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117 Estilo. Los signos. El pan (V)

                                 

          

                 V. EL PAN                  El pan es de Dios

                                                                                                                El pan nuestro de cada día.

    El pan nuestro de cada día dánosle hoy.



Todas las mañanas compramos el pan nuestro de cada día.

Disponemos de pan para el desayuno; en una panera, sobre la mesa del comedor tenemos a mano el pan que acompaña nuestra comida del medio día; cuando éramos niños nos daban pan y chocolate para merendar, o pan y pan, si no había chocolate, y a la cena nunca le faltaba el pan. Terminada la comida se levantaban los manteles y se recogían los rebojos, pan de Dios, que no habría de perderse.

La verdad es que este pan de cada día ha ido perdiendo, como tantas realidades diarias, su condición sagrada. En el pueblo, en casa de los abuelos, si se caía un trozo de pan al suelo, se recogía, se limpiaba con un paño y se besaba: “El pan es de Dios”, nos decían. Era costumbre besarlo, como quien pide perdón por algo bendito que fue a parar donde no debía. El beso era una manera de darle gracias a Dios, lo era.

En el pueblo, llamaba a la puerta un pobre, empujaba el cuarterón, y decía en voz alta, que se oyera en el interior de la casa: “¡Ave María Purísima! ¡un pobre!” A lo mejor no decía más, pues se sabía lo que estaba pidiendo. La abuela cogía un cuchillo y del pan lechuguino de cuatro canteros cortaba un trozo, que el nieto corría para dárselo al pobre. El pobre lo besaba y daba las gracias: “¡Dios se lo pague, señora, Dios te lo pague, chavalín!”


Cuando decimos pan, apuntamos con la palabra pan la realidad del pan nuestro de cada día. Y es una pena que hasta la palabra pan se ha descalzado en nuestro mundo secularizado de su miga de misterio sagrado. Habríamos de volver a verlo como regalo del Dios que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo. Que la primera luz que nos lanza su presencia en nuestras mesas fuera la de su condición sagrada. En nuestros días, la prosaica secularidad en marcha nos ha nublado la vista y como el hijo pródigo, sin la luz de la Biblia, casa de Dios, en el pan solo acertamos a ver ya las bellotas que comen los cerdos. Ya muchos de nosotros ni bendecimos el pan a la hora de sentarnos a la mesa tres veces al día.

Entre cristianos hay que volver a comer el pan con alegría, es decir, mirando a lo Alto, como regalo del Cielo. “¡Anda, come tu pan con alegría!” (Ecl 9,7) nos dice el Cohelet. Y no solo el pan que a diario se sirve a la mesa sino todo pan, el que nos mantiene en pie y da vida, todo el maná que nos manda el Cielo, y que por ello es sagrado, que “no solo de pan vive el hombre” (Mt 4,4).

La lava del volcán de la secularidad ambiente nos arrastra inexorablemente hacia un mar donde todo fuego sagrado muere. Todo nos empuja hoy en nuestro mundo a deslizarnos pasivamente por la existencia sin prestar atención a estos modestos resplandores de sacralidad, en nuestro caso, el pan nuestro de cada día. Ya no componen desde su costumbre y nimiedad la melodía de sentido y estilo que les es propia.

La vida de esta manera va dejando de ser intensa, hermosa y

feliz para nuestro entorno por falta de atención a estos destellos de sacralidad.

Pan de Dios, de Portugal

Pão de Deus (Pan portugués)


CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis







                           

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