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113 Camilo José Cela


 RELACIONES DE GÉNERO EN LA NARRATIVA CELIANA

                                                                                           OPCIONES SEXUALES

          HETEROSEXUALIDAD 


                    1. Necesidad de amar

Que abordemos la opción heterosexual en último lugar no significa que consideremos prioritarias las tratadas con anterioridad. Por el contrario, es la forma de relación generalizada y la que hasta hace no mucho resultaba, al margen de la renuncia a cualquier otra, la única socialmente admisible. A lo largo de las novelas objeto de nuestro estudio, la pareja heterosexual –con luces y sombras que van desde el apasionamiento al repudio, pasando por la dedicación generosa, el cariño y el detalle romántico, o por los celos, el despecho y el desencanto- se contempla como la más natural y la que -bendecida por el matrimonio o establecida de hecho- asume la gran mayoría.

Recogemos citas que reconocen la necesidad de relación amorosa y la frustración que acompaña a la soledad; la buena disposición, la actitud de conquista, los requiebros y gestos de cariño que se vierten desde ambos sexos, más manifiestos por el varón; actitudes interesadas o de total desinterés; capacidad de seducción, artes de conquista y tácticas de fingida indiferencia; enamoramiento, amor romántico, amor perpetuo, amor apasionado que en ocasiones desemboca en crimen pasional; amor de madurez, amor frustrado…


La atracción y la consecuente relación amorosa –se deduce de nuestro análisis- conduce al matrimonio; y en la construcción de una adecuada estructura familiar y en el desarrollo exitoso de la prole parece estar la justificación última de éste, aunque en algún caso el contrato matrimonial se valore egoístamente por alguno de los cónyuges como recurso o como un buen negocio. Se contemplan también el noviazgo o el matrimonio ‘a prueba’ y la relación entre los cónyuges, por lo general gratificante en sus inicios pero rutinaria, desencantada y falta de interés más adelante, y con demasiada frecuencia salpicada de infidelidades y abocada a los celos, el despecho, el maltrato físico o psicológico o, como mal menor, a la ruptura y el divorcio.

Presentaremos cada una de estas facetas, ilustradas con textos de las diferentes novelas analizadas.

La relación de pareja se presenta como natural en el desarrollo vital de los individuos de uno u otro sexo. Y el amor que sigue a la atracción inicial y que se alimenta de esa misma relación, elemento necesario para la normal evolución de éstos. La vida es injusta con quienes mueren sin haber sido amados siquiera un poco –leemos en “Cristo versus Arizona”-, aunque no sea casi nada, nadie debe morir sin haber recibido algo de amor… nadie debe morir sin que le hayan querido cerrando los ojos y suspirando, bueno, aunque sea con los ojos abiertos y sin suspira. Cam Coyote y mi madre –comenta Wendell L. Espana- se querían mucho y también se necesitaban mucho, casi todo el mundo necesita a los demás.

Aunque don Vicente se porta bien con doña Eduvigis –personajes ambos de “San Camilo 1936”-, ella lo que necesitaría es un buen remedio para el asma y amor, mucho amor, sobre todo amor. El amor sale al paso en “Pabellón de reposo” en tiempo y lugar insospechados y su presencia se percibe como feliz encuentro: ¿qué camino nos lleva a la felicidad? […] ¿Detrás de qué puerta se estará peinando la mujer que nos mirará sonriente? Y el desamor se sufre como angustiosa desesperanza en “Oficio de tinieblas 5”: Tu padre no pronuncies su nombre amó a la infanta de aragón zósima wilgefortis tárbula que era rubia, como el oro y tenía los senos de forma de tronco cónica apuntada perfecta pero a pesar de la buena ley de sus sentimientos jamás recibió una sola palabra de esperanza […] sufrió mucho con el desamor de la infanta goda y se pasó al menos un año encerrado en un cuarto obscuro capando gallos de pelea le pasaban la comida por un torno porque no quería ver a nadie y tan sólo hablaba por teléfono con el verdugo una vez a la semana. Angustia y desesperanza embargan el corazón del paciente que en “Pabellón de reposo” contempla la esquela del amor que un día se fue y que -¡cómo somos los hombres- casi tenía olvidado: pequeñita y con su recuadro negro, aparecía la esquela de aquella joven, tímida, novia mía, que se marchó una mañana dulcemente, dejándome un abismo de negrura en el corazón.


Y si -como acabamos de leer- la soledad y el desamor golpean con fuerza el espíritu del hombre, el dolor se percibe con mayor intensidad en la dama, no por más débil sino por más sensible. Así lo confiesa Pascual Duarte -aunque el reconocimiento llegue tarde- al recordar la tristeza en que sus ausencias sumieron a su esposa: no deja de ser natural que mi mujer, joven y hermosa por entonces, notase demasiado, para lo poco instruida que era, la falta del marido; mi huida, mi mayor pecado, el que nunca debí cometer y el que Dios quiso castigar quién sabe si hasta con crueldad. Y es que la mujer sola –leemos en “La cruz de San Andrés”- llora el doble que la mujer acompañada, el llanto es una determinada y agobiadora cuantía que admite la partición.

La señorita del 40, paciente de “Pabellón de Reposo”, recuerda entristecida la juventud que dejó atrás; reniega de los años vividos en soledad, y se aferra desesperadamente a la vida: Mi juventud –dice- quedó en aquel salón. Aquella noche entré en la tierra ignorada. ¡Desde entonces me agarro a los minutos que escapan con una furia que Dios me quiera perdonar, con el mismo frenesí con que los deshabitados corazones se aferran a la primera sonrisa del primer hombre que pasa! […] No quiero estar sola ni un minuto más. El mismo sentimiento ahoga a la señorita del 37, que suplica compañía y algo de cariño: ¡Es horrible, horrible, no tener a nadie, a nadie a quien poder preguntar… no tener a nadie a quien pedir un poco de cariño, un poco del mucho cariño que necesito! ¡Ay, Dios mío, Dios mío! Soy la mujer maldita, la señalada; soy la mujer a quien nadie puede besar en la boca, porque un mal terrible y pegadizo le come las entrañas


. La misma soledad envuelve a la joven Toisha –en “San Camilo 1936”-, que sigue durmiendo sola, con colcha de seda y embozo con su inicial bordada en relieve pero sola, las cortinas también son de seda. La soledad con que Mrs. Caldwell vive sus recuerdos sin poder compartirlos: Las primeras horas de la mañana, Eliacim, son buenas para los solitarios y las solitarias, los hombres y las mujeres que, a medida que el día crece y se levanta, sentimos levantarse y crecer en nosotros esa caverna de ásperos bordes por la que se nos escapó la felicidad. La gente del llano conoce la soledad de Pipía Sánchez, la Catira, tras ver morir esposo e hijo. La que siempre se mostró como una mujer fuerte, independiente y valerosa, ahora es como la garcita que cae en el cañaveral, compae, que tié que resistí, pues, íngrima y sola, manque la soledá le pese porque tié quebrá el ala y ya no puede levantá el güelo. La soledad que Eva trata de ahuyentar organizando fiestas de sociedad. Adiós, Eva, te agradezco mucho tu invitación –responde cortésmente un invitado en “La cruz de San Andrés”. […] Tú celebras reuniones para huir de la soledad, pero no sé si lo consigues. A que las rescatase de la soledad acudían cada noche a la consulta de la tía Librada, en “Las nuevas andanzas de lazarillo de Tormes”, las mujeres ya maduras.

 

Soledad tras amores no recobrados, fruto de la desgracia o del propio abandono. Y amores que nunca llegaron o pasaron de largo porque no se les supo alimentar. Así, el paciente ‘52’ piensa en la sonrisa femenina que, según dice, todavía no encontró porque todavía no supo poner en su mirada todo el inmenso cariño que su corazón habría de dedicar a la primera mujer que le sonriese con sinceridad.

 

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela

Emérito UCJC


 


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