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114 Cuento

 



MIEDO EN SOLEDAD



Son las seis de la tarde y el avanzado otoño está haciendo que la oscuridad aparezca muy pronto en nuestras calles, en las plazas, en los patios... Los faros de los coches pulimentan los humedecidos adoquines del pavimento; los gorriones, en su fiesta crepuscular, la dormía, juguetean en los árboles antes de ocultar sus cabecillas entre las sábanas de sus maternales alas; las hojas muertas de los árboles caen silenciosas y sus ramas se acarician amorosamente.

Estoy sola; mis padres salieron después de comer para hacer la compra. He encendido la luz de mi cuarto y, en el ordenador, me he puesto a hacer el trabajo que mi profesor me ha mandado.

Se ha levantado un vientecillo que arrastra hasta el suelo las hojas de los árboles y se está armando una pequeña disputa vecinal entre sus ramas. Casi no me he dado cuenta de que se ha hecho de noche; sigo trabajando.

Ha empezado a llover mansamente, suave, acariciando, besando, sin molestar, a compás muy lento de una sinfonía.

Me gusta ver caer la lluvia desde mi ventana pero hoy no estoy yo muy segura ni muy tranquila; estoy preocupada y nerviosa porque mis padres no han vuelto todavía.

El viento se está huracanando, y la lluvia, ya con más fuerza, golpea los cristales de mi habitación. Un torrente de gotas salpica sobre los charcos y la luz de las farolas las convierte en estrellas fugaces. Un relámpago lo ilumina todo, y fuera, un rayo ha mutilado un enorme platanero indio. Un trueno seco y violento nos ha robado la luz y me he quedado a oscuras. ¡No veo nada, sólo toco las cosas! Tiemblo un rato y luego quiero serenarme; no, no me tranquilizo; oigo un ruido continuo, monótono y misterioso que sube hasta mi dormitorio. Sigo en total oscuridad; no puedo moverme. Sigue la lluvia, ahora fuerte, muy fuerte. ¡Ay, Dios mío! Hago un esfuerzo para hacerme la valiente. Resplandor de relámpagos y rugidos de truenos retumban en mis oídos. Me paro hasta de pensar; quiero quedarme sorda; quiero que estén aquí mis padres; estoy llorando.

Alguien está entrando en mi casa porque me parece haber escuchado abrir la puerta; no oigo pisadas; la respiración del ladrón se hace imperceptible. Estoy sola, muy sola, ¡tengo miedo! ¿Habrá alguien en el salón de abajo? Sí, sí; hay alguien; ahora ya sí que siento pasos; ya hasta siento su respiración. Estoy temblando¸ tengo ganas de gritar ¡mamá, papá!, pero no, no puedo. No veo nada. Siento subir las escaleras y no quiero respirar, ni quiero mover mi silla. No puedo cerrar mi puerta, alguien me va a atacar; lo siento cerca, muy cerca, tan cerca que me toca, ya está aquí.

Diluvia, no para de llover; un relámpago, un trueno, y el viento que me silba en los oídos. ¡Creo que estoy a punto de morir!

-¡María, María! ¿Estás ahí?

Yo creía que soñaba, que deliraba; eran mis padres que habían llegado de la compra; habían encendido la linterna y me llamaban. Comencé a llorar y a mover mi silla eléctrica de ruedas, en donde había permanecido inmóvil todo el tiempo. Abracé a mamá y a papá; a los dos a la vez un buen rato; los abracé con todas mis fuerzas.

Pronto vino la luz, se apaciguó el viento, y ahora cae suavemente la lluvia acariciando, besando...


TELESFORO MORENO
Maestro. Cuentacuentos. Radio





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