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113 Estilo. En signos

 


          "YA NON SÉ QUÉ ME FAGA"

 

Nos estamos diciendo hoy lo que en el “Auto de los Reyes Magos”, el de la catedral de Toledo, ya decía Herodes a finales del siglo XII: El siglo va a zaga; /ya non sé qué me faga. 

Ya no sabemos qué hacer. En nuestros tiempos todo va manga por hombro, avanza la niebla del relativismo, se descristianiza el orbe y no solo España, la Escuela ya no quiere hombres sabios sino gentes felices, la política es un desastre y una rapiña, la trampa y el deshonor ya no ruborizan a casi nadie, pasan a ser méritos de que presumir, para los jerarcas del clero se diría que ha sonado la hora de la siesta…

¿Por dónde empezar?

Aquí vamos a proponer, desde la humildad de los pequeños pasos, el mínimo pellizco de la levadura que penetra en la masa y lentamente la hace crecer (Mt 13,33). Empezaremos por abajo y por dentro, en silencio.


Nos vamos a asomar a lo que tenemos más a mano: a diminutos gestos, a lo que, sin ser alta liturgia, en el mejor de los casos, no pasa de sacramental: un gesto que podemos cargar de alma, la que tuvo, la que tiene, la que quizá, en nuestro siglo que va a la zaga, duerme entre detalles arrinconados, pero es oro molido, pequeños pasos, unos diminutos gramos de la levadura de que habla San Mateo, que se lo oyó al mismo Cristo.




   LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ



Y empezamos por la señal de la cruz, con la que habría que empezar todo cristiano el día:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

No hay signo más sagrado.

Si ella corona los templos, donde habita la Santísima Trinidad, si la hemos colocado en las cimas más altas de nuestra geografía y la pusimos sobre las coronas de nuestros viejos reyes, si nos tropezamos con ella en mil caminos de antaño..., también ella nos abraza cuando la trazamos sobre lo más noble de nuestro cuerpo, de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho. Nos abraza por entero, nos consagra y santifica.

Al levantarnos cada mañana es el saludo que le lanzamos al Cielo, a Dios y a sus ángeles; salir de casa nos abre al mundo, nos colocamos la coraza de la cruz al salir a la calle y le lanzamos al pueblo, a la ciudad o al campo su luz, que nos va a preceder; emprendemos un viaje y la señal de la cruz nos precede y será nuestra procesional cruz de guía; pasamos por delante de una iglesia, nos descubrimos, y nuestra señal de cristianos es el saludo que hace sonreír a Dios en su sagrario y estremecerse de gozo a sus santos que, sin verlo nosotros, seguro que también se han signado o santiguado a la par con nosotros; nos sentamos a la mesa para comer y tras la bendición de los alimentos que vamos a tomar, en pie o sentados, trazamos la señal de la cruz que nos inicia y va a conservarnos en el santo servicio de Dios...

Salta el futbolista al césped del campo de juego y hace la señal de la cruz: tiene necesidad de jugar bien y quiere ganar; el tentado, quien se ve en peligro, el sorprendido y asustado de repente…: recuerdan el catecismo del Padre Astete que estudiaron de chicos: ¿Cuándo habéis de usar esta señal?: Siempre que comenzáremos alguna buena obra, o nos viéramos en alguna necesidad, tentación o peligro, principalmente al levantarnos de la cama, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al comer y al dormir.

El erudito que alguna vez leyó a Tertuliano traza la señal de la cruz sobre su cuerpo y se une y sigue a veinte siglos de distancia lo que el apologista propugnaba y hacía e hicieron millones de cristianos a través de los siglos:

«En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz.»

CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis


















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