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20200425

88 AFDA


Abril, 2020

                                                                   ÍNDICE PRINCIPAL

Pregón: Newman y servicio
Cuadros sobre el más allá (VII): Los bienaventurados con Dios. Goya .E. Malvido
Páginas recuperadas (6): La voz de los otros. Teódulo G.R.
Alta política con estilo: Seguir la estrella del castellano. R. Duque de Aza
Casicuento: Sobrevivir. Á. H.
Rincón de Apuleyo: Cuentos versados.
Liras sobre el soneto de Lope “Qué tengo yo”. Antonio Montero
Soneto desde el sentimiento: Fragilidad humana. Á.H.
Afderías, 6: Dromedarios y faisán. CUR
Educación física: Modelos básicos de desarrollo psicomotriz.  F. Sáez 





                NEWMAN Y SERVICIO                           

Una cita del cardenal Newman en el blog AURAS XXI de marzo nos viene que ni de perlas para volver certeros sobre nuestro enfoque de servicio en nuestra concepción cristiana de la vida.
El autor del artículo, Braulio Vivas, recogía un fragmento de la “Oración para confiar en Dios” del cardenal Newman. Este, que aquí hacemos nuestro por cuanto es un diamante que manifiesta el nervio de nuestra concepción de la vida:
Dios me ha creado para un servicio preciso; me ha encomendado un trabajo que no ha encomendado a nadie más. Tengo una misión que cumplir que quizá no llegue a conocer nunca en esta vida, pero se me rebelará en la otra...
Soy un eslabón en una cadena, un vínculo de conexión entre personas. Haré el bien, ejecutaré la tarea que me ha encomendado, seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el sitio en el que me toque sin ni siquiera quererlo, si observo sus mandamientos y le sirvo en el lugar que me corresponde.
Por eso, pondré mi confianza en él. Sea yo quien sea, esté dónde esté, cumpliré mi tarea:
      • Si estoy enfermo, que mi enfermedad le sirva a él. 
      • Si estoy perplejo, que mi perplejidad le sirva a él. 
        • Si estoy triste, que mi tristeza le sirva a él. 

Él no hace nada en vano. Sabe lo que hace.”



CUADROS SOBRE EL MÁS ALLÁ
(VII)

RELACIÓN DE LOS 
BIENAVENTURADOS CON DIOS
Francisco de Goya y Lucientes 
(1746 Fuendetodos – 1828 Burdeos)
La adoración del Nombre de Dios”
Pintura al fresco, 700 cm x 1500 cm (1772)

Me puse a mirar en Google pinturas que mostraran la escatología del cielo, o de la vida eterna, o de la Casa del Padre… La verdad es que aparecían pocas, Una de ellas me llamó la atención, no por su inventiva en la representación de la Trinidad ni por haber detectado en ella pinceladas especiales en la configuración de los personajes, sino por el nombre del autor: ¡Goya!
Hay expertos en Goya que afirman ver la religiosidad del pintor y grabador aragonés en el trato respetuoso y amable que otorga a sus santos y santas pintadas en determinados períodos de su convulsa vida: en abundancia entre los años 1770 y 1800, y en número escaso, pero al mismo tiempo con mayor intensidad, desde los años 1812 hasta casi la fecha de su muerte: 1828. En el primer período cabe destacar las 7 escenas que se conservan de las 11 que pintó Goya sobre la vida de la Virgen María (1772-74), en la cartuja de Aula Dei, cercana a Zaragoza; la cúpula de la ermita de san Antonio de la Florida (1798), Madrid. Del segundo período, confieso que me emocioné al encontrarme delante de la “Última comunión de san José de Calasanz” (1819) y la “Oración de Jesús en el Huerto” (1819), que los padres Escolapios guardan en su residencia de Gaztambide, Madrid. (Ver en Google las citadas pinturas)
La religiosidad de Goya radica precisamente en que sugiere la grávida presencia de Dios en la humanidad de ese Jesús unido en el dolor con el Padre a quien ora en el huerto de Getsemaní; en la humildad y en la bondad con que la Madre de Dios se expresa en los diversos momentos de su existencia; en el asombro que muestra la gente sencilla ante la revivificación de un muerto que acaba de obrar Dios por medio de san Antonio; y en la naturalidad con que profesores y alumnos se quedan pasmados al contemplar con qué fervor el santo José de Calasanz recibe al Señor en el instante íntimo de la Comunión… Para Francisco de Goya no existe dicotomía entre lo humano natural y digno y la realidad divina, sino una misteriosa unidad. En esto el genial pintor zaragozano superó la anterior manera rompedora de hacer presente lo sobrenatural en la vida de los seres humanos y adelantó la manera moderna más intimista de representar la trascendencia divina en la inmanencia de los rostros humanos.
Donde la figura humana aparece maltratada, menospreciada, ridiculizada, “desacralizada” por el pincel de Francisco de Goya y Lucientes es cuando los seres humanos se envician, los poderosos se aprovechan y abusan de los débiles, se practican costumbres de épocas pasadas de ignorancia y de desigualdades… En no pocos de los 80 llamados “Caprichos”, la nobleza y el clero, y particularmente el clero regular, son los que están en el punto de mira de la sátira del librepensador Goya. Los 80 grabados fueron publicados en 1799 (ver en Google). En estas estampas no se atacan los contenidos fundamentales de la fe cristiana: Jesucristo, eucaristía, justicia y caridad, opción preferencial por los pobres, la Madre de Jesucristo… Otro tanto podríamos decir del conjunto de sus dibujos conocidos como “Los disparates” (ver en Google).
Otra de las grandes series del dibujante-grabador de Fuendetodos es la denominada “Los desastres de la guerra”. Esta serie cuenta con 82 grabados y fueron realizados por Goya entre 1810-1815 (véanse en Google). En las láminas de “Los desastres de la guerra” el espectador se enfrenta a sentir, por un lado, la desatada maldad de quienes luchan entre sí con armas y, por otro lado, los terribles sufrimientos de las víctimas. La pregunta que cabe hacerse respecto del autor de “Los desastres…” sería esta: ¿Nuestro artista realizó esta serie sobre las ferocidades y los padecimientos que una guerra despierta y causa entre los combatientes con absoluta indiferencia religiosa, esto es, sin mentar ni meter a Dios por medio? Así responde Marie Llado: «Donde Goya ha sentido a Cristo y su martirio… ha sido en los Fusilamientos del tres de mayo».
Nos queda asomarnos a las llamadas “Pinturas negras”. Con el nombre de “Pinturas negras” se conoce la serie de 14 obras pintadas en los años 1819-1823, con la técnica del óleo sobre muro enyesado, en la finca “La Quinta del Sordo” adquirida por Goya en 1819. En esas pinturas Goya vuelca, por una parte, sus silenciados temores al envejecimiento y a la muerte personal (ver en Google, por ejemplo, “Dos viejos comiendo sopa”, “Saturno comiendo a sus hijos”, “El perro semihundido”…), y, por otra parte, su crítica incansable de artista ilustrado contra las supersticiones y la barbarie de sus compatriotas (ver en Google, por ejemplo, “Duelo a garrotazos”, “Romería de san Isidro”, “Procesión del Santo Oficio”). En estas obras Francisco de Goya tampoco dirige su angustia y su furia contra la religiosidad cristiana. Recordemos que las dos pinturas religiosas más emocionales de Goya (“La última comunión de san José de Calasanz” y “Oración de Jesús en el Huerto”) son del comienzo de las “Pinturas negras” (1819).
Después de haber mostrado que en la larga trayectoria artística y vital de Francisco de Goya y Lucientes (murió a los 82 años) se dio una continuidad, con mayor o menor intensidad, en su fe de cristiano, vamos a fijarnos a continuación en la primera obra importante que le consagró como pintor cristiano: “La adoración del Nombre de Dios”.
Nos encontramos ante un cuadro novedoso en cuanto al tema. Se trata del contenido escatológico de la vida celestial. A diferencia de toda la producción religiosa de Goya, que refleja la vida o la muerte de santos y de santas, el joven pintor aragonés recibió el encargo de traer a la bóveda, conocida como “Coreto”, de la capilla que está frente a la Santa Capilla del Pilar, nada más y nada menos que la gloria de Dios y la felicidad de los bienaventurados en el cielo.
Vamos a analizar brevemente la plasmación artística de la pintura al fresco del Coreto y más ampliamente el contenido escatológico de “La adoración del Nombre de Dios”.
La primera impresión que me produce la pintura de Goya es de plácida calma y de armonía general. No es una obra barroca clásica que tira de tus sentidos exaltándolos. La luminosidad dorada del Triángulo, símbolo de la Santa Trinidad de las divinas Personas, atrae hacia sí a los personajes, tanto a los relucientes como a los ocultos en sombras, dispuestos en abanico en todo el espacio restante. El Triángulo divino lleva inscrito el Nombre de Dios en hebreo: YHVH.
En la parte central de la bóveda, de lado a lado, el espectador contempla una serie de ángeles en cuerpos jóvenes coloreados de rojo, azul, verde, ocre… que destacan sobre los personajes agrupados en las sombras. Además, el ángel arrodillado que vemos a nuestra derecha está moviendo un turífero o incensario, lo que indica que el ángel inciensa al Dios Trinitario como si participara en un acto litúrgico. Otros ángeles muestran partituras de música y algún que otro instrumento musical. El espectador llega a la conclusión de que Goya ha querido representar el cielo como una solemne celebración litúrgica en la que los ángeles ensalzan con sus voces y su música la gloria de Dios. Dentro de la brillante ceremonia cultual ofrendada por los ángeles al Dios único, imagino a los santos y santas del cielo que, como los espectadores de la obra pictórica de Goya, gozan y se alegran en su silenciosa sombra de lo que ven hacer a los ángeles.
En cuanto a la factura de la pintura al fresco, llevada a cabo por Goya a sus 26 años, es de anotar: su habilidad para situar equilibradamente a tantos personajes en una escenografía abierta; el uso atinado de los colores; la naturalidad con que, a la izquierda del espectador, posan los dos ángeles jóvenes y las volteretas de los ángeles niños (¿cómo no evocar a las personas mayores y a las menores que figuran tras la barandilla de la cúpula de la Ermita de san Antonio de la Florida?); la apropiada combinación de la luz y de la oscuridad; la mesura en el tratamiento del tema religioso, sin caer en la expresión excesiva del barroco de la Contrarreforma… No estamos ante una obra maestra, como, por ejemplo, “Los fusilamientos del 3 de mayo”, o “La familia de Carlos IV, pero “La adoración del Nombre de Dios” apunta maneras del futuro Francisco de Goya y Lucientes.
Vayamos ahora a valorar la pintura al fresco del Coreto desde el punto de vista de la actual escatología.
Desde luego imaginar la participación de los bienaventurados en la Vida del Dios Uno y Trino como si fuera en una ceremonia litúrgica desempeñada por los mismísimos ángeles no resulta un regalo sorprendente por parte de nuestro Dios. No responde en absoluto a lo que Pablo escribe refiriéndose a la Gloria que Dios dará a los salvados: “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman” (1 Cor 2,9).
Goya no tenía sobre el cielo escatológico ninguna reflexión personal. Para pensar y pintar “La adoración del Nombre de Dios”, se dejó guiar por una de las maneras que la devoción popular había elaborado sobre la vida del cielo. El estado de la teología de su tiempo dejaba mucho que desear comparándolo con el de la teología actual. Con los comentarios que seguidamente haremos, solo se pretende “cristianizar” las relaciones que se darán entre Dios y los bienaventurados en el cielo.
Comenzamos diciendo que en el NT se habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, de las Tres Personas divinas. También la Iglesia católica de Oriente se refiere a Dios como Trinidad de Personas y habla corrientemente de Padre, Hijo y Espíritu Santo. En cambio, la Iglesia católica de Occidente insiste más en el Dios Uno que en las Tres Personas. El símbolo del Triángulo de la bóveda del Coreto resalta sobre todo el Único Triángulo. De acuerdo con la interpretación monoteísta del Triángulo, Goya inscribe en el interior del Triángulo el Nombre del único Dios: YHVH.
Hablando del cielo de los bienaventurados no se puede hablar de la Santísima Trinidad como si el Hijo no se hubiera hecho hombre y no hubiese sido resucitado. Desde la resurrección de Jesucristo hay que llamar así a las Personas componentes de la Trinidad divina: Padre-Hijo humanado gloriosamente-Espíritu Santo. Como afirma L. F. Ladaria:
"La humanidad glorificada del Hijo ha entrado de modo definitivo en la plenitud de la vida trinitaria. El Hijo no se desprende de ella al pasar de este mundo al Padre”.
Sin la mediación del Hijo humanado gloriosamente, nosotros no podríamos ser resucitados a la vida eterna de Dios, como tampoco podríamos relacionarnos directamente con Dios en la vida del cielo. Estamos acostumbrados a contar necesariamente con la mediación salvadora del Hijo humanado históricamente para acceder al cielo. Pero, una vez en el cielo, dejamos de contar necesariamente con el Hijo humanado gloriosamente para la visión y disfrute directos del Padre y del Espíritu Santo. Oigamos la voz autorizada de K. Rahner:
"En la eternidad solo se puede contemplar al Padre a través del Hijo; y se le contempla inmediatamente precisamente de ese modo, pues la inmediatez de la visión de Dios no niega la eterna mediación de Cristo hombre”.
Si miramos una vez más la bóveda del Coreto, al instante apreciaremos la enorme distancia de los ángeles y muchísimo más la de los bienaventurados respecto del Triángulo dorado de la Divinidad.
EDUARDO MALVIDO
Maestro, catequista y teólogo


PÁGINAS RECUPERADAS (7)


LA VOZ DE LOS OTROS

La historia de la Iglesia muestra con frecuencia la autosuficiencia con la que ha actuado. En muchas ocasiones sólo en ella misma –fiel a su verdad- ha querido encontrar la respuesta a sus preguntas, sin prestar atención a las advertencias o a las soluciones que “los otros”, los no católicos, ofrecían a su visión de las cosas o a sus problemas. Un caso peculiar es el que se refiere a los instrumentos -los manuales o catecismos- que la Iglesia ha utilizado generosa y largamente para la enseñanza (o educación) de la fe de sus fieles.

Ofrecemos hoy unos textos de Luis de Zulueta, eminente catedrático institucionista, a quien las autoridades académicas estatales le encomendaron en los años veinte del siglo pasado la crítica y la valoración de algunos de los instrumentos pedagógicos utilizados en los centros escolares españoles. Entre ellos, los catecismos de Ripalda y de Astete. Pues bien, pese a dar en la diana con su crítica, que creo es objetiva y rigurosa, su valoración no fue escuchada por la Iglesia, ni por sus pastores ni por sus pedagogos. Sus criterios de valoración estaban muy lejos de los del catedrático Zulueta. En su obra El ideal de la educación. Ensayos pedagógicos, (Luis de Zulueta, El ideal en la educación. Ensayos pedagógicos, Ediciones de la Lectura, Madrid, 1922) este pedagogo, conocedor de los manuales y de los alumnos que los utilizaban, nos ofrece siguiente valoración:

"2ª Ganaría la claridad y la viveza en la exposición por las reformas siguientes: a) Sustitución o explicación de términos y conceptos metafísicos o excesivamente técnicos o abstractos por otros más intuitivos y por ende adecuados a la mentalidad infantil ... “; b) Simplificación y distribución de toda la materia en torno a los tres capítulos fundamentales: normas de creencia, normas de acción y medios de educación religiosa y moral; C) Ordenación rigurosa de toda la materia dentro de cada uno de dichos capítulos...
El interés pedagógico, a más de ser facilitado por una mayor claridad y viveza en la exposición podría ser estimulado mediante la introducción de un elemento histórico en el mismo contenido doctrinal....
4ª Supuesto que se conserve su forma tradicional de preguntas y respuestas, confiando aquellas al maestro y estas al discípulo, se hace indispensable que el contenido doctrinal no quede repartido entre ambos, como sucede a menudo en los citados Catecismos, sino que, cualquiera que sea la forma en que pregunte el maestro, se halle íntegro dicho fondo doctrinal en la respuesta del alumno.
5ª En cuanto a ese mismo fondo doctrinal, y sin entrar por esto a formular apreciación alguna sobre su valor intrínseco, la ponencia echa de menos, en estos manuales redactados hace varios siglos, la oportuna relación de su contenido dogmático y moral con las necesidades y preocupaciones espirituales más vivamente sentidas en los tiempos presentes.
. Finalmente, entiende esta ponencia que sin perjuicio de adjudicar a la persona y a la palabra del maestro la parte principal de la educación religiosa del niño, el manual que le sirve de texto debiera ya contener los gérmenes de esta labor educadora y no limitarse a ser un simple formulario de instrucción y exposición doctrinal” (pp. 61-63).

Esa era su valoración pedagógica. No sabemos si la misma llegó a oídos de las autoridades eclesiásticas o tan solo se quedó en un ejercicio más bien burocrático encomendado por el Inspector de turno y destinado a las autoridades académicas. Sea de ello lo que fuere, dos cosas interesa subrayar: la primera, si la propia iglesia conoció estas críticas y valoraciones. Y yo creo que sí. La segunda, cuál y cómo fue la reacción-respuesta de los medios eclesiásticos al acertado análisis de L. de Zulueta. Y ante esta segunda realidad es necesario reconocer el “desconocimiento” o el olvido por parte de la iglesia oficial de esta acertada palabra “de los otros”, centrada como ha estado casi siempre la Iglesia en su propia palabra, en la palabra “de los suyos”. La Iglesia siguió durante varias décadas más educando la fe de sus jóvenes fieles con los catecismos Astete y Ripalda, que –sin negar otros valores de los que eran portadores- perpetuaron la enseñanza religiosa en un aprendizaje caracterizado por el memorismo, el formulismo y el lenguaje teológico, inadaptado e ininteligible en muchos casos. La enseñanza de este catecismo no se distinguía precisamente por “contener los gérmenes de... la labor educadora”, que señalaba el catedrático Zulueta.


Con esto no deseo ensalzar la palabra de un pensador desvinculado de la Iglesia frente a la postura y la doctrina de ésta; tan solo he querido poner un ejemplo de la clarividencia no eclesiástica ante asuntos y/o problemas eclesiásticos y la tardanza con la que la Iglesia evolucionó. (Y esto puede seguir siendo una característica eclesiástica también en nuestros días). Tuvo que ser el impulso de los años sesenta –antes y después el concilio Vaticano II- cuando se produjo una transformación pedagógica y catequística en la que no pocas de nuestras congregaciones religiosas, junto con las diócesis españolas, se vieron felizmente involucradas.


                                    Teódulo GARCÍA REGIDOR


 (VII) 

  SEGUIR LA ESTRELLA
     
DEL CASTELLANO

Cuando los Magos perdieron la estrella, al entrar en Jerusalén, no se volvieron a su patria: “Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorar al rey de los judíos”. Vencieron la dificultad. Continuaron. Su estrella les volvió a guiar. Lograron dar con el Hijo de Dios.
En la noche que atraviesa España hay que volver los ojos a las estrellas que han llevado a nuestra Patria por su mejor camino, vencer el desaliento con su luz y contar con ellas, seguirlas.
Una de ellas es nuestra lengua, el español o
castellano. Abramos los ojos, recordemos su grandeza. Volvamos a lo que aprendimos como estudiantes de bachillerato y de magisterio.
El castellano fue un mínimo dialecto del leonés, al pie de los Montes de Oca, que se convirtió en la lengua común de España. Un pequeño condado se convirtió en el Reino de España. Todos entonces añoraban la Hispania creada por Roma, lograda por los godos (reges Hispaniae, se decían sus reyes), rota por la invasión musulmana, amenazada por la Reconquista que fue creando entidades políticas diversas.
En la mente de los españoles persiste, no obstante, desde entonces la idea de España. Berceo llama a Santo Domingo “lumen de las Españas”, Jaime I de Aragón pretende “salvar España”, castellanos, navarros, vascos y catalanes luchan con Alfonso VIII en las Navas de Tolosa. Castilla no hizo otra cosa que liderar un sentimiento común de unidad.
En el Medievo los dialectos romances eran varios. Entre ellos el castellano empezó a destacar por su originalidad (aspiraba la “f“ latina, diptongaba la “e” y la “o” breves y tónicas: facer, hierro, puente...). Tenía un ímpetu innovador. Por eso se impuso. Hechos políticos y excelentes obras literarias lo favorecieron, como ocurrió en Francia y en Italia, donde dialectos mínimos dieron en lenguas nacionales.
Este castellano, que empieza siendo hablado, se hace pronto culto y literario. Alfonso X, el Sabio, es decisivo. En el siglo XII se hablaba ya por doquier. En el XV los brotes de las literaturas particulares prácticamente cesan y triunfa el castellano. Algo semejante está ocurriendo en toda Europa: el poder político y el lingüístico van de la mano. Aquí, con fuerza. Quien pretende escribir trasciende los límites de su región y lo hace entre nosotros en castellano.
Se nos abre a finales del XV la puerta de un espléndido Renacimiento y de dos Siglos de Oro. Parte de España se traslada a América y con ella el español en triunfo.
Con el Romanticismo del siglo XIX, que es una vuelta a lo particular y regional, reverdecen las lenguas peninsulares. El castellano sigue siendo más que castellano, español, el que hoy hablan más de 500 millones de hombres.
 RAMIRO DUQUE DE AZA
Maestro. Profesor de Teoría del conocimiento
Bachillerato Internacional





 SOBREVIVIR

"No vienen, no vienen…” Se repetía angustiado Daniel una y otra vez, mientras sus ojos oteaban ansiosos el Mediterráneo. De pie sobre la playa de La Caleta, en las proximidades de Tarifa, esperaba impaciente la llegada de una lancha que no acababa de aparecer. A su lado, sentados en la arena, agotados y algo ateridos por la brisa que llegaba hasta la costa, su esposa Elena y el pequeño Javier, de solo cuatro años. Hacía un par de horas que el sol se había acostado por el oeste, tras la ciudad. La oscuridad, necesaria para su propósito, acrecentaba los temores de Daniel. Eran muchas las penalidades sufridas en los últimos días hasta llegar al punto en que se encontraban, y ni él ni su esposa estaban dispuestos a retroceder un solo palmo.


Todo había comenzado meses atrás, cuando una imparable pandemia se había extendido por todo el mundo. Cuantos esfuerzos se habían realizado por frenar su efecto letal habían resultado infructuosos. Las medidas de aislamiento, el estado de alarma primero, de emergencia más tarde y finalmente de excepción decretados por los distintos gobiernos no habían servido para frenar el avance de la epidemia que se extendía a pasos agigantados como una mancha de aceite. Solo parecían gozar de relativa inmunidad determinadas zonas tropicales próximas al Ecuador. La razón, el virus adolecía de una debilidad: no conseguía sobrevivir por encima de los 35 o 40 grados. Abandonar todo: casa, familia, amigos… renunciar a una vida confortable y aventurarse a un futuro incierto en un país lejano y extraño suponía un enorme sacrificio; pero aun así, la perspectiva resultaba mejor que resignarse a la amenaza de una muerte más que probable. En África o en Centroamérica podía hallarse una tabla de salvación.
Pero la reacción de las naciones ubicadas en esas zonas ecuatoriales fue la que cabía esperar: cierre de fronteras y oposición total a cualquier incursión extranjera. De ningún modo estaban dispuestos a compartir tan grave riesgo con quienes durante décadas les habían cerrado sus puertas y negado el pan y la sal. Occidente estaba condenada a beber de su propia medicina.
Daniel se negaba a rendirse. Estaba dispuesto a todo. Daría cuanto fuera, su propia vida, para salvar a Elena y a su pequeño. Alguien le habló de Abdel, un contacto en Nuakchot, la capital de Mauritania. Si conseguían llegar hasta allí, la organización clandestina de Abdel se ocuparía de recibirlos y atenderlos durante un par de semanas. Luego quedarían al albur de su buena o mala fortuna.
En los comienzos de la crisis, cuando nadie podía imaginar el alcance de esta, hubo ocasión para hacer algunas previsiones. La desconfianza primero y la angustia después se apoderaron de la población, los mercados quedaron desabastecidos y los cajeros automáticos dispensaron papel moneda hasta el agotamiento. Durante varios días, antes de que la situación se agravase y la banca llegase a cerrar, Daniel consiguió extraer de su cuenta bancaria una cantidad significativa. Serviría para acometer los gastos que siguieron: transferencia a la cuenta de Abdel en Mauritania, jugosa comisión a los intermediarios, pago al conductor que de manera furtiva y por carreteras secundarias, burlando la vigilancia policial, les había trasladado hasta Tarifa… Ahora en su forzada aventura restaban tres arriesgadas etapas: cruce del estrecho en una lancha rápida enviada por la organización hasta Alcazarseguir, en la costa marroquí, amparados en la oscuridad de la noche; traslado en jeep hasta una zona despejada en el interior y, finalmente, vuelo en avioneta hasta Nuakchot.
Era ya medianoche cuando el ronquido del fuera borda se dejó oír, paulatinamente más suave según se aproximaba al pequeño acantilado de la costa, en el extremo de la playa. Daniel supo que había llegado el momento. Tomó de la mano a Elena y subió en brazos a Javier. Bordeando la orilla, siguieron el rastro que fijaban las olas, hasta llegar a la embarcación, que aguardaba sin fondear a escasos metros de las rocas. Alzaron sobre la borda su ligero equipaje: una maleta y dos hatillos de ropa, y se encaramaron a la popa. Un breve saludo gestual de los dos tripulantes, y la lancha partió de inmediato.
Daniel había temido, no sin razón, que la embarcación no hubiera llegado a aparecer. Los vientos en aquella zona son muy cambiantes en fuerza y dirección, y las previsiones meteorológicas no eran en absoluto favorables. Setenta escasos kilómetros les separaban de Alcazarseguir: dos horas de navegación con tiempo favorable. Pero abandonado ya el abrigo de la costa, el mar se fue encrespando y un fuerte viento racheado les azotaba con creciente intensidad. La lancha apenas conseguía progresar en su avance, y el vaivén que en un principio mecía apaciblemente la embarcación la zarandeaba ahora con inusitada violencia. Los marineros se afanaban por mantener el rumbo y sortear el empuje creciente de las olas. Elena, visiblemente angustiada, apretaba con fuerza a Javier en su regazo. Daniel fijó los ojos en su esposa, tratando de aparentar serenidad e infundirle el ánimo que él mismo no tenía. La confianza en un desenlace feliz lo había abandonado. Ahora temía por su vida y la de su familia. A su mente acudió la secuencia, tantas veces imaginada, de aquellos africanos que, apiñados en pateras, trataban a diario de cruzar el estrecho en busca de un lugar donde sobrevivir. Imágenes que en un principio le sobrecogían, pero que con el tiempo a él, como a tantos otros, habían dejado de sorprender. El suceso volvía a repetirse, pero esta vez el rumbo era distinto y los protagonistas también. Ahora se trataba de una familia española buscando salvación en territorio africano y a punto de ser devorada por el Mediterráneo. Un bocado más para un mar acostumbrado a engullir cadáveres ignorados.
Una ola gigantesca golpeó la proa de la lancha, la alzó varios metros y la volteó hasta dejar la quilla al descubierto. Daniel, sumergido y con los ojos desorbitados, buscaba en la oscuridad de las aguas la imagen de su esposa y de su hijo. Sin fuerzas para emerger, sentía cómo el agua salada le llenaba la garganta y penetraba sin remedio en sus pulmones.
Y despertó. Incorporado sobre la cama y empapado en sudor, observó, sobrecogido aún por la angustia, el rostro de Elena, que lo miraba sorprendida por el grito desgarrador de su marido. Daniel, sin decir palabra, se levantó de la cama y dirigió sus pasos hasta la alcoba donde su pequeño Javier, ajeno a la desazón de su padre, dormía apaciblemente.
La historia no había tenido lugar tal y como Daniel la soñó. La pandemia fue una realidad que, con el esfuerzo y solidaridad de todos y la colaboración internacional, logró superarse. Daniel no dejó pasar ocasión de comentar su pesadilla. Para muchos fue solo un episodio anecdótico. Para él y para algunos de los que lo escucharon, el motivo de una profunda reflexión sobre la fragilidad humana, la solidaridad y la necesidad de prestar apoyo a quienes, en situación desesperada, esperan les tiendan una mano.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación
Emérito UCJC






CUENTOS VERSADOS


En una Casita
de Papel,
Hansel y Gretel
comen pastel.
De rosa ella,
de nata él.
Los unta la bruja
con hidromiel.
Suena en el bosque
un cascabel.
Y yo sigo y sigo…
en mi Casita de Papel.

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LA CASITA DE CHOCOLATE

La Casita de Chocolate
ni existió ni existirá,
salvo en la ficción
netamente popular
que los Hermanos Grimm
recogieron al azar.
Sentar, niños, la cabeza
y poneos a pensar.
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CHOCOLATE DERRETIDO

El Chocolate,
late, late,
se derritió
por la caló
en el escaparate.
¿Y adónde fue?
Pues vete a ver.
¿Y quién se lo comió?
Pues sabe Dios.
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BRUJAS DE CAPIROTE

Brujas, haberlas haylas
aunque no las veamos,
pues montan aquelarres
danzando y bailando.
Niñas, niños míos,
no les deis la mano,
no las sonriáis,
pueden atraparos,
y a ver luego quién
se atreve a buscaros.





LIRAS SOBRE 

EL SONETO DE LOPE



"QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?"


EN ESTOS DÍAS DE DOLOR Y SUFRIMIENTO


En esta triste hora
de sufrir y penar tus criaturas,
resplandezca la Aurora,
borra las amarguras...
"¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?"

Si mi dolor es tuyo,
pero mi ingratitud, invierno frío,
aprisa de aquel huyo,
¡grande es mi desvarío!
"¿Qué interés se te sigue, Jesús mío?

Yo no merezco nada.
Solo, Señor, Tu perdón hoy ansío.
Llévame a tu majada,
Tú, en quien yo confío,
"que a mi puerta, cubierta de rocío,"

esperas mi respuesta.
Tú siempre me perdonas, no censuras
mi casa tan modesta.
Y, en mis respuestas duras,
"pasas las noches del invierno oscuras?"

¡Perdóname, Señor!
¡Perdona a tus sufrientes criaturas!
Grande es nuestro dolor,
negras hoy las alburas.
"¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras! "

De esperar no te cansas,
sea gélido invierno o duro estío;
con tu sonrisa amansas,
Pastor, aún confío,
" ¡pues no te abrí! ¡Oh extraño desvarío!"

Esperas a mi puerta
y me espera el redil si me extravío
de tu senda tan cierta.
¡Cuánto olvido es el mío
" si mi ingratitud el hielo frío"

fue el pago a tus desvelos.
Hoy vamos hacia Ti en amarguras,
por sendas, negros duelos.
Mis esperas tan duras
"secó (secaron) las llagas de tus plantas puras."

¡Cuánta paciencia en Ti!
¡Cuánta espera a que vuelva el alma mía
a cuanto prometí!
Con silencio, te hería...
"¡Cuántas veces el ángel me decía"

- Abre al Señor que espera.
Nada, en ese actuar, tu alma gana.
Y a tu voz no cediera,
aunque clara la oyera.
"¡Alma, asómate ahora a la ventana!"

¡Qué paciencia infinita
cuando muda y sorda el alma mía
rechazaba tu cita!
Y el ángel repetía:
"Verás con cuanto amor llamar porfía".

¡Perdona a quien olvida
y olvida Tú tanta desidia vana!
¡Oh Tú, fuente de vida,
cuya palabra sana!
"Y cuántas, hermosura soberana",

olvidamos tu espera
paciente, en negra noche y claro día.
Y, con nuestra ceguera,
el alma infiel seguía...
"Mañana abriremos, respondía".

¡Oh mi Señor Paciente!
que el mal tu sacrosanta Bondad sana,
haz al mundo obediente
a tu palabra hermana
"para lo mismo responder mañana"




ANTONIO MONTERO SÁCHEZ
Maestro. Profesor de Filosofía







7 dromedarios Y FAISÁN

  • Egipto. Siglos y siglos asomando solo la chepa -monumental giba petrificada-. Cualquier día se levantan, se sacuden la arena del desierto y los dromedarios que hay debajo de cada pirámide se nos echan a andar Nilo arriba.

  • Cuando se levanten, ¿se llevarán la momia del faraón con ellos o la dejarán en el sitio que nadie sabe, ni siquiera ellos, su razón de ser?
  • Avanzando, harán por beberse el Nilo entero.
  • Entre las aves, la más peripuesta, el faisán macho. Es un cortesano con antojeras rojas, cuello y pechera azul, casaca cobriza y variopinta, cola de novia. Todo en él es brillante, metálico y pulido.
  • El faisán es el cuerpo diplomático de las aves nobles. Sabe inglés. Lo silba. Lo pronuncia en voz baja. Presume con las damas. Juega al croquet.


CUR













72 Modelos básicos de desarrollo 


del trabajo psicomotriz



Estos modelos son tres, como ya fueron expuestos el mes anterior: psicopedagógico, científico y relacional.

El modelo psicopedagógico tiene en cuenta la acción simultánea sobre tres facetas: el yo corporal, el mundo de los objetos y el mundo de los demás. Cuando son favorables, el niño se desarrolla normalmente. La primera obra publicada por Picq y Vayer en 1969, “Educación psicomotriz y retraso mental”, presenta un enfoque rehabilitador, que después evolucionará hacia trabajos con intención exclusivamente educativa a través de las publicaciones de Pierre Vayer: “El niño frente al mundo”, en 1973, y otro más específico para niños de la etapa infantil: “Diálogo corporal”, en 1985.

En la acción educativa puede influirse sobre los únicos
datos de que disponemos, y son los concernientes al esquema corporal, que es la imagen que tenemos de nuestro cuerpo. Con su percepción se interviene en las sensaciones relativas al propio cuerpo relacionadas con los datos del mundo exterior.

El trabajo sobre el esquema corporal se basa en ejercicios para la percepción y control del propio cuerpo, en el equilibrio corporal, la lateralidad bien afianzada y en la independencia segmentaria de brazos y piernas.


Todo lo que nosotros somos, nuestras emociones y nuestros sentimientos son inseparables de nuestro propio cuerpo. Los problemas motores o psicomotores están siempre íntimamente relacionados con los problemas psicológicos o psicoafectivos.

El modelo científico se define como psicocinética. Es un método activo de educación por el movimiento que se propone actuar sobre las actitudes del hombre como ser social. A partir de una síntesis del conocimiento psicológico del niño y de su desarrollo, Le Boulch (1971) propone su método, adaptado al niño para mejorar sus capacidades generales. Los fundamentos en que se basa son el conocimiento y percepción del propio cuerpo para crear la estructura del esquema corporal, la percepción del tiempo y el espacio y las habilidades manuales y de coordinación.  

El modelo relacional es un método, desarrollado por Lapierre y Aucouturier en 1977 y 1980, que tiene como objetivo mejorar las relaciones del niño con el adulto y con el grupo a través de la vivencia del niño y de su potencial de descubrimiento y de creatividad. Los planteamientos educativos propuestos ponen en situación de búsqueda del objeto, del espacio y del otro, a partir de su propio cuerpo.
Estos autores tienen en cuenta los aspectos emocionales y afectivos de ciertas situaciones de contraste, con todo el simbolismo que les es propio. La vivencia simbólica tiene sus raíces en el subconsciente, cuestión que les parece fundamental a los autores. Entran en la vía de las pulsiones y del subconsciente con toda su significación afectiva. El éxito de este método está más en la calidad de las relaciones y de la comunicación afectiva establecida en la dinámica de las sesiones que en las técnicas empleadas.

Se basa en la unión de las dos partes de la palabra «psicomotor», término dualista que pretende integrar la vertiente psíquica y la motriz. Algunos han concedido más importancia a lo «motor» como es el caso de Le Boulch, mientras que otros se la han prestado a lo «psico», como Vayer, Lapierre y Aucouturier. Pero dentro de este último término, se pueden establecer diferencias: mientras Pierre Vayer se encauza hacia la psicología racionalista de los «test» y las evaluaciones, Lapierre y Aucouturíer derivan hacia la psicología clínica, analítica y existencial. Estos autores, aunque a través de diferentes métodos, persiguen un único objetivo: el desarrollo armónico del niño.

Como podemos apreciar, los tres modelos son efectivos y perfectamente válidos. Ninguno de ellos está, por tanto, en contradicción con los otros; es más, se complementan. Una programación de educación psicomotora amplia y completa debería contemplar los aspectos fundamentales de cada uno de ellos. Siempre hay alumnos que por su conducta, por sus vivencias o por el grado de formación anterior necesitan más de un determinado modelo.

No obstante, en los educadores experimentados suele existir un principio de evolución pedagógica que les hace dirigirse de un método a otro a medida que descubren cual proporciona mejores resultados en sus alumnos. Esta evolución suele conducir hacia el modelo relacional, que es el que logra una auténtica educación y mejoramiento de la persona.

La estrategia de enseñanza en esta etapa deberá ser global. El niño afronta las tareas de movimiento con todo su ser; implica todo su cuerpo, aunque la acción analizada por el adulto de manera externa pudiera clasificarse como analítica o sintética. Los estilos de enseñanza de las sesiones –según el término acuñado por Muska Mosston en 1993 – deberán enfocarse hacia la enseñanza mediante la búsqueda; con trabajos que el niño haga por “propia iniciativa”; el maestro
propondrá tareas y estimulará a los alumnos a realizarlas. Así sus ansias de movimiento se verán encauzadas hacia donde pretende el docente para cumplir los objetivos propuestos sin encorsetamientos ni directividad.

No es preciso plantear las clases con enfoque lúdico. Las sesiones de ejercicio físico en estas edades ya son un juego en sí mismas para los niños. Y el juego es algo muy serio para ellos, según Chateau (1973).
Francisco Sáez
Universidad de Vigo

117 AFDA

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