús, habrá que conocer algo de su biografía y obras artísticas. Es lo que yo tuve que hacer, puesto que, fuera de su nombre y el vago recuerdo de algunos dibujos suyos, era para mí un desconocido.

William Blake nació en Londres en noviembre de 1757 y murió, también en Londres, en agosto de 1827. Poeta, grabador y pintor, que fue ignorado durante sus casi 70 años de vida por el público británico; sin embargo, en la actualidad goza de considerable estima y es objeto de estudio entre intelectuales y artistas.
Su infancia se desarrolló en medio de una familia de la clase media, seguidora de una tradición disidente de la Iglesia oficial anglicana, caracterizada por su rechazo, en nombre de la libertad individual, a toda norma ética y autoridad institucionalizadas.
La impronta individualista recibida en su educación familiar se vio incrementada por la viva imaginación de William Blake que le llevó a tener visiones fantásticas, las cuales eran más reales para el pequeño William que las proporcionadas por sus sentidos.
En relación con esto último, reproduzco una afirmación del propio visionario inglés, que nos permite asomarnos a su manera misteriosa, extraña y equívoca de pensar:
Si las puertas de la percepción fueran limpiadas, todo aparecería al hombre tal cual es: infinito.”
No soy capaz de ofrecer una síntesis de la antropología o de la filosofía o de la teología de William Blake. Por lo poco que he leído de él y sobre él, he podido comprobar que los expertos disienten a la hora de clasificarlo como pensador.
Pero no vayamos a pensar que William Blake se limitó a analizar y a examinar su mundo interior de visiones y deseos de realidades ultrasensoriales, sino que incorporó a sus poemas e ilustraciones artísticas hechos históricos de la magnitud de la revolución industrial inglesa, la independencia de los Estados Unidos de América (1775-1783) y la revolución francesa (1789-1799), aplicando a los acontecimientos mencionados sus utopías y medios particulares para convertirlas en realidades.
A la hora de confrontar la lectura cristiana que he expuesto a propósito de la Ascensión del Señor con la probable lectura del imaginativo W. Blake, me centraré en la nota extraña que he observado en su cuadro de la Ascensión de Jesús. Para reflejar la interpretación del poeta, grabador y pintor británico, utilizaré solamente textos del mismo Artista, tomados de algunos de sus muchos libros (“El matrimonio del cielo y el infierno”; “Canciones de inocencia y de experiencia”; “Milton”; “Jerusalén”; …).
Sospecho que las diferencias advertidas en las representaciones tradicionales sobre la Ascensión de Jesús en cuerpo y alma a la gloria divina y la manera atractiva y original de W. Blake de tratar el mencionado misterio cristiano, se debe a la radical divergencia a la hora de concebir y valorar a la persona de Jesús por parte de los primeros cristianos y por parte de nuestro visionario inglés.
Los cristianos de la Iglesia primitiva fueron testigos de un hecho de naturaleza escatológica, el triunfo definitivo sobre la muerte, acaecido en un solo individuo humano: el que había sido sentenciado a muerte por la autoridad religiosa judía. No había duda para los testigos del único Resucitado de que Dios había intervenido saliendo en defensa del excluido de la religión judía por sus mismos jefes y de que gozaba del beneplácito divino como ningún otro personaje anterior ni tampoco posterior a él. Comenzaron llamándolo “Mesías”, que era el calificativo más elogioso que tenían ellos y, guiados por el Espíritu Santo, terminaron por confesarlo Hijo unigénito de Dios Padre. Desde el punto de vista humano, la única causa explicativa del proceso de fe propiamente cristiana que recorrieron los primeros discípulos fue su experiencia de encuentro con el único Resucitado, con el Primer Hombre Nuevo, identificado como Jesús de Nazaret. La filiación divina de Jesús de Nazaret es el principal dogma cristiano derivado del acontecimiento de la resurrección única en cuerpo y alma de Jesucristo. Nadie puede llamarse cristiano sin confesar la fe personal en la resurrección de nuestro Señor.
William Blake no se declara creyente en el hecho escatológico de la resurrección única de Jesús en ninguno de sus variados escritos. Quien no cree en la resurrección de Jesús no puede creer tampoco en su Ascensión en cuerpo y alma a la gloria, puesto que la Ascensión pone fin al mismo acontecimiento escatológico de la resurrección del Señor a los ojos de los Apóstoles.
En lugar de interpretar a la persona de Jesús a la luz del acontecimiento suprahistórico de su resurrección de entre los muertos, que supera del todo el alcance cognoscitivo de la razón y de la imaginación, nuestro creativo Artista interpreta a Jesús como mero hombre, pero dotado de excepcional capacidad imaginativa. Reproduzco, en primer lugar, uno de los principios de Blake sobre el origen humano del “Genio poético” o del “Genio imaginativo”:
El Genio Poético es el hombre real, y el cuerpo o forma exterior del Hombre está derivada del Genio Poético (…). Así como todos los hombres son semejantes en su apariencia exterior, así –y con la misma infinita variedad- son semejantes en el Genio Poético” (“Todas las religiones son una”).

En segundo lugar, podemos preguntarnos por el papel que Jesús desempeña en el ejercicio del “Genio poético”. Según los expertos en la teoría blakeana del conocimiento, Jesús gozaba de una capacidad visionaria extraordinaria, pero, siendo esta la realidad, no se diferenciaba de los otros seres humanos imaginativos por tener un foco de inspiración distinto divino, sino únicamente por tener un foco humano de inspiración con una graduación mayor.
En el largo texto con que el poeta y grabador inglés ilustra la escultura “Laocconte” (“El matrimonio del cielo y el infierno”), nuestro Autor presenta como cristianos por su imaginación creadora a estos cuatro diversos artistas (poeta, pintor, músico y arquitecto), añadiendo que el hombre o mujer que no es nada de esto, no es cristiano”. En este mismo texto es donde Blake hace esta afirmación: “Jesús y sus apóstoles y discípulos, todos eran artistas”.
Volviendo a la extraña similitud luminosa de la figura de Jesús y de las Once figuras de los Apóstoles que observábamos en la lámina de W. Blake en comparación con las dos zonas o franjas tradicionales sobre la Ascensión del Señor, quizás ahora entendamos por qué no solo contemplábamos a Jesús en estado de privilegiada ascensión, sino que también advertíamos que en el grupo apostólico se apreciaba cierta comunión con la conciencia en éxtasis del Maestro.
Lo dicho nos lleva a afirmar que William Blake interpreta la Ascensión de Jesús como el estado permanente de la visión ultrasensorial en que vivió Jesús durante su existencia histórica, mientras que la fe cristiana, expresada en los cuadros tradicionales sobre la Ascensión del Señor, confiesa que Jesús ha ingresado gloriosamente resucitado en cuerpo y alma al cielo del Padre y del Espíritu Santo.
Terminamos nuestro comentario a la maravillosa Ascensión de Jesús, de William Blake, poniendo de relieve dos serios reparos a la interpretación que él da a dicha obra pictórica: 1. Desde el punto de vista del conocer humano; y 2. Desde la perspectiva de la fe cristiana sobre la Ascensión del Señor.


1 W. Blake está convencido de que percibimos y deseamos independientemente de nuestros sentidos. Para él, la fuente cognoscitiva o epistemológica que nos lleva más allá de la “realidad virtual” de este mundo es el Genio Poético… Hay que reconocer que las visiones de las que Blake habla y refleja en sus poesías, pinturas y grabados demuestran una capacidad imaginativa nada común. Me temo, sin embargo, que semejante fuente epistemológica no existe independientemente de los sentidos de nuestro cuerpo. Los artistas más excelsos, y este es el caso del propio Blake, no tienen más remedio que recurrir a materiales y a técnicas percibibles para representar las ideas y emociones más sublimes, así como también las más irrelevantes. Si con el verbo “crear” queremos referirnos a hacer surgir “algo” de la “nada” (“creatio ex nihilo”), los diferentes artistas no deben ser llamados “creadores” en el sentido indicado del verbo “crear”, pues las visiones más asombrosas parten de nuestros sentidos.

2 La interpretación de William Blake sobre la Ascensión refleja la manera de pensar y de amar del Autor de la admirable pintura “The Ascension”. Una interpretación, la de William Blake, que expresa los deseos más profundos de la humanidad y las cotas más altas de solidaridad y fraternidad que pueden anhelarse en las relaciones humanas.

Pero esta honda y bella interpretación sobre las ansias humanas de felicidad plena no responde al plan de felicidad del Dios de Jesús que se encierra en la inscripción que se lee en la parte inferior derecha del cuadro: “Acts I c 9-10 v” (Hech 1,9-10). En este pasaje de los Hechos de los Apóstoles de Lucas se nos comunica que Jesús, el que había sido crucificado, fue llevado en cuerpo y en alma transformados gloriosamente al cielo, donde habita Dios, representado, como en las teofanías del Antiguo y el Nuevo Testamento, por una Nube.

Reconozco la belleza sublime de la presente pintura y de otras muchas del genio imaginativo de Blake. Pero todo ese despliegue de hermosa fantasía no cambia la naturaleza humana de Jesús, mientras que la fe de los primeros cristianos declara que Dios Padre, mediante la resurrección, ha transformado gloriosamente el cuerpo y el alma del hombre histórico Jesús de Nazaret. La resurrección, y otro tanto vale decir de la Ascensión en cuerpo y alma de Jesús al cielo, no es un simple peldaño más en la “Ascensión” de Jesús por la escalera del éxtasis, sino que es todo un cambio de escalera, un salto a otro orden en la manera de ser hombre, el Paso, la Pascua al orden de la escatología cristiana.

EDUARDO MALVIDO
Maestro, catequista y teólogo
PÁGINAS RECUPERADAS (4)

"LA GUÍA DE LAS ESCUELAS"


Comenzamos los lasalianos un nuevo tricentenario, casi solapado con el de la muerte del Fundador. Esta vez celebramos los trescientos años de la “Guía de las Escuelas” (editada por primera vez en 1720, pero que ya había circulado con anterioridad, en tiempos de S.J.B. de La Salle, a base de manuscritos), el libro que ha sido durante siglos el compendio del espíritu, del ser y del hacer de la pedagogía lasaliana. Al evocarlo hoy no solo deberíamos recoger -“recuperar”- algunas páginas, sino la obra entera.
Todos los lasalianos, directa o indirectamente, hemos bebido de su pedagogía y hemos conducido nuestras aulas guiados por su sabiduría pedagógica; todos los lsalianos, desde muy jóvenes, hemos sentido la Conduite como algo propio, como el pan de casa, reciente a pesar de sus años y siempre nuevo, a pesar de su uso continuo. Ha sido “la Regla” de las escuelas, la normativa común y querida, experimentada y transmitida de nuestro mejor hacer educador. Fue también el “punto de referencia” y el “instrumento vivo de evaluación” de toda la acción pedagógica.
En estas breves líneas tan sólo deseo dar a conocer la noticia, poner de relieve algún dato y recuperar algunas páginas. Sabemos de sobra que su contenido no es teórico, doctrinal, sino exposición de orientaciones prácticas, normas precisas, a veces minuciosas, cosa que ha incomodado a no pocos teóricos de la educación.
Pero si el resultado -el instrumento- ha sido eficaz y útil, no lo ha sido menos el proceso de creación. El H. N. Capelle nos recuerda que durante más de veinte años “los Hermanos han confrontado sus prácticas para conservar finalmente aquéllas que eran más eficaces y, al mismo tiempo, más significativas de su proyecto educativo”.
Por otro lado, la Conduite es –era- minuciosa y exigente: “Los Superiores de las casas de este Instituto y los Inspectores de las Escuelas se esforzarán para aprenderlas debidamente y poseer perfectamente todo cuanto contienen; y procederán de manera que los maestros observen exactamente todas las prácticas en ellas prescritas, hasta las menores...” (Guía... Prefacio). Pero no sólo era exigente para con los encargados de dirigir la pedagogía de las Escuelas Cristianas, sino que todos los Hermanos estaban obligados a beber de su espíritu y de su letra –vivos ambos- y a tener ante sus ojos el espejo en el que ver reflejada su acción educadora: “Los Hermanos que trabajen en la Escuela leerán y releerán a menudo en ella, lo que les conviene para no ignorar nada, para tomar los medios de no olvidar nada de ellas, y para practicarlas fielmente” (Guía... Prefacio).
La “Guía de las Escuelas” no sólo ha sido seguida fielmente, literalmente, sino que ha estudiada por críticos y expertos de la pedagogía lasaliana. Ha sido un instrumento que ha permitido ir más allá de la letra, la norma, del método marcado por el tiempo y su caducidad: “este texto ha desarrollado en el Instituto una actitud dialéctica que no ha sido abandonada desde los orígenes: tener un visión clara, precisa, argumentada, del proyecto de educación humana y cristiana y, al mismo tiempo, preguntarse sin cesar por las condiciones reales, prácticas, adaptadas de su desarrollo. He aquí lo que hace perenne una tradición educativa” (N. Capelle, “Introducción” a la obra de. L. Lauraire La Guía de las Escuelas Cristianas. Proyecto de educación humana y cristiana). En este sentido han sido varios los intentos de reescritura, de interpretación, de enfoques diversos, de acomodación a las realidades nuevas del tiempo y de la cultura...
La Guía de las Escuelas bien merece que este año sea revisitada y “recuperada”. Podríamos ofrecer más páginas, traer a la memoria alguna que otra creación pedagógica lasaliana original, incluso pintoresca y extraña en nuestros días.

Pero de momento me basta con subrayar algo que ha sido la impronta del quehacer lasaliano, una característica que ha posibilitado el nacimiento de la Guía tal como es y tal como fue evolucionando a través de varios siglos: su gestación comunitaria, su obra coral, el resultado de una visión plural y diferente: “Esta Guía se ha redactado en forma de reglamento sólo después de numerosos intercambios con los Hermanos de este Instituto más veteranos y mejor capacitados para dar bien la clase; y después de una experiencia de varios años”(Guia, Prefacio).

Teódulo GARCÍA REGIDOR
Profesor del Centro Universitario La Salle 






MÁS SOBRE LA 

EXCELENCIA

La excelencia es un subgénero de la aristocracia. Quien alcanza la maestría de su propia vocación es un aristócrata. Esto es lo que necesitan los pueblos, gentes que respondan a su propia vocación de hombres, que es decir, de criaturas humanas al servicio de Dios, de los demás, de la Historia y de la Naturaleza. Y esto que se lleve a cabo con el deber y el lujo de la excelencia personal y vocacional, propio de aristócratas del espíritu.


Si vale el argumento de autoridad, sería bueno recordar a este respecto lo que en “Aprendizaje y heroísmo” leímos en nuestra juventud que nos indicó Eugenio d´Ors:

Cada vez que encuentro un buen aprendiz, de un oficio cualquiera, se me van solas las manos al apretón. “¡Bravo, muchacho! -me viene gana de decirle-. ¡Bravo, amigo gentil! He aquí que tú te preparas larga, laboriosa, obstinadamente, a una competencia. Cualquier competencia es una manera de distinción, porque te hace, en un orden determinado de funciones, superior y distinto a los demás. Cualquier profesión es una aristocracia. Tú, amigo aprendiz, cuando alcances la maestría en tu oficio, te convertirás con eso en un aristócrata.

Nuestra política, hoy y siempre, toda política que se precie, ha de aspirar a este tipo de aristocracia en todos los oficios sociales. Todos habrán de ser excelentes. Y eso, porque el oficio de cada uno repercute en los demás. La diversidad de funciones y la jerarquía real que exista entre ellas por su dificultad, por su calidad o por su repercusión en el conjunto, unas más que otras decisivas para la vida colectiva, en nada merma el imperativo de la excelencia, de la más alta a la más humilde, cuyo cumplimiento hace a las diversas funciones igualmente respetables.

Desde niños habría de trabajarse por la excelencia. El esfuerzo del aprendiz de hombre por lograrla es ya un servicio a la colectividad, a la sociedad, a la patria. El dilema ¿trabaja o estudia? no tiene sentido. En una valiosa política, que por serlo forzosamente será social, el aprendiz es un trabajador más. Hasta el niño que está rompiendo a hablar en su lengua materna, aprendiéndola, es con su esfuerzo y juego un trabajador y merece el aprecio social que se le debe a quien cumple de mayor con el oficio concreto de excelente aristócrata al servicio a la sociedad.

RAMIRO DUQUE DE AZA
Maestro. Profesor de Teoría del Conocimiento
Bachillerato Internacional
 
                     OLIVIA Y EUGENIO
Cuando, aquella mañana de sábado, Carlos se presentó en el colegio con Eugenio, su hermano pequeño, todos los amigos se sorprendieron. Se cruzaban miradas de complicidad en las que cada uno trataba de adivinar en el gesto de los otros su propia sorpresa mal disimulada. Carlos llevaba de la mano a aquel niño de andar torpe y movimientos desacompasados, que miraba con gesto expresivo desde sus ojos achinados mientras trataba de recoger entre los dientes una lengua especialmente grande que parecía querer escapársele de la boca. ¡El hermano de Carlos era “mongólico”!
Todos sabían que en el barrio había otros niños como Eugenio, pero rara vez se veían por la calle. Se adivinaban guardados, protegidos en casa, cuando no recluidos de por vida en instituciones que, generosamente las menos y por jugoso beneficio las más, se hacían cargo de aquellos que nacían ‘diferentes’ y a los que la vida no habría de brindar más esperanza ni futuro que el de esperar –en general se deseaba que ocurriera más pronto que tarde- una muerte prematura. Pero el caso de Eugenio era distinto.
No extrañó a Carlos el gesto sorprendido de sus compañeros, pues la reacción solía ser habitualmente la misma. Y habituales también, las explicaciones.

Aquella mañana no había clases, y el grupo de amigos había acudido a jugar un partido en las instalaciones del colegio. A la llegada de Carlos y su hermano, todos parecieron ponerse de acuerdo: nada se oponía a interrumpir el partido y acercarse a saludarles, aunque el gesto naciera más de la curiosidad que del afecto hacia su amigo.
En realidad ninguno se atrevía a formular la pregunta que corría por la mente de todos: ¿ese es tu hermano? ¿Y cómo es que lo llevas por la calle, de la mano, como si tal cosa?
Carlos conocía bien el caso de su hermano, el problema que había significado para la familia su llegada y el esfuerzo que había supuesto sacarle adelante. Se sentía realmente orgulloso de lo que entre todos habían conseguido, y quiso compartir su satisfacción con los amigos.
……………………………..

Les contó cómo se habían sentido sus padres cuando en la clínica, apenas unas horas después del nacimiento de Eugenio, los doctores les comunicaron el diagnóstico: “síndrome de Down”. Tecnicismos que no era frecuente escuchar y que parecían un eufemismo con que suavizar el anuncio de la desgracia que el destino había deparado al que todos conocerían desde entonces como un niño ‘mongólico’. Calificativo que llevaba aparejados sentimientos encontrados de frustración, repulsa y compasión.
Él tenía entonces sólo seis años, pero no había olvidado las lágrimas mal disimuladas que brillaban en los ojos de la madre cuando le comunicó la llegada de su hermanito. Tampoco el gesto de preocupación e indignación contenida de su padre.
Pero Eugenio, en medio de lo que todos
consideraban una mala jugarreta del destino, había tenido la suerte de nacer en aquella familia. No, ellos jamás renegarían de su pequeño; no estaban dispuestos a marginarlo. Ciertamente era distinto a su hijo mayor y, por lo que decían los médicos, nunca llegaría a caminar con la misma soltura, ni tendría la misma destreza, ni podría recibir escolarización alguna. Habría que pensar en algún preceptor especializado que lo estimulara adecuadamente. Todo ello supondría, sentimientos aparte, un fuerte dispendio económico. Lo que en su caso sí sería posible, pues la posición económica de la familia lo permitía.
Desde el nacimiento de Eugenio –cinco años transcurridos ya desde entonces-, todo había girado en torno a él. Cuidados médicos, peregrinaje por centros especializados, fisioterapeuta, logopeda… Siempre en clínicas o en casa, según el tratamiento requiriera, que centros de Educación Especial no existían por entonces. Y el resultado estaba allí: un niño sano y risueño, especialmente sensible, que recibía complacido el gesto amistoso y las carantoñas de aquellos niños ‘normales’.

El partido se dio por olvidado, y el resto de la mañana se fue en atenciones hacia Eugenio, en divertidos pasatiempos a los que el pequeño respondía con brincos y palmadas sincronizados con esfuerzo, que todos estimaron de agradecida respuesta. A aquel primer encuentro seguirían después muchos otros, a lo largo de la etapa escolar de Carlos. 
…………………………………..
El paso de los años fue salpicando a la familia de luces y de sombras, de momentos de feliz sintonía frente a otros de oscuros nubarrones que presagiaban desgracia. Puede que por la tensión acumulada y por la situación no del todo asumida, puede que por los problemas laborales sobrevenidos, el padre sufrió una profunda crisis de identidad que le condujo a la afición desmedida por el juego, primero, y al consumo de estupefacientes más tarde, hasta caer en una profunda depresión que acabó en un infarto mortal. Olivia, la madre, pasó un auténtico calvario: el progresivo deterioro de su esposo y los consecuentes problemas de relación; la adolescencia de Carlos, desarrollada sin la orientación de su padre y en medio de un ambiente familiar enrarecido; y, por si fuera poco, tras el fallecimiento del esposo, la respuesta de su organismo, maltratado durante años: trastornos y dolencias, en algunos casos de verdadera gravedad que, entre otras secuelas, exigieron la extirpación de la vesícula y el vaciado de la matriz.
Pero Olivia supo mantenerse firme. Nada fue capaz de hacerle abandonar: ni la ausencia del esposo, ni el aparente desafecto de su hijo mayor, distante física y afectivamente, y que cargado de hijos y tras dos sucesivos divorcios sólo parecía acordarse de ella cuando se veía acuciado por algún apuro económico.
………………………………..

 Ahora, treinta y cuatro años después del día en que Eugenio naciera, regresaba a casa, tras una visita al oncólogo. El diagnóstico había sido claro: cáncer de mama, en muy avanzado estado. La terapia, exigente, dolorosa y de más que dudoso pronóstico. Por delante, un previsible calvario de fatiga, náuseas, vómitos, calvicie, diarreas… El dificultoso ascenso hacia una cima casi inalcanzable y la más que probable caída, en cualquier momento, pendiente abajo, haciendo inútiles todo los esfuerzos


Volvía a casa, y allí estaba él, su pequeño, su siempre pequeño Eugenio. El muchacho de la inalterable sonrisa, del abrazo cariñoso, de la inocente respuesta. El hijo por quien había sido capaz de superar cualquier obstáculo, por quien se había esforzado todos aquellos años hasta la extenuación, sin que jamás ello hubiera significado un sacrificio. Todo había valido la pena, todo seguía valiendo la pena por poder seguir compartiendo con él una caricia.
De camino a casa había tomado una determinación. No estaba dispuesta a soportar el terrible proceso que el tratamiento oncológico representaba. Resultaría insufrible la insoslayable dependencia, mayor a cada momento, hasta verse imposibilitada de hacer nada por sí misma, hasta tener que ser auxiliada en las más perentorias necesidades. Eso, ni hablar. Moriría, pero con dignidad.
Había forma de conseguirlo, y en la propia

clínica le proporcionaron el medio: unas pastillas analgésicas primero, y una fuerte dosis de un compuesto de estricnina después. Una forma de autoeutanasia fácil de administrar y con la que acabar de una vez aquella pesadilla. Y se hizo con dos dosis: no podía dejar solo a Eugenio, abandonado a su suerte y a la más que segura incomprensión. Todo el cariño que había sabido darle no podía verse sustituido por la actitud de quienes, en el mejor de los casos, aceptarían resignados la responsabilidad de custodiarlo, y muy posiblemente lo convertirían en el blanco de sus frustraciones. No, no lo dejaría. Irían juntos a la otra orilla.
-¿Sabes, Eugenio? Viajaremos juntos a una hermosa playa de arenas blancas y hermosos cocoteros; a una bonita mansión, con una enorme piscina –cómo había disfrutado Guillermo en sus clases de natación-, y con los sabrosos jugos de piña, que tanto te gustan, servidos a discreción.
-Sí, mamá, vamos a la playa, haz un esfuerzo.
“Haz un esfuerzo”. Esas fueron las palabras que la hicieron despertar. Un esfuerzo, un esfuerzo más. Tantos esfuerzos realizados… Ahora no podía rendirse. Había que seguir. Coger a Guillermo de la mano y seguir pendiente arriba, hasta donde fuese posible llegar.
Y así lo hizo. Lo cogió de la mano, lo acercó y lo estrechó fuerte contra su corazón. Un corazón cansado, dolorido, amenazado de muerte, pero capaz de resistir.
……………………………………


No extrañarán al lector ni el título ni el argumento de este ‘casicuento’. La historia de Olivia y Eugenio ya fueron escritas. Su autor, Herbert Morote, dramaturgo, escritor tardío, como él mismo se califica, pero de exquisita sensibilidad. Confío en que tanto él como quienes accedan a esta versión novelada, sepan disculpar el plagio argumental, realizado con la mejor voluntad. Sólo pretendemos dar a conocer esta historia de ficción, reveladora del amor de una madre coraje, en medio de la general incomprensión de un mundo desaprensivo y egoísta. He de decir, en justicia, que hoy la aceptación social es, gracias a Dios, muy distinta de la que encontró Eugenio el día en que sus ojos vieron la luz por vez primera.
       ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación

Emérito UCJC. Ciudadano del mundo






                      


VILLANCICO de los Reyes Magos


Ven, ven, ven,

Niñito Dios a Belén.


Viene, viene

Dios hecho un nene.

Melchor, vamos

y allí mismo le adoramos.

Gaspar, sube,

que es más guapo que un querube.

¿Y el negrito Baltasar?

Con nosotros va a saltar.


Ya están listos los camellos.

Aunque jorobados ellos,

hasta llegar al Portal,

nuestros dones llevarán.


Oro, incienso y mirra

a sus pies Dios mira.

¿Con cuál se quedará

y a cuál más querrá?


Querrá todos tres.

¿No ves que Dios es?

Ah, claro, que Dios

dijo que era Amor.


Y Verdad y Vida

por la Virgen concebida.


La Cueva resplandeció,

como el oro el Sol brilló,

al cielo el incienso fuese,

la mirra en tierra quedó.






 4   El cisne Y 


la paloma

  • ¿Qué es un Narciso? Mira cómo nada el cisne, sin pataleos que desdibujen su grácil silueta de alto señor, y lo sabrás.
  • El sol acaricia la nieve de su plumaje. No lo toquéis ya más que así es el cisne.



  • Evoluciona, saca pecho, gira, se aleja, patina en silencio: el agua sigue de cristal terso. Muy femenino él.
  • Avanzan tres cisnes: ¿son cisnes o es la guardia suiza del Vaticano?

  • Sé orientarme. Saqué mi título de mensajera. Me costó. Desde mi cielo atino con la morada de Teresa de Jesús y puedo musitar a su oído la palabra que me
    encargó el Señor.
  • Si no se te ocurre otro piropo, llama a la muchacha que pasa ¡Paloma!, arrastrando las tres sílabas. Acertarás.

  • A las bandadas de palomas del parque de María Luisa de mi barrio malagueño les encanta que les persigan los niños más pequeños: revolotean de alegría cuando les ven correr hacia ellas.
  • No me desdeñéis, que una de nosotras vuela a más altura que el águila, muy por encima: es el Amor del Padre y del Hijo. Es, la Paloma, con mayúscula inicial.
CUR






69 Los contenidos de la educación física


El aspecto educativo




Toda concepción de la formación y de la educación responde a una determinada imagen del hombre que le marca su camino y dirección. 

La educación física presupone una determinada concepción de su naturaleza en relación con su propio cuerpo. No es un ser simplemente biológico ni solamente espiritual, sino ambos a la vez. La Educación física, como un componente más de formación de la persona, deberá ser una educación a través del movimiento corporal; y para sus fines educativos, los medios de que se sirva podrán ser diversos.


Los elementos formativos de la Educación física se desarrollarán en unos planos distintos a los de otras asignaturas. Tiene unos contenidos muy diferentes a los de otras disciplinas educativas; y los planteamientos didácticos deberán adaptarse a las características propias de una actividad en la que el movimiento corporal y el esfuerzo físico constituyen sus contenidos (Sánchez Bañuelos, 1986).



En el desarrollo de la asignatura de Educación física se ponen en evidencia de manera inmediata la participación, las capacidades y los resultados de los alumnos. En otras asignaturas estos factores suelen tardar en manifestarse.

Los ejercicios corporales, además de proporcionar una adecuada formación física, deberán estar también al servicio de la conducta de los jóvenes, pues más importante que el rendimiento físico es el esfuerzo que su consecución supone: la autodisciplina y la autosuperación, el entrenamiento y el trabajo duro; más importante que la capacidad gimnástica es la prestación de ayuda al compañero; más importante que el buen rendimiento en el juego, es la vivencia de sus reglas, el atenerse todos a ellas, sin las cuales el juego no existiría (Ommo Gruppe, 1976).


La salud y la belleza física no garantizan un buen carácter; éste sólo se consigue con el autodominio que se cultiva en el entrenamiento, con la diligencia en cumplir las propias tareas deportivas, con la actitud de limpieza, conservada incluso, frente al adversario sucio. En estas premisas se sintetizan las metas decisivas de una Educación física bien entendida.

Francisco Sáez Pastor
Universidad de Vigo







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