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20210428

98 AFDA

 Mayo, 2021

ÍNDICE PRINCIPAL


Pregón: El señorío de la vejez

Desde el margen: Ser mayor. Teódulo GR

Alta política con estilo: Nos urge crear imperativos. R. Duque de Aza

En homenaje: Don Quijote vence a las Vanguardias. A. Gómez Moreno

La mujer en Cela: Machismo y feminismo. ÁH

Soneto desde el sentimiento: Renacer. ÁH

Rincón de Apuleyo: Redondillas a Dios.

Educación física: Conclusiones a los contenidos de EF.  F. Sáez

Veinte valores fundamentales. La reflexión de la mañana. CUR-ÁH

Afderías: Vacunerías. CUR

Acuarelas: El sendero habla. Teódulo GR





EL SEÑORÍO DE LA VEJEZ (I)        


Vayamos a las raíces. Echemos mano de Corominas, sabio en obras maestras de las etimologías de las palabras Nos va a dar luz.

Señor viene del latín, “senior, senioris”: más viejo (comparativo de senex, “viejo”). En el Bajo Imperio, seniores se empleó para designar a los viejos más respetables por ser miembros del senado romano o por dirigentes de las comunidades hebreas o cristianas. Con el tiempo y por respeto se llamó seniores como tratamiento de respeto a todo superior y acabó por hacerse sinónimo de “dominus”, dueño, a principios de la Edad Media.

                     


Monseñor en Francia ya desde el siglo XV, que literalmente es “mi señor”, hasta nuestros días es tratamiento de consideración y respeto.

No solo no hemos de prestarnos a que la sociedad cree espacios mentales o reales de“jaulas de oro” para sus ancianos, sino que hemos de conseguir, por nuestro señorío de raíz, que no se hable de la “tercera edad” en el sentido de margen de la vida, en paralelo que resuene a “tercer mundo” de la existencia del hombre.






 

    Desde el margen

SER MAYOR 


Deseo que tú y yo mitiguemos este peso común: la inminente llegada de la vejez. Con toda seguridad sé que tú (Tito) la vives con dignidad y eres capaz de afrontar todos los problemas que conlleva. Cuando pienso escribir sobre la vejez siempre acudes a mi mente como la persona más digna de este don del que nos podamos servir cada uno de nosotros” 

                    (Cicerón, De senectute)



Rozando ya los ochenta, uno se siente, situado en el margen del río de la vida activa –o productiva-, como alguien que “está ahí”, sin que los que bajan por la corriente le tengan muy en cuenta. Pero, sentado al borde de ese río, uno ve el paso de los demás y fija su mirada especialmente en aquellos que están en su misma situación. En ocasiones, les ha invitado a detenerse y a charlar, sin otra pretensión que intercambiar experiencias, penas, esperanzas... sobre todo con quienes previamente habían escrito algo relativo al asunto siempre azaroso del envejecer. Y digo el envejecer, y no “ser viejo”, porque hablo de ese proceso que se vive a lo largo de los años, que supone movimiento y dinamismo personal.

Hace pocos años quien esto escribe tuvo la oportunidad de vivir durante tres meses un curso específico para la Tercera Edad. Al comenzar nos encontramos con algo así como un triple eslogan-programa: “Recuerda tu pasado con agradecimiento, vive el presente con ilusión y aguarda el futuro con esperanza”. Y entre los objetivos, nos presentaban estos: “Asegurar una vejez serena y feliz, encontrando sentido a todo lo que ella te ofrece”, “crecer en el aprendizaje y asimilación de nuestra situación física, psicológica y relacional en esta nueva etapa de la vida” y “acoger la experiencia de finitud como posibilidad de maduración personal”. Durante tres meses una veintena de Hermanos de La Salle tratamos de vivir esa experiencia de “iniciación” –si se puede hablar a sí- a la última etapa de nuestra vida. Durante las primeras semanas pudimos “encontrarnos con nosotros mismos” y anticipar –tan sólo de manera teórica o virtual, al menos en mi caso- “la nueva etapa de la vida”, la vejez. Dos expertos –psicólogo y médico- nos ayudaron a ello.

Desde entonces uno anda preocupado por este inquietante asunto. Y, desde el margen de ese otro río de las publicaciones escritas, ha procurado entablar diálogo, siquiera virtual, con quienes han escrito sobre este camino o han apuntado a este horizonte. Y, después de estos años, algunas lecturas o experiencias me han llevado a la conclusión de que generalmente se presenta y se proyecta la vejez –o el envejecimiento como proceso- con un optimismo alegre y esperanzador. Aunque luego, la vida vaya mostrando que la realidad no es en muchos casos –algunos pesimistas dirían “no es nunca”- como se nos había anticipado. Ello es normal, pues al invitarnos a entrar en un lugar desconocido parece lógico que se haga con optimismo y se nos augure una vida nueva y un horizonte feliz.

1 Y esta es la primera consideración: la presentación optimista de la vejez como una etapa de la vida en la que se continúa la madurez personal hasta llegar a conseguir la plenitud de la vida... aunque con limitaciones, ciertamente. (En Afda, la de papel, se escribía en diciembre pasado: “No te lamentes de envejecer, es un privilegio negado a muchos: envejecer es un privilegio, un arte, un regalo”. Y un libro conocido, El don de los años, de J. Chittister, está dedicado a alguien cuya vida “fue vivida al máximo en todas sus etapas”). Desde esta visión optimista es natural que se nos diga que la tercera edad –la vejez- está llena de posibilidades. Y que lo bueno del tiempo –libre de muchas cosas, responsabilidades y problemas- era proyectar uno su propia vida, hacer proyectos, marcarse objetivos, pretender alcanzar metas nuevas e ilusionantes...Pues tanto la afinidad como la ruptura con lo vivido y realizado en la vida anterior podían ser fuente de realización personal, de vida gozosa, de plenitud sentida.

Creo que esto es así, que ha sido así para muchas personas que, afortunadamente, han mantenido casi intactas sus facultades físicas, psíquicas, intelectuales, espirituales... Creo que tenemos ejemplos de personas –en AFDA gozamos de uno extraordinario- que superados los ochenta e incluso los noventa, permanecen como árboles que, “plantados al borde de la acequia”, siguen dando frutos excelentes... Pero creo también que son los menos. Los demás, o han caído ya o han ido secando algunas de sus raíces y se dedican a vivir una vida menos compleja y con proyectos más reducidos dadas sus mermadas posibilidades.

2 Pero también están los mayores que viven esta etapa de la vida desde una limitación frustrante, desde una esperanza truncada, desde la imposibilidad de crear proyectos fuera de los que la deteriorada naturaleza les programa. Son los mayores que enferman seriamente, que sufren un creciente deterioro físico o psíquico (recordemos el inicio y el desarrollo de las enfermedades mentales) y que ven que el “sentido” de su vida, su “esperanza” en la vida, es soportar, con elegancia o sin ella, el dolor y la cercanía de la muerte. Y la pérdida de este optimismo atribuido a la vejez tiene en este caso un origen biológico y psicológico. Pero también existe un factor social.

3 Y aquí entran en juego, por resumir, dos dimensiones de ese nuevo factor: la consideración social y la economía. De la primera, un reciente artículo del filósofo Gabriel Albiac, (Las nieves de antaño, en ABC, 4 de marzo de 2021) recuerda la tristeza de envejecer, no sólo en la actualidad, también para los clásicos; pero mientras estos lo sabían y lo asumían y “saberlo les imponía honrar a sus mayores”: (“en el honor de esos ancianos veía cada guerrero… la raíz de su propio honor, de su ‘areté’ de su excelencia”) en nuestro tiempo “puede que la más amarga constancia de nuestro mundo sea hoy la completa devaluación de lo que la figura del anciano ha venido simbolizando en las sociedades humanas”. Es una constante entre los psicólogos de la vejez la consideración de que los ancianos no cuentan, de que su sabiduría carece de valor, de que están desfasados porque “no es este un mundo para hombres viejos”. El viejo sabio de la tribu no tiene nada que hacer “en una sociedad que a nada ha renunciado con más furor que al saber”.

Pero no menos importante es el factor económico, aunque, al menos en mi caso, no haya sido suficientemente considerado. Se le preguntaba al doctor Valentín Fuster si la vejez se ha desprestigiado como “estadio de la vida”. Y respondía: “Está claro que sí. Y en este tema hay dos factores fundamentales: uno es la economía, el dinero; y otro, el aspecto anímico. Este ha pasado a un segundo plano. Si usted observa la evolución del concepto social de vejez verá que en otros tiempos era un sinónimo de sabiduría, de base intelectual, del colectivo. Ahora todo se reduce a la economía y esto determina unas actitudes nuevas. La gente mayor, sin duda, es uno de los colectivos más perjudicados de este cambio de prioridades” (El Mundo, 22 de septiembre de 2020).

Y la productividad también tiene un peso determinante en esa pérdida de influencia, de significación. V. Fuster vuelve a retomar el factor economía y afirma que “vivimos más años, pero aceptamos que a los 60 o 65 termina la productividad de una persona. Esto es incurrir en un error social impresionante. La creatividad, los valores, la experiencia y la estabilidad tienen un gran peso según se avanza en la edad. Quizás no es tangible como el dólar o el euro, pero, es un capital” (id).

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Pues bien, la vejez que me describían o me auguraban hace unos años debe lograrse en una noble lucha contra los factores  biológicos, contra el olvido social y contra el predominio de lo económico y productivo. A los cuales habría que añadir uno más: la falta o la pérdida de sentido. Por eso me gusta leer a autores que añaden ese nuevo elemento imprescindible: saber que el horizonte hacia el que caminamos está iluminado con la luz de Alguien que está allá en el horizonte y presente en el fondo de nosotros mismos. La fe es impulso para atrevernos a emprender o continuar nuestro proceso de envejecimiento con alegría esperanzada.

Teódulo GARCÍA REGIDOR 




           COMO CRISTIANOS Y COMO ESPAÑOLES



NOS URGE CREAR IMPERATIVOS



Nos vamos quedando sin principios. No porque un dorado otoño de progreso los haya soltado como inservibles, “hojas del árbol caídas”, sino porque se nos han ido cayendo de las manos. Hemos cambiado el oro de la tradición de siglos por los cristales brillos de baratijas que nos hacen chiribitas en los ojos.

Numerosos cristianos ya no podemos dar cuenta de numerosos artículos de nuestra fe, como nos dejó dicho San Pedro (“Estad dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida la razón, el logos de vuestra fe”, 1 P 3,15).

Algo parecido habrá de decirse del español, que habría de saber dar razón cumplida de su españolidad.

Con todo, de lo que andamos huérfanos, ausentes, vacíos… es de “imperativos” (partimos de la distinción de Rahner entre “principios” e “imperativos”) Los primeros son conceptos que piensa la mente; los segundos, son intuiciones, que ponen en pie a la persona entera).

El “imperativo” surge de haber dado el salto al corazón de la realidad, intus ire, haber ido a su interior, intuirla, lo que es ir más allá de su mera noción precisa y cabal.

Imperativos” fueron en el siglo XIX el “Dios, Patria, Rey” de los carlistas, el “¡Viva Cristo Rey!” de los cristeros mejicanos, el ”¡Arriba España!” de los “nacionales” de los años 30 y siguientes del pasado siglo.

Hoy nada nos moviliza a fondo. Seguimos esperando que el Cielo nos regale y llueva lo que nosotros no tenemos el coraje de arrebatar. Rezando el pasivo “venga a nosotros tu Reino”, nada interior y profundo nos hace marchar de veras y del todo a la conquista del Reino que es nuestra meta; lo confesamos, pero solo como “principio”.

La España de los españoles del siglo XXI tampoco pasa de ser un mero “principio” de España.

Mientras no tengamos “imperativos” que nos quemen el alma seguiremos chapoteando en la mediocridad más gris, sosa y descorazonadora. Mientras no nos duela España seguiremos cambiando el oro de la tradición de siglos por baratijas de cristales de sucios colores.


RAMIRO DUQUE DE AZA

Maestro. Profesor de Teoría del conocimiento

Bachillerato Internacional





         Homenaje a Cervantes
 (V)

                             


Don Quijote vence a las Vanguardias

en singular batalla



A Pepe Alcalá-Zamora, nuevo Quijote


El inflexible filtro de las Vanguardias liberó al arte español y europeo de algunas de las grandes obsesiones de un siglo XIX que se proyectó, y con extraordinaria fuerza, sobre las creaciones artísticas del primer tercio de la centuria pasada 48. En efecto, en nuestra tierra la huella romántica o, para ser más preciso, tardorromántica se percibe nítida hasta los años de Primo de Rivera e incluso los de la Segunda República, a pesar de que, para entonces, el vanguardismo español había dado muestras cumplidas de su dinamismo y madurez 49.

Sabemos que la penetración del arte decimonónico en la centuria siguiente fue posible gracias a las tendencias estéticas activas en lo que hoy se conoce como Fin de Siglo; nos consta, de hecho, la continuidad que, diferencias aparte, hermana las distintas maneras de entender el arte que surgen entre el primer Romanticismo y los estertores del Modernismo (afianzado sobre los puntales de un Simbolismo y un Parnasianismo que habían conseguido elevar algunos de sus rasgos distintivos a la categoría de auténticas claves poéticas), en algunos de los dominios de la literatura y, sobre todo, en los de las artes plásticas y la música.

Nada más comenzar la experimentación vanguardista, los primeros en claudicar fueron un medievalismo y un orientalismo archicaracterísticos del arte occidental desde los años de Delacroix en adelante. Al siglo XVIII le correspondió incubar la maurofilia artística y al siglo XX expulsarla de sus últimos bastiones, en los que sólo se mantuvo fuerte la figura de la odalisca y otras estrechamente relacionadas con ella, como enseguida veremos. Por lo que respecta al Medievo, hay que tener presente que fue la pintura de tema histórico (al que algunos dan nombre de realismo retrospectivo, y añaden un corte académico o un distante academicista), la que recibió la puntilla.

Ello no fue óbice para que el espíritu de la vanguardia recalase, en fechas ya tardías, en el primitivismo románico o se ocupase, por motivos diversos, de personajes y temas medievales muy concretos. Por aquello de que la patria chica tira mucho, es el caso del Gonzalo de Berceo esculpido por el riojano Daniel González Ruiz en 1929, exhibido en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de La Rioja.


Daniel González, Gonzalo de Berceo, 1929 (Gobierno de la Rioja)  

Tales cambios no supusieron la erradicación de uno de los estímulos básicos del arte del siglo XIX: un sentimiento nacional que, en los años de desarrollo de las vanguardias, se entremezcló con otro de signo universalista y mesiánico, derivado del ideario socialista, tanto en la fase inicial o utópica como en la científica o marxista. Hubo también quienes, por comulgar con los postulados del internacionalismo proletario y por simple coherencia con la cosmovisión que esta nueva fe ecuménica suponía, mostraron su desprecio hacia cualquier manera de patriotismo por sentirlo contrario a una idea del mundo en que sólo cabía la hermandad de los trabajadores por encima de las divisiones impuestas por la geografía política. Había, sí, una única patria para todos los trabajadores del mundo: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Para los artistas próximos a este ideario, la pintura de historia era posible, aunque sólo si venía despojada de cualquier atisbo de academicismo trasnochado y se acogía a unos temas determinados, a nuevos hitos históricos que, en la Europa de entreguerras, vinieron a potenciar el arte épico. Retengamos esta idea, ya que, a pesar de lo mucho que podría haber dado de sí, ha sido desatendida por la crítica artística y literaria, que apenas si ha tenido en cuenta la suma de indicios resultante de la consideración del cine de Sergei Eisenstein y Leni Riefenstahl (en los dos extremos del espectro ideológico), del cartel o mural de asunto político (con estupendos desarrollos durante la Guerra Civil española y con escuelas tan sólidas como la mejicana, con Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y demás muralistas) y una literatura heroica particularmente rica en prosa y verso 50. Conviene tener en cuenta que la epopeya cabe en todo tipo de manifestaciones artísticas.

Otro motivo fundamental de ese arte útil es el encumbramiento del nuevo héroe, en lucha no sólo contra el enemigo de clase sino contra cualquier desviacionista que se atreva a contaminar la pureza de un credo. En esos casos y otros semejantes, el realismo socialista adquiere tintes heroicos en arquitectura, escultura, pintura, cine o literatura (en prosa o verso, y en todos los géneros imaginables). Al final, la deriva hacia el ámbito de la épica depende de un tris, como en el caso de Ramón Mercader, asesino de Trotski. Si para muchos fue una simple marioneta manejada desde Moscú, para otros merecía como nadie las dos distinciones que portaba en su pecho: la Orden de Lenin y la del Héroe de la URSS; por ello, en el magnífico documental de José Luis López-Linares y Javier Rioyo, Asaltar los cielos (1996), no falta quien llora al acordarse de Mercader.

 Vera Mújina, El obrero y la koljosiana (1937)

El sacrificio del héroe, que se deja la vida en el campo de honor, constituye la base de la épica. El héroe puede sobrevivir, pero es en su inmolación por la causa en que cree y a la que se dedica en cuerpo y alma donde sus compatriotas y correligionarios hallan inspiración y estímulo. Así ocurre en un sinfín de casos, sin mencionar la ideología o tendencia de turno; por ello, el himno nazi no es otra cosa que la exaltación de un camarada muerto: el Horst Vessel Lied. Ahora, sin embargo, no me importa tanto dónde radica la esencia del arte heroico cuanto la defensa de una determinada concepción del mundo, el arte y la vida. De todos modos, el hecho de que lo épico o heroico predomine resulta fundamental para que su particular realismo esquive conexiones degradantes o feístas. No, el realismo socialista jamás sublimará al marginado social, a un representante de eso que Marx y Engels denominaron con la despectiva etiqueta Lumpenproletariat; de hecho, ni siquiera la revolución podrá redimir a cuantos integran ese detritus. En la sociedad inducida por los revolucionarios no caben ladrones, estafadores o individuos marginales.

El realismo socialista marca una época concreta. No estamos en tiempos de Lenin, en que cabía cualquier formulación artística, por muy atrevida que fuese. En los años veinte, la URSS es, de hecho, una meca del arte vanguardista. A finales de los años treinta y, aún más, en los años cuarenta, es Stalin quien marca los gustos, ¡y de qué manera! Ya no caben los ismos imperantes una década atrás. Ahora, si es lícito hablar de un paradigma, hemos de verlo en una obra concreta: El obrero y la koljosiana de Vera Mújina, que la URSS llevó a la Exposición Internacional de París del año 1937 y que, tras un sinfín de tumbos, ha vuelto a la pujante Rusia de Vladimir Putin (de nuevo, en aquella tierra se viven buenos tiempos para la épica). En 2011, se devolvió al parque moscovita en el que se exhibió a la vuelta de la Exposición parisina. El nuevo pedestal imita el que tuvo en París.

Pues bien, adelanto que, en la época de que me ocupo, don Quijote se convirtió en un verdadero icono y alcanzó una dimensión épica que corresponde no sólo al guerrero triunfante sino también al idealista esforzado, grandioso incluso tras la derrota (ahí está, por ejemplo, León Felipe, con su poema de tema quijotesco «Vencidos», incorporado en 1920 a Versos y oraciones del caminante). El sacrificio que don Quijote está dispuesto a realizar, con riesgo de su propia vida, es el mismo de los cristianos en épocas de persecución o el del revolucionario socialista, comunista o anarquista en todo tipo de circunstancias. En situaciones extremas, como la Gran Guerra Patria, todos debían estar dispuestos a perder la vida, que contaba poco o nada: lo único que importaba era parar el avance de las divisiones enviadas por Hitler al territorio de la URSS.

La presencia de Oriente se redujo bruscamente en las artes plásticas y decorativas: los cuadros perdieron sus ciudades enjalbegadas y el ocre de sus arenas, sobre las que cabalgan jinetes morunos con la espingarda en la mano; del mismo modo, lo neomudéjar fue desapareciendo de telas y pantallas de lámparas, de las labores de ebanistería y marroquinería, y de las artes decorativas en general. Se llevó a cabo una limpieza drástica del arte de tema oriental, que ahora atendía tan sólo a unas cuantas manifestaciones artísticas correspondientes al Extremo Oriente: el haiku en poesía y los hiragana en caligrafía; en pintura, ahora gustaban el trazo delicado y los colores tamizados (nada hay más contrario a su poética que el color chillón o, con carácter general, el fauvismo), aplicados a ser posible sobre el delicado soporte de un papel de arroz 51.

En fin, en el universo de las artes decorativas y en moda femenina, la oscilación hacia China y Japón se había ido produciendo paulatinamente desde mediados del siglo XIX, en gran medida gracias al estímulo del colonialismo británico y francés (el momento de mayor esplendor de esta tendencia hay que situarlo entre los años de la Reina Victoria y los de un Art Nouveau triunfante en todo Occidente) 52. De Oriente Próximo y Oriente Medio, como ya he adelantado, sólo se salvó una figura que continúa entusiasmando a los artistas de nuestros propios días: me refiero a la odalisca, que atrajo a Delacroix e Ingres, a Matisse y a Picasso, a Rafael Penagos o a mi buen amigo Eleazar. Próxima a ella se ofrece la femme fatale por excelencia, la Salomé bíblica, aunque en su caso el rastreo de sus orígenes nos obligue a calar más hondo, ya que se constituye en tema recurrente en un artista tan temprano como Lucas Cranach.

Picasso, Celestina (1904 y 1968)

Sólo Grecia y Roma conservaron su vigencia, en un continuum que arranca del Medievo y llega a nuestros días a través de una expansión geográfica igualmente formidable, que alcanza a todo Occidente y hermana a Europa con el Nuevo Mundo 53. Ciertamente, el mundo clásico, con su historia y su mitología, había impregnado a todos los movimientos artístico-literarios previos, sin reparos ni revisiones reduccionistas; por ello, cuando las vanguardias aplicaron su navaja, el mundo greco-romano ―grato en idéntica medida para románticos, posrománticos, modernistas y demás corrientes afines― quedó perfectamente intacto.

Es más, si de algo cabe hablar es de lo contrario: de un culto potenciado y hasta hipertrofiado de la cultura clásica, como vemos en la arquitectura vanguardista, en su mobiliario, pintura y dibujo, en sus carteles y anagramas, en su moda femenina54 y hasta en los reveladores títulos de sus revistas literarias (Apolo, Atenea, Castalia, Centauro, Diana, Prometeo, Themis o bien Ulises). Todo Occidente se aferró al canon clásico, ideologías al margen: así ocurrió en las naciones democráticas, en la Unión Soviética de Stalin y en la Alemania de Hitler55.

 Goya, Maja y Celestina
(1808-1814)

Hecho este somero repaso, es hora de decir que esa resistencia ante los cambios drásticos en la teoría y praxis artística, esa fuerza capaz de satisfacer los exigentes dictados de las vanguardias las poseyó igualmente el Quijote. En comparación, a años luz queda la figura de Celestina, segundo mito literario en importancia para nuestros artistas de vanguardia, con hitos en Picasso, con su vieja de la serie azul de 1904 y un dibujo a la tinta de 1968. Más que en los modelos más añosos (pienso en las series xilográficas del temprano siglo XVI), el vanguardismo atendió a Goya, con soluciones como Maja y Celestina de 1808-1814); por esa vía, se llega a las formulaciones críticas y antiheroicas de Eugenio Lucas Velázquez y Eugenio Lucas Villamil (a ambos me referiré enseguida al ocuparme de algunas piezas quijotescas de comienzos del siglo XIX), o las de Leonardo Alenza, que desembocan en el arte de Solana y llegan de nuevo hasta la paleta de mi inspirado amigo Eleazar, cuyas soluciones recuerdan a la Celestina picassiana de 1968.

 

 ÁNGEL GÓMEZ MORENO

Catedrático de Literatura, UCM

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48 En Gómez Moreno (2002). El libro de Rebeca Sanmartín Bastida (2000), del que este trabajo mío es prólogo, tiene su origen en una tesis doctoral de la que fui su orgulloso director.

49 La nómina de nuestros artistas de vanguardia es sencillamente inabarcable, aunque hoy podemos hacernos una idea bastante precisa de la magnitud del fenómeno gracias al extraordinario libro, siempre susceptible de ampliación, de Bonet (1995).

50 Las vanguardias tienen también su épica literaria, pero hay que tener en cuenta que, al pisar el terreno de la epopeya, el artista se contiene y guarda sus fórmulas más innovadoras para otros momentos.

51 La pintura y el grabado de esas lejanas tierras comenzaron a causar furor ya en 1854, tras abrirse Japón al comercio internacional; luego, en plena efervescencia del Art Nouveau, la moda japonesa arrasó.

52 La fascinación ejercida por la ropa oriental en moda femenina es manifiesta en el vestuario de algunas figuras del cine norteamericano, entre los años treinta y cuarenta.

53 En el caso de Estados Unidos, son varios los momentos en que políticos y politólogos se han referido y refieren a su nación como Segunda Roma.

54 El ejemplo más cercano es el de la colección diseñada por Mariano Fortuny y Madrazo, realizada entre la segunda década del siglo XX y el año de su muerte, en 1949. Hoy puede contemplarse en el madrileño Museo del Traje.




                  RELACIONES DE GÉNERO EN LA NARRATIVA CELIANA


3 MACHISMO Y FEMINISMO



Si el machismo es fruto de usos y costumbres atávicas en sociedades escasamente desarrolladas, el feminismo se manifiesta, con menor frecuencia pero en ocasiones con mayor virulencia, como reacción de defensa y reivindicación. Si el feminismo resulta en este sentido comprensible, machismo y feminismo han de considerarse igualmente injustificables. De ambas actitudes encontramos evidencias en la narrativa de Cela.

Machismo aceptado en ocasiones como normal y sin ambages por la mujer sobre quien se ejerce. Preguntada Mrs. Ramírez por sus amigas, en ‘Tobogán de hambrientos’ sobre su viaje a España, ésta responde: Allá me voy tras mi esposo, como decimos las españolas. Aceptación que es manifiesta en el caso de Benicia, joven casquivana y promiscua de ‘Mazurca para dos muertos’, que no sabe leer ni escribir ni falta que le hace, y que es alegre y va repartiendo vida por donde pasa. Es una herramienta inventada para gozar y para hacer gozar, y en cuanto ahorra unos pesos le compra un regalo a alguien: una cafetera, una caja de puros, un cinto… Porque Benicia piensa que a los hombres hay que cuidarlos mucho.

A los novios, ¡ay, Dios, qué susceptibles son los hombres!, no suele gustarles que las novias les lleven el pulso. La manía, literalmente, de echar pulsos, le costó a Belencita, en ‘Tobogán de hambrientos’, perder la relación con su novio Raúl. Las decisiones del varón no admiten réplica. De ahí la indignada respuesta de don Braulio, en ‘Madera de boj’, a la inesperada insolencia de la joven Leonor: -Eso a usted no le importa. ¡Carallo, qué modales tiene la mosquita muerta!

La discriminación y la consecuente negación de derechos se traduce con frecuencia en la dificultad de la mujer, mucho mayor que la del varón, para acceder a la instrucción y a la mejor inserción social que de esta se deriva. Concha da Cona, en ‘Mazurca para dos muertos’, de haber tenido instrucción hubiera podido llegar muy lejos, a patrona de casa de huéspedes, a peluquera, a dueña de una mercería o a algo por el estilo, pero Concha da Cona no sabe leer ni escribir y tiene que aguantarse. Se considera a la mujer, quizás por esas mismas razones, con mayor indefensión social. Y mientras el hambre hace hablar a las mujeres sin ritmo ni armonía, el hombre se defiende mejor.


En muchas culturas –también en las occidentales hasta hace algunas décadas- se relega el papel de la mujer a labores domésticas y socialmente menos consideradas, al servicio del varón. Bugallo, personaje de ‘Madera de Boj’, al verse mayor decide dejar sus faenas de marinero y busca una moza talluda y bien dispuesta que quiera acompañarle, ya se sabe la obligación, amasar pan, cocer caldo, freír huevos, asar raxo, guisar pulpo, lavar la ropa y darle calor por las noches y sin avaricia, también ha de estar sana, ser valerosa y jugar al dominó y al parchís. El varón utiliza a la mujer en su beneficio y sin mayor consideración. En esta situación se encuentra Cuchita Continental, de ‘Cristo versus Arizona’. De ella se dice que es un poco ligera de cascos, y se justifica la actitud despótica de su pareja porque con las mujeres que tocan la guitarra los hombres son muy decididos y no se andan con mayores ceremonias.

La mujer casada, la pata quebrada y en casa’. Esta actitud de relegación, claramente machista y con claras connotaciones de culturas ancestrales, se percibe en el pasaje en el que Pascual Duarte, a su regreso a casa con Lola, tras la luna de miel, marcha a la taberna a alternar con los amigos al tiempo que envía a su esposa a recogerse en casa. Actitud que –hoy no hubiera sido lo mismo- Lola no percibe como ofensa, ni siquiera como menosprecio: Yo me apeé, volteándome por la cabeza para no herir a Lola de una patada, requerido por mis compañeros de soltería y de labranza, y con ellos me fui, casi llevado en volandas, hasta la taberna de Martinete el Gallo, adonde entramos en avalancha y cantando. […] A Lola la besé en la mejilla y la mandé para casa a saludar a las amigas y a esperarse, y allá se marchó, jineta sobre la hermosa yegua, espigada y orgullosa como una infanta.

En la sociedad machista en que se mueven los personajes de Cela se considera a la mujer necesariamente fiel, al tiempo que parece consentirse la falta de fidelidad del varón. En este contexto nos sorprende el caso de la mujer que se le escapó al marido para irse con el novio de Rosalía Cilleiro. Que ésta quedase plantada, sorprende menos.

Las atribuciones del varón llegan al extremo de negar que a su señora se la enterrase en sagrado. Esa fue la pretensión de don Benigno, en ‘Mazurca para dos muertos’. Claro que el clero tenía también mucho que decir, y don Ceferino Furelo, el cura de Santa María de Carballeda, para evitar el escándalo, no lo consintió.


Rasgos feministas también aparecen, aunque con bastante menor frecuencia. Distante de cualquier reparo ante la sociedad machista está Visitación, la segunda hija de doña Visi, en ‘La Colmena’. Acaba de reñir con su novio, y desde hace una semana sale con otro muchacho, también estudiante de medicina. A rey muerto, rey puesto. Tampoco acepta superioridad alguna por parte del varón doña Rosa, propietaria del café ‘La Delicia’, en la misma obra, quien juzga a su cuñado un golfante que anda por ahí de flete las veinticuatro horas del día y luego se viene hasta casa para comerse la sopa boba. Y tacha de tonta a su propia hermana, por aguantarse. ¡Anda –dice-, que si da conmigo! ¡Por su cara bonita le iba a pasar yo que anduviese todo el día por ahí calentándose con las marmotas, para después venirse a verter con la señora! ¡Sería bueno! Claro que doña Rosa encuentra en su condición laboral la más clara justificación para no sentirse dependiente. Ello le hace sentirse fuerte y juzgar duramente la actitud de su cuñado: si trabajara, como trabajo yo, y arrimara el hombro y trajera algo para casa, otra cosa sería; pero el hombre prefiere camelar a la simple de la Visi y pegarse la gran vida sin dar golpe.

Lola Terrinches, peinadora en ‘Tobogán de hambrientos’ a quien hacía la rosca Matías Calda Revilla, el aparejador a quien mató una moto que salió por el aire como un cohete, rechazó sin reparos al pretendiente porque según se decía, aspiraba a más y no quería ahorcarse en el primer árbol que encontrara.

Dos reflexiones manifiestamente reivindicativas se hacen en ‘La cruz de San Andrés’, aunque nacidas de la frustración y de la relegación a que la sociedad machista somete a la mujer: Es indignante que se dé por válido el hecho de que las mujeres no contemos para la historia, no tengamos historia, las mujeres corrientes y molientes, las mujeres del montón, las que no valemos más que para servir al hombre, para dar gusto al hombre, para llorar y aplaudir y enterrar al hombre, las que pasamos por la vida en un discreto silencio casi siempre artificial y sin pena ni gloria. Me duele tanto como me indigna el tener que admitir que las mujeres no tengamos historia, me subleva la pasividad de los hombres y el desinterés de las mujeres.

En ‘Oficio de tinieblas 5’ se refiere la actitud valiente de Agnodice, la doncella ateniense que burló los condicionamientos sociales a que se encontraba sometida la mujer, se disfrazó de hombre para hacerse médico y tuvo una gran clientela.


Pondremos fin a este apartado con una cita de ‘Oficio de tinieblas 5’, donde la reivindicación de la mujer se manifiesta en una sesión escatológica sin miramiento alguno: alguien te envenenará la comida sonriendo y el coro de todas las horribles mujeres a quienes amaste la cohorte de golfas laceradas conservará tu cadáver en un enorme recipiente lleno de orina ahí tenéis al triunfador dirán desnudas o tan solo vestidas con túnicas transparentes mirad en qué paró su arrogancia mirad qué estúpidas y suplicantes actitudes adopta no nos imaginamos cómo pudimos yacer con él […] reíos del triunfador mujeres jóvenes que habéis perdido la virginidad sin saber con quién mofaos del cadáver del triunfador escarnecedle y mantened siempre correcto el nivel de la orina ya nada puede haceros nada temáis la muerte lo amansó de forma ejemplar y definitiva para escarmiento de todos los que fueron menos que él pero no se negaron a sonreír al capataz.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela






  REDONDILLAS A DIOS






I

Tenme de Tu mano, Dios,

que ya me agenciaré yo

de serviros como Vos

me servís a mí también

reservándome el EDÉN.


II

Al cielo pronto he de ir

para verte divertir

a las almas inmortales

librándolas de los males

de los fuegos infernales.


III

Acércame el Dedo índice

que me indique y que me amarre

y al que yo, simplón, me agarre

volando al igual que un cínife

posado en Ti arre que arre.


IV

Tate quieto en mar azul,

cielo inverso, mira Tú.

Allá voy, sea cual sea,

tu inmensora Magnitud

de Bondad, Amor e Idea.


V

Los quintillos están hechos

y fraguados a consuno,

Contigo y conmigo unos,

testa a testa y pecho a pecho,

que no sean nunca nulos.




81 Conclusiones a los contenidos de la EF escolar



Hemos enumerado los diversos contenidos que los escolares deberán realizar en cuanto al ejercicio físico, dependiendo de la etapa evolutiva en la que se encuentren. No se han descrito ni enumerado formas concretas de movimientos. Estos temas han desarrollado los diversos planteamientos de praxis que son los adecuados para cada una de las diversas etapas.

Tampoco se han establecido aspectos cuantitativos ni del grado de carga en el esfuerzo al que deberán someterse los individuos receptores de la acción. Tanto el volumen como la intensidad de la carga deberán establecerse con criterios de progresividad, teniendo en cuenta las etapas y las diferencias individuales. Por tanto, en un mismo grupo de clase y en una misma sesión de ejercicio deberán plantearse diversas exigencias adaptadas a los diferentes miembros del grupo. Se impone, por tanto, una línea didáctica personalizada entendiendo por tal, el trato –o nivel de esfuerzo– adecuado a cada persona dentro de la propia dinámica del grupo.


No obstante, dejaremos establecido que en la mayoría de las sesiones de práctica, cada uno de los discentes deberá someterse a un grado suficiente de esfuerzo para que se produzca el suficiente gasto energético que genere procesos de adaptación y mejoras orgánicas. El resultado de establecer sesiones con un grado de esfuerzo significativo –en todas las etapas escolares– creará en el alumnado mecanismos para acostumbrarse al esfuerzo y habituarse a la práctica del ejercicio físico. Éste deberá ser uno de los más importantes objetivos del currículo escolar en el ámbito de la educación física.

Pero el enfoque de los contenidos procedimentales de la educación física no deberá estar orientado hacia el rendimiento sino orientado hacia la formación personal y teniendo como horizonte la mejora de las capacidades físicas y de la salud del alumnado; por tanto, el grado de carga de las sesiones de ejercicio no deberá ser excesivo. No se deberá llegar al límite de sus capacidades en trabajos de condición física de resistencia ni de fuerza, con intensidades elevadas o durante tiempos excesivamente prolongadas.

El profesor de educación física deberá establecer estos límites; pero, en muchas sesiones, suelen quedarse en el extremo opuesto; y el nivel de exigencia en cuanto a la demanda de esfuerzo queda muy limitado, en aras de contenidos más técnicos o recreativos.


Y por último, plantearemos la frecuencia de las sesiones. En el sistema escolar español, se contemplan dos sesiones semanales de 50 minutos, que quedan reducidos –si se aprovechan bien– a 30 o 35 minutos por sesión, si se tiene en cuenta el desplazamiento, vestuarios e higiene de los alumnos. El ideal sería una sesión diaria de ejercicio, si tenemos en cuenta que una buena parte de la población escolar, no realiza otras actividades de ejercicio físico que las programadas en la educación física.

Actualmente, con el modelo de existencia de nuestro entorno con tendencia al sedentarismo o a la escasa oportunidad de ejercitarse, una alta frecuencia de sesiones de ejercicio físico escolar debería ser una cuestión de salud pública.


Francisco Sáez Pastor

Universidad de Vigo




Teódulo



Pasas cientos de veces por un lugar, por un sendero vulgar, casi despreciable, que no “dice” nada… y de pronto el sendero “habla”; muestra su belleza tanto tiempo oculta y te encanta, te enamora su sencillez.

VACUNER

VACUNERÍAS

VACUNERÍAS



* Ayer esperé tres horas para que me administraran la primera dosis. Ya sabía yo que esto de la vacuna iba a traer cola.


* Puestos a sortear VACUNAS, ¿no sería lo mejor habilitar las plazas de toros?


* No sé por qué llegué a suponer que la vacuna SPUTNIK tendría forma de cohete y se administraría como supositorio.

* Con tanto ir y venir, ASTRA SÉNECA dudaría sobre a qué edades atender.

 

* Está claro que la MODERNA ha de reservarse para los más snobs.

* Ni Pfizer, ni Moderna, ni Jansen... La mejor vacuna, la gallega.


* Parece ser que en Bruselas se está montando un rastrillo con vacunas. No sé si procede el regateo, pues digo yo que la más eficaz será la MÁS CARILLA.


* Los de 60; no, los de 65; perdonen, quise decir los de 69… Así no hay manera de cantar bingo.

* Con tanto pinchazo, acabarán saliéndose con la suya los antitaurinos.

* Para finales del verano, el 70% vacunados. Digo yo: ¿igual que se cambia la hora, no podrían retrasar el comienzo del verano? Total, por un decreto de ley más, ¿quién se iba a enterar?


* Hacienda se muestra partidaria de la vacunación mas-iva.

Á.H.


117 AFDA

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