Nacido en Belmonte, municipio de Cuenca, en 1527, este fraile agustino figura con letras de oro en nuestra literatura. Habiendo cursado estudios en Salamanca, dedicó su vida a la docencia en la universidad salmantina. Hombre de amplia cultura y versado en las Sagradas Escrituras, dominaba la lengua latina y en ella escribió algunas de sus composiciones. Siempre gustó de expresarse en un castellano a la vez culto y sencillo, y en él compuso sus principales obras. Su condición de humanista le llevó a interesarse por múltiples disciplinas, como las matemáticas, la medicina, la pintura o la música, lo que lo convierte en claro exponente del Renacimiento.
Juzgado y condenado por la Inquisición, por haber traducido directamente del hebreo dejando a un lado la Vulgata, amén de otras acusaciones, generalmente infundadas, hubo de cumplir cinco años de prisión, tras los cuales recuperó su cátedra en la Universidad.
Su estilo, dentro de la pulcritud, es claro, sencillo y carente de artificiosidad. Entre sus obras en prosa destacan La traducción y declaración del los Cantares de Salomón, La perfecta casada, La exposición el libro de Job, o Los nombres de Cristo, entre otras. En cuanto a su obra poética, cabe mencionar sus odas: a La Ascensión, a Salinas, a Felipe Ruiz, a La vida retirada…
Gustaba Fray Luis del endecasílabo y, en general, de la métrica propia del Renacimiento. Utilizaremos, en nuestro sencillo homenaje, la lira, estrofa en que compuso magistralmente sus odas.
Fue Fray Luis de León
un ilustre poeta castellano,
que unió a la perfección
lo sacro con lo humano
en un lenguaje pulcro, claro y llano.
En Belmonte nació
en familia de muy noble ascendencia,
y muy pronto mostró
su natural tendencia
a cultivar las letras, arte y ciencia.
De natural vehemente,
fogoso, apasionado y emotivo,
su trato con la gente
fue a veces impulsivo,
mas demostró ser hombre reflexivo.
Estudió Humanidades
en las aulas del campus salmantino,
y entre sus prioridades,
como buen agustino,
encontró en el de Hipona su camino.
Buscó su inspiración,
-a la par que en las modas italianas-
en nuestra tradición
y en las formas cristianas,
y unió con las divinas las humanas.
Ejerció la docencia
en la Universidad donde estudió.
Demostró gran sapiencia,
y gran prestigio halló
entre las gentes a las que enseñó.
Por hacer traducción
del hebreo y actuar por sí mismo,
la Santa Inquisición,
con claro despotismo,
lo acusó y condenó por judaísmo.
Tras cumplir la condena
-cinco años de cárcel-, al volver,
cual si no hubiera pena
de la que responder,
comenzó: “Decíamos ayer…”
De su obra no rimada,
y aparte de sus muchas traducciones,
“La perfecta casada”,
con otras creaciones,
da, como en el de “Job”, bellas lecciones.
Escribió, en buena hora,
con “Los nombres de Cristo”, obras morales.
Honró a “Nuestra Señora”,
y a Santiago. Obras tales
dedicó a los Santos celestiales.
Resulta una oración
su poesía sentida y muy cuidada.
Su “Oda a la Ascensión”,
sonora y bien rimada,
la “Oda a la vida retirada”…
Amó la poesía,
aunque no se tenía por poeta.
Su inspiración nacía
de la vida discreta,
pues era, más que un místico, un asceta.
De extrema sobriedad,
de noble y admirable sencillez,
modestia, parquedad,
mesura y nitidez,
sus poemas desprenden calidez.
Sean digno homenaje
estas liras, y sirvan de presente
al que en bello ropaje
vistió tan sabiamente
lo humano, para hacerlo trascendente.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación. Emérito UCJC
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