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114 Estilo (II). En signos

           

 

II.  LAS PUERTAS 

¡Portones!, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la Gloria!

(Sal 24,7)


Salgo de casa, abro la puerta, echo la llave. Ascensor. Tiro de la puerta del portal. Estoy saliendo a la calle.

Al franquear la puerta de casa y al hacerlo con la puerta del portal se me va el pensamiento al versillo 7 del salmo 24 y recito el verso paralelístico hebreo: “¡Portones!, alzad los dinteles, / que se alcen las antiguas compuertas...”

Y pienso en el Rey de la Gloria, porque me enseñaron en Santa Susana, mi colegio, a ver todo con los ojos de la fe y a adelantarles un texto de la Sagrada Escritura. Algo parecido al citado.

Y mientras tanto sé, al echar la llave al piso, que sigue Dios dentro, al mismo que voy a buscar fuera, y que el ángel de la casa se queda en ella y me la va a guardar.

Salgo a la calle al mundo de Dios. La puerta me lo ha franqueado. ¿Y qué es lo que veo? Delante de mí está el sol, el aire, las calles, la ciudad, el campo, la sierra…: el mundo creado por Dios. Dos puertas me lo han franqueado. He levantado la vista al cruzar la última puerta: el pecho se me ha llenado de aire nuevo, el alma parece como que se me ha esponjado.

Lo que me voy a encontrar es hermoso, está lleno de vida y movimiento, pero también de no escasa fealdad y bajeza. Es profano, pero su alma, en el fondo, sigue siendo divina, sagrada: la habita Dios. En todo está Él.

Y si voy a casa de un amigo o de un pariente, la puerta me abre a mi prójimo, un hijo de Dios, a los hermanos de Jesús. ¡Bendita puerta!

Y si, al pasar, entro en un templo, empujo la puerta que me abre la casa de Dios. Me purifica el entrar en un santuario, traspaso su puerta mientras abro mi corazón para que perciba lo que se me va a decir. Aquí dentro todo habla de Dios, de sus santos, de su liturgia. Bendita puerta que me adelanta el Cielo.

Y mil puertas más... La de Puerchena, que me abrió el Cádiz de mi primer magisterio, la de Alcalá de mi infancia, la de casa de mis abuelos, ya desaparecida, la del monasterio de San Bernardo, las del Paraíso del baptisterio de Florencia, de Ghiberti, las de… Todas un signo modesto de las puertas eternas: “Abríos, puertas eternas, para que entre el Rey de la Gloria” (Sal 23, 7).


 El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, 

mientras estaba sentado a la puerta de la tiendaporque hacía calor. 

Alzó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él...”

(Gen 18,1-3)


CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis

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