(IX)
¡Escuchamos
a
Fray Luis de León!
Fray
Luis de León
seguro que le dedicó a este salmo una o varias de sus clases
salmantinas de Sagrada Escritura. ¡Sabía tanto y tan bien sabido!
Hemos llegado unos siglos tarde. Es una pena.
Tampoco nos han llegado
los apuntes de aquellas clases de cielo: con sus cuidadas
observaciones sobre el sentido del salmo 104 y por el español con el
que las decía. No obstante, puede que adivinemos algunos de sus
comentarios al leer la versión de este salmo 104 que su entusiasmo
de poeta y de sabio exégeta sin duda le inspiró.
Alaba,
¡oh alma!, a Dios
Alaba,
¡oh alma!, a Dios: Señor, tu alteza,
¿qué
lengua hay que la cuente?
Vestido
estás de gloria y de belleza
y
luz resplandeciente.
encima
de los cielos desplegados
al
agua diste asiento;
las
nubes son tu carro, tus alados
caballos
son el viento.
Son
fuego abrasador tus mensajeros,
y
trueno y torbellino;
las
tierras sobre asientos duraderos
mantienes
de contino.
Los
mares las cubrían de primero
por
cima los collados,
mas
visto de tu voz el trueno fiero
huyeron
espantados.
Y
luego los subidos montes crecen,
humíllanse
los valles;
si
ya entre sí hinchados se embravecen,
no
pasarán las calles:
Las
calles que les diste y los linderos,
ni
anegarán las tierras:
descubres
minas de agua en los oteros,
y
corre entre las sierras.
El
gamo y las salvajes alimañas
allí
la sed quebrantan;
las
aves nadadoras allí bañas,
y
por las ramas cantan.
Con
lluvia el monte riegas de tus cumbres,
y
das hartura al llano;
ansí
das heno al buey, y mil legumbres
para
el servicio humano.
Ansí
se espiga el trigo, y la vid crece
para
nuestra alegría:
la
verde oliva ansí nos resplandece,
y
el pan da valentía.
De
allí se viste el bosque y la arboleda,
y
el cedro soberano,
adonde
anida la ave, adonde enreda
su
cámara el milano.
Los
riscos a los corzos dan guarida,
al
conejo la peña;
por
Ti nos mira el sol, y su lucida
hermana
nos enseña
los
tiempos. Tú nos das la noche escura,
en
que salen las fieras;
el
tigre, que ración con hambre dura
te
pide y voces fieras.
Despiertas
el aurora, y de consuno
se
van a sus moradas.
Da
el hombre a su labor sin miedo alguno
las
horas situadas.
¡Cuán
nobles son tus hechos y cuán llenos
de
tu sabiduría!
Pues
¿quién dará al gran mar, sus anchos senos
y
cuantos peces cría;
Las
naves que en él corren, la espantable
ballena
que le azota?
Sustento
esperan todos saludable
de
Ti, que el bien no agota.
Tomamos,
si Tú das; tu larga mano
nos
deja satisfechos;
si
huyes, desfallece el ser liviano,
quedamos
polvo hechos.
Mas
tornará tu soplo, y renovado
repararás
el mundo.
Será
sin fin tu gloria, y Tú alabado
de
todos sin segundo.
Tú
que los montes ardes, si los tocas,
y
al suelo das temblores;
cien
vidas que tuviera y cien mil bocas
dedico
a tus loores.
Mi
voz te agradará, y a mí este oficio
será
mi gran contento:
no
se verá en la tierra maleficio,
ni
tirano sangriento.
Sepultará
el olvido su memoria;
tú,
alma, a Dios da gloria.
CARLOS URDIALES RECIO
Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis
Ancien élève de Évode Beaucamp
et de Francesco Spadafora
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