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114 Camilo José Cela

 


 RELACIONES DE GÉNERO EN LA NARRATIVA CELIANA

                                                                                           OPCIONES SEXUALES

          HETEROSEXUALIDAD 


                    2. Cortejo y seducción

En el comienzo de la relación de pareja hemos de situar el cortejo que sigue a la atracción inicial y que puede conducir a la conquista. El gesto del varón, reconociendo y elogiando el atractivo de la hembra, la galantería, va desde el simpático piropo al ofrecimiento generoso y desinteresado.

 

Son numerosas las formas de requiebro que hombres de diferente condición dedican a los personajes femeninos de la narrativa celiana. Vemos al médico residente galantear a la joven doncella y a ésta sonreír a los requiebros con una sonrisa que era toda ella una segura promesa de sumisión; al cocinero que dedica frases picantes a las criadas mientras ellas cantan alegres viejos aires cadenciosos de su país en las noches de luna y él las oye complacido como un gallo; el paciente 52 se deshace en elogios a la belleza y las bondades de la señorita del 37: Permítame que la acaricie. Es usted muy buena; sus ojos denotan bondad a todas luces; el color de su pelo es el mismo color de pelo de todas las jóvenes buenas; sus mejillas… ¡Ah, sus mejillas! Quizás usted se extrañe… Su mano es blanca y suave; mi madre también tenía las manos blancas y suaves. La negra Cándida José agradecía mucho que Catalino Borrego la llamase Misia. ¡Qué tronco de hombre! ¡Qué farrusquero más jodío! Eran las expresiones que evidenciaban su agrado. Se sentía dichosa cuando Catalino Borrego -¡guá, qué tercio más farrusquerito!- hablaba con ella. Y se sentía más dichosa aún cuando el caporal -¡guá, qué tronco e llanero guapo!- la llamaba misia. No ha de demorar el hombre la expresión de sus sentimientos amorosos, le comenta la Catira a María del Aire, que dejarlo para más adelante puede ser perder la partida: Y pa que un hombre se arranque con una moza, pues, y allá, cuando cae la noche, le iga palabritas de amó, negra, mirando pa la luna, en mitá e el conuco, pues, o onde sea, ese hombre tié que botase a viví cuando ta chiquillo, ¿sabe?, que después, a lo mejó se tarda. Éxito manifiesto tienen los requiebros del moreno Chepito Acuña procurando consolar el moceril entusiamo: ¡Morenitica Bonitica, preciosura e mis ojos, pajarita e las nieves, rosita e la sabana, pitreza e tóa la tierra, lindura e la Pachequera, que me dé un besitico apretao en la mitá e el morro…! La respuesta no se hace esperar: la negra María del Aire pronto echó a un lado el recuerdo del caporal Feliciano Bujanda. A rey muerto, rey puesto y el que venga detrás, que arree. La mujer suele estar bien dispuesta a los requiebros, aunque el resultado no siempre sea el apetecido. La doña Dorotea es mujer propensa al ditirambo. A veces, aunque a primera vista no lo parezca, puede salir la clave del más lioso de los embrollos. Lo malo es que hace falta que le crean a uno.


Simpática la escena de Martín, cuando al pasar junto a la plaza de toros ve un grupo de chicas que le miran. El muchacho se pavonea y responde a la atención de las muchachas con un piropo, que tiene su respuesta: -Adiós, preciosas. -Adiós, turista. Y la reacción de Martín, a quien le salta el corazón en el pecho, la del macho extendiendo su mejor plumaje: es feliz, y sube por Alcalá a paso picado, silbando la Madelón.

A Marramiau le gusta piropear a las mujeres que pasan por la calle y también que le dé el sol en la bragueta, Marramiau no hace daño a nadie con sus gustos, él es servicial y respetuoso y sus piropos casi nunca son groseros sino espirituales. Y a Margot algún transeúnte le piropea sin faltar y en el metro le tocan un poco el culo, tampoco demasiado.

 

La insinuación no siempre se sirve de la palabra. Un ejemplo, el gesto del almirante Mac Trevose: sonrosado por la dicha, rozaba con sus rodillas las rodillas de Mrs. Stornoway, la tímida pelirroja que tantos disgustos da a su marido. Algo tan ‘inocente’ como gastar coñas con el ojo, provocó un altercado que llevo a Romualdo a la cárcel. Y sin necesidad de palabras, la señorita Violette se insinuaba con frecuencia a Lazarillo. La mujer –comenta- entornaba los ojos al mirarme; al principio pensé que sería corta de vista, pero después, a medida que los meses fueron pasando, vi que sólo lo hacía de vez en vez. Me pareció que cuando cerraba los ojos, los labios le temblaban un poquito, y un color muy ligero le subía hasta la frente. Como ella era pálida de natural, el color le daba a la piel de su cara una salud que generalmente no tenía.


El hombre galante y cortés respeta a la mujer, y le prodiga muestras de afecto y de cariño: no necesariamente costosos regalos; una tierna mirada, una caricia, la fantasía de un bello relato, un ramillete de flores o la satisfacción de un capricho largamente deseado, pueden resultar tan valiosos como la más codiciada joya.

Son numerosas las ocasiones en que los hombres, en la narrativa de Cela, hacen gala de gestos corteses, que van desde el cumplido y la galantería al generoso ofrecimiento y, si fuese necesario, a la renuncia sacrificada en favor de la dama.

La señorita Pirula no puede quejarse: Javier la tiene como a una reina, la quiere, la respeta... Tampoco Paquita, a quien su novio respeta y hace feliz; ella, que tiene buen parecer y es simpática, se deja querer. Don Leoncio quedó como las propias rosas al regalar a la señorita Elvira la cajetilla de tabaco que ella deseaba. No dejaba ni un instante de pensar en ella; estaba tan embelesado en su amoroso recuerdo, que no notaba el frío de la lata de su baúl debajo de sus posaderas. Ulpiano el lapidario, prendado de la mujer vestida de colombina, le rasca la espalda y la cabeza durante horas y horas hasta que se queda dormida y con todos los tendones del cuerpo relajados. Raimundo, cada vez que visita a su prima Ramona le lleva una camelia blanca: -Toma, Moncha, para que veas que te sé el gusto y que no me olvido nunca de ti. Dámaso no es persona de posibles, pero el día que tiene cinco duros no duda en gastárselos enteritos con Toisha, a la que pretende. El señor Fidel es muy bueno con la Paca, habla con ella, a veces le da de comer y nunca la maltrata ni de palabra ni de obra. ¡Buena diferencia va de don Olegario a don Cándido! Éste, además de que sabe cazar murciélagos con una palma, es más galante con las mujeres. Juan Evangelista, que cuando estaba solo o mal acompañado solía fumar cigarros criollos, bandera roja o capitolios, delante de señoras –entendemos que por deferencia hacia ellas- solo fumaba Chesterfield. La paciente del 37 refiere agradecida las atenciones del 52, aunque el final de la cita sugiere que aquéllas no eran del todo desinteresadas: Mi amigo ha estado muy cariñoso conmigo. Ha entrado muy sonriente, se ha sentado a los pies de mi cama y me ha contado divertidas anécdotas de pescadores, de las que tiene un amplio repertorio. Yo he reído con sus bromas y he sentido cómo mi espíritu descansaba. […] Es realmente hermoso, aunque quizás esté algo desnutrido. […] Cuando acabó de contarme sus historias de mar… sus palabras salían como temerosas, como azoradas. […] Se rió, a grandes y jubilosas carcajadas, y volvió el retrato de mi novio de cara a la pared. Rocky Kupk tiene doce dólares de oro pero nadie lo sabe. Los lleva en una bolsita cosida a la cintura, y cuando vea que le llega la muerte piensa decirle a Violet que son para e. Toby Townsend amontonó tanta riqueza que le puso todos los dientes de oro a su mujer; las sortijas y los brazaletes de oro son para la querida, a la esposa se le pone la dentadura nueva de oro, es lástima que no se le puedan poner también las tetas de oro y un brillante o una esmeralda en la frente. El abogado sin pleitos, que había sido muy desgraciado con las mujeres, en su encuentro con Mrs. Caldwell descorchó una botella de champán y puso un cadencioso vals; ambos bailaron con las caras muy juntas. Mrs. Caldwell lo recuerda como un hombre encantador, un verdadero y rendido caballero. La cortesía es vicio costoso –comenta Mrs. Caldwell a su hijo ausente-, al que, sin embargo, los hombres no quieren renunciar. Y al recordar a su amiga Rosa, con la que a pesar de ser mallorquina no hay nada que hacer, comenta: suele ser eficaz, pienso, llenarle a la mujer amada el seno de margaritas, la espalda de margaritas, los muslos de margaritas. Y de Mis Fiore recuerda que consiguió lo que muy pocas mujeres podían conseguir: que los hombres le regalasen costosos ramos de flores incluso después de haber tomado ya todas las precauciones para desaparecer con una bala en la sien.

 

Detalle más práctico que romántico el que tuvo el guardia civil que, tras el naufragio del María Laar, arrampló con un queso casi tan grande como una muela de moler y le mandó a un marinero que se lo llevase a su novia. Lástima que el marinero no resultara de fiar, y el original obsequio nunca llegase a su destino.


En lo que al inicio y establecimiento de la relación amorosa se refiere, hay hombres y mujeres con especiales dotes de seducción. Recogeremos en primer lugar los momentos que nos presentan al aprendiz de seductor y al consumado donjuán, y a renglón seguido –no es menor la capacidad de la mujer que la del varón en este aspecto, aunque aquélla se muestre generalmente más circunspecta- los que nos muestran a la dama singularmente ‘convincente’

 

Paco, el señorito Paco, encuentra guapas a todas las mujeres, no se sabe si es un cachondo o un sentimental. Para Paco, todas las mujeres son miss España. Don Roque es muy galante con las damas, un poco sobón, pero muy galante. Hubo un tiempo -leemos- en que las mujeres honestas confesaban su entrega abandonando su abanico en manos de su galanteador. Tu abuelo –se comenta, y uno se sorprende y achaca el comentario a licencia hiperbólica del narrador- le salió muy caro pero pudo techar su casa con abanicos. Antonino tiene mucho éxito con las señoras (e incluso con las señoritas, que son ganado más difícil). Jerónimo quiere salir de pobre, y parece haber encontrado la manera más rentable y menos complicada: conquistar a las confiadas turistas y sacarles lo que pueda. Está aprendiendo las mañas que han de entregarle, en bandeja, el corazón de las turistas.


El marido de la señora Andrea debía de ser un auténtico donjuán. El marido de la señora Jacinta –ella y Andrea son buenas amigas- lo admira mucho.
-¡Esos son hombres! –piensa. ¡Menuda vida, todo el día de conquista!. Tampoco se quedaba atrás Juan Evangelista Pacheco, joven millonario que se había gastado una realera en París, en beber champán y en acostarse con las artistas más famosas. El que tuvo retuvo, aunque los años no pasan en balde, y siempre galanteó, aunque con desigual propósito y muy diferente resultado. Los días en que la tertulia se prolongaba y la noche se venía encima, acompañaba a las señoras hasta su hato, para que no fuesen solas con el cochero. Al estribo de la tartana de las misias y jinete en su marmoleño Penacho, se reía sabiéndose guardián de aquella mojama. El narrador comenta, socarrón: ¡Quién te ha visto y quién te ve, Juan Evangelista, cuando andabas en taxi por París con una francesita al lao!. Paisano de Juan Evangelista, Publio Bujanda tercio guaparrandón, hembrero y pegajoso, que triunfaba con las señoras y las traía a mal traer y por el camino de la amargura. Tenía entre las damas de la crema su cimentado nombre de burro hechor. Las recomendaciones que estas se hacían sobre el caballero en cuestión no tienen desperdicio: -¡Guá, María Victoria, pues, qué funcia pone el condenao en el coroto! ¡Se lo recomiendo como el más fino que he podío conocé! ¿Ah? ¡Puritica esencia, María Victoria, e lo mejó que usté pué encontrá! –Ah, cresta! ¡Y no habelo sabío antes…! -¡Y que no es tarde, María Victoria, ¿ah? que usté entoavía pué presentá batalla!. El viejo Presentación, paisano de los dos ya fallecido, demostraba en vida con sus consejos haber sabido ejercer de donjuán, y nunca le faltó el atrevimiento a la hora de abordar a las mujeres. Luego responderían o no favorablemente, pero la cuestión estaba en no desaprovechar la ocasión. Lo intentaba siempre y por sistema, sin importarle ni poco ni mucho los fracasos. –Pa ecí que no, ya tan ellas, pues… Peo pa sabé si van a ecí que sí, hay que preguntáselo, ¿sabe?, y lo mejó e averígualo a tiempo, güeno, pa no marrá.

 

Al parecer, cualquier lugar resulta bueno para probar fortuna, si se presenta ocasión. El menos indicado, seguramente, un velatorio. No junto a la sala mortuoria –parece ser- pero sí en la cafetería del tanatorio le gustaba ligar a Telesforo Cegama, pues entendía que la muerte del deudo suele propiciar el magreo del allegado. Antiguamente –se comenta- cuando no existían los tanatorios, se ligaba en los duelos, lo que resultaba más dificultoso y enojoso y, desde luego, más zafio y adocenado e incluso ridículamente cruel.


Mostrar especiales habilidades es un tanto a favor. Ciertas nociones de arquitectura eran suficientes, a juicio de Mrs. Caldwell, para llevarse de calle a las mujeres. Así lo comentaba, en su imaginada conversación con su desaparecido hijo Eliacim. Con ciertas nociones de arquitectura, hijo mío, un hombre como tú es capaz de mostrarse irresistible ante las mujeres de la más varia edad, incluso ante las viejas como yo. […] Con ciertas nociones de arquitectura, hijo mío, un hombre como tú vive con el alma nutrida de amor. Claro que todo eran suposiciones de la madre, pues, a renglón seguido ella misma añade: La verdad es que tú, Eliacim, nunca tuviste unas elementales nociones de arquitectura. Tú, Eliacim, eres más bien un desertor. Sin embargo, como ella misma comenta, el joven oficial que hacía juegos de manos de gran efecto y de difícil ejecución, hablaba en latín con un acento muy chistoso, sabía algunos rudimentos de gimnasia sueca y bailaba a las mil maravillas, las chicas casaderas se lo rifaban. Es un encanto, decían, un verdadero encanto.

 

Junto al donjuán de turno, la mujer seductora. Puede incluso que en ocasiones con mayor apasionamiento, pero generalmente también con mayor recato y circunspección. Hoy existen sobre ese particular menos miramientos; puede incuso que sea ella y no el varón de turno quién actúe con mayor decisión, para escándalo de quienes vivieron otros tiempos. En la época en que se desenvuelven nuestros personajes, la cosa era bien distinta y la mujer cuidaba muy mucho el momento, el lugar y la persona, a la hora de insinuarse. Encontramos, no obstante, mujeres ‘desenvueltas’ y con menores reparos. Es el caso de las hermanas Juani y Lupita, ambas golfas por lo decente, pero que, dentro de su evidente falta de reparos no resultan pelmas ni comprometedora. Su figura no es especialmente atractiva, particularmente en lo que a los pechos –poderosas armas de seducción- se refiere. ¡Venga, a comer –les conmina la madre-, que parecéis dos sardinas arenques! Está claro que a ellas les gustaría tener las tetas algo más grandes, tampoco demasiado, y sin que lo sepa la familia toman Pilules Orientales. El autor refiere con detalle su natural predisposición al ‘ligue’ y los afeites con que a hurtadillas de los padres se preparan para prometedores encuentros: después de comer hacen una hora de reposo y cuando se levantan se arreglan la cara un poco, se ponen lo más limpitas que pueden (se pintan la boca y algo los ojos en la escalera o en el portal) y se echan a la calle, a meterse mano y a darse el filete, hasta la hora de la cena, contigo o con cualquier otro aficionado a lotes y magreos. Si el señor Alterio, su padre, convencido hombre de izquierdas llega descubrir que salen con fascistas las hubiera matado. Pero ellas no se meten en política y lo que quieren es ir a bailar y al cine, las diversiones con magreo son más completas que las deportivas o artísticas. No es ésta la única vez en que los personajes celianos eligen para sus escarceos amorosos la ‘fila de los mancos’. En esta ocasión, Juani y Lupita eligen el baile el Forteen, donde hay una orquesta muy buena, y el cine Panorama, donde se levantan los brazos de los asientos, es muy cómodo y los acomodadores ya están acostumbrados.

 

Mujeres igualmente ‘bien dispuestas’ son Toisha y ‘las tísicas’, la primera con mayor comedimiento, las segundas más impulsivas y alocadas. Toisha los martes y los miércoles se recoge la mata de pelo, se perfuma, se pinta poco, va de medio tacón y camina con el mirar fijo en el empedrado. […] Va a golfear por lo enamorado y decente. […] Jamás pide nada que no sea amor, acepta un helado si se le ofrece o un refresco pero jamás pide nada. Las tísicas, a pesar del virgo –al parecer no perdieron aún la virginidad- son mucho más putas y descaradas, más amigas del jolgorio y del cachondeo. […] Parece que les hizo la boca un fraile y se pasan el día pidiendo, que si un bocadillo, que si cerveza con patatas fritas, que si un polo…. 
 
Resulta especialmente curioso cómo el autor relata los pasos que la joven Visi, que tiene un intuición profunda para el amor, va dando –se diría que de manera programada y concienzuda- en su consentimiento amoroso. El primer día permitió que su nuevo acompañante le estrechase la mano, con cierta calma, ya durante la despedida, a la puerta de casa. […] El segundo, se dejó coger del brazo para cruzar la calle. […] El tercero, abandonó la mano, que él le llevo cogida toda la tarde. […] El cuarto, la chica no opuso resistencia a dejarse coger del brazo, hacía como que no se daba cuenta. […] El quinto, en el cine, la besó furtivamente, en una mano. […] El sexto, en el Retiro, con un frío espantoso, ella dio la disculpa que no lo es, la disculpa de la mujer que tiende su puente levadizo. […] Estaba sofocada y las aletas de la nariz le temblaban al respirar. Le costó un trabajo inmenso negarse, pero pensó que la cosa quedaba mejor así, más elegante. El séptimo, en un palco del cine Bilbao, él, cogiéndola de la cintura, le suspiró al oído: -Estamos solos, Visi…, querida Visi…, vida mía. Al lector le queda la duda de las semanas que hubieron de pasar hasta el primer beso, o si se agotó antes la paciencia.


La ocasión puede presentarse en el lugar y momento menos esperado. Pero hay circunstancias especialmente propicias. El baile o el cine, como apuntábamos más arriba, se llevan la palma. El cine es el lugar que a don Leoncio Maestre le parece se presta mejor para una posible aproximación a la señorita Elvira, por lo que se atreve a insinuarle, haciendo un esfuerzo tremendo, un esfuerzo que le puso colorado hasta las cejas: -Esos cines oscuritos, ¿eh?, ¿qué tal? La respuesta no fue la que él hubiera deseado, pues la señorita Elvira se mostró digna y suspicaz: -Yo al cine voy siempre a ver la película. Al cine Panorama acude Dámaso con las cachondas tísicas insatisfechas y allí los tres se sienten transportados al más ingrávido planeta. En el Ideal Rosales, un baile de barrio sin pretensiones, la gente bebe coñac con sifón y baila con las tanguistas, ¿me invitas a una copa, marqués?, sí, reina, pide lo que quieras. Las riberas del Jarama, donde la juventud acude los domingos a refrescarse, puede también brindarse para la ocasión. En el Jarama se pasa bien […], a las chicas suele ponerlas cachondas el sol, al día siguiente no te hacen ni caso pero mira, que te quiten el lote que te has dado, verás como no pueden. En el Forteen, el baile elegido por ‘las tísicas’, no se les dio mal la cosa, contactaron con Paquito y Alfonso, dos chicos de Salamanca que están pasando unos días en Madrid y lo pasaron bien tomando medias combinaciones y aceitunas rellenas y dejándose meter mano por sus galanteadores.

Al margen del momento y el lugar, la intención es lo que cuenta. Puede que se muestre enmascarada tras severa discreción, como en el caso de la novia de ‘tuprimo’, cuya intención
es más tierna que el renuevo del álamo blanco aunque procure simular cosa distinta y aun inversa, o que se manifieste sin rodeos. En todo caso, el encuentro circunstancial resulta el preferido para quien solo pretende un momento placentero alejado del menor compromiso. El peligro anida dentro de cada cual, se toma el camino fácil pero nadie se para a buscar el verdadero, es más cómodo darse el lote con las tísicas en el cine o en el Retiro que probar a enamorarlas a las dos al tiempo.

 

 ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela

Emérito UCJC

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